𝐟𝐨𝐫𝐭𝐲 𝐞𝐢𝐠𝐡𝐭


―¡MÁTENME! ―exclama Julian mientras continúa su camino por el extenso sendero del parque Letchworth.

Luego de haberse encontrado coincidentemente con Albert hace algunas semanas y descubriendo que ambos vivían en la misma calle, casi en frente al edificio del otro, los chicos se habían vuelto inseparables, casi como sucedió durante sus años en el internado en Suiza. El rizado, de naturaleza amable y alegre, también tenía su lado malvado, pero este se orillaba más por la galantería que por la mala intención y aquello le causaba genuina gracia a Julian, quien siempre parecía entretenido al observar a su extrovertido amigo desenvolverse por la vida con la soltura que le caracterizaba.

De esa manera, para cuando hubo una vacante en el restaurante en que Jules y June trabajaban, Albert fue contratado como mesero al igual que el moreno, propiciando así que los tres, además de Nikolai quien tampoco dejaría Nueva york ese verano debido a su trabajo de tiempo completo en la librería, pasaran mucho tiempo juntos, incluso planeando un fin de semana alejados de Manhattan, en la reserva de Letchworth para ponerse en literal contacto con la naturaleza. Aun así, porque June y Julian eran clásicos neoyorkinos, la vegetación no se les da nada bien a diferencia de Albert o Nikolai, quienes poseían un poco más de experiencia en el bosque debido a pasados viajes familiares.

―¿Necesitas ayuda con eso? ―consulta el castaño cuando nota como la rubia parecía arrastrar sus pies sobre el sendero de tierra, sólo aliviada porque ahora iban cubiertos del sol por una conveniente arboleda. Ella niega―. Oh, sólo dame ese bolso ―alega Nikolai y la chica cede. Un sudado Julian se voltea hacia su amigo, cargando el cooler.

―¿Me llevas en tu brazos?

El aludido sonríe ladino e irónico, pronto continuando para alcanzar a Albert, quien ya había encontrado el valle de camping. June y Julian comparten una exhausta mirada y siguen a los chicos, echándose agotados sobre el césped bajo un árbol, alejados de los otros dos grupos en la costa. No mucho después Nikolai comienza a armar su tienda, en tanto, June y Albert juegan a intentar mover a Julian tirándole desde los pies, ya que, este se hacía el muerto y ocupaba el lugar para acomodar las otras tiendas.

―¡Esto será fantástico! ―exclama Albert, entusiasmado luego de que el campamento fuese armado con éxito. Eran las cinco y treinta de la tarde y el ambiente era agradable. Ya no quedaban rastros de aquel avasallador sol, sino que su luz ahora sólo cumplía con entregar el suficiente calor para balancear la fría brisa proveniente desde el corazón del río Genesee―. He oído de muy buenas fuentes que esto será el viaje de nuestras vidas ―continúa alegre, alzando un pequeño termo y una bolsita blanca repleta de hongos secos―. Pero, todos deben estar en paz con su yo interior.

―Estoy en paz conmigo mismo ―comenta Jules al sacar cervezas desde el cooler y repartirlas―. He sido un chico bueno últimamente y mi música va mejor que nunca.

―Bien ¿qué tal tú, Nikolai?

El castaño se encoge de hombros mientras se mantenía de cuclillas intentando hacer una fogata.

―Nada que me atormente.

―¿June?

―Estoy algo asustada porque esta experiencia me parece inquietante, el descontrol y eso, pero estoy lista ―confiesa luego de un profundo suspiro, evidentemente ansiosa. Jules, malévolo, le pica el costado con su dedo y ella salta sobre su puesto casi derramando su cerveza―. ¡Eso dolió!

Él sonríe para sí mismo y se disculpa acariciándola donde le había picado sobre su blusa, tomándose más segundos de lo necesario y ella no impidiéndolo. Mientras tanto, Albert y Nikolai conversan sobre la mejor alternativa para cada uno; ya que, ninguno de los dos estaba realmente seguro de la diferencia entre beber o comer aquel alucinógeno hongo.

―¿Puedo agregarle azúcar al té?

―Sí, creo que sí. No alteraría nada.

―Entonces voy por el té ―dice la chica, aceptando el termo. Nikolai la observa y frunce los labios.

―Supongo que porque el té se digiere en menos tiempo, sería más instantáneo el efecto ―musita pensativo―. Yo voy por seco.

―También yo. No estoy loco ―ríe Albert, aun de ojos rojos debido a lo fumado hace un rato―. Sin ofender.

―No hay ofensa.

―Voy por el té también ―asiente Julian y observa con ojos entornados a su amiga en junto―. No te dejaré viajar a solas.

Así, los quince primeros minutos transcurren sin novedad, ello hasta que los colores comienzan a manifestarse con una potencia desconocida. De pronto, era fácil ser encandilado, tanto que lucir adormilado era más un acto de supervivencia que manifestación de físico cansancio. Los pequeños detalles se volvían monumentales y las posibilidades de percepción eran infinitas con esa capacidad de expansión sensorial. Atrás quedaban las problemáticas, el mundo andaba a un paso tan lento que preocuparse era inútil; sólo quedaba maravillar los ojos, intentar grabar rastro de aquella nueva y misteriosa hermosura en la mente.

―¡Les juro que vi manzanas! ―se lamenta Albert, aunque, no podía parar de reír mientras andaban por el señalizado sendero por donde habían llegado. Nikolai, en tanto, caminaba a cierta distancia, con su playera enrollada sobre su cabeza como un turbante y el tentado rizado le sigue, aún fijándose en cada árbol con el que se cruzaba.

June y Julian por su parte, distraídos con unas coloridas aves que él intentaba fotografiar, se desvían del camino hacia un sendero de junto por donde pesaba un pequeño cauce. El moreno no tiene mayor inconveniente en saltar, sin embargo, su amiga resbala y cae justo después de haber aterrizado al otro lado.

―¡Soy un desastre! ―ríe al notar que la mitad de su trasero estaba embarrado. Julian pronto se acerca a ella para ayudarle, viéndose inevitablemente contagiado por la alegría de June.

―Lo eres, si lo eres...

El chico la ayuda a alzarse, pero pronto se resbala también, ambos cayendo ahora de estrépito unos pasos al frente, sobre el césped con la cámara saltando un par de metros al costado.

―¡PUEDO VER TANTOS COLORES! ¡SOMOS COLORES! ―grita June acostada de espaldas sobre el verde pasto, mientras que un intenso rayo de luz caía sobre su cara desde entre la frondosa arboleda que cubría el resto. Jules, algo adolorido, se arrastra lo suficiente para quedar a la altura de ella, riendo flojo, contemplativo de la relajada silueta de su amiga.

―¿Qué tal la vida?

―Oh, muy bien. Si ―responde ella casi instintivamente, siguiendo a la perfección el irónico juego de él, aunque sentándose y habituándose a duras penas a la oscuridad del páramo. El chico continúa mirándole fijo, sonriente mordiéndose el labio inferior antes de continuar sarcástico.

―Yo diría que muy buen té, pero faltaron galletas y algo de licor fuerte.

―Siempre quieres licor ―le regaña―. ¡Cómo se me antoja una galleta!

―Volvamos al campamento ―propone sediento y su amiga asiente segura, inclinándose hacia él, perdiéndose de repente sobre las siempre armoniosas facciones de su adormilado amigo.

―Me gusta tu piel... Siempre es tan brillante...

―Es natural. Sudo mucho ―dice irónico y ambos estallan en una repentina carcajada, él deteniéndose primero, contemplativo de su amiga―. Me gustan tus labios. Son tan...

Julian se deshace súbitamente del espacio restante entre ellos y la besa suave por unos segundos como acostumbraba hacerlo durante "ocasiones especiales", ello hasta que June responde con incrementada, pero, inesperada urgencia. A pesar de que en sus cabales ninguno de los dos hubiese realmente permitido que aquello escalara en temperatura, en aquel momento no era tema de lógica o pasadas cavilaciones, sino que de pasión sensorial, de necesidad. Debido a aquel mágico té, todo sentido se había visto aumentado exponencialmente, ambos ahora deseando solamente satisfacer lo que con su visión les atraía, calmándose con el aroma y el desesperado tacto, elevándose con el sabor y cómplices susurros.

―¡Oh, no! ―se lamenta June al realizar que gran parte de su ropa estaba cubierta de lodo debido a la humedad en su espalda. Julian se aparta ligeramente desde ella y nota como sus manos la habían manchado a ella y él mismo durante aquel repentino frenesí en el que se habían dejado envolver, estas quedando visiblemente marcadas sobre el cuerpo y rostro de la chica.

―Mierda... ―ríe culposo, pronto enterrando sus rodillas en el lodo para así alzarse y ayudar a la rubia, distrayéndose un segundo con sus rojos e irritados labios, causando que no pudiese contenerse y la llevara consigo hasta un árbol en junto para continuar con aquel desesperado beso, June aferrándose a su cuello como si de ello dependiese su vida y olvidando todo tipo de molestia al colgarse de él con la ayuda de sus piernas―. OK... OK ―susurra entre besos―. Debemos volver antes de que oscurezca...

Ella asiente sin ganas de ceder de inmediato y se detiene sólo después de unos segundos, más que nada a causa de la falta de aire. De esa forma, tambaleantes, embarrados, bastante desorientados, aún excitados y agitados, no tardan en encontrar el camino de vuelta a la costa del río, a la distancia ubicando la rizada cabeza de Albert en las orillas, sonriente y comiendo mientras Nikolai flotaba boca arriba.

―¡Las encontré! ―celebra al notar que era acompañado, aun con ojos desorbitados―. Supongo que eso son... Manzanas. O sea, saben a eso... Creo...

La rubia se sienta de rodillas junto a él y examina las manzanas, no tardando en escoger una y morderla con desmedido placer, sobre todo al sentir el dulce sabor de su jugo. Julian por su parte, comienza a quitarse la ropa sólo quedando en boxers, pronto corriendo sin más hacia su amigo para fastidiarlo, casi logrando hundirlo al lanzarse en junto. Albert, casi atragantado por su fruta debido a la risa al recién notar que June parecía haberse revolcado en el lodo, no tarda en distraerse con los gritos de Julian y Nikolai, pronto uniéndose a ellos.

June, aun concentrada sólo en comer hasta la última fracción de pulpa de esa manzana, pronto distrae su floja mirada sobre el paisaje y luego sobre los chicos quienes nadaban y cantaban felices en el río. El sol comenzaba a ponerse y el frío debía aumentar, sin embargo, cuando se estaba en otra dimensión sensorial, se era inmune a las limitaciones corporales, por lo tanto, al recordar que estaba toda embarrada y ver sus sucias además de pegajosas manos, también se quita lo suyo, sólo quedando en ropa interior cuando se une al resto en las frías aguas del río Genesee.

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