𝐟𝐢𝐟𝐭𝐞𝐞𝐧
―¿¡Qué le sucedió a tu bella carita!? ―exclama un sorprendido Fabrizio cuando se alza desde los escalones al frontis del edificio cual June habitaba con su familia, habiendo estado esperando a su novia desde hace un rato.
―Ella me botó porque me odia.
―¡No es cierto! ―se defiende la pelirroja. El rizado, en tanto, curioso se acerca a observar a su amigo quien le dirigía un lastimero puchero―. Julian estaba demasiado ebrio como para distinguir el asiento del vagón desde el suelo.
―Vaya...
El moreno, bromista y somnoliento como siempre, intenta robarle un beso a su amigo, pero el risueño Fabrizio se alcanza a apartar.
―Fab, debo ir a ducharme y cambiar de atuendo. En veinte minutos estoy de vuelta ―el aludido asiente y su novia le da un tierno beso sobre la mejilla antes de desaparecer de escena. Jules le observa con picardía, ya que, la siempre alegre naturaleza del rizado no le permite dejar de sonreír.
―¿Cómo estás?
―Intentando no quedar ciego ―se queja algo mareado debido al imponente sol de aquel primaveral día de marzo y su alegre amigo se le une a un costado del edificio, en la sombra.
―¿Mejor?
―Mucho mejor... Maldito sea el puto tequila ―bufa agotado cuando se masajea el tabique de su nariz. Fab arruga el ceño.
―¿Por qué tienes resaca? ¿no que trabajabas anoche?
―Se me dio la gana de beber mientras trabajaba.
―Esa no es una buena combinación...
―Para nada. Sobre todo, si fastidio a June ―señala resignado su cara―. Aunque, si, la caída fue mi culpa después de todo.
―Oh... ¿discutieron o algo?
―He sido un real idiota con ella últimamente ―confiesa al encender un cigarrillo y Fabrizio, atento, rechaza la oferta―. Y, aun así, cuidó de mí anoche. Me llevó a casa. Es por lo que llegamos recién a Low Manhattan. Ella pasó la noche conmigo ―el rizado abre ambos ojos con enormidad al hacer sentido de todo y baja la mirada hacia sus desgastadas Converse rojas, asintiendo pensativo. Julian, al notar el repentino silencio, se ve obligado a aclarar todo―. Que conste, Fab, nada pasó entre nosotros. June sólo se quedó porque ya era demasiado tarde. Se suponía que yo era quien debía acompañarla a casa, pero anoche estaba borrado.
―Por supuesto que lo sé. Ustedes son amigos desde hace años... Tú me la presentaste después de todo ―dice encogiéndose de hombros, resignado y sincero―. Confío en ambos.
―Porque deberías ―insiste mientras le da una fumada a su cigarro―. Tú tienes más posibilidades conmigo que ella.
―Todos tienen posibilidades contigo.
―Nah...
Los cómplices amigos se mantienen durante unos segundos en taciturno silencio, ello hasta que Fab decide hablar.
―Nick me dijo que te llamó la semana pasada y que te dejó un par de mensajes, pero que nunca obtuvo respuesta. Él quería saber cuándo nos reuniríamos nuevamente para ensayar. Llevamos dos semanas sin hacerlo.
Jules suspira profundo cuando apaga la colilla contra la pared donde se afirmaba y la lanza hacia la calle, algo fastidiado debido al tema.
―No lo sé. De verdad que no... Llevo un tiempo sin poder poner mis ideas en orden... O tener una buena idea si quiera.
―Aun así, podemos simplemente practicar y quizá eso ayude.
―No se me da la gana, en realidad ―refuta testarudo y Fab frunce los labios.
El rizado, a causa del lúgubre semblante de su indiferente amigo, se mantiene en silencio y le observa algo preocupado; Jules lucía sudoroso, sus ojeras eran bastante prominentes e incluso parecía que había ganado peso debido al exceso de alcohol. Así, cuando June se les une, Fabrizio no ve otra alternativa que invitar al moreno a la exhibición que iría a ver en compañía de su novia, ello con la esperanza de lograr inspirar al decaído Julian.
―Ya me estoy arrepintiendo de haber aceptado acompañarles... ―se queja grave mientras arrastra sus pies por la amplia vereda con sus amigos guiando el camino enlazados de manos―. Hay mucho sol y quiero comer y dormir.
―Fab tiene razón, Jules. Algo de arte ayudará a que salgas de tu autodestructiva monotonía ¡ve más allá!
―Si te portas bien en la exhibición, yo pago la comida ―propone el rizado mirando con picardía a Julian por sobre su hombro y sacudiéndose coqueto. El aludido bufa cansado, pero termina aceptando.
―Bien. Pero más te vale que todo eso sea sobre alguna mierda que valga la pena.
―Lo es, Juliancito, lo es.
De esa manera, cuando llegan a la galería Fabrizio es quien guía la ruta. El rizado, motivado por su madre desde pequeño, había logrado cultivar un genuino gusto por el arte visual y la ciudad que nunca duerme era un faro constante de nuevos descubrimientos y viejas ventanas al pasado. La última siendo la inspiración de la actual exposición que visitaban aquel tranquilo domingo, teniendo a las relaciones interpersonales en Nueva York como protagonistas a través de los ojos del pintor Edward Hopper.
―Conozco esa pintura...
―Todos la conocen ―discute June con algo de condescendencia en su voz y Julian, molesto, clava su dedo índice sobre el costado de ella causándole que saltara sobre sus pies debido al dolor. Fab, distraído, ignora como ellos peleaban infantilmente.
―... "Los noctámbulos" ―aclara con la mirada perdida sobre aquella familiar y cautivante obra―. A grandes rasgos, es dicho que esta pintura se puede percibir como una exploración del existencialismo y la soledad en la vida moderna ―sus amigos, algo sorprendidos debido al poco común introspectivo semblante de él, se detienen y acercan, casi instintivamente decidiendo poner atención a lo que Fabrizio decía―. ¿Notan como todos los presentes parecen desconectados entre ellos? El camarero mira hacia la oscura calle. Uno de los comensales da la espalda y, mientras que los restantes parecen ser una pareja, a pesar de su proximidad no se están tocando y sus rostros parecen indiferentes, agotados. Miren el café de ella ―indica entusiasta―, tiene vapor, pero el de él no. Es como si el hombre del sombrero hubiese estado esperando por ella durante un rato, aun así, no lucen felices. Todos están solos, pero, acompañados al mismo tiempo.
―¿Qué hay de las calles vacías? ―consulta una maravillada June.
―Esta pintura fue creada durante la incertidumbre luego de los bombardeos en Pearl harbor. En esa época en la ciudad había apagones obligatorios debido al temor de un segundo ataque enemigo...
Fab y June deciden pronto caminar hacia la próxima pintura, pero, Julian no puede evitar mantenerse ahí, estático y contemplativo. «... La soledad en la vida moderna...» lo dicho por su amigo causa que algo dentro de él despertase, pero, a causa de la ansiedad que comienza a inundarle debido a ello, ni siquiera es capaz de comprender que era lo que necesitaba o quería en ese momento; quizá sólo estaba tenso, o agotado o simplemente se estaba volviendo loco porque las voces de otros visitantes alrededor no hacían más que incomodarle e interrumpir su desconcertante avalancha de pensamientos, así que su único instinto es seguir en ausente silencio a sus amigos e intentar rescatar lo máximo posible de lo que Fabrizio relataba sobre la obra de Hopper: Soledad, arrepentimiento, aburrimiento y resignación en Nueva York... Él si sabía sobre esa mierda; aquello era realmente personal y él si creía poder escribir sobre eso.
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