❝Estrella❞ [UT] (1/2)
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☆Ambientación: Superficie/Subsuelo.
☆Línea de tiempo: Años después de la guerra.
☆Sipnosis: Llegaste a esa ciudad por una beca con la oportunidad de buscar un mejor futuro fuera de tu hogar, y seguir la universidad para lograr tu sueño de ser médica. A pesar de aquél suceso pasado con los humanos y monstruos, a ellos no les queda más que adaptarse a la situación, sabiendo que pasaría un buen rato hasta que el rey consiguiera sacarlos de ahí con el poder de unas siete almas humanas. Lo que nadie se esperaba, era que la primera humana caería a sus vidas tan rápido, para esperanzas de todos. Pero un suceso que marcaría esos años más adelante sucedería, para unos dos jovenes sería un sacrificio de valentía necesaria, para otro monstruo, una rotura de corazón...
☆Autoría: Los personajes de Storyfate me pertenecen, Shine y Lull, y Undertale a Toby Fox y Temmie Chang.
☆Advertencia: 7330 palabras. Contiene segunda parte.
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Pocas veces nos damos de cuenta de los pequeños detalles que la vida nos ofrece para disfrutar. Tal vez porque nos encontramos muy ocupados en nosotros mismos y nuestros asuntos, dejamos familias a la deriva, situaciones de importancia sin una solución adecuada, o simplemente las personas son demasiado escépticas para aprovechar esas pequeñas maravillas.
Por ello, nadie sabe lo que es perder algo sin antes tenerlo en sus manos, en su protección, tan cerca de sí, y que como si nada se desvaneciera cuál humo de entre los dedos.
Todos hemos perdido algo en alguna etapa de nuestra vida, pero él había perdido a su estrella, y lo peor, no pudo hacer nada para evitarlo...
(...)
Ruidos mecánicos y vendedores por las calles aún con sus puertas abiertas a altas horas de la noche eliminaban el silencio en el departamento. La acumulación de dióxido de carbono en el aire hacia cada vez más la vista difusa de ver. No podías creer que la mitad de la población no había caído al suelo como ratas muertas envenenadas al aspirar cada maldito día aquél cúmulo de aire tóxico, todo producto de la refinería exportadora de petróleo justamente en aquella pequeña ciudad dónde vivías.
Estabas más que harta, ¿Pero cómo no podías tener que lidiar con aquello cada maldito día de tu vida si días atrás casi te desmayas del ataque asmático severo producto de que el viento traiga toda aquella toxicidad a tu casa? ¿Debías de hasta preocuparte de por el aire que respirabas? Ni un coño.
Pero lo que más te atrajo de aquella mítica ciudad, eran las fantásticas historias y creencias que rondaban alrededor de Ebott City, que con sólo pensarlo te hacían emocionar y agradecias en tu interior que hallas sido llevada hasta ahí.
Suspiraste pesadamente al pisar el umbral de la puerta de tu habitación y al instante dejar que aquellas sábanas acolchadas te recibieran como una más dejándote absorber por el suave material. Ahhh. Simplemente reconfortante. Habías lanzado tu bolso lejos a algún rincón de ese cuarto a medio oscuro. Estabas tan exhausta que en ningún momento te diste de cuenta del profundo sueño en el que te sumergiste apenas tocaste funda.
Desde que habías iniciado las clases nocturnas en la única universidad de Ebott City tu vida tuvo un gran giro, mayormente para bien. No podías estar más que agradecida por la oportunidad de esa beca que te llevó hasta ahí para llevar a cabo tu meta de graduarte como médica hecha y derecha. Para tener dieciocho, estabas más que adelantada en tus estudios.
Y eso a tus profesores les conmovian. Esa era una virtud que no podían pasar desapercibido junto a tus otros muchos encantos, y a veces con picardía te aprovechabas de esas pequeñas ventajas que tu personalidad y belleza exterior te ofrecía, claro, sin desviarte en ningún momento de tu objetivo principal.
La noche, como siempre, la pasaste de los más tranquilo y pacífico, contradiciendo aquellas leyendas llenas de angustia dónde esa ciudad anteriormente había sido un campo minado de desgracias.
Días atrás te encontraste un libro sobre la verdad de esa pequeña población entre el gran número de libros de la bibliotecas de la universidad. Te atraían cuál imán al metal esas verdades tras lo que es la actual Ebott City al grado de investigar sobre ellas, y sin embargo, sabías que esos escritos y recuerdos estaban enterrados junto aquellos antepasados.
La luz del astro menor se reflejaba a través del vidrio de la ventana y la cortina de tela de terciopelo blanco sobre la cubierta de un grueso libro marrón sobre la mesita de noche. Había un pequeño papel dentro de las páginas para marcarlas. No pudiste terminarlo de leer por lo exhausta que estabas, pero tenías la intención de hacerlo al día siguiente.
Así de tranquilo fue la última noche que pasaste dentro de las comodidad de tu apartamento.
...
— Chicos, me duele un pie. ¿Podemos regresar?
— Ya llegamos hasta aquí ****, ¿Por qué parar estando tan cerca?
— ¡No vamos a perdernos la lluvia de meteoritos por ti! Te cargaremos si es necesario, pero llegaremos —anunció una determinada adolescente albina, claramente emocionada por la razón del por qué estaban subiendo paso a paso el Monte Ebott a las once de la madrugada.
—Shine, ¿Ya estás emocionada? Ni siquiera hemos terminado de subir esta cosa —su hermano refunfuñó apartando una rama picosa de sus pies con rabia. Odiaba los bosques.
Te habías mantenido callada la mitad del viaje hasta ese momento, preferías ahorrar ese tiempo en el hablar mirando los alrededores y la belleza de lo que era el gran bosque al anochecer. No salías mucho ni estabas familiarizada con la naturaleza de esa ciudad, solo aceptaste porque te daba curiosidad aquella montaña de la revelaban esos escritos, y claro, porque confiabas en ese par.
Tus habilidades del habla eran más ambiguas de lo que pensabas, pero la albina con bufanda roja que caminaba adelante de tí fue quién hizo tu vida más emocionante de la que era encerrada en la lectura y los estudios, junto a su hermano, el cuál le bromeabas por sobrepasarse de tanto en tanto en su personalidad gruñona.
Las comisuras de tus labios se movieron un poco al ver tanto positivismo en aquella niña.
Qué suerte la suya—pensaste en silencio. Estabas convencida que nunca lograrias tener aquella energía tan liberal, apenas podías interactuar con aquellos dos en tu mismo centro educativo. O al menos con Lull, que era menos gruñón estando inmerso en los estudios y que estaba inscrito en tu mismo salón de clases.
— ¡Miren! —volteó a verlos con una sonrisa y brillo en los ojos mientras apuntaba a la cima- ¡Allá hay un claro!
— No me jodas Shine. No voy a subir ahí— Se podía notar el malhumor a leguas de Lull con sólo el pensamiento de tener que subir más, su hermana lo miró mal al escuchar la grosería, pero él no se inmutó—quedemos aquí.— paró en seco, junto a ustedes dos.
— ¡Pero...!—la angustia insistente se reflejó en el rostro de Shine, ¿Cómo podía su hermano ser tan terco? ¡Parecía una mula!
—Creo que... hay una mejor vista desde allá—interveniste por primera vez en un buen rato entre la disputa de ambos hermanos. Ambos se giraron a verte como si apenas notarán tu presencia. No querías entristecer la poca alegría en el ambiente, y en respuesta la albina te dedicó una mirada agradecida y una sonrisa esperanzada.
—¡¿Y tu dolor de pie?!
—¡Yey! ¡Vamos!
Antes de que te dieras cuenta estabas corriendo casi a arrastras al tenerte la albina agarrada de la muñeca, no importandole los matorrales y ásperos espinos que se atravesasen en el camino, ella de alguna forma los evitaba contigo incluida. No volteaste a ver a Lull cuando tu sonrisa empezó a formarse, ese amargado podía quedarse atrás.
Reíste al llegar, dejándote caer junto a ella sobre el áspero pasto y sintiendo al instante que ese cielo te tragaba con su extensión. Paraste aún con tu sonrisa cruzando tus facciones, anonada por el espectáculo de estrellas frente a ti. No era de extrañarse que te sorprendiera tanto ya que no salías mucho con la cabeza metida en los libros, y esperaba que ellos no se tomaran a mal aquella conmoción en ti.
—Hermoso, ¿Verdad?
Asentiste a la voz de la albina a tu lado, y luego casi como medio muerto Lull hizo presencia entre ustedes murmurando maldiciones por lo bajo y dejándose tumbar al suelo cuál peso muerto. Te divirtió aquello, a veces ese albino podía ser toda una reina del drama.
—Las voy a matar cuando tenga las fuerzas para levantarme.
—Si es que lo haces. Parecias mona china con melones corriendo hasta aquí— rió Shine, declarando su sentencia de muerte sin saber, oh pobre niña angelical.
—¡TE MATARÉ!—Levantándose cuán bailarín de breakdance y llendo con velocidad a desgreñar a su querida hermana fue a abalanzarse hacia ella.
— ¡**** QUE MIS NIETOS SEPAN MI HISTORIA!
Claramente la niña empezó a correr, dando inicio a una persecución algo curiosa y divertida de ver, aunque técnicamente se estuvieran matando. Sonreiste inconscientemente al observarlos y reflejarte en esas mismas imágenes de cuando jugabas con tu hermano de esa forma. Claro, sin intentos asesinos de por medio...
¿Algún día lo volverás a ver? Esperabas a qué sí, y volteaste tu mirada de nuevo al cielo estrellado, con una tonta sonrisa a la nada misma, como si con sólo admirar lo que era aquello sintieras que aquel hueco en tu corazón se terminaba de llenar.
Más asombro y maravillas se vieron ante tus ojos al ver la primera roca caer en cometa, y tras otro, y otro, e infinidades de pequeñas piedras envueltas en llamas que contrarrestaban con los distintos tipos de azúl y morado del cielo, y alcanzaron a llamar la atención lo suficiente como para detener a ese par, Shine en medio de una mordida al brazo del mayor, y Lull con su mano apoyada en la cabeza de ella queriendola alejar, ambos observaban hipnotizados el fenómeno del por qué los tres habían llegado hasta ahí: la lluvia de meteoritos.
Un grito agudo de emoción a tu lado llamó la atención de ti y Lull, claramente proveniente de la menor que se cubría la boca con ambas manos dando saltitos de emoción. Sonreiste cálidamente contagiandote una vez más con su alegría. ¿Por qué su terco hermano no era así?
Tu conmoción duró poco, pero fue maravillosamente increíble, al menos para ti siendo chica de ciudad desde niña, y que nunca prestaste debida atención a esos pequeños detalles que nunca imaginaste que te dieran esa sensación de llenura en tu alma... justo como él lo hacía.
Era precioso, sabías que no cambiarías esa vista por nada, apesar de la leve tristeza que agarraste en ese instante, abrumandote con el pensamiento que esa sería la última vez que verías algo tan hermoso.
—Deberíamos irnos— hablaste cuando acabó todo, no sin antes esperar unos minutos asegurándose de que fuera así, te levantaste de tu posición en indio sobre el pasto.
—¿Eh? —salió de su trance la albina nerviosa mirándote como si no se lo creyera, aún desde el suelo— P-pero ¿No podemos quedarnos un poco más?
—Ya oíste a la cara de libro, a irnos, enana— como siempre, utilizando sus típicos apelativos al dirigirse a ti y a su hermana con los brazos cruzados y una expresión de cansancio. Escuchaste que la aludida sólo se quejó en voz alta.
—Yi iisti i li ciri di libri i irnis inini—Obviamente se ganó una mirada asesina del mayor, Shine sin temer a nada le sacó la lengua cruzándose de brazos, dispuesta a seguir la pelea eterna.
Parecían niños de preescolar peleando por unos jueguetes a pesar de tener entre dieciséis y dieciocho años y estar amarrados a las ataduras de la universidad. Reíste con el pensamiento, y alzaste la mirada una vez más, como si aquél manto azulado fuera algún tipo de consuelo que te arrullara cuál chiquilla.
Retrocediste unos pasos atrás con una mano en tu frente, querías ver desde una perspectiva diferente, pero al pisar, tarde te diste cuenta que no había suelo.
Abriste tus ojos como platos y sólo pudiste dejarte inclinar tu cuerpo para que la fuerza gravitatoria hiciera lo suyo.
—¡Lull!
Gritaste, ya cayendo, y lo único que pudiste ver fue el mencionado apoyado en el borde de a dónde caiste y el cielo estrellado, que parecía alejarse más al tú alzar tus manos en intentos de aferrarte a algo que no fuera la misma nada, menuda idiotez.
—¡****! —ambos gritaron desgarradoramente.
Todo lo que vino después fue oscuridad.
...
Un pitido a lo lejos podías escuchar, haciéndose cada vez más fuerte en tus oídos junto a los dolores musculares que empezaban a invadir tus articulaciones y huesos. Frunciste el ceño moviendo tus párpados para abrirlos pesadamente luego de eso, no disminuyendo para nada el maldito dolor de cabeza que te sobrevino y el molesto sonido que sólo tú parecias escuchar.
Ladeaste tu cuerpo estando bocarriba soltando un gemido de dolor, pasando una mano por tu frente y sentir tus dedos mancharse de algo cálido, llevándo tu mano a tu campo de visión una vez dejaste de ver borroso.
Maldita sea la hora en la que caíste ahí...
¿Estabas sangrando? Muchas veces solías abrirte heridas, más porque de niña la torpeza te dominaba. Siempre tropezabas hasta con un insecto atravesado en tu camino, y con esto reviviste cada uno de esos momentos, junto con cada dolor y sangre sentido.
Ni siquiera te percataste del lugar ni lo que amortiguó tu fea caída, ¿Cuántas horas habrán pasado? ¿Te han buscado? ¿Preocupado por ti?, Era obvio que ese par habrían de llamar a alguien... entonces, ¿Por qué seguías ahí, tirada y herida? Tal vez sólo debías esperar... si. Eso debías hacer.
Tus dedos se movieron a tus costados, aún sin abrir los ojos totalmente y recuperado tu visión por completo, esperaste, y sentiste algo suave al tacto. Tus brazos y piernas estaban amortiguadas por la misma suavidad, y ladeaste tu cabeza levemente descansando la mejilla en lo que parecían puntos dorados que tomaron forma de bellos pétalos.
Exactamente, una inifinidad de flores doradas formando un pequeño jardín, que es dónde tú habías caído, te rodeaban con tan suavidad y cariño que te hiciste la idea de que el infierno era más cálido de lo que esperabas.
Espera, estabas respirando, significaba que estabas viva...
¿Quién diría que aquél paseo terminase en esa desgracia? No tenías ni tiempo para alarmarte de lo aturdida que estabas en ese estado, ¿Si tenías una fractura? ¿Algún tejido roto? ¿Hemorragias internas...? Cómo futura médica y alguien que apreciaba su vida, esas y más preguntas te inundaron una vez te sentaste sobre ese jardín y miraste tus manos rasposas y sucias.
—N–No...—empezaste a alarmarte, tus pupilas se dilataron en puro terror y tus manos temblaban.
Miraste hacia arriba, la distancia y la oscuridad del hoyo negro que se suponía que sería el cielo, y ahogaste un sollozo que quizo ascender desde tu garganta.
Estabas sola, acorralada, herida, a unos muchos metros de salir.
Te abrazaste a ti misma, pero no podías quedarte sin hacer nada. Cómo podías te levantaste agarrándose un brazo, que al medio moverlo dolía como mil demonios.
Genial...—pensaste, ahora tenías un brazo fracturado y estabas pérdida y sola en ese agujero.
Pediste ayuda, gritaste, sollozaste, sentías la suciedad correr por tus mejillas y la sangre y largrimas mezclarse. Pero nadie vino por ti, nadie se preocupó, solo las flores te acompañaban en tu dolor, y como si te escuchasen, se mecían a un ritmo lento al compás de la suave brisa que podía llegar hasta ahí.
¿Entonces ahí acababa tu existencia?
Te acurrucarse en ovillo contra una columna desquebrajada y los botones dorados seguían a tus pies, intentando mantener el poco de calor que esa flora podía ofrecerte nada más.
Un buen rato te quedaste ahí, con los brazos abrazándote a ti misma y tus rodillas contra tu pecho, viendo innecesario gritar, por más que sollozabas, sólo el eco de tu voz resonaba entre esas piedras quebradas y las enredaderas. Llevaste aproximadamente dos horas intentándolo, no querías rendirte, aunque fueses débil en salud estabas dispuesta a vivir.
Cuando te ibas a levantar e intentarlo por una última vez, escuchaste unos pasos apresurados venir desde el oscuro hueco al otro lado del lugar. Habías notado aquello, pero no te ibas a encaminar hacia ese lugar desconocido sin saber los peligros que podían abundar y finalizar definitivamente con tu vida. Te encogiste en ti misma, jadeaste angustiada, tu corazón se removía en tu pecho alterada. Querías irte, esconderte, tal vez deberías estar feliz por escuchar los pasos de alguien, pero el que viniera de ese pasillo oscuro te daba muy mala espina.
Las columnas no eran lo suficientemente anchas para cubrirte totalmente, de casualidad tu figura encajaba perfecto, pero no te aseguraba un buen escondite.
Maldeciste en tu mente, hasta que no te dió tiempo ni de pensar en más nada qué hacer para evitar lo inevitable, y te quedaste por unos segundos sin respirar.
Frente a ti, se hallaba una cabra.
Una cabra que empezó a gritar al verte y que le seguiste por lo asustada que estabas.
—¡AAAHHHHHHHH!
—¡AAAAAHHHHHHHH!
—¡BAJA ESA COSA DE MI CARA!
Ni loca lo harías, con la única arma improvisada que pudiste tomar le amenazaste con clavarle el palo en el ojo al ver que él no retrocedía y alzaba ambas manos en muestra de paz.
Hasta que algo te detuvo... y ni siquiera pudiste mover tu mano ni ninguna articulación de tu cuerpo. Te viste rodeada por un aura cian que te impidió avanzar, extrañamente te tranquilizaste apesar de no poder moverte por una energía desconocida.
—hey, ¿qué es todo ese escándalo? tori y yo lo escuchamos desde la ca–
Abriste tus ojos como platos y sentiste la taquicardia en tu corazón, posiblemente por el susto interno al ver a un esqueleto salir de dónde la cabra había venido por ti.
Él también parecía sorprendido, pero no tanto como tú lo estabas. Al ver la situación en la que te encontrabas tú y la cabra cambió a una expresión seria, pero un tanto calmada para el desastre que tu mente y alma abundaba.
Las palabras ni siquiera podían ascender a tu garganta, y te diste cuenta de algo...
¿Serán...? ¿Serán aquellos monstruos de los que hablan tanto las leyendas...?
—Por Asgore, llegaste justo a tiempo, Sans—suspiró con alivio el mamífero antropomórfico con una pata en su pecho. En el fondo empezaste a sentirte mal por aquello... ¿Pero qué podías hacer estando tan asustada y apenas enterandote de la existencia de monstruos vivos en esa montaña?
Él poseía un suéter verde con rayas horizontales amarillentas y un pantalón ancho color café, sus ojos parecían dos esmeraldas alegres y risueñas. Parecía un cachorro.
En cambio el esqueleto... le ganabas por unos pocos centímetros, o tal vez era por la distancia que lo notabas así. Camisa blanca, chamarra azúl ray tirando a marino, shorts negros con una gruesa línea blanca vertical a los costados, y... ¿Pantuflas rosadas? Por tu vista de halcón pudiste notar que nunca habían conocido una lavadora antes...
—eh... ¿una humana?
—Si, escuché unos gritos provenir desde el jardín y vine a ver qué pasaba... pero creo que la asusté.
No me digas...—contestaste con sarcasmo en tu mente, obviamente, él no podía escucharlo.
El esqueleto te miraba con algo de desconfianza, en el fondo te sentías mal por dar ese espectáculo por nada y que ahora los que son tus salvadores te miraran mal. Esa mirada en él se fue tan rápido como llegó y te dejó en el suelo desapareciendo ese aura cian alrededor de tu cuerpo. Te quejaste por lo bajo, parecía que aún no se percataba de tus heridas.
La cabra chilló asustado al arrodillarse a tu lado y ver la sangre y suciedad correr por tu piel. Aún estabas algo reacia a esos acercamientos, pero se lo permitiste. Después de todo, fueron los que te encontraron.
—¡Por Asgore! Estás herida...—con el rostro inundado de preocupación quiso tomar tu mano, pero le negaste apartandola enseguida. Él se vio desconcertado, intercambiando miradas con el esqueleto quién sólo se encogió de hombros, y te volvió a hablar.— tranquila, puedes confiar en nuestra compañía. Mamá puede curarte esas feas heridas—sonrió, ofreciendo su pata mullida.
Dudaste, aún exasperada por todo lo que estaba pasando alrededor, y no viste ningúna cruel intención en aquellos ojos verdosos, seguía siendo un infante al fin y al cabo. Siempre mantuviste contigo aquella enseñanza de no confiar en personas desconocidas aún si mostrarán intenciones para nada malintencionadas. Pero era un niño... la única salvación a la que te aferraste. Uniste tu mano con la suya, y de un jalón te levantó. Te sorprendiste, ¡Ese carajito sí que tenía fuerza!
Apenas y podías caminar, tenías las piernas entumecidas por la posición tan incómoda a la que estuviste horas.
El monstruo con quién intercambiaste primeras palabras colocó tu brazo alrededor de sus hombros, y te apegó a él para que no se te dificultase caminar, sosteniendote por la cintura. Era un niño, y sin embargo, necesitaría de unos cuántos centímetros más para llegar a tu altura. Ahí fue cuando caíste en cuenta de la diferencia entre anatomías, y miraste de reojo a la cabra que parecía alegre con sólo tu presencia cercana mientras caminaban hacia su hogar. Era admirable de ver.
De vez en cuando podías dirigir tu mirada al esqueleto un poco más atrás, él simplemente parecía despreocupado, pero sabías tanto sobre la máscara encima de las actitudes falsas, que no te costó demasiado notar que estaba exasperado... muy posiblemente por ti.
Sus miradas se cruzaron, y sólo por unos segundos pudiste mantener ese hilo ya que lo apartaste enseguida sintiendo el nerviosismo en tu alma. ¿Acaso siempre reaccionas de esa forma al mirar a un chico...? Qué vergüenza... sobretodo al ser la única que había hecho eso. Él sólo te miraba como si fueses un bicho raro, curioso, y dispuesto a su entretenimiento.
—¡Mamá!
Llegaste a una zona distinta, un enorme roble con hojas rojizas como el otoño, marchitas y muertas, que parecía que con toda el agua necesaria y más no era suficiente para hacer revivir a ese viejo sauce.
Había una casa, o lo que se suponía que sería una. El pequeño parecía emocionado, e imaginabas cómo estaría moviendo su cola corta de la emoción. Eso te estancó un cálido sentimiento en el corazón, que incluso olvidaste tu mal sabor en la boca y las miradas divertidas de Sans, suponías que te estaría mirando a tus espaldas, su mirada te atravesaba completamente, la sentías recorrer tu cuerpo, mirando a través de ti, dándote un escalofrío en tu columna y con las ganas de reclamarle en cara qué le pasaba. Pero trataste de ignorarlo, y sólo te dejaste contagiar con la emoción y confusión de tu salvador.
Obviamente, tu objetivo fue en vano, porque lo único que lograste fue pensar más y más en ese esqueleto raro que parecía dejarte en la luna con cada palabra de su grave voz, y con lo que notaste, se llevaba bastante bien con la dueña de esa casa...
...
Desde pequeña, has anhelado un hogar como todas las niñas normales en las que en tu curso asistían. Lo deseabas más que nadie.
Tu madre había muerto de un ACB; aún podías recordar esos gritos, ese pitido agudo y hueco de una máquina que indicaba la ausencia de un alma en un cuerpo que ya no pertenecía a este plano terrenal, los llantos, tu propio shock y la mano pálida de esa persona a quién más amaste en tu niñez muerte, sin color, sin esa calidez, sin ese pulso que era una canción de cuna para tus noches más oscuras en su compañía.
Eras una niña, pero comprendías claramente el término *muerte*
Mientras aún intentabas recuperarte de lo que sucedía a tu alrededor, tus sudorosas manos fueron levantadas con brusquedad y dos ojos llenos de sentimientos que pudiste captar, los mismos que sentías: cólera, impotencia, tristeza, furia, todo ello de arremolinaba en su mirada. Tu padre.
—Es tu culpa...
Tu infierno personal fue preparado incluso antes de nacer.
Pero quisiste seguir adelante en tu camino, pese a todas esas humillaciones y la falta de amor de algún representante paterno, deseabas dar a algún futuro ser que pudieses engendrar el hogar que de te fue arrebatado de pequeña.
Todo en la vida tiene un propósito, lo sabías muy bien, tan bien, que aceptaste cada caída con una sonrisa en tu rostro, y te volvías a levantar con la misma, incluso más determinada.
Esa sonrisa que le había gustado a él la primera vez que te vió feliz.
El reflejo de tu madre lo podías ver a través del agua de Waterfall, tu propio reflejo, entre las ondas que movían el estanque cian por la pequeña cascada un poco más allá.
Tenías tus pies sumergidos en el agua fría, sentías cosquillas, posiblemente por la mágia presente en el líquido. Como cuando niña los mecías con inocencia y ternura esperando que algún pez te tomara por sorpresa en el agua. Aquí, simplemente, estabas feliz, con esa calma que debiste, que necesitaste, sentir desde hace tiempo.
—hey kiddo, no habían de sabor a chicle, llegamos tarde.
Sonreiste al saber el dueño de esa voz que te hacía estremecer cada fibra de tu ser, incluso cuando te estaba hablando de helados. Volteaste la cabeza mirando hacia arriba, y Sans estaba atrás tuyo, con su sonrisa calmada y un bipolo partido a la mitad en sus manos.
—¿Qué? ¿Es enserio?—te quejaste con una breve risa, realmente no te importaba en lo más mínimo el chicle. Sólo querías probar algo nuevo con en la segunda salida que hacías con Sans.
—seh. a la próxima no te demores tanto en cambiarte de ropa, nos atrasamos como media hora por ello—se sentó a tu lado compartiendo el bipolo contigo, miraste sus pies sin las medias ni las pantuflas, sumergidas con los tuyos en el agua.
Reíste divertida con el tono fingido de molestia en él.
—¿Estás enojado conmigo?—le empujaste el hombro juguetonamente, él sólo hizo énfasis con su mano de que no le tomaba importancia.
—soy demasiado flojo como para enojarme contigo, ****—Algo en tu interior quería que expresara otra cosa, pero obviamente, nada pasó.
Tarareaste un afirmativo en tu garganta, y ambos se sumieron en un silencio cómodo disfrutando de la presencia del otro como nunca desde el primer día que caíste, y claro, disfrutando de esa soledad de ambos, curiosamente, a los dos no les agradaba demasiado estar en compañía de demasiadas personas. Si tuvieran que elegir entre salir o quedarse, se quedarían. Pero con ustedes era distinto, simplemente, esos momentos de tranquilidad te llegaban al alma.
Aún recordabas esas primeras semanas en las que empezaste a vivir con los Dreemurr, que resultaron ser la familia Real del Underground. Fue maravilloso, fascinante conocer a todas esas criaturas que creíste extintas hace mucho, esos lugares exóticos que nunca creíste que pudieran subsistir aquí abajo. No podías sentirte más emocionada, como si la pequeña tú volviese a ti.
Las insinuaciones de Sans fueron reales, desconfiaba de tí, creía que era alguna amenaza tenerte viva cerca de los suyos. No entendías realmente ese comportamiento, pero lo respetabas. Eras alguien distinto a ellos, pero dejabas en claro tus intenciones de no ser algún riesgo.
Él gruñía al verte cerca de "tori", como él le apodaba a Toriel, la madre de Asriel, que supiste después el nombre de quién fue tu salvador. A veces te preguntabas si Sans sentía algo más por ella al ver cómo se trataban con cierto cariño, incluso siendo la esposa del Rey.
Pocas fueron las veces que él y tú interactuaban, pero esa confianza fue abriendo sus puertas para dar paso a una linda amistad que perduraba hasta hoy en día, en ese precioso bosque de hadas llamado Waterfall, ya que, siempre que salías debías hacerlo con algún acompañante por seguridad, y él siempre se rehusaba, pero la mirada de fuego de Toriel era algo de lo cuál temer.
—Sans...—tú ya habías terminado tu bipolo mientras mirabas al agua móvil y tus pensamientos te nublaban. Aún con tus pies en el líquido helado, al contrario de Sans, quién sólo terminó su helado y se recostó en el suelo.
—¿kiddo?—él mantenía sus cuencas cerradas, despreocupado.
Realmente no sabías cómo iniciar ese tema de conversación sin que sonara desesperanzador para él. Pero... ya habías tomado una decisión.
—¿Cuántas... almas son necesarias para romper la barrera?
Por supuesto, eso lo tomó desprevenido, sólo alcanzó a abrir un ojo mirándote extrañado.
—¿Por qué esa pregunta?
—Asriel...—empezaste, con un nudo en la garganta, aunque determinada a continuar.— él me facilitó un libro de la historia sobre el origen de la barrera y la guerra... incluso más informado que el que yo había tomado de la universidad. Se necesitan cierto número de almas humanas para deshacer el hechizo, ¿No?
Tardó en responder, pero supiste que fue por la impresión. No sabía a dónde querías llegar, pero lo estaba empezando a incomodar.
—siete.
—Siete...—repetiste en un murmuro para ti con la mirada perdida en el estanque.
—¿a qué quieres llegar con todo esto?—estaba empezando a exasperarse, se acomodó mejor mirándote desde su posición apoyado de codos, abriendo más sus cuencas y dilatando sus pupilas al un pensamiento recorrer su mente.— no estarás pensando en–
—Tengo curiosidad—lo interrumpiste, para que no pensara de más. Te miró con el ceño fruncido como si no creyera las palabras que acabaste de pronunciar, pero mantenías tu actitud serena.
Suspiró unos minutos después, lo seguías con la mirada al pararse y sacudir sus ropas, extendiendote una mano para ayudarte a pararte. La tomaste sin dudar, y ni cuenta se habían dado, o al menos él, que aún seguían con las manos agarradas. Pero tus pensamientos estaban en otro sitios, ¿pensabas dejar tu existencia hasta ahí? ¿Luego de todo lo que te propusiste? ¿Lo que sufriste?
Egoísmo... esa palabra que tanto odiabas, lo cometías en silencio al negar abrirte a nuevas oportunidades para *ellos*.
De un teletransporte llegaste a las Ruinas, a las puertas gigantes y pesadas que te acostumbraste a abrir sóla, ibas a despedirte, pero antes de que articularas palabra alguna, desapareció.
—... Adiós.—murmuraste tras un suspiro. No querías que él de enojara contigo por esa estupidez, *estupidez...* Si, claro.
Más tarde, en tu cama, le mandarías un mensaje. Por ahorita sólo debías disfrutar de tu actual hogar tanto cómo podías, para no llevarte remordimientos luego.
...
La oscuridad del cuarto no lograba calmar las olas agitadas de pensamientos esa noche. Le escribiste a Sans, más no respondió y sólo llegaste a la conclusión de que debías hablar adecuadamente con él mañana en la tarde.
—Azzy...
No recibiste respuesta enseguida, más se escuchó el crujido de la cama moverse.
—¿Si, ***? Pensé que ya estabas dormida—te miraba con esos ojos esmeraldas curioso, soltando una pequeña risa y su sonrisa traviesa— adivino, ¿no puedes dormir? Creo que ya no hace falta que me cuentes tus razones, o en este caso, quién–
—Quiero romper la barrera.
Lo interrumpiste, y la charla jovial que se estaba formando hace unos segundos se convirtió en un silencio sepulcral junto a la sorpresa y agitación de Asriel, quién te miró con los ojos bien abiertos y la boca medio abierta, casi como si quisiese objetar al respecto, más nada salía.
Lo miraste con una leve sonrisa y en ella reflejando tus intenciones. Él esperaba una broma, un chiste, como tantas veces sabías hacer en momentos serios terminabas riéndote en su cara. Pero no. Estabas ahí, al otro lado de la habitación en tu cama, con un semblante triste y decidido después de mucho pensar.
—N-no pero...—al fin las palabras logró articular.— ¿Q-que estás diciendo?
—Ya mi decisión está tomada—hablaste firme, apretando en un puño un poco las sábanas de la cama.— tengo un plan para que tomes mi alma...
—¡No!—se sentó de golpe en la cama quitándose la sábana que tenía encima y mirándote con furia. Tus ojos mostraban sorpresa, casi nunca escuchabas al príncipe de los monstruos alzar la voz.— N-no quiero que te arriesgues a algo así... e-eso implicaría perderte, mamá no se lo perdonaría, papá se sentiría muy triste si te vas, S-Sans...— lágrimas por debajo de su pelaje empezaban a mojar su blanco manto.
Lo único que hacías era mirarlo desde tu posición, ahora sentada sobre la cama de rodillas, te paraste descalza sobre la alfombra hasta la cama de él, arrodillándote con tu barbilla y brazos apoyada en la orilla, sonriendo dulcemente para intentar calmarlo. Habías presenciado mucha de sus rabietas, así que sabías muy bien qué actitud utilizar como as bajo la manga y calmarlo un poco.
—Hey.
Asriel se sentía traicionado, tú lo sabías. Para él eras como su hermana mayor, uno que nunca tuvo y que jamás cambiaría. Desvió la mirada molestó, sollozando en silencio y quitándose lágrimas traicioneras que mojaban su suave pelaje.
—Lo siento... no debí ser tan directo contigo. Simplemente pensé que debía compartirtelo.
—No...—su voz se tornó entrecortada— sólo... no quiero que te vallas... debe haber otra manera, no algo que implique que te alejes de nosotros—se abrazó a sí mismo buscando protección fuera de la realidad, cosa que no era posible.
—Lo sé—tu mano buscó la suya en la oscuridad, y la tomaste con confianza, mirando su pata.— pero... así supongo que tiene que ser. Yo tenía mi vida fuera de aquí, iba a estudiar medicina para así salvar almas desdichadas que estuvieran en peligro de muerte. Pero creo que sí cumpliré con ello, aunque no de la forma que esperaba—reiste un poco, mirándolo, pero él seguía con su vista perdida y preocupada.— no quiero sentir culpa nunca más, y si el destino quiere que te jale de los pies todas las noches, pues así será.
Lograste sacar una pequeña sonrisa al menor, pero la reprimió con un puchero queriendo seguir firme. Dios, tú sí que sabías cómo animarlo incluso en los peores momentos. Suspiró cerrando sus ojos dejando la tensión a un lado, queriendo entenderte, queriendo ponerse en tu lugar. Pero no podía, simplemente no.
Igual, tenía que aceptarlo, porque tú eras demasiado determinada.
—... Bien, ***—dejó de luchar, y te dedicó otra de sus sonrisas adorables y sinceras. Sonreiste de vuelta, llena de felicidad.— te prometo que lo que sacrificarás, no será en vano.
A veces te sorprendias por la madurez mental que ese cachorro monstruo tenía. Puede ser malcriado, llorón algunas veces, pero sabe la seriedad que implican ciertos temas y actuar con calma ante ciertas situaciones.
—Pero no me gastes bromas cuando estés del otro lado—hizo otro puchero tomandote de ambas mejillas, y tú reíste con las dos rojas y sosteniendo sus muñecas por la fuerza en la que te las agarraba.
Todo estaba planeado. Para mañana al anochecer, ibas a llevar a cabo tu plan.
Vaya, cuánto extrañarías esos momentos de hermandad.
...
El frío de Snowdin parecía ir con todo con sólo el objetivo de hacerlo helar.
Sans acomodó su capucha afelpada y cálida sobre su cráneo, aspirando el olor suave a flores doradas que pertenecía a tu cuerpo y no se cansaría de sentirlo. Tu esencia había permanecido en su ropa el día anterior que fueron a las cascadas de Waterfall a comprar helado. Todo el camino de Snowdin, lo cuál decidiste caminar no más para admirar la belleza una de sus tantas veces por el bosque helado, le habías pedido su chamarra para calentarte.
Por las estrellas, te veías tan jodidamente adorable con su ropa una talla más a tu medida. No podía dejar de lanzarte miradas de reojo y tu leve sonrojo por el ambiente junto a esas sonrisas solas que hacías no ayudaban demasiado. ¿En qué pensabas tanto estando con él?
Suspiró profundamente recostandose en la madera de su puesto de vigilancia. Era tu culpa que terminase de esa manera, con la mente nublada y distraída sólo pensando la próxima vez en la que se volverá a reunir contigo a solas... al menos sólo para disfrutar de tu presencia y ese aroma a pétalos dorados que cuál camino dejabas para que él te siguiera, pero siempre tú estabas tan lejos... tan fuera de su alcance.
Esa tarde esperaba verte, y tal vez, al menos... ser un poco más responsable con el ser puntual, apartar una mesa en el MTT Resort para dos–...
El teléfono empezó a vibrar bajo su bolsillo. Estaba tan sumergido ensoñozando contigo que a los segundos fue que se dió de cuenta que, insistente, no paraba de vibrar. Incluso cuando terminaba su secuencia y colgaba, volvía a insistir.
Se enderezó en su puesto tomando su teléfono y tras una estirada en su columna, hasta que sus vértebras dejasen ver cuánto tiempo estuvo en esa incómoda posición, presionó el botón de atender verde en la pantalla táctil. Su ceño se frunció, era el número de Asriel. La última vez que había llamado fueron días atrás en otra salida, era para preguntar la hora a la que tú regresarías a las Ruinas.
—¿sup?
—Sans, ven pronto—su voz se escuchaba entrecortada tras el auricular, eso le angustió un poco.
—¿qué sucede?
—Es ***...—ante la mencion de ti nombre sus pupilas se dilataron, y no faltó para interrumpirlo.
—¿ella está bien?—un largo silencio hubo de su parte, su paciencia ya estaba colmada, apretó el aparato en su mano— ¡respóndeme!
—Está muy mal...
Sintió como algo dentro de él se quebraba y su entorno se había detenido al escuchar esas palabras, no sabía por qué, pero fue tan fuerte la impresión, que dejó su mente en shock durante unos segundos a la nada. No dudó en desaparecer importandole ya poco el trabajo con el que casi nunca cumplía.
—¡¿Hola?!—La voz seguía transmitiendose a través del auricular, encima de la madera.
...
Pudiste abrir los ojos con pesadez, débilmente, escuchabas el mismo pitido proveniente de uno de tus oídos al despertar en tu cama, ese mismo que habías escuchado al caer, y tu ansiada cama, a la que ibas a extrañar, estaba hecha y ordenada igual que la sábana sobre ti.
Sentías calor, sentías tus mejillas calientes, con esa fiebre de cuarenta grados, sabías que sólo faltaba un poco más para comenzar a alucinar. Te ardían los párpados.
Tenías la clara idea de lo que sucedería, y una sonrisa lastimosa, pero que irradiaba felicidad no tardó en aparecer en tus facciones, la misma sonrisa que le dedicaste a Sans al verlo cruzar esa puerta, esa sonrisa que él tanto deseaba recibir, para él, y sólo para él.
—Si viniste...—escuchaste la puerta cerrarse, y susurraste con las lágrimas casi asomándose por tus ojos vidriosos, más por el calor.
—...—él no te contesto, escuchándose sólo sus pasos amortiguados por la alfombra hasta ya estar frente a ti, y su mirada... era difícil de interpretar.
Tras un breve silencio confuso le hiciste a un lado de la cama para que se sentara en la orilla, y apoyó sus brazos sobre sus rodillas inclinado hacia adelante, ni siquiera podía dirigirte la mirada.
No quería verte así como estás, le dolía siquiera imaginarte, tan alegre, risueña y con esperanzas y deseos por delante, en cama, débil, y tu alma lentamente apagandose... esa alma que deseaba mantener a salvo, esa alma que siempre anheló pero que nunca pudo tenerla entre sus dedos. Esa alma que con lentos y débiles latidos, lo llamaba...
Sans quería llorar. Sabía lo que pasaría, y nunca pudo evitarlo. El día anterior se sintió tan feliz, algo que nunca creyó sentir de nuevo, ese sentimiento en su impotente alma que hacía que sus pupilas brillaran al estar contigo.
¿Cómo de un día para otro esa felicidad se fue a la mierda?
—Sans...—estabas decidida a romper ese silencio que aún no lograbas comprender.
—lo siento...—al fin pudiste ver una expresión clara en su mirada vacía, al menos medio rostro, ya que no parecía ser capáz de enfrentarte.
Parpadeaste. ¿Por qué se estaba disculpando...?
—¿Por qué?
—no he podido protegerte...—eso parecía dolerle más a él que a la propia enfermedad que te consumía por dentro.
—¿Qué?
—¿por qué haces esto?—su voz se mantenía firme, pero parecía que en cualquier momento, por un sólo hilo, se quebraría totalmente.
—Quiero liberarlos a todos—respondiste simple cómo podías, pues, era tu verdad, la verdad que tal vez, sólo tú podías entender.
Momentos de calma, pudiste escuchar con un hilo de voz *"egoísta..."*
—¿Eh?
—quieres alejarnos de ti... quieres que tengamos una vida sin ti incluída, ¿crees que eso es posible luego de conocerte? ¿luego al encajar como un rompecabezas perfectamente en mi alm-...?—rompió en seco por la estupidez que estaba diciendo, chasqueando la lengua y murmurando una maldición, estaba rígido.—luego de... obligarme a vigilarte como a un perro, ¿crees que te perdonaré esto?
No sabías lo que decía, y aunque intentases buscarle alguna vuelta, ¿Por qué decía todo eso?
—Sans.... N-no entiendo, lo siento—parpadeaste un par de veces. Escuchaste de él una pequeña risa... vacía.
—por supuesto... sé qué sabes lo que se siente perder a alguien quién te importa, ¿y aún así sigues sin entender?
—Sans, yo... ¿te importo?—preguntaste esperanzada, querías saber la pregunta que cada noche te remplanteabas.
—... joder, claro que sí...—suspiró con calma, y pudiste verlo por fin, su expresión angustiada con esa clara preocupación en su tono, acaricio tus cabellos sintiendo la suavidad de estos, tú sólo lo observaste en silencio al seguir con esas caricias.
—Sans... las estrellas son hermosas, deseo que ellos las vean. Que tú lo hagas.
—... no sirve de nada si tú no estás.
—Por favor... disfrutalas. No creo poder hacerlo por mi propia cuenta una vez más. Haz mi ida lejos de remordimientos.
—lo prometo, ***.
Esa misma noche, sentiste lo que era la verdadera paz, tras tu alma y la suya liderar un sentimiento que nunca fué encontrado, y luego, te sentiste dormir en sus brazos para nunca más despertar. Tus mejillas inertes estaban mojadas por lágrimas que no te pertenecían.
...
Las luces parpadeantes se erguian por el firmamento, vivas, preciosas, ellos no creían conocer la belleza de tal cosa al experimentarlo con sus propios ojos.
Sans estaba acostado bocarriba, con ambos brazos bajo su cráneo; había llovido en toda la noche, así que el pasto era obvio que estuviera un poco humedecido perfumado el ambiente con ese perfume narutal a tierra mojada.
Cualquiera creería que estaba dormitando, pero estaba más despierto que nunca. Tenías razón, las estrellas podían ser tal vez, lo más precioso que ellos alguna vez anhelaron en sus días de encierro. Pero para él, todo el tiempo tuvo una consigo, a su lado, una estrella que no puedo proteger, esa luz que poco a poco se extinguió hasta más no admirar su brillo.
Porque, ciertamente, eras su estrella. Aquella que, sin importar esas luces en el cielo, eras la que irradiaba más brillo de todas, la más hermosa de todas. Porque fue enamorándose de ti con el tiempo, y muy tarde se dió de cuenta.
Pero ahora podía recordarte, como algo preciado que tuvo pero que nunca pudo alcanzar. Una estrella fugaz que pudo admirar por momentos, pero luego se iba desvaneciéndose en el firmamento.
—¡SANS!
El grito de Papyrus fue escuchado a la distancia, y Sans reaccionó abriendo sus cuencas y erguido mirándolo desde donde estaba.
—HERMANO, NECESITAMOS TU AYUDA AQUÍ. ¡NO ES MOMENTO PARA DORMIR!—Se cruzó de brazos, junto con una Undyne que intentaba armar una especie de tienda, en vano. Parecía que en cualquier momento iba a romperla y lanzar todo su esfuerzo a la mierda.
Tras unas breves miradas al firmamento oscuro y violáceo, con una sonrisa sincera se levantó sin pesar, y caminó hacia los demás.
—claro, hermano.
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