𝐭𝐰𝐨
Julian despierta a duras penas y se voltea sobre sus desordenadas sábanas cuales, enrolladas, ya no podían cumplir la función aislante desde la colcha. El aparatoso despertador, oculto entre la pequeña montaña de ropa sucia que decoraba uno de los rincones de su alcoba, no deja de sonar cada vez más grave al anunciar que ya habían transcurrido quince minutos desde su inicial alerta. El fastidiado moreno tapa sus ojos con ambas manos y acalla un naciente grito de frustración, finalmente motivándose lo suficiente como para buscar a tientas el maldito aparato y, luego de abrir la ventana, lanzarlo sin más desde el duodécimo segundo piso del gran edificio en que vivía con su madre. Contemplativo, él observa la caída libre del reloj y cómo este se estrella finalmente sobre el césped del jardín frontal, rompiéndose en mil pedazos al aterrizar. Él se mantiene ahí, adormilado, gris al igual que las nubes que cubrían el cielo de la gran manzana, frío, sin voluntad de algo, porque creía no poder sentir nada a menos que fuese artificial euforia.
―Jules ―anuncia Sara con unos suaves golpecitos a la puerta, la siempre amable limpiadora que trabajaba en el apartamento desde que él tenía doce―. Jules, el desayuno está listo.
El moreno no deseaba en absoluto ir a la preparatoria, tenía una jaqueca del demonio y su cuerpo dolía como si hubiese corrido una kilométrica maratón, no obstante, sabía muy bien que su siempre ausente madre culparía a Sara de no asegurarse en insistir que él se presentara en la escuela, por lo mismo que no tiene más opción que obedecer. Así, Jules se da una ligera ducha y luego viste los clásicos pantalones color caqui del uniforme, además de la camisa azul claro y blazer oscuro de bordes rojos. El moreno, como siempre, no se molesta en arreglar el nudo de su corbata, cual ya cumpliría dos meses, y simplemente limita a dirigirse a la cocina en donde Sara lavaba la loza utilizada para prepararle la comida. Él frunce los labios al notar que la siempre intuitiva empleada le había empacado el desayuno, ya que, cuando este era servido, él nunca tenía el apetito o tiempo suficiente para consumirlo.
―Gracias, Sara ―dice luego de guardar su comida dentro del oscuro bolso de cuerina cual correa cruza su pecho al cargar. Pronto despidiéndose de la anciana mujer con un siempre ligero beso sobre su mejilla.
Julian se apresura por la calzada. No debía caminar más de dos cuadras, él vivía en el mismo sector de su escuela, en el Upper West side de Nueva York, por lo tanto, sólo dependía de sí mismo arribar a tiempo ahora que restaban diez minutos para que comenzara la primera clase de la mañana del viernes. Sin embargo, a la distancia puede ver como Nick y Fabrizio le hacían señas desde el callejón en el cual usualmente se juntaban antes de resignarse a asistir a la preparatoria.
―Casi te quedas sin nada ―ríe Fab, entregándole el porro casi acabado a su amigo. El aludido ignora el comentario y fuma profundo, como si aquella fuese la respuesta a todos sus problemas y, sobre todo, a su jaqueca.
―Luces como la mierda ―comenta Nick al notar las oscuras ojeras de Julian, desordenado cabello lacio y sus siempre adormilados ojos, ello, antes de que la cannabis si quiera hiciese efecto.
―No pierdas tu tiempo elogiándome. No te la mamaré.
El aludido rueda los ojos con desagrado y Fab se ahoga en su risa.
―¿Quieres una aspirina? ―interviene el rizado cuando al fin puede dejar de reír, ello después de que un aburrido Nick le hubiese golpeado el brazo con un bruto puñetazo―. Se las robé a mi mamá.
―No. Paso.
―Buena decisión ―agrega Nick, haciendo una ligera pausa para beber un sorbo de agua de su botella metálica en donde a veces contrabandeaba alcohol dentro de la preparatoria―. Porque estoy bastante seguro de que esas mierdas no son aspirinas ¿viste que las indicaciones están en español? ¿sabes acaso algo de español?
―Sólo una poquita yo sé. Me gusta la española, very sexy ―dice Fab, pensativo y con una voz casi infantil, tratando de canalizar su completo conocimiento del idioma―. Pero reprobé el año anterior.
Julian toma la botella de píldoras y lee sin mucha dificultad lo escrito. No era que él fuese un lingüista experto, pero, durante sus años en el internado de Suiza, había elegido el español como segundo idioma y sabía lo suficiente.
―¡Puto Fabrizio, eres un idiota! ―ríe repentinamente y Nick abre ambos ojos con enormidad, ansioso de entender el motivo de la explosiva alegría en el siempre gris Julian. Fab, por otro lado, ladea la cabeza hacia la derecha, contrariado―. Estas píldoras están llenas de cafeína. Son para perder peso ―Nick estalla en una risotada―. ¿Cuántas tomaste?
―Tres...
―Bueno, con eso bastará para... ―responde leyendo los posibles efectos secundarios―. Causarte una diarrea en caso de que hayas tenido un abundante desayuno.
―¡Mierda! ―exclama aproblemado, con una gota de sudor bajando por su sien. Nick no puede parar de reír y, luego de que Julian finalmente terminara de fumar, los tres se apresuran hasta el edificio de su escuela.
La primera clase del día era matemáticas. «¡Puta álgebra!» se queja por lo bajo cuando observa con rencor como el profesor llenaba el pizarrón con fórmulas para que ellos copiasen y resolviesen por sí mismos durante los iniciales treinta minutos de lección. El moreno, ligeramente echado sobre la mesa que compartía con June quien, por ser alumna sobresaliente, había adelantado un grado en cálculo, afirma su mejilla sobre la palma de su mano derecha y fija su mirada sobre el perfil de su pelirroja compañera; ella iba arreglada como siempre, bueno, "arreglada" no es la palabra más adecuada para describir su esmero en imagen personal, ello teniendo en cuenta que las chicas que conformaban el campus usualmente vestían accesorios y maquillaje a la moda para lucir su estatus, pero, June no tenía nada más que mera y debida pulcritud que lucir. No cuando su padre, en comparación a los magnates y empresarios patriarcas que conformaban esa comunidad estudiantil, era sólo el chofer de uno de ellos y debía hacerse cargo de la educación de dos hijos menores más sin la ayuda de la madre, ya que, esta les había dejado cuando June sólo tenía ocho años.
Julián, de pronto, siente algo de remordimiento al pensar aquello. Era noviembre, casi el aniversario de la fría partida de la madre de June y él recordaba claramente el evento porque, de pequeños, ella y él solían pasar algo tiempo juntos al coincidir. Sin embargo, eventualmente, de manera inesperada, la pelirroja y sus hermanos comenzaron a aparecer más frecuentemente en el apartamento de los Casablancas durante el tiempo en que aún eran un disfuncional matrimonio en las rocas, ello aún más después de su término. El moreno recordaba claramente la expresión de June en su mente: era fría, compuesta, digna, pero, con un leve brillo en sus ojos. Ella no lloró ese día y él creía que nunca la había visto derramar una lágrima en su vida. Y eso caló hondo en él porque, no mucho después, cuando el verano se aproximaba, su padre se marchó también así que lo único que realmente le dio el valor para afrontarlo fue recordar la fortaleza de June; si ella afrontaba algo de esa magnitud con tal gracia, él también podría hacerlo. Tal vez su indiferencia le haría sanar, pero, con los años sólo pudo sentir como la indolencia era lo único que realmente crecía dentro de sí, volviendo todo gris.
―Ayer vi a tu padre cuando fui a ver al mío en la agencia... ―comenta ella de pronto, sin siquiera alzar su mirada desde lo que anotaba dedicadamente.
―Lo ves más que yo.
―... Y preguntó por ti ―continúa fingiendo no haberle escuchado musitar lo anterior con flojo desdén. Ella sigue anotando en su cuaderno―. Le dije que no te había visto mucho esta semana porque estoy ocupada con el trabajo...
―Bien.
―... Tendrás que idear tus propias excusas para justificar las ausencias a las cátedras del martes, miércoles y jueves...
―Como sea.
Ella suspira profundo y niega ligero para sí misma. Él nota el gesto agotado de la pelirroja y tensa su mandíbula. De pronto, sus adormilados ojos café se encienden; inexplicablemente ofuscado, Julian se endereza sobre su puesto y raya por completo la hoja en donde June resolvía sus ecuaciones, ello con tanta fuerza que rompe parte del papel. Ella, sorprendida, poco a poco comienza a enfurecerse, pero, como era usual, la chica reprime sus emociones y cierra ambos ojos durante un par de segundos, en calma, para pronto quitar la hoja desde el cuaderno y hacerla a un lado con el objetivo de así copiar nuevamente lo ya anotado. El moreno puede sentir como la rabia comienza a inundarle de pies a cabeza otra vez. Ni siquiera los restantes efectos tardíos de la cannabis matutina podrían calmarle. Era realmente incomprensible para él como June lograba conformarse de esa manera. Si él fuese ella, se hubiese volteado para darle un feroz puñetazo sobre la nariz y noquearlo por ser semejante imbécil. Pero, al parecer, la dignidad de actuar no era un atributo natural en todos y él la envidiaba profundamente por ello.
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