𝐞𝐥𝐞𝐯𝐞𝐧
Volver a la escuela durante el invierno no era agradable para nadie, mucho menos para aquellos quienes viajaban por sí mismos a través del sistema de transportes neoyorkino, en cuyo recorrido era imposible no encontrarse con eventualidades que atrasaran el viaje o personajes que le hiciesen desagradable. Aun así, como pocas veces pasaba, el padre de June tenía el tiempo suficiente para dejar a su hija mayor en la escuela, ello mientras él se dirigía también al trabajo.
―Ian y Marcus volverán el fin de semana ―comenta él, observándole fugazmente a través del retrovisor mientras conducía―. Tu tía dijo que se portaron igual de tranquilos que siempre en California.
―De Marcus lo creo ¿de Ian? Para nada ―refuta incrédula, ya que, su hermano menor, de diez, era una bomba de tiempo, mientras que el del medio, de doce, era la personita más meditabunda que alguna vez haya conocido.
Su padre sonríe nostálgico para sí mismo y, como era común, limita su plática a voluntad de continuar concentrado en la ruta. La pelirroja, por su parte, ahora pierde su verde mirada por sobre las nevadas calles de Lower Manhattan y suspira profundo. Aun se sentía cansada debido al último turno de fin de semana que había sobrellevado en el Catalyst, sin embargo, no se encontraba emocionalmente abatida por el motivo de volver a la escuela, no cuando ahí era en donde tenía la posibilidad de pasar el rato con Fab.
Luego de la fiesta de año nuevo en el pub, el grupo se había quedado en el Catalyst hasta que el local cerró finalmente sus puertas a las seis de la mañana. Como nunca, ella no había caído rendida al cansancio y dormido en un rincón, sino que, al igual que los chicos, había saltado, bailado, cantado y gritado a más no poder para darle así la debida bienvenida al nuevo año. De esa manera, aun ligeramente eufóricos debido al alcohol y la psicodélica magia del éxtasis, juntos deciden recorrer las frías calles de Nueva York, cruzando así el puente de Brooklyn cuando amanecía entre estruendosos cánticos de borrachos, pronto notando que no eran los únicos en ese estado recorriendo la acera. Así, mientras Nick y Julian vitoreaban y saltaban a momentos junto a un relajado Nikolai, más atrás June y Fabrizio se hacían silenciosa y cómplice compañía; siendo ella quien eventualmente tomara la iniciativa de acaparar su diestra en un abrazo. Él, indudablemente halagado, sonríe alegre para sí mismo cuando se aferra al agarre, y la pelirroja logra notar la genuina dulzura que brillaba en sus ojos debido a ello... Él parecía ser un buen chico después de todo. Un tierno y chispeante individuo, en efecto.
―Hey ―saluda ella a Julian mientras toma puesto a su lado, en la cuarta fila de pupitres junto a la ventana. Él, somnoliento y semi acostado sobre la mesa como de costumbre, se limita a intentar trajinar el bolso de su amiga, pero, esta al intuir lo que él deseaba, rinde sin más su paquete de galletas de jengibre―. ¿Qué tal?
―Me quiero morir.
―¿Por qué?
Jules se encoge de hombros con indiferencia y se endereza perezoso para comer. En tanto, el profesor ingresa a la sala y ella le quita el paquete de galletas, pronto dejando a la vista su cuaderno y lápiz con el fin de copiar lo que el maestro anotaba en la pizarra. De pronto, no siendo solo ella alarmada con la cantidad de ejercicios a realizar, cuya complejidad la deja perpleja al punto de no poder si quiera motivarse a comenzar a escribir sobre su cuaderno. Julian, por su parte, ni siquiera dignándose a recuperar sus materiales desde el interior de su bolso, nota la general confusión en la sala.
―¡Que idiotez! ―se queja con su típico ronco tono barítono―. Complicarnos la vida sólo por deporte no es más que tiránico.
Y, debido a la clara acústica en la sala a causa del silencio, su comentario no pasa en absoluto desapercibido, alarmando así al cano y estricto profesor quien se alza certero desde su puesto en búsqueda del responsable.
―Quienquiera que crea que la educación es una estupidez es libre de abandonar el salón ―nadie se atribuye la responsabilidad del comentario, así que el irritado docente insiste―. Vamos. Alguien con una opinión tan ardida y controversial debería tener el valor de dar la cara ―June, temerosa, mira a su amigo de reojo y niega lento, pero, él nunca había tenido la paciencia suficiente como para aceptar comentarios desdeñosos de terceros. Así Julian alza su mano en alto―. Señor Casablancas, no me sorprende. Alguien con semejante ventaja en la vida obviamente no se sentiría obligado de ser educado.
―Soy una persona educada. Lo suficiente. Pero tengo dignidad y sentido común, señor.
―¿Y a qué se refiere con eso?
―A que, si usted realmente se dignara a hacer su trabajo de docente, se esmeraría en encontrar la manera de enseñar como corresponde y no a jugar ser el más inteligente del salón aterrorizándonos a todos con ecuaciones avanzadas. Si quiere hacerse el listo y vanagloriarse en ello, le recomiendo que intente ser contratado por alguna universidad.
―¡¿Con qué derecho criticas mis métodos, jovencito?! ―exclama iracundo―. Cuando tu intelecto mediocre sólo es capaz de absorber lo suficiente como para mantenerte en esta prestigiosa escuela ―le reprende ya colorado de ira. Toda la clase se mantiene en silencio, expectante observando la escena.
―Mi intelecto mediocre sólo es ocupado a la mitad cuando se trata de su clase. Usualmente no me intereso siquiera en escucharlo.
―Oh, señor Casablancas, bendita sea la fortuna de su familia que le permitirá vivir cómodo siendo un bueno para nada ―replica venenoso e impaciente debido al impasible semblante de aquel indiferente alumno entre el contrastante mar de incertidumbre y asombro que eran sus compañeros―. Ahora, hágame el favor de abandonar el salón, y, tenga en mente que aquí no será admitido hasta que traiga consigo una autorización firmada por el director del establecimiento y sus padres, ambos.
Jules no duda un segundo y se echa su bolso al hombro para pronto dejar el lugar bajo la atenta mirada de todos, procurando dar un sonoro portazo al salir. La pelirroja, agitada, mantiene la mirada baja, ahora menos siendo capaz de concentrarse; así dejando pasar una hora completa contemplando las hojas vacías de su cuaderno y aprovechando de arrancarse del salón cuando era permitido el primer descanso de la mañana.
―¡Nick! ―llama ella con urgencia al encontrarse con el ojiazulado conversando con un amigo a las afueras de un salón―. ¿Has visto a Julian?
―¿No se supone que estaba en clase contigo?
―Estaba, pero fue echado del salón.
―¿Por qué? ―consulta genuinamente curioso, con una mezcla perfecta de curiosidad y malicia en su tono.
―Después... ―alcanza a decir ella, ya caminando de espaldas mientras se apresura hasta el vacío patio interior, pronto realizando que el moreno de seguro simplemente había decidido marcharse. Aunque, no pasan más de diez segundos hasta que se le ocurra donde podría estar él y ahí es donde se dirige―. ¿Jules?
El aludido se encontraba afirmado casualmente desde el gran muro del callejón en donde siempre se juntaba con sus amigos antes de iniciar las clases. Había llovido hace un rato, así que la chica pisa con cuidado para no salpicar y manchar su uniforme. Julian, por otro lado, luce sus embarrados zapatos sin problema alguno.
―No volveré a esa mierda. No iré más a la escuela ―sentencia sin mirarle a los ojos, aguantando el humo de su profunda fumada de cannabis. Su amiga da un ligero respingo debido a la impresión.
―¿Pero...?
―Lo escuchaste, June. Mi "privilegiada vida" será mi soporte. Él está en lo correcto. Así que será mejor que yo y mi mediocre intelecto nos dediquemos a algo en lo que seamos realmente buenos ―June se para junto a él y rechaza la oferta para fumar con un educado ademán, no pudiendo evitar observarle preocupada, así que él se ve forzado a explayarse―. Sé que debes estar pensando en la manera de convencerme a seguir en esa escuela, pero ¡MALDICIÓN! ―se queja frustrado―. Nunca he sido bueno en esa mierda. He asistido a las mejores putas escuelas y nunca he podido retener si quiera la mitad de la información que me brindan. Sin mencionar que poco me interesa.
―Bueno, la enseñanza tradicional no es para todos... ―coincide ella para la sorpresa del moreno, quien se detiene un segundo y contempla pensativo su resignado perfil mientras le da una nueva calada a su porro―. De hecho, no es mucho lo que te resta para la graduación, así que, si deseas, yo podría ayudarte a estudiar para que simplemente apruebes gracias a un GED y de esa forma des como terminada la preparatoria.
A Jules se le enciende la mirada y asiente pensativo, conforme.
―Gracias... Eso sería de mucha ayuda.
―Pero debes decírselo a tus padres.
―De eso yo me encargo ―dice bufando cansado y apagando la colilla de su cigarro verde en contra de la pared―. Sólo procura omitir el tema si alguien te pregunta.
―Bien, como digas.
La chica suspira profundo y frunce sus labios, ello debido a que había escuchado a la distancia el timbre que anunciaba el comienzo del segundo ciclo de clases en donde tendría química junto a Nick y Fab, de quien esperaba robar la atención desde su ojiazulado amigo; no obstante, ver a Jules tan desanimado le pone en una inevitable encrucijada moral. En tanto, él por su parte, debido a lo agradecido que se sentía por la siempre desinteresada compañía y complicidad de June, decide permitirse ser vulnerable con su arte.
―Ten ―dice de pronto y entregándole su pequeña libreta de bolsillo abierta a la mitad con el sedoso hilo separador, destacando así una canción pulcramente escrita, pero con un par de rayadas palabras reemplazadas por otras en rojo―. Sé sincera, por favor, y dime qué es lo que piensas.
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