La prueba de los sueños: efectos secundarios incluidos

Capítulo 11

Hypnos había estado preparando aquel brebaje, y no podía evitar pensar en lo diferentes que eran los hermanos oníricos. Él, Hypnos, irradiaba alegría y un brillo peculiar, como un golden retriever lleno de entusiasmo. Morfeo, por su parte, tenía un aura de misterio, era reservado y demasiado serio, tal vez como un elegante gato negro. Y Okniton... bueno, Okniton era cruel y despiadado. Compararlo con algo resultaba complicado, pero sin duda, representaba la maldad en su forma más pura.

—Listo —dijo Hypnos, mirando hacia donde Malec estaba recostado. Nos encontrábamos en un claro improvisado dentro del extenso bosque de Connecticut. Su mirada era seria mientras añadía—: Solo quiero advertirles algo: esto no funcionará simplemente "porque sí". Tendrán que dar algo a cambio.

—¿Algo a cambio? —preguntó Tommy, mirando a Hypnos con el ceño fruncido—. Yo haré lo que sea por Malec —añadió con determinación en su voz.

—Buena respuesta, niño lindo —respondió Hypnos con una leve sonrisa—. Pero no basta con querer. Deben expresar lo que realmente hay en sus corazones, ser honestos y, sobre todo, enfrentar una prueba.

—¿Qué tienen los dioses con las pruebas? —murmuró Lissandro con fastidio, cruzándose de brazos antes de suspirar—. Bien, haremos lo que sea necesario por Malec.

—Perfecto. Los pondré en un estado REM para que todo esto funcione. Mucha suerte y, por favor, tengan cuidado. Los sueños son más que simples imágenes; todo lo que hagan allí tendrá consecuencias. Buena suerte.

Hypnos esbozó otra de sus enigmáticas sonrisas antes de que, de repente, todo se volviera oscuro.

Desperté, y al abrir los ojos, me encontré en el departamento de Nueva York. Todo era tan familiar, pero a la vez extraño. Allí estaba papá, de pie en la cocina, como tantas veces antes. Pero algo no encajaba.

—Papá —llamé, mi voz temblando ligeramente.

Él no respondió de inmediato, concentrado en lo que parecía estar cocinando. Cuando finalmente me miró, noté algo en su expresión, algo que me resultaba dolorosamente familiar: una especie de tristeza contenida, como si estuviera cargando con un peso invisible.

Por un instante, me pregunté si todo lo que había vivido en los últimos días había sido un sueño. ¿Era esto la prueba de la que Hypnos había hablado? ¿O simplemente estaba atrapado en una cruel ilusión?

—Papá... ¿qué está pasando? —pregunté, dando un paso hacia él. La sensación de familiaridad seguía ahí, pero no podía ignorar el peso de la incertidumbre que colgaba en el aire.

Él se giró lentamente, dejando de lado el cuchillo con el que estaba cortando verduras. Su mirada me atravesó, llena de una melancolía que no podía comprender del todo.

—Oribell —dijo, su voz grave, como si pronunciar mi nombre le doliera—. ¿Qué estás haciendo aquí? Pensé que ya lo habías aceptado.

—¿Aceptar qué? —respondí, confundido. Mis manos temblaban, y apreté los puños para contener el pánico creciente—. ¿Qué se supone que debo aceptar?

Él suspiró, pasándose una mano por el rostro, como si estuviera cansado de explicarlo.

—Tu conexión con Morfeo. Tu papel en todo esto —dijo finalmente, su tono cargado de una mezcla de resignación y preocupación—. Siempre has dudado de ti mismo, Oribell. No crees que eres lo suficientemente fuerte, ni lo suficientemente digno.

Sus palabras me golpearon como un puñal. Él tenía razón. Había pasado toda mi vida dudando, cuestionándome si realmente estaba destinado a algo más grande o si simplemente era un error, un eslabón débil en la cadena.

—No lo entiendo —murmuré, retrocediendo un paso—. ¿Cómo voy a cumplir esta misión si no sé ni por dónde empezar? ¿Cómo puedo ser alguien digno de estar relacionado con Morfeo?

Él me observó en silencio por un momento antes de hablar.

—Esa es tu prueba, hijo. No se trata de lo que los demás esperan de ti, ni siquiera de lo que Morfeo espera. Se trata de lo que tú crees de ti mismo.

De repente, la cocina pareció desvanecerse, y todo a mi alrededor se tornó oscuro. Sólo quedábamos mi padre y yo, flotando en un vacío infinito.

Me quedé quieto frente a la inmensa figura de Morfeo, con la garganta seca y las manos temblorosas. La presión de su mirada, o lo que fuera que me observaba, me obligaba a hablar. No había escapatoria.

—Tengo miedo —admití en un susurro, bajando la cabeza. Mi voz sonaba pequeña, rota, pero no podía detenerme—. Tengo miedo porque... porque siento que no soy suficiente.

La figura de Morfeo no se movió, pero su presencia seguía aplastándome. Cerré los ojos con fuerza, tratando de juntar las palabras, mientras todo lo que había reprimido comenzaba a desbordarse.

—Todo lo que hago parece empeorar las cosas. Cada decisión que tomo, cada paso que doy, solo siento que estoy llevando a los demás al desastre. No puedo hacer ni la mitad de lo que ellos hacen. Malec, Lissandro, incluso Tommy... ellos siempre parecen saber qué hacer, siempre parecen más fuertes, más preparados.

Respiré hondo, con la garganta cerrándose mientras las lágrimas comenzaban a brotar de mis ojos.

—Y yo... yo solo soy Oribell. El chico que no sabe cómo manejar su propia sombra, el que siempre duda, el que no puede estar a la altura de un legado que nunca pidió. ¿Cómo se supone que puedo enfrentar esto? ¿Cómo puedo ser digno de alguien como tú?

El vacío se mantuvo en silencio por unos largos instantes. Me sentía expuesto, como si hubiera abierto mi pecho y dejado mi corazón al descubierto. Pero, en ese momento, la voz de Morfeo resonó, profunda y llena de calma.

—Oribell —dijo con una suavidad que no esperaba—. El miedo no te hace débil. La duda no te hace menos digno. Lo que importa no es lo que crees que no puedes hacer, sino lo que decides hacer a pesar de ello.

Levanté la mirada, sorprendido. Morfeo ya no parecía tan imponente, aunque su presencia seguía siendo abrumadora.

—Eres más fuerte de lo que piensas, no porque no tengas miedo, sino porque estás aquí, enfrentándolo —continuó—. La fortaleza no es la ausencia de dudas, Oribell, sino la voluntad de seguir adelante a pesar de ellas.

Sentí que algo dentro de mí se aflojaba, como si una cadena invisible se rompiera. Las lágrimas seguían cayendo, pero esta vez no eran solo de miedo o desesperación; había algo más, algo que comenzaba a crecer lentamente.

—Pero... ¿y si fallo? —pregunté de nuevo, mi voz apenas un murmullo.

Morfeo dio un paso hacia mí, inclinándose ligeramente.

—Todos fallan, Oribell. Incluso los dioses. Lo importante no es el fallo, sino lo que aprendes de él. Así que dime, ¿qué decides hacer?

Lissandro

No, no, no.

Ese pensamiento resonaba en mi cabeza como un eco interminable, un grito desesperado que nunca se apagaba. Las imágenes de aquella fatídica noche volvían a mí con una claridad que dolía. Han pasado diez años, pero los recuerdos seguían persiguiéndome, aferrándose a mi pecho como un ancla que no me dejaba respirar.

Vi el reflejo de su rostro, el miedo en sus ojos, la súplica que nunca llegó a pronunciar. Mi madre. El dolor de su pérdida era como una herida abierta que jamás terminaba de sanar.

La culpa me consumía.

Pude haberla ayudado.
Pude haber hecho más.

Pero no lo hice.

Era solo un niño, un chico de ocho años atrapado en un caos que no podía comprender ni controlar. Me repetía esas palabras, como si decirlas una y otra vez pudiera aliviar el peso que llevaba en mis hombros. Pero nunca funcionaba.

—Eras solo un niño —me dije en voz baja, como si intentara convencerme a mí mismo, pero ni siquiera yo creía en esa excusa. Porque, aunque era cierto, no cambiaba lo que sentía.

El fuego, los gritos, la sensación de impotencia... todo volvía en oleadas, dejándome sin aire, dejándome sin fuerzas.

—Lissandro... —una voz suave rompió mis pensamientos. Miré a mi alrededor, pero no había nadie. Solo un vacío oscuro, interminable.

Cerré los ojos, tratando de bloquear todo, pero las imágenes seguían allí, como si mi mente se empeñara en castigarme.

Pudiste haber hecho algo.
Pudiste haber sido más fuerte.
Pudiste haberla salvado.

Las palabras eran crueles, pero eran mías.

El vacío pareció murmurar algo, una presencia desconocida que sabía exactamente cómo desgarrar lo poco que quedaba de mi coraje.

—Si hubieras sido más fuerte... ella seguiría viva.

La voz no era mía, pero decía lo que ya pensaba. La desesperación creció en mi interior, y un grito ahogado escapó de mis labios.

¿Qué querían de mí?
¿Qué más podía haber hecho?

Me hundí de rodillas, atrapado entre el pasado y la oscuridad que me rodeaba, incapaz de encontrar una salida, incapaz de perdonarme.

El vacío a mi alrededor se llenó de un calor asfixiante, como si el aire mismo ardiera con una intensidad que hacía difícil respirar. Frente a mí, las sombras comenzaron a retorcerse, y de ellas emergió una figura imponente: un hombre de complexión robusta, con una armadura manchada de sangre y ojos encendidos como brasas.

Ares.

—¿Esto es todo lo que puedes hacer, Lissandro? —su voz retumbó, grave y burlona, como si se regodeara en mi sufrimiento—. ¿Caer de rodillas y llorar como un niño?

Me tensé al escucharlo, pero no respondí. Mis manos se apretaron en puños sobre el suelo oscuro, y traté de mantener la compostura, aunque mi cuerpo temblaba.

—Siempre has sido así, ¿no? —continuó, dando un paso hacia mí—. Débil. Incapaz de proteger a quienes te importan.

—¡Cállate! —grité, alzando la cabeza para mirarlo con furia. Pero incluso mientras lo hacía, sabía que sus palabras me atravesaban porque eran verdades que yo mismo había creído durante años.

—¿Por qué? ¿Acaso no es cierto? —Ares cruzó los brazos, su expresión severa, implacable—. Sigues culpándote por lo que pasó con tu madre. Sigues reviviendo esa noche una y otra vez. Pero, dime, ¿qué logras con eso?

Abrí la boca para responder, pero no encontré palabras. Mi respiración era errática, y mi corazón latía con fuerza, como si estuviera a punto de estallar.

—Eras un niño, Lissandro. Ocho años. No tenías la fuerza para cambiar nada, y aun así, aquí estás, cargando con una culpa que nunca te perteneció —dijo, su tono más grave, más firme—. ¿Crees que tu madre querría verte así?

Su pregunta me golpeó con fuerza. Mi mente volvió a ella, a su sonrisa, a las veces en que me acariciaba el cabello y me decía que yo era su mayor orgullo. ¿Querría ella que viviera así, consumido por un dolor que no podía cambiar?

—No lo sé... —murmuré al fin, mi voz rota—. No sé cómo dejarlo ir.

Ares me observó en silencio por un momento antes de agacharse frente a mí. Su imponente figura era menos aterradora de cerca, aunque su presencia seguía pesando.

—Aceptar no significa olvidar —dijo con un tono más bajo, casi como un susurro—. Significa reconocer que no estaba en tus manos salvarla. No siempre podrás proteger a todos, y eso no te hace menos fuerte. Lo único que puedes hacer ahora es honrar su memoria y seguir adelante.

Las palabras se hundieron en mi pecho como un golpe, pero esta vez no dolieron. En cambio, sentí algo diferente: alivio. Un pequeño resquicio de luz en medio de tanta oscuridad.

—¿Cómo? —pregunté, mi voz apenas audible—. ¿Cómo sigo adelante?

Ares me miró con algo que casi parecía orgullo.

—Aceptando que la fuerza no está en cambiar el pasado, sino en enfrentarlo. Levántate, Lissandro. Demuestra que eres hijo mío, no por tu fuerza en batalla, sino por tu voluntad de seguir luchando, incluso contra ti mismo.

Respiré hondo, cerrando los ojos mientras las lágrimas seguían corriendo por mis mejillas. Poco a poco, me puse de pie. No porque sintiera que la culpa había desaparecido, sino porque, por primera vez, entendí que era hora de cargarla de otra manera.

Ares asintió, como si ese simple acto significara más de lo que yo podía comprender en ese momento.

—Has dado el primer paso —dijo, antes de que su figura comenzara a desvanecerse, llevándose con él la oscuridad que me rodeaba—. Ahora, sigue caminando.

Cuando abrí los ojos de nuevo, estaba de vuelta en el bosque, con los demás. Pero algo dentro de mí había cambiado. Por primera vez, sentí que podía respirar.

Tommy

El calor del sol era insoportable. Sentía cada rayo como si atravesara mi piel y llegara directo a mis pensamientos, iluminando cada rincón oscuro en el que había intentado esconderme. Miré alrededor, tratando de ubicarme, pero todo era un campo dorado interminable. Hermoso, sí, pero también inquietante.

Di un paso, y el suelo bajo mis pies se onduló como si fuera un lago. Antes de que pudiera reaccionar, mi reflejo apareció frente a mí, pero no era solo un reflejo. Era más joven, más despreocupado... más sincero.

—Sabes lo que me molesta de ti —dijo con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Lo miré con el ceño fruncido.

—¿Qué estás diciendo?

—Que eres un cobarde, Tommy.

El impacto de esas palabras fue como un golpe directo al pecho. Abrí la boca para responder, pero me quedé en silencio.

—Siempre te escondes detrás de esa sonrisa brillante y esos chistes tontos. ¿Pero a quién crees que engañas? —continuó, cruzándose de brazos—. Porque a mí no.

No sabía qué decir. Estaba atrapado, desnudo ante un espejo que me conocía mejor de lo que yo mismo quería admitir.

—No es verdad... —logré decir, aunque mi voz temblaba.

—Claro que lo es —me interrumpió, inclinándose hacia mí como si quisiera clavarme las palabras—. Te pasas la vida fingiendo que todo está bien, que nada te afecta, pero lo sabemos. Sabemos lo que sientes, aunque no quieras decirlo.

Mis manos comenzaron a temblar. No quería escucharlo, no quería que él—yo—pusiera en palabras lo que había estado enterrando.

—¿Por qué no puedes simplemente admitirlo? —insistió, con una mezcla de burla y tristeza en su voz—. ¿Tienes miedo de que él no te vea de esa manera? ¿O tienes miedo de que sí lo haga?

—¡Basta! —grité, retrocediendo un paso, pero el calor seguía intensificándose, como si el sol quisiera derretir lo poco que quedaba de mi fachada.

—No puedo decirle nada —susurré finalmente, mis palabras cargadas de una derrota que nunca había permitido salir.

Mi reflejo alzó una ceja, como si esperara más.

—No debo decirle nada.

—¿Por qué? —preguntó, esta vez con más calma—. Porque es más fácil así, ¿verdad? Fingir que no importa. Pero importa, Tommy. Siempre ha importado.

El paisaje comenzó a cambiar. El campo dorado desapareció, y de repente estaba de pie en el campamento. Frente a mí, Malec estaba sentado junto a una fogata, de espaldas a mí. La luz del fuego iluminaba su cabello y el contorno de su rostro, y mi pecho se apretó, como siempre pasaba cuando estaba cerca de él.

—Ahí está —dijo mi reflejo, ahora a mi lado, con las manos en los bolsillos—. Siempre lo miras como si fuera el sol mismo.

No pude responder. Mi mirada estaba fija en Malec, en la forma en que parecía tan tranquilo, como si fuera ajeno a todo el caos que yo sentía cada vez que estaba cerca.

—No necesitas decírselo ahora —dijo mi otro yo, con un tono más suave—. Pero al menos admítelo, Tommy. Admítelo para ti mismo.

Cerré los ojos y respiré hondo. Por primera vez, dejé que el pensamiento cruzara mi mente, claro como el día.

Sí, estoy enamorado de él.

Las palabras resonaron dentro de mí, como si al fin hubiera quitado un peso enorme de mis hombros. Mi reflejo me sonrió, y por primera vez, no parecía burlarse de mí.

—Ese es el primer paso —dijo antes de desvanecerse junto con todo a mi alrededor.

Cuando abrí los ojos, estaba de vuelta en el bosque, rodeado de los demás. El calor del sol seguía en mi piel, pero esta vez no era sofocante. Era cálido, reconfortante.

No sabía qué iba a pasar, pero al menos ya no iba a seguir huyendo.

Will

Cuando abrí los ojos, estaba de pie en la enfermería del Campamento Mestizo. Todo estaba exactamente como lo recordaba: los catres perfectamente alineados, el olor a hierbas medicinales flotando en el aire. Pero algo no estaba bien. El lugar estaba vacío, completamente en silencio.

Caminé hacia el centro de la sala, esperando escuchar algún ruido, algún indicio de vida, pero no había nada. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, una sensación de vacío llenándome el pecho.

—Siempre estás aquí, ¿verdad? —dijo una voz detrás de mí.

Me giré rápidamente y me encontré con alguien que me resultaba terriblemente familiar: yo mismo, pero no exactamente. Esta versión de mí tenía los ojos cansados, las manos cubiertas de manchas de sangre seca y una expresión de agotamiento que me hizo estremecer.

—¿Qué se supone que significa esto? —pregunté, aunque mi voz tembló un poco.

—Significa que nunca sales de este lugar —respondió mi otro yo, señalando alrededor—. Siempre estás aquí, curando, ayudando, salvando a los demás. ¿Y quién te salva a ti, Will?

Abrí la boca para responder, pero no encontré las palabras.

—Exacto —continuó, dando un paso hacia mí—. Nadie. Porque nunca te permites necesitar a alguien. Porque crees que si bajas la guardia, todo se va a desmoronar.

—Eso no es cierto —murmuré, aunque ni siquiera yo me creí mis propias palabras.

—¿No? —me retó, cruzándose de brazos—. Entonces dime, ¿cuándo fue la última vez que pensaste en lo que tú querías? En lo que tú sentías.

El aire se volvió más pesado, y la sala de la enfermería comenzó a desmoronarse a mi alrededor. Las paredes se desvanecieron, dejando solo un vacío infinito. De repente, aparecieron imágenes flotando a mi alrededor: Nico y Percy juntos, sonriendo, felices. Yo estaba ahí, a un lado, como siempre.

—Eres un buen amigo, Will. Eso es lo que siempre dicen, ¿verdad? —mi reflejo me miró con una mezcla de lástima y dureza—. Pero nunca eres más que eso. Nunca el primero. Nunca el importante.

—¡Eso no importa! —grité, aunque sentí que mi voz temblaba—. Nico y Percy son felices, y yo estoy bien con eso.

—¿De verdad lo estás? —preguntó mi reflejo, inclinando la cabeza—. ¿O solo te convences de que es suficiente porque no sabes cómo pedir más?

Sentí un nudo en el estómago. No quería pensar en esto, no quería admitir que había momentos en los que me sentía... solo.

—No puedo ser egoísta —dije en voz baja—. Ellos me necesitan. Todos me necesitan.

—Pero tú también necesitas algo, Will —mi reflejo dio un paso hacia mí y me miró directamente a los ojos—. Necesitas entender que no puedes curarlo todo. Que no siempre tienes que ser el fuerte. Y que está bien querer algo para ti.

Las imágenes alrededor comenzaron a desvanecerse, y el vacío se llenó con una calidez que me envolvió como un abrazo. Cerré los ojos, dejando que las palabras se hundieran en mí. Cuando los abrí de nuevo, estaba de vuelta en el bosque. Los demás seguían allí, despertando de sus propias pruebas. Sentí una calma que no había experimentado en mucho tiempo, como si algo dentro de mí hubiera encontrado su lugar.

Percy

Cuando abrí los ojos, estaba de pie en el fondo del océano. Todo era tranquilidad, un mundo de sombras azuladas que se movían con el vaivén de las corrientes. Pero esa paz no duró mucho. De repente, el agua se volvió turbia, oscura, y una voz resonó en mi mente.

—¿Por qué siempre tienes que ser el héroe, Percy?

La voz era mía, pero sonaba más dura, casi acusatoria. Frente a mí apareció una figura: yo mismo, pero con un aire más cansado, más golpeado por las batallas.

—¿Qué estás diciendo? —pregunté, tratando de mantener la calma.

—Lo sabes perfectamente —respondió mi reflejo, señalándome con el dedo—. Siempre te pones en el centro de todo. Siempre tienes que salvar a todos, incluso cuando no puedes. ¿Por qué?

—Porque si no lo hago, nadie más lo hará —respondí, mi voz alzándose con una mezcla de frustración y convicción.

—¿Y quién te dijo eso? —preguntó mi otro yo, dando un paso hacia mí—. ¿Quién decidió que tú eras el único que podía soportar todo?

Quise responder, pero las palabras se atascaban en mi garganta.

—¿Qué pasa si un día fallas? —continuó mi reflejo, su voz como un cuchillo—. ¿Qué pasa si no puedes proteger a Nico?

El agua a mi alrededor comenzó a arremolinarse, formando imágenes. Vi a Nico de pie, su rostro pálido y lleno de dolor. Luego vi a Annabeth, Grover, mi madre... Todos ellos heridos, mirándome con una mezcla de decepción y tristeza.

—¡No voy a fallar! —grité, aunque mi voz sonó más como una súplica que como una declaración.

—No puedes prometer eso —dijo mi reflejo, y esta vez su tono era más suave, casi compasivo—. No eres invencible, Percy. Y está bien. No necesitas serlo.

El remolino de agua se detuvo, y las imágenes desaparecieron. Solo quedaba mi reflejo y yo, flotando en un océano que ahora parecía más claro.

—Confía en ellos —dijo mi otro yo, mirándome directamente a los ojos—. Confía en Nico. Confía en los demás. Ellos no necesitan un héroe perfecto. Te necesitan a ti.

Cerré los ojos y respiré profundamente, dejando que esas palabras calaran en mi interior. Cuando los abrí de nuevo, el océano había desaparecido. Estaba de vuelta en el bosque, rodeado por los demás.

Nico estaba a unos pasos de mí, con una expresión de preocupación en el rostro. Me acerqué a él y, sin decir una palabra, lo tomé de la mano.

—¿Estás bien? —me preguntó en voz baja.

—Sí —respondí, y por primera vez en mucho tiempo, realmente lo creía—. Estoy bien.

Nico

Desperté en un lugar oscuro, completamente silente, como si el aire mismo estuviera suspendido en el tiempo. No podía ver nada, pero sentía que algo me observaba. La oscuridad me envolvía, me presionaba, me ahogaba. Era la misma sensación que había tenido tantas veces, aquella que me decía que siempre estaría solo, atrapado entre sombras.

Un sonido suave, casi un susurro, rompió el silencio. Miré hacia el origen de ese sonido, pero no vi nada. Solo más oscuridad.

—Nico... —la voz me llegó clara, pero no venía de un lugar específico. Era como si la oscuridad misma estuviera hablándome.

Mi nombre resonaba, pero no con amor ni consuelo. Era un recordatorio. Un recordatorio de lo que soy y de lo que he hecho. Di un paso hacia adelante, pero el suelo estaba frío, como si no estuviera en ningún lugar real.

—¿Por qué sigues luchando? —la voz susurró de nuevo, y esta vez se sintió más cercana—. ¿Qué esperas lograr? Estás solo, Nico. Siempre lo estarás. La oscuridad nunca te dejará.

El aire se volvía cada vez más denso, las sombras a mi alrededor se alargaban, estirándose como si quisieran atraparme. Tragué saliva y miré alrededor, buscando alguna salida, algo que me diera algo de esperanza. Pero no había nada.

—No soy como ellos —respondí en voz baja, las palabras saliendo con un amargo resentimiento—. Nunca seré como Percy. Nunca seré el héroe.

—¿Y qué pasa si no lo eres? —la voz se burló de mí, flotando alrededor—. No eres suficiente. Nunca lo serás. Ni para ti, ni para él.

El dolor comenzó a apoderarse de mí. Mi pecho se apretó, mis pensamientos se nublaron. La culpa, la misma culpa que me había acompañado durante tanto tiempo, volvió con fuerza, recordándome todos los errores que había cometido. Las veces que había decepcionado a las personas que más quería. La vez que creí que podía enfrentar todo por mi cuenta y que todo se desplomó.

—No soy suficiente —susurré, la tristeza pesando en mi voz.

—Eso es lo que siempre has pensado, ¿verdad? —la voz resonó en mi mente, hiriente—. Pero lo sabes, Nico. Lo sabes en el fondo. Y no hay nada que puedas hacer para cambiarlo.

El suelo comenzó a desmoronarse debajo de mí. Sentí el vacío crecer, y el miedo se apoderó de mí. Las sombras se cerraban sobre mí, engulléndome, arrastrándome hacia un abismo del que no quería salir.

De repente, sentí una presencia detrás de mí. No la oscuridad, sino algo cálido. Una luz suave que brillaba en la distancia. Gire rápidamente, y vi la silueta de Percy. Estaba allí, mirándome con sus ojos llenos de comprensión, sin juzgarme.

—Nico... —dijo en voz baja, su tono suave pero lleno de confianza—. No tienes que hacerlo solo. No tienes que seguir cargando con todo. Yo estoy aquí.

Las sombras parecieron retroceder un poco, como si la luz de Percy las disipara, al menos por un momento. Miré sus ojos, vi el amor en ellos, y algo en mí comenzó a desmoronarse, como si por fin pudiera soltar la pesada carga de culpa que siempre había llevado.

—Pero... ¿y si no soy lo que esperas? —pregunté, la duda aún llenando mi mente.

Percy dio un paso hacia mí, tendiéndome la mano.

—Yo no te espero nada, Nico. Solo te quiero a ti. Y estaré a tu lado, sin importar lo que pienses o lo que hayas hecho. No tienes que ser perfecto, solo ser tú.

Las sombras parecieron disiparse por completo, y por un instante, sentí una paz que nunca había experimentado. No tenía que ser el héroe, no tenía que cargar con todas las respuestas. Podía ser yo mismo, y eso era suficiente.

Al abrir los ojos, me encontré de nuevo en el bosque, rodeado de los demás. La prueba había terminado, y aunque mi mente seguía agitada por las emociones que había enfrentado, algo en mí había cambiado. Algo dentro de mí había dejado ir las sombras, al menos por ahora.

Me acerqué a Percy, y sin pensar. No estaba solo. No tenía que ser perfecto. Y, por primera vez, realmente creí que todo estaría bien.

Elizabeth

Abrí los ojos y me encontré en un bosque oscuro, pero no era el tipo de oscuridad que solía asociar con el sueño, era algo mucho más profundo, algo palpable. El aire estaba cargado, como si las sombras mismas tuvieran peso, y en el centro de ese vacío, había una figura conocida: Artemisa.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté, aunque no podía evitar sentir un nudo en el estómago.

Ella no respondió de inmediato, solo me miró con esos ojos fríos y calculadores, los mismos que siempre tenía. La diosa de la caza, inalcanzable, que siempre me había guiado, pero a la vez me había dejado sola con mis dudas.

—Tienes dudas, Elizabeth —dijo, y su voz no era dura, pero tenía un tono que sabía cómo calar profundo—. Dudas sobre ti misma. Sobre lo que eres, sobre lo que quieres.

Miré al suelo, sintiendo cómo la presión aumentaba. ¿Por qué me sentía así? Había tomado la decisión de seguir a Artemisa un año atrás sin pensarlo demasiado. Había sido lo correcto, ¿verdad? Sin embargo, las dudas seguían apareciendo, y mi corazón se sentía como si estuviera dividido en dos partes.

—No lo sé —respondí en voz baja—. No sé si realmente lo que quiero es seguir este camino. A veces siento que... siento que no soy tan fuerte como pensaba. Que tengo miedo de enfrentar lo que realmente quiero.

Artemisa dio un paso hacia mí, y la oscuridad a su alrededor pareció hacerse más densa.

—¿Es el amor lo que te atormenta? —preguntó, y sus palabras se sintieron como si fueran una condena.

Mi corazón dio un vuelco. Pensar en él, en el hijo de Afrodita, en lo que sentía... no era algo que estuviera dispuesta a admitir. La relación con Artemisa, mi decisión de ser su acólita, siempre había sido mi refugio, mi modo de no dejarme arrastrar por mis emociones, pero ese refugio parecía desmoronarse lentamente.

—Sí —dije finalmente, mi voz apenas un susurro—. Me enamoré de él... o al menos creo que lo hice. Y no sé qué hacer con eso.

Artemisa me miró fijamente, como si estuviera esperando una reacción. Pero no vi juicio en su mirada, solo una paciencia que parecía eterna.

—¿Por qué lo ocultas? —preguntó, y su voz parecía menos dura que antes.

Suspiré, mi mente agitada. ¿Por qué lo ocultaba? Porque había decidido seguir un camino que no permitía espacio para esos sentimientos, porque la hija de Morfeo, la heredera, no podía ser débil. No podía permitir que el amor me desbordara.

—Porque el amor es una debilidad —respondí, casi automáticamente—. Yo... yo soy la hija mayor de Morfeo. Se supone que debo tener claridad en mis decisiones, que no debo dudar. No puedo permitirme ser como los demás, no puedo dejarme llevar por sentimientos que me descontrolen. Tengo que ser fuerte.

Artemisa no dijo nada durante unos momentos, y sentí cómo las sombras se estrechaban alrededor de nosotros, como si me estuvieran arrastrando.

—La fuerza no está en suprimir lo que sientes, Elizabeth —dijo finalmente, y sus palabras parecían resonar en todo el espacio—. La verdadera fuerza está en aceptar quién eres, incluso en tu vulnerabilidad. La fortaleza no es la ausencia de emoción, sino la capacidad de abrazarlas y seguir adelante con ellas. La vida no se trata de ser perfecta, sino de ser auténtica contigo misma. No tienes que ser todo lo que esperas de ti, ni todo lo que los demás esperan de ti. Solo tienes que ser tú misma.

Las palabras de Artemisa me golpearon con fuerza, y de repente, me sentí como si una presión enorme se estuviera levantando de mi pecho. Podía sentirme vulnerable, podía ser más que solo la hija de Morfeo, podía ser también la chica que tenía derecho a sentir lo que quisiera.

—Tienes razón —susurré, por fin entendiendo. No tenía que ocultarlo más. No tenía que reprimir mis sentimientos solo porque pensaba que ser una hija de Morfeo significaba no tener espacio para eso. Podía ser todo lo que era, incluso el amor que sentía.

De repente, el bosque se desvaneció, y volví a estar en el claro, con los demás. Pero algo había cambiado. La prueba había terminado, y sabía que, aunque aún había mucho que descubrir sobre mí misma, había dado un paso hacia la aceptación de lo que realmente sentía.

Hypnos nos recibió con una sonrisa, su expresión tranquila contrastaba con el peso de todo lo que habíamos enfrentado. Habíamos sido honestos con nosotros mismos, enfrentado nuestras dudas y miedos, aceptado lo que necesitábamos aceptar. Ahora, al mirarnos, todo parecía estar en su lugar, como si finalmente hubiéramos dado un paso hacia adelante. Él sostenía el brebaje en sus manos, el líquido resplandecía con un brillo azul aperlado que reflejaba la luz de manera misteriosa. Era como si no solo fuera un brebaje mágico, sino una representación de todo lo que habíamos dejado atrás. Hypnos lo acercó a Malec, quien miraba el frasco con una mezcla de esperanza y cansancio en su rostro.

—Bien —dijo Hypnos con una sonrisa suave, pero llena de confianza—. Todo estará bien. Denle unas dos horas para que haga efecto y, mientras tanto, descansen. Necesitan hacerlo. Fueron valientes.

Nos miramos unos a otros, todos habíamos dado mucho de nosotros mismos durante la prueba. El cansancio se reflejaba en cada uno, pero también había una sensación de alivio, como si, después de todo, hubiésemos encontrado algo más allá de nuestras dudas.

—Gracias, Hypnos —respondí, sintiendo que las palabras no eran suficientes para expresar lo que sentíamos. No solo nos había dado la solución a nuestro problema, sino también un espacio para respirar, para soltar lo que nos había estado atormentando.

Nos acomodamos para descansar, todos tan agotados como aliviados. El sueño comenzó a invadirnos, pero esta vez no era un escape, era un refugio que nos permitiría recuperarnos. Sabíamos que lo que venía podría ser aún más difícil, pero por un momento, todo parecía estar bien.





Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top