𝐬𝐢𝐱𝐭𝐲 𝐭𝐰𝐨
El ligero tintineo de la porcelana golpeándose sobre sí misma acompañado de un dulce y tentador aroma traen de vuelta a Jules desde su profundo sueño. Adolorido, el despeinado moreno se separa con dificultad desde la blanda almohada que babeaba, pronto volteándose lento sobre sí para así ver a June sentarse al otro costado del colchón luego de dejar una redonda bandeja sobre el buró. La pálida y aseada rubia sonríe ligero, casi enternecida debido a la desastrosa silueta de su novio. Ella le ofrece una botella de agua y él, visiblemente agradecido, la recibe como si se tratase de un tesoro invaluable.
―Y... ―dice casi atragantado con el agua de cuya botella ya había bebido la mitad, así tosiendo ligero para despejar su garganta―... ¿Esos son panqueques y café?
―Lo son.
Julian finaliza la botella, sentado sobre la cama ligeramente inclinado hacia atrás, y, de manera dramática, pero agotada, musita casi como un quejido:
―¡No sé qué haría sin ti!
Ella sonríe para sí misma, agradecida como era usual, pero, de un tiempo a esa parte, no podía evitar sentirse algo perturbada debido a ese siempre reafirmante agradecimiento. June amaba sentirse una parte importante en la vida de Julian, sin embargo, su lado realista le reclamaba que los excesos en cualquier sentido son peligrosos. Aun así, ella no podía evitar sino hacer siempre lo que creyese mejor para él, era casi instintivo en ese entonces.
La rubia, de manera casi mecánica, le ofrece el plato de panqueques a su novio y este sonríe, casi conmovido, no pensando en nada más que en el maldito hambre que martirizaba a su estómago.
―... Te extrañé anoche... ―dice con la boca llena. Ella come en silencio desde su propio plato―. ¿Por qué te dormiste tan temprano?
―Me sentía algo agotada...
―Sabes que existe una conveniente solución química para lo que dices.
―No tenía muchas ganas de "eso" anoche, u hoy, en realidad.
―Oh, bueno... ―asiente conforme con la respuesta, ahora dándose el tiempo de masticar como era debido, ello luego de haberse casi atragantado con los primeros trozos de comida a causa de su rapidez para devorar―. ¿Cómo es que tus panqueques siempre saben igual? Desde que somos pequeños. Siempre el mismo glorioso sabor.
―Si te lo dijera, ya no sería una receta secreta.
La chica baja su melancólica mirada y alcanza la taza para beber algo de café con la contemplativa y somnolienta vista de Jules sobre ella. Él ya había oído esa historia, el origen de esa receta. Este había quedado grabado en su mente como aquella lluviosa tarde en la que una pequeña June le había preparado panqueques luego de que él le confesara de que su mamá sólo dormía o lloraba encerrada en el baño de su habitación y, usualmente, por las tardes él solía comer lo que sea que encontrase en la alacena o nevera. Así, la niña, para balancear de alguna manera la vulnerabilidad que él había sentido al revelar su triste día a día junto a su deprimida y, muchas veces, dopada mamá, le había confesado que lo único gentil que recordaba de su propia madre, y uno de sus recuerdos más felices, era cuando ella le había enseñado a hacer los secretos panqueques de la familia Kelly; la pelirroja dijo que ese pequeño secreto, por primera vez, le hizo sentir aceptada por ella.
―... Serena se marchó a Nueva york ―Julian es devuelto de manera súbita a la realidad y enfoca sus adormilados ojos sobre June―. Cuando preparaba la mezcla de panqueques hace un rato, Fab apareció en la cocina y lucía algo desanimado... No quise preguntar, pero sí acepté la ayuda que me ofrecía. Fueron quince silenciosos minutos ―comenta pensativa―. Lo cual es muy raro viniendo de él ―se encoge de hombros, resignada―. De todas formas, dejé un gran bowl de mezcla lista y él quedó haciendo el desayuno para los demás. Así yo subí con lo nuestro.
―Quizá discutieron o algo.
―¿Por qué? Fab es la persona menos confrontacional que se pueda conocer...
―Pero no Serena, por lo que he visto. Aunque, supongo que no la conoces mucho. Y yo tampoco en realidad.
―Es cierto... De todas formas, me parece extraño. Ellos parecían estar pasando un buen rato ayer mientras hacíamos las pizzas ―la rubia duda unos segundos antes de comer un último bocado desde su plato―. Fab, al menos lo parecía.
―De seguro están bien ―miente Jules, evasivo cuando recibe el café, deseando abandonar el tema debido a que él creía saber el porqué de la repentina partida de la chica.
Durante la madrugada anterior, luego de que el ebrio y algo drogado moreno fuese a comprobar que su novia yacía efectivamente dormida en su cuarto, no puede evitar oír una discusión cuando pretendía salir de la habitación, frenándose luego de abrir la puerta sólo un poco, incómodo casi como un niño pequeño quien se ve atrapado en la frontera de su habitación con el exterior al oír a sus padres gritarse insultos a la cara y no desear encontrarse de frente con la traumatizante escena. De esa manera, tambaleante y algo desorientado, oye como la resentida morena le reclamaba a su novio sobre la proximidad de este con su ex, y como él, en su defensa, le pedía usar su sentido común, sobre todo luego de que él se hubiese esmerado tanto en buscar una relación amorosa con ella, que lo suyo con June se lo había mencionado hace un tiempo para ser honesto y que ya era cosa del pasado, que ambos no eran más que buenos amigos. Pero, Serena no parecía desear aceptar aquello porque le parecía incomprensible; a su parecer, para que un lazo romántico se rompa de verdad, también debe hacerlo la arista de la complicidad.
―¿No tienes frío? ―consulta la curiosa rubia, observándole entre extrañada y entretenida, ya que, él se encontraba sentado en posición de loto sobre el colchón sólo vistiendo sus anchos y cuadriculados boxers que se extendían hasta la mitad del muslo, ello mientras perdía su mirada sobre la semiabierta ventana con privilegiada vista al gris, pero, tranquilo día y oleaje. Jules vuelve su mirada hacia ella manteniéndola fija durante unos segundos y sonriendo ladino al notar lo grueso y ancho del marrón sweater de lana que ella vestía.
―¿Puedes ayudar con eso?
―¿Quieres mi nuevo sweater?
―Lo quiero fuera.
―¿Es feo? ¡Oh, lo sabía! ―se lamenta avergonzada, pero, sobre todo, frustrada―. Es que no pude evitar comprarlo... Es tan suave y cómodo...
Él sonríe confundido.
―¡El sweater está bien! Sólo lo quiero fuera ahora.
Y, debido a que había pasado casi una semana desde la última vez que habían tenido tiempo a solas, ninguno de los dos parece en contra de la idea de entregarse al otro tan pronto un primer beso es robado, aunque, de manera discreta a expresa petición de ella. De esa forma, la dulzura de las ansiosas, pero, delicadas caricias, permiten que ambos se pierdan en el otro mientras el calor va en aumento entre las revueltas y blancas sábanas.
Ya para las tres, de manera casi milagrosa, el sol alumbraba la costa e invitaba a todos a dejar sus guaridas para disfrutar de aquel milagroso invernal paisaje, por lo mismo, los amigos se preparan para salir a dar el "paseo" que habían planeado desde hace semanas y así continuar celebrando el cumpleaños diecinueve de Nick.
―... ¿Dónde está June? ―le pregunta Nikolai a Jules cuando ya bajaban por el sendero frontal de la gran casa hacia la despejada costa. El moreno le explica que la chica no deseaba drogarse ese fin de semana, ya que, tenía una jornada bastante acelerada en la universidad al día siguiente; Nick, en tanto, al oír aquello, decide volver al interior de la casa sin que sus amigos lo notaran.
―Adelante... ―dice la rubia, sentada en posición de loto sobre su cama, concentrada en las notas hechas durante su clase favorita, pero, la más difícil que tenía en la universidad. El ojiazulado se permite entrar, quedándose junto a la semiabierta puerta, algo inseguro de cómo proceder, obligándose a sí mismo a responder sin más cuando los verdes y curiosos ojos de ella se posan sobre él―. ¡Hey!
―Hey... ―Nick frunce sus labios antes de continuar―. Sé que es mi cumpleaños y que ambos no tenemos la mejor relación... Pero, quiero que sepas que no me molesta que pases el rato con nosotros. De hecho, creo que deberías venir de "viaje", ya sabes.
―Oh... No... Que no aceptara no se trata de ti ―corrige de inmediato, dejando de lado su cuaderno, algo incómoda y ansiosa al mismo tiempo; ellos nunca solían realmente dirigirse la palabra―. Es solo que de verdad tengo que estudiar para mañana y he decidido bajarle un poco a la frecuencia con que le permito a químicos jugar con mi mente. Además, por lo que he leído, para soportar bien un viaje de ácido se necesita estar en un buen estado emocional, y debido al estrés de la vida, dudo estarlo. Así que, en realidad, lo hago por mí...
―Claro que no. Piensas que te odio. Es por lo que anoche decidiste irte a dormir justo después de que soplara las velas en la pizza.
―Lo que dije recién es verdad, pero, si, aún pienso que me odias un poco.
―No te odio, aclararemos eso ahora ―dice certero, con un tono de voz increíblemente maduro a pesar de su jovial y enclenque apariencia; por lo mismo, ella no puede evitar continuar escuchándolo atenta―. Pero, si, te detesté por mucho tiempo porque me parecía que eras fría y que sólo jugaste con Fab. Aun así, eso es agua bajo el puente y ahora creo que te conozco un poco más. Me refiero a que lo tuyo con Jules parece genuino y también nunca podría enojarme con alguien que prepara semejantes panqueques ―ella sonríe agradecida y tímida para sí misma―. Sin mencionar que hay algo que siempre todos dicen en tu defensa que nunca había logrado comprender, pero, que ahora veo.
―¿Qué?
―Eres una persona realmente desinteresada. Sabes lo mucho que significa para mí pasar el rato con la banda, así que, por ser mi cumpleaños, planeaste desde antes dar un paso al lado de manera sutil, sin que nadie lo notara. Pero yo sé todo. No puedes engañarme. Nadie puede.
―Cree lo que quieras, Nick ―la cómplice chica intenta distraerse con un par de fotografías sobre su regazo y él continúa mirándole ceñudo, decidiendo sacar un bien armado verde cigarrillo desde su bolsillo para dejarlo sobre el buró junto a la cama.
―Una voladora rama de olivo.
Nick es pronto en unirse a sus amigos en la costa y justos recorren un rato las cercanías, ello a la espera de que la pequeña lámina de ácido que había consumido cada uno hiciese efecto. De esa manera, el grupo continúa su caminata, entre disparatadas conversaciones, bromas, zancadas y empujones, sin siquiera notarlo, dejan atrás a la civilización y comienzan a adentrarse en la zona final de la costa este de los Hamptons, a la altura de los moderados acantilados de arena; siendo en ese lugar cuando muchos de ellos comenzaran a sentir los primeros efectos visuales de lo que habían consumido hace un rato. De alguna manera, las pequeñas partículas de agua derivadas del oleaje se paseaban frente a sus ojos, flotaban cristalinas e hipnotizantes, logrando que Albert pusiese sus ojos bizcos de vez en cuando y que Nick no pudiese parar de reír, pronto llorando debido a que, en efecto, no podía detenerse así que le costaba respirar. En tanto, un tranquilo Nikolai se dejaba caer sobre la arena, perdido sobre las débiles nubes sobre si, creyendo poder calcular la velocidad con que estas se movían y prediciendo la forma que tomarían según su posición.
―La arena tiene muchos colores... Miles de ellos... ―susurra Fab con pupilas totalmente dilatadas al extremo de casi ser imposible distinguir el color avellana de su iris. Jules, a un par de metros desde él, igualmente sentado sobre la arena y junto a Niko, observa al menudo y fascinado rizado, sintiéndose algo curioso al percibir la figura de su amigo casi cubierta por un claro halo de luz, como si él destacase de sobremanera entre el paisaje.
―... ¡Te digo que el agua me encandila, hombre, es como brillantina!
―... Es el reflejo del sol sobre las olas... Pero si... Si brilla ¡maldición! ¡mi piel también! ―coincide Nick cuando decide recostarse junto a Fab sobre la arena. Albert, en tanto, aun algo eufórico, camina de allá para acá frente a ellos.
Los contemplativos chicos se mantienen en silencio durante incalculables minutos. Sus sentidos parecían haberse expandido de una manera que nunca habían experimentado y todos se mantenían alerta debido a ello. A pesar de desear entregarse a las "maravillas" de la libertad de instinto, de dejarse dominar por el caleidoscopio químico que pintaba el LSD, ninguno parecía realmente confiado de abandonar el control de su mente, por lo mismo, sólo le permitirían a su imaginación revelar tintes del potencial que su entorno ofrecía.
―¡Puedo oír sus pensamientos! ―exclama Albert de pronto, deteniéndose de súbito. Nikolai gruñe aun recostado.
―Eres tú mismo, hombre.
―No... Hablo en serio... ―musita arrodillándose con los ojos casi cerrados debido a que el reflejo del débil sol sobre la blanca arena le encandilaba, así comenzando a indicar a sus amigos con su índice―. Fab y Jules parecen un disco rayado, mucho ruido. En Nick se oyen guitarras, melodías y en ti la voz suave de una mujer.
Nikolai se sienta en posición de loto y comparte una floja mirada de soslayo con Julian, pronto asintiendo conforme.
―¿Y en ti?
―No lo sé... No puedo oírme a mí mismo ¡ustedes son muy ruidosos! ―se queja tapándose las orejas y sus amigos ríen burlescos. Jules, flojo, interviene.
―Yo sólo oigo a un drogado sujeto al borde de la esquizofrenia.
El aludido ríe embobado y se da una voltereta sobre sí mismo casi como un armadillo, cayendo así rendido sobre la arena. De pronto, una gruesa nube comienza a apoderarse del paisaje y con ello el viento se integra feroz despeinándoles a todos, aun así, ninguno parece querer moverse desde donde se encontraban.
―Dejé la universidad ―confiesa Jules de súbito y sus amigos, algo desorientados, se vuelven a mirarle interrogantes, ello a excepción de Nikolai quien ya se lo veía venir―. Creo saber todo lo que necesito saber. Desde ahora mi única preocupación será nuestra música. Nuestra banda.
Nick y Fab miran con sentimientos encontrados a Julian, ello a diferencia de Albert, quien parece realmente entusiasta con el potencial que su amigo podría desencadenar gracias a más tiempo libre para crear.
―Necesitamos un nombre, entonces, viejo. Un nombre contundente como la música que has compuesto.
―Desde la próxima semana, cada uno debe llegar con una nueva propuesta al Edificio de la música. Eventualmente elegiremos un nombre indicado ―asiente el inspirado moreno para sí mismo mientras abraza sus flectadas rodillas y las presiona sobre su pecho, con la mirada fija sobre las tentadoras olas en frente―. Esto es real... No hay duda de ello.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top