Si sobrevives al veneno de okniton, ¿aún te queda sueño?
Capítulo 10
La mañana llegó como cualquier otra. Al abrir los ojos, noté a Elizabeth en la habitación, concentrada en una pequeña caja de madera que sostenía en sus manos. Dentro había algunas frutas, inciensos y todo lo necesario para montar un altar. No entendía si estaba preparando algo para Artemisa o qué estaba haciendo exactamente en ese momento, pero decidí no interrumpirla. Jessamy voló hasta mí y se acomodó en mis piernas.
—Lord Morfeo tiene un don para hacer que sus hijos sean tan bonitos —dijo con alegría, aleteando emocionada.
—Gracias —respondí, algo nervioso. Alex y Desiree volaron hasta donde estaba Jessamy.
—Jess, él es Alex, el cuervo de Oribell —dijo Desiree con entusiasmo.
—Me alegra saber que tiene a su cuervito. Lord Morfeo estará feliz de ver que se llevan tan bien.
Jessamy se posó un poco más alto en mis piernas, mirando a Alex y Desiree con una mezcla de curiosidad y diversión.
—Es curioso, ¿no? —comentó mientras observaba cómo Alex y Desiree se acomodaban cerca de ella—. Los hijos de Morfeo siempre tienen algo... peculiar, pero también hay algo especial en cada uno.
Miré a Elizabeth, que seguía preparando el altar, su concentración era total, como si estuviera en una especie de trance. No podía evitar preguntarme qué tipo de conexión tenía con nuestro padre, Morfeo. Aunque sabía que era su hija, a veces me sorprendía la facilidad con la que trataba con los dioses y sus enigmas. No era como los demás, eso era seguro.
—¿Tú crees que realmente Morfeo se preocupe por nosotros? —le pregunté, sin querer sonar demasiado curioso, pero la pregunta había estado rondando mi mente.
Elizabeth dejó de preparar el altar por un momento, mirándome con una expresión que no supe interpretar.
—Morfeo es... diferente —respondió, como si las palabras no pudieran encapsular todo lo que sentía. —A veces me pregunto si realmente le importa todo esto. Pero lo que sé es que hay algo en nosotros, en sus hijos, que va más allá de las expectativas de los dioses. Somos más que lo que ellos esperan de nosotros.
Fue un momento silencioso, en el que todos se quedaron mirando el altar que poco a poco comenzaba a tomar forma. Jessamy había cerrado los ojos y parecía escuchar algo, una presencia o susurros que solo ella podía oír.
— ¿Para Hypnos? — pregunté, confundido, mientras observaba la caja que Elizabeth había dispuesto cuidadosamente sobre el altar. No esperaba que fuera para él. — ¿Qué tiene que ver Hypnos con todo esto?
Elizabeth sonrió de nuevo, pero esta vez con una expresión que casi rozaba la diversión, como si estuviera jugando con un secreto que solo ella conocía.
— Bueno, si hay algo que he aprendido de tener un padre como Morfeo —dijo mientras sacaba más cosas de su mochila, que claramente era más una despensa mágica que una simple mochila— es que los dioses tienen sus propios métodos de actuar. A veces, ni siquiera ellos saben cómo conectarse con sus propios hijos. Pero Hypnos... él puede hacer más que dormir a la gente, ya sabes. En realidad, puede influir en las decisiones de los que están entre sueños y vigilia. Y en este momento, necesitamos su ayuda para que las cosas sigan en curso.
Mientras hablaba, comenzó a sacar trozos de fruta seca, unas hojas que no pude identificar y un poco de miel en un pequeño tarro. Todo parecía tener un propósito, aunque yo no lo entendiera completamente.
— ¿Vas a hacer una especie de ritual? — pregunté, aún sin comprender por completo, pero intrigado por la atmósfera que Elizabeth estaba creando.
— Exacto — respondió ella, sin dejar de colocar cada cosa en su lugar. — Es una plegaria, sí, pero también un ofrecimiento. Un agradecimiento por el favor que necesitamos. Si Hypnos responde... las cosas podrían ser más fáciles. Si no... bueno, sigamos con lo que tenemos.
De repente, me sentí un poco abrumado. No solo por la preparación, sino por lo que eso significaba. Elizabeth estaba actuando como si todo fuera más simple de lo que realmente era. Mientras me quedaba observando, Jessamy voló hacia el altar y comenzó a emitir un suave canto, algo que sonaba como un susurro entre sueños, pero que parecía invocar algo mucho más profundo. El cuervo se inclinó un poco hacia Elizabeth, como si esperara alguna señal para continuar.
— Tú sabes cómo invocar a Hypnos —dije, más para mí mismo que para ella, pero Elizabeth me miró con una sonrisa en los labios, como si hubiera adivinado lo que pensaba.
— Aprendí de los mejores — respondió con una ligera risa. — Pero no es solo invocar. Hay algo más que debe fluir entre nosotros y ellos.
La tensión en el aire aumentó mientras se preparaba lo que parecían ser los últimos pasos del ritual. Sentí que el espacio se cargaba de una energía sutil, pero poderosa. Podía notar el cambio, aunque no entendía completamente lo que estaba ocurriendo.
Y entonces, en un susurro casi imperceptible, Elizabeth habló, como si estuviera invocando a un dios desde las profundidades de su alma:
— Hypnos, si aún estás observándonos, escucha nuestras plegarias. Que el sueño sea el camino que nos guíe. Que tus sombras no nos ahoguen, sino que nos protejan.
Me quedé en silencio, observando cómo las sombras que se desprendían de la sala parecían cobrar vida. Una presencia diferente se sentía en el aire, como si el mismo sueño hubiera comenzado a envolvernos.
El ritual había comenzado. Y con él, un sentimiento extraño de calma comenzó a llenar la habitación, mientras las luces suaves de las velas parpadeaban, creando figuras sombrías que parecían bailar en las paredes.
La habitación quedó sumida en un silencio extraño, como si el tiempo mismo hubiera suspendido su curso por un momento. Elizabeth observó el altar con una expresión serena, casi como si estuviera esperando una señal, pero en su mirada ya había algo más, algo que me hizo pensar que ya sabía que Hypnos había escuchado su plegaria.
Aún no había nada tangible, ningún dios o espíritu apareciendo frente a nosotros, pero Elizabeth asintió levemente, como si estuviera recibiendo una respuesta silenciosa. Los cuervos a su alrededor parecían moverse inquietos, como si algo estuviera a punto de suceder.
— Ya lo sé — susurró, casi para sí misma, antes de volverse hacia los demás. — Es hora de despertar.
Se acercó a la cama donde Lissandro estaba dormido, mirando su rostro adormilado con una suavidad que contrastaba con la energía que ahora sentía en el aire. Elizabeth tocó ligeramente su hombro, suficiente para hacer que despertara. Él parpadeó, confuso al principio, pero sus ojos se aclararon rápidamente cuando vio el entorno y la expresión de Elizabeth.
— ¿Qué pasa? — preguntó Lissandro, frotándose los ojos, claramente desconorientado.
— Es hora de que todos despierten — respondió Elizabeth, su voz seria, pero sin perder ese toque de calma que parecía rodearla. — Hay cosas que aún necesitamos hacer.
Uno por uno, despertó a los demás: Malec, que todavía tenía la marca de la herida de la criatura; Tommy, quien, al parecer, no había dormido mucho, y Will, que se incorporó con rapidez. Percy y Nico, los últimos en despertar, se sentaron en la cama con un aire de confusión, sin entender del todo lo que estaba ocurriendo.
— ¿Elizabeth? — preguntó Nico, su voz algo adormilada, pero con la misma intensidad que siempre. — ¿Qué sucede?
Elizabeth tomó una respiración profunda, mirando a cada uno de los chicos mientras hablaba.
— Necesitamos regresar al Campamento Mestizo, ahora — dijo, con la determinación en su mirada. — para que las cosas sigan su curso, debemos entregar los dos elementos de la velación a Morfeo: el yelmo y la arena. Son necesarios para completar lo que ya hemos comenzado.
Un murmullo recorrió la habitación. El yelmo y la arena. Esa misión aún no había terminado, y lo sabíamos todos. Pero la urgencia en la voz de Elizabeth hacía que el peso de la situación se sintiera más cercano.
— Está bien — dijo Lissandro, poniéndose de pie con rapidez. — Pero necesitamos un plan. No sabemos qué nos espera en el camino de vuelta al campamento.
— No nos queda tiempo para planes largos — respondió Elizabeth con una sonrisa triste. — Lo que hacemos ahora es lo único que importa. Tenemos que salir antes de que las cosas se compliquen aún más.
Tommy se levantó también, mientras se acercaba a Elizabeth, claramente decidido.
— Entonces, vamos— dijo él, dándole una sonrisa suave. —
Elizabeth asintió y con un último vistazo a todos, se giró hacia la ventana.
— Jessamy, ¿estás lista? — preguntó, y el cuervo negro voló hacia ella, posándose en su hombro.
— Vamos, es hora de irnos.
☆゜・。。・゜゜・。。・゜★
Caminamos en silencio, siguiendo a Elizabeth mientras se deslizaba entre los árboles con una agilidad que solo alguien con el don de Artemisa podría tener. Cada uno de nosotros mantenía una distancia respetuosa, como si temiera interrumpir la concentración de la chica, que parecía completamente conectada con el bosque que nos rodeaba. El aire fresco de la mañana se colaba entre las hojas, y el suave crujir de las ramas bajo nuestros pies era lo único que rompía el silencio. La luz se filtraba entre las copas de los árboles, creando patrones que danzaban en el suelo, pero nadie hablaba. Todos estábamos demasiado concentrados en no perder de vista a Elizabeth, pero también en nuestras propias inquietudes. Nadie quería admitirlo, pero todos estábamos preocupados. No sabíamos qué nos esperaba en el camino hacia el Campamento Mestizo, y después de lo que pasó con los monstruos en el autobús, las últimas cosas que queríamos eran más ataques sorpresivos.
Alex, por supuesto, había sido un chismoso en ese viaje. Aún recordábamos cómo terminó todo. Por eso, Elizabeth parecía tener claro que lo mejor era seguir por rutas más naturales y alejadas de caminos transitados. De hecho, había sugerido hacer todo el trayecto por el bosque, lo cual nos parecía la opción más sensata en ese momento.
— No más autobuses — murmuró Tommy en voz baja, casi como si el pensamiento de estar atrapados en otro vehículo lo hubiera hecho temblar. Will asintió con una sonrisa tensa, recordando la situación caótica en la que casi habíamos perdido la vida.
Elizabeth, sin embargo, no parecía mostrar señales de cansancio ni de duda. Ella simplemente seguía avanzando, moviéndose entre los árboles con tal soltura que parecía que las raíces mismas le conocían. Su concentración era palpable, y aunque no decíamos nada, sabíamos que estaba guiándonos por el único camino que podía llevarnos al Campamento Mestizo sin complicaciones adicionales. De vez en cuando, Elizabeth se detenía por un segundo, tocando una rama o una hoja, como si estuviera conectada con algo más grande. Parecía leer el terreno, sentir las vibraciones del bosque, tal vez hasta escuchar lo que las sombras del lugar susurraban. En su rostro no había miedo, solo una calma que contagiaba. Sin embargo, todos sabíamos que bajo esa calma, había una presión, un sentido de urgencia que no estaba siendo verbalizado. Nadie quería que los elementos de la revelación cayeran en manos equivocadas.
Al cabo de unas horas caminando en silencio, las tensiones empezaron a aflorar.
— ¿podemos descansar? — preguntó Percy, finalmente rompiendo el silencio. Su voz estaba cansada, pero aún mantenía la misma determinación.
Elizabeth hizo una señal de silencio con la mano, deteniéndose por un momento para escuchar.
— en un rato más— dijo finalmente, sin girarse. — debemos seguir siendo cautelosos. Aquí no estamos solos.
Nadie dijo nada, pero todos sabíamos a qué se refería. Algo en el aire había cambiado, y aunque aún no sabíamos qué, una sensación de peligro comenzaba a calar en nuestros huesos.
El ambiente estaba tenso, cargado de esa quietud extraña que siempre precede a un enfrentamiento. El crujir de las ramas bajo nuestros pies era lo único que rompía el silencio, y cada uno de nosotros se mantenía vigilante, como si el simple acto de respirar pudiera atraer algo que no queríamos ver. La naturaleza a nuestro alrededor se sentía diferente, más densa, como si los árboles mismos estuvieran observándonos. A lo lejos, un ruido extraño rompió la monotonía del bosque: algo crujió, como si algo pesado se deslizara entre las sombras. Elizabeth se detuvo en seco, levantando la mano para indicarnos que nos quedáramos quietos.
— Escuchen — susurró, y todos nos quedamos en silencio absoluto.
En ese momento, la sensación de estar siendo observados se intensificó. Mis sentidos estaban alerta, y por un segundo, me sentí vulnerable, como si todo lo que nos había mantenido a salvo hasta ese momento estuviera a punto de desmoronarse. Los árboles a nuestro alrededor parecían cerrarse más, como si nos estuvieran rodeando.
De repente, el ruido se repitió, esta vez más cercano. Algo se movía entre los árboles, y no era el viento.
— ¿Qué fue eso? — murmuró Nico, apretando la mano de Percy, quien le devolvió un gesto firme, pero con los ojos llenos de tensión.
— No lo sé — respondió Elizabeth, su voz baja y firme. — Pero debemos estar preparados para cualquier cosa.
El aire se tensó aún más, y todos nos preparamos para lo peor. Sabíamos que no estábamos solos, y la amenaza de lo desconocido nos pesaba a todos en el pecho. Sin decir una palabra más, Elizabeth nos hizo una señal para que nos cubriéramos. Todos nos esparcimos, buscando el mejor punto de defensa en el que pudiéramos reaccionar rápidamente. El bosque, en ese momento, parecía completamente inmóvil, como si todo estuviera esperando el próximo movimiento. Las sombras entre los árboles se alargaban, y el aire se volvía cada vez más denso, como si la atmósfera misma nos estuviera presionando. Sin embargo, todo seguía en silencio... hasta que un sonido muy bajo, como un susurro, llegó a mis oídos.
Algo se acercaba, y no iba a ser amable.
— ¡Niños! — La voz resonó, y nuevamente apareció el hombre rubio de cabellos desordenados y barba. — ¡Mi gallinita hermosa! — dijo mirando a Elizabeth con una sonrisa amplia. — Estoy aquí para ayudar a tu hermano el pingüino.
— ¿Pingüino? — Malec soltó un suspiro exasperado. — No soy un pingüino.
— Lo eres — dijo el hombre con una sonrisa burlona. — Tu mechón blanco es igualito al de un pingüino. Elizabeth parece una gallina, y Oribell es un pichón.
No entendía nada de lo que estaba pasando, pero el tipo no parecía dispuesto a explicarse.
— ¿Qué demonios estás diciendo? — preguntó Tommy, frunciendo el ceño, claramente confundido.
El hombre rubio, sin perder el ritmo, se inclinó hacia Elizabeth como si fuera una charla íntima y dijo, sin dejar de sonreír:
— Claro, claro, siempre lo mismo, pero no tengo tiempo para discusiones filosóficas sobre aves. Mi misión es ayudar, ¿verdad, Elizabeth? — preguntó, medio en tono de broma, medio en serio.
— ¡No soy una gallina! — replicó Elizabeth, visiblemente molesta, dando un paso hacia él. En ese momento, parecía mucho más interesada en defender su honor aviar que en escuchar cualquier otra cosa.
El hombre se encogió de hombros, como si ya hubiera esperado esa reacción.
— Lo que digas, querida — dijo, guiñando un ojo. — Pero el pingüino tiene razón, tenemos cosas que hacer. No tengo tiempo para perder.
Lissandro, que hasta ese momento había permanecido en silencio, soltó una risa burlona.
— ¿Este tipo está realmente aquí para ayudarnos? — preguntó, mirando a Elizabeth con una mezcla de incredulidad y desconcierto. — Pensé que íbamos a enfrentar algo mucho más serio.
Elizabeth suspiró, mirando al hombre como si fuera una constante en su vida y no pudiera hacer nada al respecto.
— Lo es — respondió sin muchas ganas, cruzándose de brazos. — Aunque sinceramente, no tengo idea de cómo.
El hombre rubio, con una actitud de "yo soy el salvador", se giró hacia nosotros, extendiendo los brazos como si esperara ser aplaudido.
— ¡Entonces! ¿Quién necesita ayuda? — dijo con entusiasmo, como si fuera la misión más importante del día.
Nos miramos entre nosotros, sin saber si este tipo realmente iba a ayudarnos o si solo iba a complicar aún más las cosas.
— Tío, necesitamos ayuda con Malec. Una de las pesadillas de Okniton lo hirió de gravedad. Parece que es algo relacionado con veneno. Solo pude hacer un brebaje temporal, pero no creo que pueda ayudarlo sin tu ayuda —dijo Elizabeth, mirando a Hypnos con seriedad.
Hypnos asintió, su rostro tomando una expresión más grave.
— La cosa es seria —respondió, haciendo una pausa mientras nos dábamos un respiro. — Bien, primero vamos a revisar la herida.
Nos acercamos a Malec, y al ver la herida, el rostro de Hypnos se oscureció un poco más. Era peor de lo que habíamos imaginado. La piel a su alrededor estaba de un tono verdoso, y su respiración era irregular.
— Bien, puedo ayudar —dijo Hypnos después de un momento de silencio, su tono serio. — Pero es posible que el veneno deje secuelas. Okniton no es precisamente un buen hermano menor, y dudo que esto sea fácil. Pero haré lo que pueda.
Elizabeth asintió, aliviada de que al menos tuviera una oportunidad de salvar a Malec.
— Haz lo que puedas, por favor —dijo, su voz temblando ligeramente.
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