VII (Encuentro final y algo más.)


No importaba cuánto tiempo pasará, Kokushibou solo tenía algo en mente.

"Ser asesinado"

Prefería la muerte que estar al lado de ese mounstro al que le tuvo respeto en algún momento de su larga vida.

*¿Quizás ya había llegado su momento de encontrar esa libertad que tanto anhelaba?*

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La fortaleza infinita temblaba con el eco de la batalla. Las paredes y suelos deformados eran testigos de la lucha entre los pilares y las lunas superiores, mientras Kokushibou, uno de los más fuertes demonios, apenas se movía. Por primera vez en siglos, sentía algo cercano a la paz.

Kokushibou apenas esquivaba los ataques. No había en su mirada el brillo de la lucha, solo la resignación de alguien que había perdido todo deseo de seguir. Ya no era un guerrero, no era el demonio invencible que todos temían, sino alguien esperando su final. Cada golpe, cada corte que lo desmembraba lo hacía sentir más humano, más cerca de la libertad que tanto ansiaba.

Mientras tanto, en el corazón del castillo, Muzan observaba la batalla a través de la técnica de Nakime. El terror y la furia lo invadieron al ver que Kokushibou no peleaba, que no se defendía. Solo permitía que lo hirieran, esperando, tal vez, su muerte.

—¡No, no puede ser! —gruñó, lleno de ira y miedo. Envenenado por el veneno de Tamayo, el rey de los demonios salió de la coraza de carne que lo protegía, luchando por llegar hasta Kokushibou. El peso del veneno y de la traición lo hacía tambalearse, pero su deseo de impedir la muerte de su segundo al mando era más fuerte que el dolor.

Justo cuando se disponía a saltar entre las estructuras del castillo, una risa fría lo detuvo.

—¿Por qué tanta prisa, Muzan? —la voz de Tamayo resonó en sus oídos, envolviéndolo en una sombra siniestra. —¿Acaso hay algo mucho más importante que tu propio beneficio?

—¡Cállate! —gruñó, sus ojos llenos de rabia mientras continuaba avanzando. Pero el espectro de Tamayo lo siguió, envolviéndolo en un abrazo mortal, hundiendo sus uñas en su carne. Muzan sabía que era un espectro, pero aún así, la sensación lo llenaba de repulsión.

—Es sorprendente, Muzan... —susurró Tamayo, su voz impregnada de malicia—. Nunca te has preocupado por nadie más que por ti mismo... Y sin embargo, aquí estás, desesperado por salvarlo. ¿Qué te ocurre? ¿Acaso estás enamorado de él?

—¡Cállate, maldita! —rugió, queriendo destrozarla, pero Tamayo solo reía, incrustada en sus propias células.

—Te has convertido en el motivo de su miseria... —dijo Tamayo, su voz ahora un eco sombrío en la mente de Muzan—. Kokushibou sufre por tu culpa, y la muerte es su única salvación. ¿No lo ves? Él ya no quiere vivir. Tú lo has destruido.

Muzan se detuvo brevemente, impactado por sus palabras, pero las desechó con furia. No podía aceptarlo, no quería creer que el demonio de los seis ojos prefería la muerte antes que estar a su lado.

—Él no morirá... él no me dejará, ¡yo no se lo permitiré! —gruñó con determinación, saltando entre las estructuras del castillo para llegar a él.—¿Sigues sin entenderlo verdad?—escucho la voz lejana de la mujer que odiaba

Pero cuando finalmente llegó, la escena frente a él lo dejó sin aliento. Kokushibou estaba a punto de ser decapitado, rodeado por los pilares. El viento, la roca, la niebla... todos luchaban con ferocidad. Tokito, a punto de perecer, yacía en el suelo, mientras Genya, también agonizante, observaba la batalla. Solo Sanemi y Gyomei seguían en pie, listos para dar el golpe final.

Y entonces, lo vio.

Kokushibou no se defendía. Su cuerpo, herido, sangrante, estaba quieto, esperando la muerte. Muzan sintió el terror apoderarse de él. Corrió hacia él, sin importarle la batalla a su alrededor.

—¡No! ¡No te atrevas a morir! —gritó desesperado, deteniendo el ataque de Sanemi antes de que la espada pudiera descender sobre el cuello de Kokushibou.

Sanemi, furioso, observó a Muzan con una mezcla de ira y sorpresa, pero no pudo avanzar. Gyomei también se detuvo, atónito ante lo que veía.

Muzan cayó de rodillas junto al cuerpo de Kokushibou, que yacía inmóvil. Su corazón se encogió al verlo en ese estado, tan roto, tan distante.

—K-Kokushibou... —susurró, su voz temblando mientras tomaba su rostro entre sus manos. —No... por favor, no me dejes...

Las lágrimas caían de los ojos de Muzan, un espectáculo que dejó a los pilares atónitos. El rey de los demonios, suplicando, llorando.

—Te amo... te lo ruego, no te vayas... —dijo entre sollozos, su voz quebrándose.

Kokushibou, con sus últimos momentos de conciencia, apenas levantó la mirada. Su rostro mostraba un dolor profundo, pero también una extraña paz.

—Perdóname... —susurró Muzan—. Perdóname por haberte hecho infeliz...

Pero Kokushibou, en su mente, solo sentía alivio. La muerte estaba cerca, y por fin, sería libre. Libre de Muzan, libre de la opresión, libre de su dolor.

Los pilares, testigos de la escena, permanecieron en silencio, sin saber qué hacer. Y mientras Muzan seguía llorando, suplicando, Kokushibou simplemente cerró los ojos, dejando que la oscuridad lo envolviera, abrazando la única salvación que le quedaba: la muerte.

La fortaleza infinita era un caos absoluto. Las paredes se derrumbaban bajo el peso de la batalla, y los ecos de espadas chocando, gritos de furia y explosiones resonaban por los corredores oscuros. Los pilares y los cazadores principales estaban dando todo lo que tenían, sabiendo que esta era la última oportunidad de derrotar a Muzan.

Tomioka, con su habitual silencio y precisión, atacaba sin descanso. Sus movimientos eran rápidos y letales, como un río que nunca deja de fluir. Sanemi, por otro lado, era pura ira desatada. Cada golpe suyo era un grito de venganza por los seres queridos que había perdido, por su hermano Genya, por su propia rabia acumulada.

Gyomei, el pilar más fuerte, blandía su arma con una precisión devastadora, su fuerza inhumana desgarrando el aire mientras atacaba a Muzan. La ira y el dolor en sus ojos eran un reflejo de la determinación de un hombre que ya no temía a la muerte.

Mitsuri, con lágrimas en los ojos, peleaba con todo su corazón, sus ataques rápidos y feroces, intentando encontrar una debilidad en el demonio. A su lado, Iguro, con su serpiente blanca, lanzaba cortes precisos, buscando cualquier oportunidad para herir a Muzan.

Tanjiro, Inosuke, Zenitsu, y Kanao se movían como un equipo sincronizado. Tanjiro, con su aliento del sol, lideraba la carga. La espada ardía en su mano, cada corte acompañado de una energía que resonaba con el sol naciente. Inosuke, con su estilo salvaje y brutal, atacaba sin pensar en nada más que en destruir al demonio frente a ellos. Zenitsu, moviéndose a la velocidad del rayo, aparecía y desaparecía en destellos de luz. Kanao, con su calma y precisión, se concentraba en buscar el momento perfecto para atacar.

Yushiro, desde las sombras, utilizaba su técnica demoníaca para desestabilizar los sentidos de Muzan, ocultando los movimientos de los cazadores y creando ilusiones que lo confundían.

Pero a pesar de todo, Muzan peleaba sin alma, solo por instinto. Su cuerpo se movía, esquivaba los ataques, contraatacaba cuando era necesario, pero ya no había furia, ya no había propósito en sus movimientos. No tenía el mismo deseo de sobrevivir, de dominar, de destruir. Cada golpe que recibía lo debilitaba más, y cada golpe que daba se sentía vacío.

Los ataques llovían sobre él sin cesar, pero algo faltaba. Muzan peleaba, pero no estaba realmente allí.

"¿Por qué estoy luchando?" La pregunta surgía en su mente, incluso mientras sus garras cortaban el aire, bloqueando los ataques. Kokushibou... su muerte lo había dejado vacío. El deseo de conquistar el mundo, de volverse invencible, de ser eterno, ya no le importaba. ¿De qué servía todo eso si el único que alguna vez había sido su compañero ya no estaba?

Un ataque de Sanemi lo golpeó de lleno en el torso, atravesando su carne. Muzan no se inmutó, su cuerpo regenerándose casi al instante, pero no reaccionó más allá de lo necesario para evitar el próximo ataque. Sus ojos rojos y fríos estaban perdidos, mirando más allá del campo de batalla, atrapado en recuerdos que ya no podía cambiar.

—No lo amabas. Nunca lo hiciste. Solo lo destruías...— La voz de Tamayo resonaba en su cabeza, incluso mientras él intentaba ignorarla, negarse a aceptar la verdad.

Tanjiro se lanzó hacia él, con la espada del sol en alto, el poder del sol mismo brillando en su filo. —¡Muzan! ¡Esta vez terminará todo! —gritó con una furia justa.

Pero Muzan ni siquiera lo miraba. Su cuerpo se movía, pero su mente estaba en otro lugar.

Los pilares atacaban con furia renovada, sabiendo que esta era su única oportunidad. Gyomei, con su fuerza colosal, golpeaba con un impacto demoledor, mientras Sanemi, cegado por el odio, lanzaba ataques feroces. Tomioka y Mitsuri cortaban desde ambos lados, sincronizados como nunca antes.

Y, sin embargo, Muzan seguía peleando por pura inercia.

"¿Por qué no lo salvé?" Esa pregunta lo atormentaba. Lo consumía. Aún cuando las espadas de los cazadores lo golpeaban, aún cuando sentía el veneno de Tamayo erosionando su cuerpo, no podía dejar de pensar en ello. Él podría haber salvado a Kokushibou, pero no lo hizo.

El campo de batalla era un hervidero de furia, odio y desesperación, pero para Muzan, el mundo ya no tenía sentido. Estaba rodeado por enemigos que deseaban su muerte, pero su corazón estaba atrapado en los recuerdos de alguien que ya no estaba.

—¡Te odio! —gritó Sanemi, lanzándose hacia él con la furia de una tormenta. —¡Por todo lo que hiciste, por todos los que has matado!

Muzan esquivó por instinto, pero no respondió. ¿Qué importaba ya? ¿Qué quedaba para él si Kokushibou ya no estaba allí? El propósito de su existencia, su deseo de controlar, de ser el rey de los demonios, se desmoronaba con cada golpe que recibía.

El final se acercaba, pero Muzan ya no estaba luchando para vivir. Solo estaba atrapado en el vacío que él mismo había creado.

El combate continuaba, pero Muzan ya no sentía el peso de la batalla. A medida que los pilares lo rodeaban, su cuerpo respondía, pero su mente seguía atrapada en ese vacío. El veneno de Tamayo se extendía, debilitando sus células, y el sol comenzaba a asomarse en el horizonte, tiñendo el cielo con sus primeros rayos dorados.

Gyomei, con un rugido de pura fuerza, lanzó su maza con un golpe que resonó por todo el campo de batalla, impactando a Muzan y haciéndolo retroceder. Sanemi, con un grito de furia, lo atacó desde el otro lado, cortando profundamente su carne.

Tomioka y Mitsuri lo alcanzaron al mismo tiempo, lanzando sus espadas hacia su cuello. La batalla alcanzaba su punto crítico. Tanjiro corría hacia él, con la espada del sol brillando en su mano. El sol ahora quemaba su piel, las llamas del amanecer se reflejaban en los ojos de los cazadores. La luz lo envolvía todo, haciendo imposible que Muzan continuara regenerándose con normalidad.

Pero Muzan no se resistía.

Ya no había voluntad de luchar. Ya no importaba si era derrotado, si el sol lo destruía. Kokushibou había muerto, y con él, el último vestigio de cualquier deseo de vivir.

—¡Muzan! ¡Este es tu final! —gritó Tanjiro, saltando en el aire y con un grito desgarrador, decapitó a Muzan con un golpe limpio. La espada del sol se hundió profundamente, y en ese momento, el rey de los demonios perdió la cabeza.

El cuerpo de Muzan cayó al suelo, sus manos temblorosas no intentaron regenerarse. No había resistencia, no había lucha. El sol brillaba más fuerte, su luz inclemente bañaba sus restos, quemando lo poco que quedaba de su ser.

Pero antes de desaparecer por completo, en ese último momento, Muzan escuchó una voz.

—Muzan... —susurró la voz familiar, suave y tranquila.

Kokushibou.

Le vio, parado frente a él. Ya no tenía esos ojos demoníacos que lo habían caracterizado en su forma como demonio. Sus seis ojos habían desaparecido, y en su lugar había un rostro sereno, con una leve sonrisa. Kokushibou lo miraba, como si en ese último momento, todo lo que había ocurrido entre ellos se hubiera desvanecido en el aire.

—¿Por qué...? —susurró Muzan, su voz rota, sabiendo que estaba al borde del abismo.

Kokushibou solo sonrió. —Porque ya es hora de que descanses, Muzan... —le respondió suavemente.

Muzan sintió el peso de sus acciones, de sus errores, caer sobre él como una losa. Había perdido a Kokushibou, y ahora lo entendía. El dolor que le había causado, la opresión, el control, todo lo que había hecho, lo había llevado a ese mismo momento.

La luz del sol lo envolvió por completo, y mientras su cuerpo comenzaba a desintegrarse, la imagen de Kokushibou fue lo último que vio. Su antiguo aliado, su compañero, su "amor", lo observaba con una sonrisa pacífica.

Y entonces, Muzan Kibutsuji, el rey de los demonios, desapareció.

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Para reencarnar y poder solucionar sus acciones pasadas. ¿No?

—¿Lo entiendes ahora Kibitzuyi?,debes dejarlo ir—esa voz irritante..—El debe descansar.. tiene que ser libre, entiéndelo.

—No.. jamás lo dejaré ir, el se quedara conmigo, quiera o no.

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Holiss mis lectores,bueno dejo en claro algo, C VIENE AU MODERNO mañana saco el 1mer capítulo. Jekeje
Si perdón x hacer corto el Au de la era taisho pero no tenía muchas ideas y pues ya quería empezar con el nuevo Au. JSLSJAK

BUENO SIN MAS QUE DECIR NOS VEMOS MAÑANA CON EL NUEVO CAPITULO! 💗💗🫶

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