☆ VEINTISÉIS

La brisa del viento hacia que sus piernas temblaran y que su cuerpo practicamente pierda su estabilidad. Sin embargo, permanecía de pie, sintiendo como el ire frío se adentraba en su anatomía hasta navegar por su sangre en cada rincón de su cuerpo; tenía frío pero no importaba. Sus manos también estaban algo congeladas y puede que en un par de segundos ya no las sienta, pero mientras siga sosteniendo el rostro caliente de Jisung, probablemente estaría bien.

El frío no importaba, no si sostenía sus abultadas mejillas y estas le transmiten calor. Solo necesitaba saber de donde carajos había salido aquel sentimiento.

—Niño, hice una pregunta.

El rubio pudo percibir que no había enojo, mal humor o falta de paciencia. Su voz desbordaba necesidad y sonrió por eso, no con burla, no con superioridad, sino porque aquel tono en el que fue utilizado, hizo que su corazon retumbara, provocando más palpitaciones.

—Si lo es hyung. Para mi es muy bonito —Jisung esbozó una pequeña sonrisa al ver que Minho no respondía, por ello, optó por preguntar algo que lo intrigaba—. ¿Por qué necesita saberlo?

—Solo quería que lo admitieras. Ahora es tu turno, dime por que estás aquí a estas horas.

—¿Recuerda que le di el pastel? —el pelinegro asintió—. Y luego me quitó los dulces... bueno, ¿fue usted quién me compró el paquete gigante de gomitas?

Minho abrió en grande sus ojos y bajó sus manos, sintiéndose algo vacio al instante. Largo un suspiro y adentró sus congelados dedos en sus balsillos. Miró hacia abajo, siendo imposible mantener la mirada con el menor.

—Hace frío, vuelve a casa. Adiós —amagó con irse, pero Jisung lo detuvo.

Primero sostuvo su antebrazo, sin embargo, para evitar que lo suelte, rodeó con sus brazos el torso adverso y trató de unir sus manitos, pero no lo consiguió. Aún así, pensó que Minho lo quitaría enseguida, no fue así, sino que el pelinegro también cerró sus ojos al sentir tanto contacto tan de repente.

—Gracias, Minho hyung. No era necesario, los que se robó solo eran diez, además, el paquete que compró es uno de los más caros y...

—¿Son tus favoritos, no? Entonces calla y cómelos. Lo que no era necesario es que me esperes todo el día solo para decir gracias.

—Minho hyung...

—Solo... solo ve a casa, estás temblando.

Jisung sonrió. Tenia frío y muchas ganas de meterse en la cama con cincuenta mantas encima, una taza de chocolatada y colocar su drama que le faltaba muy poquito para terminar.

Quería ir a casa ahora mismo, pero no quería regresar solo.

—Yo quiero estar con usted.

Confesó en un susurro, el cual se mezcló con el viento y aún así, llegó perfectamente a los oidos del pelinegro, provocando una sonrisa en sus labios

—¿Puede acompañarme a casa? ¡Podemos pedir pizza!

Jisung se alejó del cuerpo, aún dejando sus manitos en la cintura dio un par de saltitos de felicidad, con una gran sonrisa en su rostro.

—¿Y dejarás que fume? —preguntó, queriendo sonreír al notar el semblante totalmente serio que adquirió el rostro de Jisung—. Al menos uno... —aunque, luego de unos segundos, las ganas de reír se esfumaron cuando la seriedad se convirtió en una mirada fulminadora—. Bien.

—Uno solo, hyung... no quiero que esté enfermito con apenas treinta años.

—¿Me acabas de decir que parezco de treinta?

—¡Claro que no! Solo digo que no debe fumar muchos en un mismo día, sino sí que va a estar enfermo a esa edad.

—¿Por qué lo das por hecho?

—Yo no lo doy por hecho, la ciencia lo hace! Présteme su celular, que buscaré el artículo que leí hace unos días... Por favor.

Dio unos pequeños saltitos con un puchero en sus labios. Minho quiso reír, a simple vista se veía ridículo, actuando tan infantil para la edad que tenía, es mas, podría echarse a reír ahora mismo.

Pero las ganas de besarlo se volvía una necesidad, tanto que su respiración se volvía cada vez más errática.

—Te creo, no hace falta que me lo muestres. Aún así, no pienso dejar de fumar.

—¡Sí que es terco, hyung!

—Ignoraré que me acabas de insultar.

—No lo insulté.

—Sí lo hiciste.

—No, insultar es llamarlo idiota, cosa que no hice.

—Insultar es toda palabra que salga de tu boca y que yo la tome mal. Y decirme terco, es un insulto.

—No, un insulto es humillar a una persona, y no lo humillé, yo le dije una verdad que debe aceptar. Debe aprender bien las diferencias.

—Y tu debes aprender a callarte.

—¿Y si no quiero callarme? —preguntó con inocencia, con una sonrisa asomada en sus labios y con un ligero entusiasmo por la respuesta.

—Pues te callo —respondió con indiferencia, pero con una escasa notoria sonrisa por sus labios cuando vio como Jisung cerró la boca, olvidándose completamente de lo que iba a decir.

Y sobre todo, guardándose las palabras, ya que la boca contraria había terminado sobre la suya, mordiendo su belfo inferior antes de separarse.

Mierda, se sentía como si lo besara por primera vez, como si no conociera cada rincón de la boca adversa. Sabia a sandía, sin embargo, creía que era otro brillo labial, otra marca o algo por el estilo, era más dulce y un poco más pegajosa, pero no tenía el brillo que el anterior, por lo tanto había sido un beso algo distinto. Algo que suponía porque fue más un beso robado que otra cosa, o porque hace vários días que no lo besaba.

—Tiene que dejar de hacer eso.

Su voz se oía un poco temblorosa y se mezclaba con la brisa del viento, sus dientes tiritaban también, estaba muerto de frío. Podría abrazarlo, al menos unos segundos para poder calentar su cuerpo y luego caminar a su casa, pero decidió mirarlo y sentir como sus manitos apretaban su torso, tratando de encontrar algo de calor.

No podía hacer nada, todo era tan raro. Pasó de llamarlo chupa pollas, a querer besarlo, de detestarlo a... no, aún lo detestaba, sobre todo cuando hacía sus berrinches de nene de cinco años.

—No entiendo como no hemos movido los pies aún. Hace frio, tú estás temblando y encima es tarde, vamos, te acompañaré.

—¿Tiene un lado amable, hyung? —arqueó sus cejas, esperando la respuesta.

—Conseguirás que te deje y me importe un carajo que te vayas solo, ¿es eso lo que quieres?

—N-No... —pegó su cabecita sobre el pecho y volvió a rodear el torso del mayor para susurrar-. Acompáñame... Min, quiero estar contigo.

El pelinegro largó un suspiro y trago la saliva que se estaba acumulando en su boca, no era broma, era la primera vez que alguien lo llamaba así.

—Vamos, estás congelado.

Minho hizo caso omiso a sus palabras y en como su corazón palpito con desespero o en como sus labios quisieron formar una sonrisa. Jisung se apartó, logrando que el pelinegro sintiera un gran vacío y que el frío golpeara contra si mismo de manera brusca y que penetrara enseguida en su anatomía.

Se estaba volviendo loco. Completamente logo.

El silencio se hizo presente, solo se escuchaba como sus pies chocaban contra el pavimento y los autos pasar con extrema velocidad, velocidad, ya que era un avenida muy transitada. Notó como el rubio llevaba sus manos fuera de los bolsillos y enseguida penso que él era el único terco aqui, sin embargo, también sacó sus manos de los bolsillos, con unas infinitas ganas de tomar las ajenas para cubrirlas del frío.

—Aqui cruzamos

La voz de Jisung con escasa estabilidad borró todos sus pensamientos estúpidos y paró en seco para ver a los lados de la calle y poder cruzar en paz. Cosa que el menor no hizo: dejo caer sus piecitos a punto de mandarse delante de un auto, pero Minho lo atrapó por a capucha de su sudadera y lo volvió a subir a la acera.

—¿No te enseñaron a cruzar, niño? —espetó en un grito, asustando al rubio.

—Yo... yo no lo vi... hyung, no se enoje.

Ahora su voz sonaba triste y las palabras de Changbin resonaron en su cabeza.

"Con razón Han siempre está algo triste cuando está contigo" ¿Pero que se suponía que tenía que hacer? ¿Le tenía que decir algunos chistecitos para que se ría y esté bien? Minho se mordió el labio y bajó su brazo hasta dejar su mano sobre la de Jisung. Tiró de ella y miró a los lados para ver si no venia algún auto o algo que los matara en ese instante. Había que tener mucho cuidado con esa avenida, cada accidente salía todos los días y él no quería formar parte de ellos en el día de mañana.

Cruzaron con éxito y se dispusieron de caminar la última cuadra que faltaba, aún en silencio, pero adaptándose al calor que sus manos unidas producían.

Se sentía bien. Se sentía jodidamente bien y lo peor era que le estaba gustando.

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