𝐟𝐢𝐟𝐭𝐲

El sol ya se había ocultado en el horizonte y aquel sábado prometía finalizar en una eufórica nota, sin embargo, el ya ebrio y drogado cumpleañero se mantenía encerrado en su habitación, oculto de los asistentes a su fiesta y protegido de la estridente música que sonaba en el apartamento tanto en la azotea. Julian se había conectado recientemente a AOL y, como acostumbraba desde hace una semana, bombardeaba a June con mensajes hasta que contestara, no obstante, al contrario de las noches anteriores, su amiga esta vez no respondía.

¿Jules? ―el ebrio chico es de vuelto a la realidad al escuchar la única voz que esperaba provenir desde el otro lado de la puerta y se apresura a abrir; era June, acompañada de Lana.

―¡Hey! ¡Feliz cumpleaños! ―exclaman las chicas y entran sin más a la habitación, ya que, cargaban una rectangular caja.

―¿Qué?

―Bueno... Supuse que te sería necesario ahora que comenzarás tu curso en el conservatorio musical de Nueva york ―la chica se encoge de hombros luego de dejar la caja sobre la cama y Julian se acerca a observar: Un nuevo y bastante avanzado teclado Yamaha―. Ya que devolviste el otro, ahora tendrás uno propio.

―¿Es en serio? ¿es por eso que trabajaste ese maldito turno por casi tres semanas?

―Esto y porque debía ahorrar. Tendré que abandonar mi puesto como bartender hasta resolver mi horario en NYU. Sólo trabajaré como mesera durante los fines de semana.

El agradecido chico se abalanza sobre ella y la abraza con fuerza, casi derrumbándola sobre su cama, ambos manteniendo a duras penas el equilibrio y él finalmente intentando buscar un beso, pero, June corre la cara, ocultándola en aquel abrazo. Lana, junto a la ventana abierta que daba hacia la escalera de emergencia, observa la escena con atención.

―¿Alguien quiere ver nevar?

―Por supuesto ―responde el cumpleañero y June se separa de él.

―Iré a saludar a los chicos y por algunas cervezas.

La rubia deja la habitación y Jules continúa mirando la puerta cerrada, aun algo desorientado, deseando que ella se hubiera quedado. Lana, a sabiendas del completo contexto de esa tensión entre ambos amigos, intenta distraerse tronando su tarjeta de crédito sobre la sustancia que repartía en partes iguales en la carátula de un CD de Nirvana, cual fue recuperado desde el casi vacío librero del chico.

―Entonces... ¿En qué andas?

―Lo de siempre. En un complejo espiral de confusa mierda existencial ¿tú? ―responde somnoliento con una sonrisa ladina y ella le imita, aunque irónica, pronto aspirando e invitándole a unirse.

―No me quejo.

June, en tanto, luego de abrir la puerta del frigorífico en aquella cocina llena de personas que no reconocía, decide recuperar sólo una cerveza. La chica, sin querer, luego de mucha presión por parte de Lana, le había contado sobre lo sucedido hace algunas semanas y cómo su consciencia la quemaba. Después de haber pasado gran parte del verano sintiendo involuntarias ebrias mariposas en su estómago cada vez que Julian le demostraba cualquier tipo de atención, luego de que ambos hubiesen estado al borde de perder el control en varias ocasiones sin algún recato, ella se había convencido a sí misma de que no era correcto. Ambos se habían dejado llevar por una química cerebral desconocida y engañosa, por lo mismo, necesitaban tiempo; su amistad sobreviviría si ella se encargaba de que todo volviese a la normalidad entre ambos, que los dos olvidaran lo sucedido, o, al menos, que todo se volviese eventualmente una bizarra anécdota de la cual después pudiesen burlarse y también de ellos mismos. La rubia sabía que Lana ahora estaba soltera, así que dejarles a solas un rato haría que Julian de seguro ya no volviese a mirarle como lo hacía desde que habían vuelto de aquel breve viaje.

―¡Miren quien anda por acá! ―se alegra Albert y le da un apretado abrazo, casi derramando la cerveza de ella y el trago que su chica llevaba―. ¡Lo siento!

El rizado comienza una de sus eternas y algo bizarras pláticas, June de inmediato notando que él lucía ya fuera de sí, por lo tanto, pronto se aparta con la conveniente excusa de ir a saludar a Nikolai quien acababa de salir del baño.

―Vamos un rato a la azotea ―recomienda el castaño―. No sé quiénes son estas personas.

Los amigos suben y no tardan en arribar hasta la terraza en donde había al menos unas quince personas más, entre ellos Nick, Fab y Serena, quienes conversaban animados integrados a un grupo que chicos y chicas de un estilo similar a la morena. El rizado y su amiga, distraídos y bastante ebrios, no divisan a los recién llegados, pero Nick lo hace y sólo se limita a hacerle un desganado ademán de la cabeza a June como saludo. La rubia responde y frunce los labios mientras toma puesto junto a Nikolai sobre el barandal del edificio.

―Nick me odia.

―No creo que te odie realmente, pero él es bastante rencoroso. Tiene un código personal realmente estricto cuando se trata de amistad ―se encoge de hombros cuando enciende un cigarrillo―. Te llamó Yoko durante meses.

―Pero yo en ningún momento intenté entrometerme en la banda...

―No, pero Fab estuvo tan deprimido que a veces ni siquiera podía coordinarse en los ensayos.

―Yo también estuve deprimida durante ese tiempo. Pero él no vio eso...

―Exacto ―coincide el chico, resignado, decidiendo cambiar de tema al notar el lúgubre semblante de ella―. Así que finalmente apareciste. Jules dijo que cambiaste tu horario en el restaurante.

―Si... Necesitaba hacer más dinero, ya sabes, con la incertidumbre de mis clases en NYU y eso, ya no podré trabajar el horario de semana.

―Claro. Sólo eso.

―¿A qué te refieres?

―No soy ciego o sordo ¿sabes? ―dice irónico antes de darle un profundo sorbo a su cerveza.

―Niko... No.

Él sonríe ladino, suspicaz, pero eventualmente suspira agotado.

―Esa es exactamente la misma respuesta que Julian me dio hace una semana. Supongo que ambos tienen bastante que resolver ―finaliza zamarreándole del hombro antes de alzarse de su puesto, ya que, Lana se acercaba desde el otro extremo. June le observa inquieta y el castaño, luego de saludar sólo con un ademán a la rubia, se integra con sus otros amigos. Fab notando al fin la presencia de June y saludándole entusiasta como un niño con su mano al aire; ella responde tímida y Lana sigue con la mirada aquella incómoda interacción.

―Deberíamos estar bailando o algo ―se queja―. Pie grande se ha vuelto un aburrido. Decidió quedarse con su nuevo juguete, encerrado en su alcoba. Ni siquiera un par de líneas pudieron convencerlo de pasar un buen rato. Ya debe estar de cabeza sobre ese teclado.

―Oh... Supuse que darles un tiempo a solas...

―¿De qué hablas? ―bufa algo ofendida―. O sea, fue un buen revolcón mientras duró. Pero el idiota parece cada vez más lejos del alcance social de otros. Yo no tengo el ánimo y menos la necesidad de lanzarme a ese pozo de crisis existenciales. Estoy satisfecha conmigo misma y mi sonido, así que sólo deseo pasarla bien. El perfeccionismo es el camino seguro a la locura ―asegura mientras saca una pequeña bolsita y le ofrece a la chica, pero, cuando esta pretende negarse, Lana fuerza sin más que ella aspire―. Vamos a bailar. Los hombres son una pérdida de tiempo. Todos. Sobre todo los "artistas" de putas familias adineradas. Como tienen el privilegio de seguir una vocación a toda costa, se dan el lujo de desviarse por el miedo y perder el tiempo sintiendo lástima por ellos mismos...

―Lana, creo que debería tomar algunas fotos ―le interrumpe cortante y alzando la cámara. Su amiga rueda los ojos exasperada―. ¡Es su cumpleaños!

―Como quieras.

June se mantiene sobre su puesto y observa como la rubia se dirige a paso seguro hacia un grupo de desconocidos y comienza a hablar entusiasta, no tardando en integrarse exitosamente a la charla. La chica suspira profundo y toma una foto. Ella nunca podría hacer eso, sin embargo, estaba igualmente conforme consigo misma. Lana, por otro lado, había nacido para ser un imán de personas con su belleza, talento y simpatía a flor de piel, y eso era solo lo externo, porque la rubia también era extremadamente inteligente y astuta... Precisamente era por eso le sorprendía que Jules la hubiese desestimado de esa manera después de haber admitido que le gustaba.

June continúa sacando fotografías del paisaje, de las personas y su ambiente. Pronto baja hacia el quinto piso y sigue con su cruzada; de camino se encuentra con Albert y Fab conversando animados junto a la puerta, luego con Nikolai, Nick y Serena en la cocina. En la sala un pequeño grupo bailaba, mientras que otros consumían drogas y bebían en los tres sofás de los amigos. June omite la última inquietante imagen, así que decide recuperar un par de cervezas y dirigirse al cuarto de Jules, pero sus golpes no son oídos de inmediato debido a que Buffalo soldier de Bob Marley sonaba a todo volumen en el living.

―¡Woe yoy yoy, woe yoy yoy yoy! ―canta Julian cuando abre su puerta. June sonríe y con su mano libre logra sacar una fotografía de él. Ella se integra a la habitación y el chico cierra la puerta con seguro tras de sí, mientras bailaba con semblante conforme, evidentemente drogado―. Ponte uno de los audífonos ―recomienda entusiasta, estos manteniéndose conectados del teclado que tenía en la cama. June obedece y se sienta sobre el colchón afirmando su espalda contra la pared al igual que él en junto―. Esto es lo que recuerdo de la melodía que compuse hace algunos meses. Con la que gané la beca en el conservatorio.

El moreno bebe un largo sorbo de su cerveza y pronto comienza a tocar. June, primero fascinada por lo que oía, pronto no puede evitar perderse en el concentrado y apasionado semblante de su amigo mientras recordaba las notas a seguir, su disciplina y compromiso con su música eran un privado espectáculo digno y único para admirar. La rubia, súbitamente nostálgica, deja caer su mirada sobre los ágiles y largos dedos de él mientras se deslizaban por las teclas, no con la sedosidad de un maestro, pero con la mecánica seguridad que solo el amor por el arte puede garantizar en instinto. La chica suspira profundo cuando Julian se detiene, ya que, volver a sólo escuchar a Bob Marley de fondo la trae de vuelta en sí.

―Eso fue grandioso...

―Gracias. Pero no está completo. O sea, sé que jodí algunas notas ―dice algo frustrado cuando se saca su audífono sin mucha delicadeza y bebe de un solo sorbo lo restante de su bebida, resignado tomando su teclado y devolviéndolo sobre su caja a los pies de la cama con la vacía botella―. Aun así, creo que puedes hacerte una idea de lo que es. Igualmente faltan los violines y...

June le calla con un repentino beso cuando él vuelve a sentarse en junto y, antes de que Jules pudiese responder, la rubia se arrepiente de su abrupto actuar y se alza sobre sus pies, bebiendo un largo sorbo de cerveza antes de hablar ante la atónita vista de él.

―Deberíamos ir a bailar ¿no crees? ¡Es tu cumpleaños!

¿Qué? No... ―musita desorientado, aun así, alzándose y caminando hacia la chica quien, ansiosa, ya sostenía el picaporte de la semiabierta puerta, urgiéndole que saliera con ella.

Julian intenta buscar la mirada de su amiga, pero esta, ebria y avergonzada, le mantiene baja sobre su propia mano. El chico se detiene frente a ella y cierra lentamente la puerta, al fin ganando la atención de la rubia. June frunce los labios, conflictuada porque realmente tenía algo que decir, pero no sabía cómo o exactamente qué, así que pronto se rinde y da un paso atrás chocando contra la puerta. Jules, algo tambaleante, se posiciona en frente, le quita la casi vacía botella para dejarle a un lado y sostiene la suave cara de la chica entre sus manos, cerrando sus ojos y uniendo su frente con la de ella.

―Sabes que te amo ¿verdad?

―Lo sé.

―... Y que nunca haría nada para dañarte...

―¿A qué vas con todo esto, Jules? ―consulta June, impaciente debido a que su presión arterial iba en incrementada alza. El moreno niega suave con su cabeza.

―No lo sé... Sólo quiero que lo sepas.

June se separa de él para observarlo interrogante y, tan solo debido al cruce de miradas, ambos no pueden contenerse, besándose de una manera casi desesperada en un comienzo; así se mantienen de la misma forma que lo habían hecho durante aquel fin de semana en la naturaleza, al borde, siempre al borde del precipicio, sobre las cubiertas, una tentativa extenuante. El vibrar de las paredes les relaja de sobre manera y a ratos se ven contagiados por la música del exterior, ambos riendo o a momentos tarareando.

―¿Deberíamos ir afuera? Eres el del cumpleaños... ―insiste June cuando al fin se permiten un respiro. Él, corto de aliento, mira algo desorientado en todas direcciones y niega para sí mismo mientras le lleva consigo hacia su cama, casi tropezando con el teclado y su caja.

―Ya vi a los chicos, temprano. Y no quiero sociabilizar más ―se queja al sentarse agotado, sosteniendo a su amiga desde ambas manos para atraerle―. Es mi cumpleaños, pero irónicamente estoy seguro de que no reconozco a casi nadie allá afuera...

―Pero...

―Oh, sólo quedémonos aquí ―suplica abatido―. Somos amigos, hazme compañía. No pasará nada que no quieras que pase...

Ese es precisamente el dilema...

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