Todo suena mejor en un teatro, excepto las profecías

Capítulo 2

Las cosas han sido bastante difíciles en estas últimas horas. Todos estamos hartos de la profecía, pero sabemos que necesitamos, al menos, una idea de hacia dónde ir y qué hacer a continuación. No podemos confiarnos; eso nos costó caro la última vez, y no queremos repetirlo.

—Dímelo nuevamente —dice Percy mientras toma una bebida energizante de color azul, con sabor a mora.

—Ya lo hemos dicho varias veces —responde Malec, claramente agotado. Está rodeado de pequeñas bolitas de papel arrugado; ha estado tomando notas, y su fastidio es evidente.

—Aun así —suspira Nico—. ¿Cómo sabremos a dónde ir?

—No lo sé, pero siento que esto tiene sentido —dice Percy, intentando mostrarse positivo. Sonríe, pero todos sabemos que esto es un desastre.

—Bien, sesos de alga —Malec se acomoda, resignado, para recitar la profecía:

"El yelmo sombrío, en catacumbas escondido,
De un castillo olvidado que la historia ha besado,
Rodeado de lagos y montañas que murmuran,
En las sombras del castillo, su poder ha quedado."

Percy se queda pensando un momento, frunciendo el ceño, pero luce tan perdido como el resto.

—Bueno... no entiendo nada aún, pero sé que tiene sentido de alguna manera muy extraña.

No, no tiene sentido.

—Creo que no tiene sentido intentar encontrarle lógica. Las profecías son así después de todo —dice Nico con un encogimiento de hombros.

—Tomemos un descanso —interviene Tommy, pasándose una mano por el cabello con expresión de fastidio—. Necesito chocolate...

Todos se retiran a buscar algo dulce para intentar subir los ánimos, pero yo me quedo con Malec en el jardín del hotel. Ambos estamos sentados en el césped, recogiendo los papeles arrugados para evitar problemas. Siento que debería hablar con él.

—¿Cómo lo haces? —suspiro suavemente, rompiendo el silencio. Malec me mira, algo confundido.

—¿Hacer qué cosa, Bell? —me responde con una leve sonrisa, a pesar de su evidente cansancio.

—No molestarte por todo... Esto es un fastidio. Seguimos perdiendo el tiempo, papá podría estar muriendo y nosotros solo estamos aquí... —mi voz se quiebra un poco mientras suspiro nuevamente, tratando de calmarme.

—Bell, conozco a papá, y te aseguro que lo que más le molestaría sería que no nos estemos cuidando. —Su voz es tranquila, como si intentara contagiarme algo de esa calma—. Y para responder a tu pregunta... sí, estoy molesto por todo esto que está pasando. Pero sé que papá estará bien. Tiene una voluntad enorme de vivir, y no se dejará vencer tan fácilmente.

Sus palabras, cargadas de confianza, alivian un poco mi inquietud.

—Es un dios fuerte —añade Malec con una sonrisa mientras se inclina hacia mí para abrazarme con cuidado—. Y siempre ha cuidado de nosotros.

—Lo entiendo —murmuro—, pero no puedo evitar sentirme más desconectado de lo que ya estoy.

Hago una pausa, mirando al suelo, antes de volver a hablar.

—¿Alguna vez sentiste que no encajabas? ¿Como si todo a tu alrededor te hiciera sentir raro? —suspiro, evitando mirarlo directamente.

Malec me observa un momento, como si estuviera escogiendo sus palabras con cuidado.

—Bell, somos semidioses. ¿De verdad crees que alguna vez sentí que encajaba? —ríe suavemente, y no puedo evitar sonreír un poco. Tiene razón. Soy un idiota.

—No hablaba de eso, pero... tiene sentido —digo, devolviéndole la sonrisa.

Malec se recuesta ligeramente hacia atrás, apoyándose en sus brazos mientras continúa.

—Siempre me sentí así, desconectado. Pero cuando tenía tu edad... hace dos años —sonríe con un toque de nostalgia—, descubrí algo curioso. Todos, o al menos nosotros, tenemos una habilidad especial para entrar en trance.

Levanto la mirada, interesado.

—¿En trance?

—Sí, es algo que llamamos "droménia". Cuando la descubrí, pude ver a papá en una especie de ensoñación. Fue... agradable. No tenía comunicación directa con él, pero de alguna forma me recordó que no estaba del todo solo. Que había alguien que no me veía como un simple guerrero destinado a luchar sus batallas.

Sus palabras me tocan más de lo que esperaba.

—¿Puedes enseñármela? —pregunto con un leve tono de esperanza.

Malec asiente, con una sonrisa tranquila.

—Claro que puedo, si estás dispuesto a aprender.

Me inclino hacia él, curioso.

—¿Cómo funciona?

—Es más fácil de sentir que de explicar —responde, dejando escapar un suspiro ligero—. La idea es entrar en un estado de concentración profunda, como si te desconectaras de este lugar y permitieras que tu mente viaje.

—¿Viaje? —repito, tratando de entender.

—Sí, pero no físicamente. Es tu conciencia la que se mueve, como si abrieras una puerta que conecta con algo más.

Lo miro con escepticismo, pero algo en su tono me impulsa a seguir escuchando.

—Lo haces relajándote y enfocándote en algo específico, como un recuerdo, un sentimiento o incluso un objetivo claro. Es ahí cuando entras en un trance, y, si lo haces bien, puedes percibir cosas que no podrías en este plano.

—¿Qué clase de cosas?

—Presencias, imágenes, lugares... incluso emociones que no son tuyas —explica con una seriedad que no suelo verle—. Es como si tu mente se expandiera más allá de lo que puedes entender normalmente.

—¿Y cuando lo hiciste, viste a papá? —pregunto, intentando procesar todo esto.

—Lo vi —responde Malec, con una sonrisa pequeña pero sincera—. No como si estuviera físicamente ahí, pero sentí su presencia. Fue como si me hablara sin palabras, mostrándome que, aunque estemos separados, no estoy solo.

La esperanza comienza a brotar en mí, pero también la duda.

—¿Crees que yo pueda hacerlo?

—Por supuesto —dice con firmeza, colocando una mano en mi hombro—. Pero requiere práctica y paciencia, Bell. No puedes forzar este estado; tienes que dejar que suceda.

Respiro hondo, intentando calmar mis pensamientos.

—Está bien. Quiero intentarlo.

—Perfecto. —Malec se acomoda en el césped, frente a mí—. Cierra los ojos. Respira profundo. Déjate llevar por mi voz.

Obedezco, cerrando los ojos mientras el sonido del jardín se apaga lentamente. La voz de Malec es suave y constante, guiándome paso a paso.

—Respira profundamente... siente tu cuerpo relajarse. Deja que los pensamientos fluyan como un río, sin detenerlos, sin aferrarte a ellos.

Por un momento, no ocurre nada. Pero de repente, siento un leve hormigueo, como si una corriente cálida recorriera mi piel. Algo cambia dentro de mí; es sutil, pero innegable. Es como si mi mente se apartara de mi cuerpo, deslizándose hacia un lugar más profundo.

—Eso es... sigue así —dice Malec, aunque su voz suena distante, casi como un eco.

El mundo se desvanece a mi alrededor, reemplazado por algo oscuro pero no aterrador. Es cálido, envolvente, y en medio de esa negrura empiezo a ver algo. No estoy seguro de qué es, pero parece importante.

Un hombre aparece frente a mí en esta ensoñación. Su presencia es imponente pero tranquilizadora. Tiene cabellos rubios cenizos que caen con suavidad sobre sus hombros, ojos de un violeta hipnotizante y una barba bien cuidada que le da un aire sabio. Sus mantos parecen estar hechos de galaxias: tonos morados y negros que brillan como estrellas en movimiento.

El aire alrededor de él es cálido, envolvente, como si la calma misma hubiera tomado forma. Su aura tiene algo diferente, algo que me recuerda a mi padre, pero con más solemnidad.

—La oscuridad tiene ojos que todo lo ven, y desde ella te hablo, hijo de Morfeo —dice con una voz que resuena en mi mente más que en mis oídos—. Soy Hypnos, hermano de tu padre, y he venido a guiarte.

Siento mi respiración detenerse por un instante. Hypnos... el dios del sueño profundo, el hermano mayor de Morfeo. Su mirada parece atravesarme, como si supiera más de mí de lo que yo mismo entiendo.

—El destino del yelmo está sellado en un castillo, pero no uno común. Este es un refugio donde los ecos de un actor perduran... —sus palabras me desconciertan, pero antes de que pueda preguntar, él sonríe con dulzura y continúa.

—Busca el río que baja hacia el este, donde las aguas brillan como plata y los árboles se inclinan en reverencia a las montañas. Allí, en las sombras de un castillo antiguo, un hombre que jugó a un detective construyó su morada.

Mi mente intenta procesar lo que dice, pero las palabras parecen enredarse entre lo literal y lo enigmático.

—¿De qué habla...? —murmuro, con más confusión que claridad.

—No lo olvides: fue un hombre con una gran barba, pero no solo de esa apariencia vivió, sino que sus palabras fueron escritas en el teatro de la mente.

Intento interrumpirlo, hacer preguntas, pero su voz es como una corriente imparable.

—La piedra del castillo guarda secretos antiguos. No es solo un refugio, sino un teatro de historias. En sus catacumbas, los fantasmas del pasado susurran.

Su tono se vuelve más solemne, como si cada palabra estuviera cargada de significado.

—Donde las montañas se encuentran con el río y el sol acaricia las rocas, encontrarás lo que buscas. Ve donde el agua y las sombras se abrazan. Allá, bajo el cielo del este, el eco de un hombre que interpretó al detective aún resuena.

Su figura comienza a desvanecerse, pero su presencia sigue llenando el lugar. Intento gritar, pedir más respuestas, pero no puedo moverme ni hablar. La visión se disuelve, dejándome en un vacío silencioso que poco a poco se desvanece junto con mi trance.

Abro los ojos de golpe, jadeando. Estoy de vuelta en el jardín, con Malec mirándome preocupado.

—¿Qué viste? —pregunta, su voz tensa pero expectante.

Me llevo una mano a la cabeza, intentando ordenar mis pensamientos.

—Hypnos... —respondo finalmente—. Fue él quien me habló. Y creo que sé dónde está el yelmo.

☆゚⁠.⁠*⁠・⁠。゚

Estamos reunidos alrededor de la mesa en la sala común del hotel. Percy despliega un mapa del este de Estados Unidos sobre la mesa y lo aplana con ambas manos. Sus ojos brillan de emoción, como si estuviera conectando las piezas de un rompecabezas que solo él puede ver.

—Creo que sé de qué castillo hablaba Hypnos —dice, con una confianza que no habíamos visto en días.

Nico, que está sentado a su lado, lo mira con curiosidad.

—¿Cómo lo sabes? —pregunta, inclinándose hacia él.

Percy sonríe de lado, como si estuviera a punto de revelar algo importante.

—Porque mencionó a un hombre que jugó a un detective. Y no cualquier detective, sino Sherlock Holmes.

—Espera, ¿cómo sabes eso? —interviene Tommy, mirando a Percy con incredulidad.

—Me gustan las obras y los filmes antiguos, ya sabes. Y William Gillette, un actor del siglo XIX, fue uno de los primeros en interpretar a Sherlock Holmes en el teatro —explica Percy, señalando una zona en el mapa—. Construyó un castillo en Connecticut, cerca del río Connecticut.

—¿Tú sabes eso porque... te gusta Sherlock Holmes? —pregunto, algo desconcertado.

—Sí, Nico y yo hemos visto sus obras y hablamos de Gillette más de una vez —responde Percy con una sonrisa, lanzándole una mirada a Nico, quien asiente ligeramente.

—Es verdad. Es raro, pero Percy tiene un punto. Si Hypnos mencionó un hombre con barba que interpretó a un detective, Gillette encaja perfectamente —añade Nico, cruzando los brazos y mirando el mapa con interés renovado.

Malec asiente, su semblante serio pero animado.

—El castillo también cumple con las otras pistas: está rodeado de montañas, tiene vistas al río, y se dice que hay túneles y pasadizos ocultos debajo de él.

—Catacumbas... —susurro, recordando las palabras de Hypnos.

Percy golpea suavemente el mapa con el dedo.

—Y no olviden lo de "un refugio donde los ecos de un actor perduran". El Gillette Castle es literalmente eso. Es como un monumento a su legado.

Nico levanta una ceja, con un destello de orgullo en sus ojos.

—¿Ves? A veces ver esas cosas contigo tiene sus ventajas.

Percy sonríe y se inclina hacia él, rozándole la mano de forma casual.

—Siempre hay ventajas cuando estás conmigo.

Tommy hace un sonido exagerado de disgusto.

—¡Corten la escena romántica! Estamos hablando de un yelmo, no de su relación.

—Sí, claro, lo sentimos —responde Percy, aunque no parece realmente arrepentido.

Malec carraspea para recuperar la atención.

—Entonces, ¿es oficial? ¿Nos dirigimos a Connecticut?

Asiento, sintiendo que las piezas finalmente encajan.

—Sí. Si Hypnos nos dio esas pistas, tiene que ser ese castillo.

Percy recoge el mapa y lo dobla cuidadosamente.

—Perfecto. Entonces vámonos.

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