𝐨𝐧𝐞
―¡A la mierda con todo! ―se queja Julian cuando, por tercera vez esa semana, June le encontraba ebrio en compañía de amigos en un bar de dudosa reputación a un par de cuadras desde la preparatoria Dwight en Nueva York―. ¡Y tú no deberías estar aquí si te molesta tanto!
―¡Estoy aquí porque tu padre confió en mi para convencerte de que hicieses el intento de asistir a tus clases! ―exclama frustrada. Él sólo bufa flojo, volviendo a darle la espalda, fastidiado por ver el pulcro rostro de ella siguiéndole con acusatoria desaprobación a donde quiera que fuera.
―¡June, Juuuuuuuuuuune! ―agrega un moreno rizado de amables facciones, ahora con desorbitados ojos debido a la cantidad de alcohol consumida―. Junita ¿cerveza?
―Ella es una señorita recatada ―bromea el delgado chico en junto, pronto dando una profunda calada de su porro como si fuese lo más común del mundo y reteniendo el aire a duras penas mientras continúa―. Debes ofrecerle una de las cervezas frías y luego hacer una reverencia.
June hace oídos sordos e intenta buscar la mirada de Julian, pero, este se distrae recibiendo el porro que su compañero le ofrecía, consciente de que su amiga perdía más y más la paciencia con cada minuto que pasaba. Eventualmente, ella abandona el lugar, irritada, cansada. Julian no tenía remedio, para que alguien lo tuviese tenía que primero desearlo él mismo y él se vanagloriaba en su miseria. Se autoinfringía la desdicha ¿por qué? No lo sabía. No tenía cómo hacerlo y eso le molestaba, porque, desde afuera, desde su perspectiva, la privilegiada vida de Julian parecía de ensueño comparada a la de ella quien, sin una milagrosa beca jamás habría sido admitida si quiera en la recepción de aquella costosa preparatoria privada en donde eran alumnos.
Julian observa por sobre su hombro como ella se larga del lugar y tensa su mandíbula. Era un alivio que se marchara al fin. Siempre que faltaba a una clase la tenía pegada como una sombra. Había sido así desde que a su padre le había nacido una poco común generosidad y se había comprometido con interceder en el nombre de la hija de su chofer para que esta pudiese asistir a la escuela Dwight y que así, según sus palabras, esa "brillante" niña se pudiese forjar a sí misma un igualmente "brillante" futuro. Basura. Su padre siempre buscaba excusas para hacerle sentir menoscabado y destacar su desconfianza en las capacidades de él, usando esta vez el pretexto de enfocar su exclusiva atención sobre quien había sido su amiga más cercana desde pequeño.
Julian creía que nunca sería suficiente a los ojos de John Casablancas. Nunca había sido talentoso con los números, y, ni siquiera motivado por una elitista educación en Suiza pudo repuntar sus calificaciones. Julian tenía problemas para mantener su concentración y, desde su niñez, había sido medicado por ello, no obstante, al crecer esas dosis fueron aumentando y su poder flaqueando gracias a una penante adicción al alcohol. Julian no era ambicioso y poco le importaba la opulencia, se conformaba con lo suficiente y, ello era precisamente el mayor punto de inflexión con su padre; a él no le importaba llevar el apellido "Casablancas" a nuevas alturas porque no le veía valor al perpetuar un legado fundado por un hombre que no valoraba más que el dinero y el falso prestigio que cientos de cegadores flashes traían consigo. Él, a diferencia de los deseos de su padre, no era un modelo de su visión, él sería él mismo, con fallas más que virtudes y, si su vida tendría que ser desperdiciada, si ese era su destino, que así fuera. Julian sólo tenía diecisiete años, pero sabía muy bien que la convencionalidad de deseos ajenos nunca sería lo suyo.
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