1 de abril 2024

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Me encuentro solo en los baños de la escuela, sumergido en mis pensamientos mientras el agua fría del grifo golpea mi rostro. Una semana ha pasado desde aquel incidente con Endrike, pero no puedo quitármelo de la cabeza. ¿Cómo puede seguir actuando como si nada hubiera pasado?

Me secó el rostro con la toalla, tratando de calmar los nervios que me invaden. Salgo del sanitario con determinación, sabiendo que necesito hablar con él ahora mismo. La cancha de voleibol parece ser el lugar donde se reúne últimamente. Los pasillos están llenos de estudiantes que van y vienen, pero mi mente está concentrada en una sola cosa: encontrar a Endrike.

Al acercarme a la cancha, siento un ligero temblor en mi cuerpo. Los nervios me invaden, pero me obligo a seguir adelante. Necesito respuestas, necesito entender por qué Endrike ha estado actuando de esta manera.

Finalmente lo veo, rodeado de otros chicos, riendo y charlando como si no hubiera un problema en el mundo. Mi corazón late con fuerza en mi pecho mientras me acerco a él.

—¿Podemos hablar? —le digo, tratando de mantener la calma a pesar de la tormenta de emociones que me consume por dentro. Endrike parece sorprenderse al verme abordarlo en la escuela. Al principio parece resistirse, pero finalmente accede a hablar conmigo.

Nos dirigimos hacia uno de los patios más apartados, donde nos encontramos solos. El silencio entre nosotros es incómodo, tenso. Una mezcla de enojo y tristeza se refleja en mi mirada mientras lo observo en silencio. Endrike no dice nada, su expresión impasible como si nada de lo que sucediera le afectará.

—Necesito que me expliques —le digo finalmente, luchando por mantener la compostura. —No puedo seguir así, necesito entender por qué estás actuando de esta manera.

Endrike permanece en silencio durante un momento, sus ojos evitando los míos. Puedo sentir la tensión en el aire mientras espero ansiosamente su respuesta.

Finalmente, Endrike suspira y levanta la mirada, aunque aún evita encontrarse con mis ojos.

—Lo siento, Saeed —dice en voz baja, pero su tono está lleno de indiferencia. —No quería lastimarte, pero tampoco puedo seguir fingiendo algo que ya no siento.

Sus palabras me golpean como un puñetazo en el estómago. La frialdad en su voz me deja sin aliento. ¿Cómo puede hablar así?

—No se trata de cómo manejarlo, Endrike —respondo, luchando por contener mi ira. —Se trata de respeto y honestidad. No puedes simplemente romper las cosas y esperar que desaparezcan.

Endrike baja la mirada, pero esta vez no muestra ningún signo de arrepentimiento. Suspira con impaciencia, como si estuviera cansado de esta conversación.

—Lo siento si te duele, Saeed —dice con desdén, su voz cortante. —Pero no puedo seguir fingiendo algo que ya no existe. Es hora de que sigamos adelante.

La tristeza se apodera de mí al ver lo despectivo que puede ser Endrike. Sé que no puedo forzarlo a sentir algo que no siente, pero tampoco puedo soportar su actitud insensible.

—¿Cómo puedes hablar así? —explotó de repente, la ira burbujeando dentro de mí. —¿Cómo puedes terminarlo por teléfono y luego simplemente desaparecer? ¿No te importa lo que siento?

Endrike me mira con indiferencia, como si mi dolor no significara nada para él.

—No pensé que te afectara tanto —dice simplemente, como si eso lo justificara todo.

La rabia hierve dentro de mí mientras lo miro fijamente.

—¡No puedes simplemente esperar que todo esté bien! —grito, la frustración inundando cada fibra de mi ser. —¡Te amaba, Endrike! ¿No significa nada para ti?

Endrike no responde, su silencio dice más que cualquier palabra podría expresar. Pero yo no puedo dejarlo así. Necesito respuestas, necesito entender por qué actuó de esta manera.

—¡Háblame, maldita sea! —exijo, sin importarme quién pueda escucharnos. —¿Por qué hiciste esto? ¡Explícame!

Me quedé parado en medio del bullicioso patio de la escuela, sintiendo cómo el sol de la mañana calentaba mi piel, pero no lograba disipar la fría sensación que me invadía por dentro. Observé cómo Endrike se alejaba entre la multitud de estudiantes que se dirigían apresuradamente a sus clases, como si pudieran escapar de sus propios problemas ignorándolos.

El corazón me latía con fuerza, pero no por la emoción de un nuevo día en la escuela, sino por la tormenta de emociones que me inundaba tras presenciar una vez más la huida de Endrike. ¿Por qué siempre tenía que ser así? ¿Por qué no podía enfrentar las dificultades como adultos y buscar soluciones juntos en lugar de simplemente huir?

El ruido del patio, lleno de risas, conversaciones y el repiqueteo de los zapatos contra el suelo, parecía amortiguar mis propios pensamientos tumultuosos. Me sentí como si estuviera en una burbuja, separado del mundo a mi alrededor por el peso de mi propio dolor.

Recogí mentalmente los pedazos rotos de lo que una vez fue nuestra relación, sintiendo cómo cada fragmento cortaba mi alma como cristales afilados. ¿Debería guardarlos como un recuerdo de lo que habíamos tenido, o sería mejor dejarlos atrás y seguir adelante, aunque me costara aceptar que todo había llegado a su fin?

La campana que anunciaba el inicio de las clases sonó, interrumpiendo mis pensamientos y recordándome que la vida continuaba, incluso cuando la mía parecía haberse detenido. Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano y respiré profundamente, prometiéndome a mí mismo que encontraría la fuerza para seguir adelante, aunque en ese momento todo lo que deseaba hacer era dejarme llevar por el dolor y llorar sin cesar.

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