Dioses, heridas y cuervos: mi vida familiar, más o menos

Capítulo 9

Todo parecía estar bien, pero no fue así. Malec comenzó a ponerse muy mal, Tommy y Will estaban claramente preocupados, ya que no era normal que algo así sucediera.

— ¡Malec! — grité muy asustado, acercándome a él.

— Salgamos de aquí primero — dijo Elizabeth, mientras todos nos apresurábamos a salir de esa zona, nuevamente usando el viaje entre sombras.

Aparecimos en el hostal donde estábamos quedándonos, y Elizabeth, sin perder tiempo, se quitó la chaqueta para revisar a Malec. La herida que tenía por la criatura era horrible, su tono verdoso y la forma en que se extendía por su piel solo aumentaban la preocupación de todos.

— Es veneno — dijo Elizabeth, sorprendida, pero sin dejar de actuar rápido.

— ¿Veneno? — preguntó Will, mirando a Malec y claramente sin saber qué hacer. — No tengo medicina para eso...

— Descuida — respondió Elizabeth mientras abría la ventana. En ese momento, un cuervo negro con el pecho blanco voló hacia adentro.

— ¿Sucede algo? — la cuervita habló con una voz suave pero decidida.

— Jessamy, necesito que busques lo que Lady Artemisa nos dijo — Elizabeth le pidió con urgencia, sin dudar ni un segundo. No sabíamos exactamente de qué estaban hablando, pero el tono de su voz dejaba claro que era importante.

— Claro — respondió Jessamy con rapidez. Se posó en el alféizar y miró a Malec. — Chicos, lo que haré es preparar un brebaje o una cura temporal, pero necesitaremos a Hypnos para que nos ayude a tratarlo completamente.

El aire se volvió más tenso, cada uno de nosotros sabiendo que el tiempo apremiaba. Nadie quería pensar en lo peor, pero la situación era seria. Elizabeth ya estaba trabajando rápido, sus manos se movían con precisión mientras preparaba lo necesario para ayudar a Malec.

— Vamos a necesitar más que suerte — dijo Tommy, apretando los puños, sin querer mostrar su miedo.

Elizabeth comenzó a sacar varias cosas de su mochila con rapidez, sus manos se movían con la eficiencia de alguien acostumbrado a situaciones de vida o muerte. Miró a los demás, su expresión seria pero decidida.

— Lissandro, Percy, Will, sostengan a Malec — ordenó, y los tres se acercaron a él, ayudando a mantenerlo quieto mientras el veneno seguía haciendo su trabajo. Malec temblaba, su rostro pálido, los ojos entrecerrados por el dolor.

Un par de minutos después, Jessamy regresó, volando hacia la ventana. En su pico, llevaba un líquido brillante que resplandecía con tonos azul y plateado, un color que parecía sacado de una pesadilla. Se posó junto a Elizabeth, quien comenzó a preparar el brebaje con la rapidez que solo alguien entrenado podría lograr.

— Esto será rápido, no se preocupen — dijo Elizabeth, sus ojos nunca dejando a Malec, pero su voz calmada era como un ancla en medio del caos. Sacó algunas hojas de su mochila y las mezcló con el líquido que Jessamy había traído, creando una mezcla viscosa con un olor fuerte y penetrante.

Una vez que tuvo el brebaje listo, se acomodó al lado de Malec, sus manos firmes mientras se inclinaba hacia él.

— Malec, tienes que beber esto — dijo, mirando sus ojos con intensidad.

Malec intentó apartarse, sus labios se curvaron en una mueca de asco, como si la idea de beber algo así lo disgustara profundamente. Intentó mover la cabeza hacia un lado, pero Percy, Lissandro y Will lo sujetaron con más fuerza.

— No, no puedes escupirlo — insistió Elizabeth, tomando su barbilla con una mano mientras con la otra acercaba la mezcla a sus labios. — Si no lo tomas, no vamos a poder salvarte.

Malec luchaba, su cuerpo temblaba por el dolor y la fiebre que ya comenzaba a hacer efecto, pero finalmente, Elizabeth no dio marcha atrás. Con una presión suave, pero firme, forzó sus labios para que aceptara el brebaje. Hizo una cara de repulsión, pero la urgencia de la situación superaba su resistencia. Tragó a regañadientes, su rostro reflejando lo desagradable que le parecía el sabor. El líquido tenía un sabor amargo y picante, que dejaba una sensación fría y ardiente en su garganta, como si algo estuviera ardiendo y helándose a la vez.

— Eso es, Malec, aguanta — dijo Elizabeth, observando sus ojos de cerca, buscando cualquier signo de mejora.

A los pocos segundos, la fiebre de pareció estabilizarse un poco, y su respiración, que antes era entrecortada y agitada, comenzó a calmarse ligeramente. No era una cura definitiva, pero al menos el veneno ya no avanzaba tan rápido.

— Esto solo es temporal — dijo Elizabeth con un suspiro de alivio. — Necesitamos a Hypnos para hacer un tratamiento completo. Pero por ahora, al menos ha ralentizado los efectos.

Malec, todavía pálido y debilitado, miró a los demás, su voz apenas un susurro.

— Gracias... — murmuró, aunque sabía que aún había mucho por hacer.

El alivio en sus rostros fue breve, ya que todos sabían que el peligro no había pasado, solo se había aplazado.

☆゜・。。・゜゜・。。・゜★

El ambiente en la habitación estaba cargado de silencio y cansancio. Algunos ya dormían, como Nico, que descansaba abrazando a Percy con una expresión tranquila, completamente ajeno a lo que sucedía alrededor. Tommy y Will se turnaban para vigilar a Malec, vigilando cada uno de sus movimientos con una dedicación que dejaba claro lo mucho que se preocupaban por él. Tommy, en ese momento, parecía completamente absorto en la mirada que le dirigía a Malec, pero había algo en su expresión que no había notado antes, algo difícil de identificar pero palpable en su atención.

Lissandro, por su parte, estaba en una esquina de la habitación, afilando su espada con una concentración casi zen. El sonido del acero deslizándose sobre la piedra era lo único que interrumpía la quietud del ambiente.

— ¿Así que otro hijo de Morfeo? — preguntó Elizabeth, rompiendo el silencio mientras bebía una taza de té caliente. Se acomodó a mi lado en la alfombra, cruzando las piernas y observándome con una mirada profunda.

— Sí, ¿y tú eres la mayor? — No estaba seguro de cómo responder, pero al menos esa pregunta parecía más sencilla. No conocía mucho sobre ella o su familia, y aún menos sobre el resto de los hijos de Morfeo.

— Sí, técnicamente, tengo 22 años. Malec tiene 18 y tú tienes 16 — respondió con una leve sonrisa, pero su tono se suavizó cuando sus ojos se apagaron un poco, como si estuviera pensando en algo distante. — ¿Cómo está papá? — La pregunta me sorprendió. No pensé que fuera a preguntar por Morfeo. No me esperaba esa preocupación, ni esa curiosidad en su voz.

Me quedé un momento en silencio, intentando ordenar mis pensamientos. No estaba seguro de qué tan sincero debía ser, ni si debería contarle todo lo que realmente sabía o sentía al respecto.

— Supongo que está... complicado. Morfeo no es fácil de entender. — Mi respuesta salió algo vacía, como si no quisiera ahondar más en el tema, pero a la vez, la idea de hablar de él me hacía sentir un nudo en el estómago. — Es... distante.

Elizabeth asintió lentamente, como si estuviera meditando sobre mis palabras. Su mirada no era de juicio, pero sí de comprensión, como si hubiera conocido a alguien similar, alguien con quien las relaciones familiares fueran más difíciles de lo que deberían ser.

— A veces, los dioses no son... lo que esperamos — dijo, tomando otro sorbo de su té. — La familia es complicada, más aún cuando uno de los padres es un dios. Pero eso no significa que no importe. — Sus palabras me dejaron pensativo.

Permanecimos en silencio por unos momentos, el peso de nuestras propias reflexiones flotando en el aire, antes de que finalmente Elizabeth hablara nuevamente.

— Debes estar cansado, Oribell — dijo, su voz suave. — Puedes descansar un poco. Si necesitas hablar, sabes dónde encontrarme.

Asentí lentamente, agradeciendo la oferta, pero no estaba listo para descansar todavía. Había demasiadas preguntas sin respuesta, demasiados misterios que rodeaban nuestra misión, las criaturas que habíamos enfrentado, y el destino de Malec. Pero tal vez, solo tal vez, en este momento, necesitaba un poco de calma antes de que la tormenta volviera a estallar.

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