☆ VEINTICINCO

Minho dio una calada a su tercer cigarrillo en veinte minutos y lo sacudió para sacarle los restos, aguantando todo lo que podía el humo en sus pulmones, como si no supiese el daño que le causaría luego. Era gracioso, ya que antes no quería ni pensar en el rubio, ni en su voz chillona, en sus estúpidas expresiones o su rostro en sí. En sus preguntas o actitudes que poco soportaba.

No era así, por más que lo negara con toda sus fuerzas.

Solo quería que él estuviese allí, molesto, gritándole que eso le hacía daño o quitándole los cigarrillos y tirándolos a la basura, para hacerlo enojar. Lo quería ahí, con él, a pesar de sus sermones por el trabajo o prácticamente por todo lo que él hacia.

Y en parte lo hacía para que se enoje.

Largó una risita ante el pensamiento y caló nuevamente, hasta acabarlo. Largó el humo en el rostro de Changbin, quién lentamente trataba de robarle un trozo de pastel.

—Tienes muchos, Minho —se quejó, tosiendo exageradamente.

—Me importa un carajo lo que tenga y lo que no tenga, lo que es mío es mío y punto. Piensas tocar el pastel una vez más y te corto los dedos.

—¿A dónde tan posesivo? Es un pedazo de masa suave y deliciosa sabor a chocolate, convida un poco —espetó esta vez Hyunjin.

Minho largó un suspiro y apartó los textos que debía leer para dejarlo sobre la mesa, observando de reojo los tres trozos que aún quedaban en el recipiente, los iba a comer luego. Tomó el paquete de cartón y sacó otro cigarrillo para encenderlo.

—¿Quieres morir? Dije que no. No les pienso dar.

Changbin largó un bufido, frustrado ante la situación, porque su estómago gruñía, el pastel estaba a tan solo dos centímetros de él y el supermercado a dos cuadras, ¿qué le costaba darle un trocito?

—Deja de mirarlo.

—¡Ya entendí, Minho! —se acomodó en el sofá de la sala, dispuesto a terminar unas actividades, ya que si no lo hacía, la profesora no tendría nota de él en el trimestre, pero algo le llamó la atención. ¿Por qué actúas así? Al fin y al cabo, es un pastel.

—No tiene nada de especial, solo no quiero darte mi comida, ¿es tan difícil de comprender?

Hyunjin maldijo en alto por lo que llamó la atención de sus dos mayores, El menor estaba apurado, guardando sus útiles a la fuerza, solo esperaba que la hoja de ejercicios que le dio Jeongin no se viera afectada, sino le cortaría las clases, que no eran tan necesarias que digamos.

—Me voy, llego tarde —miró para todos lados tratando de no olvidarse nada, y antes de irse, observó a Minho—. Ya dile que al pastel te lo dio Jisung, que andas tan enamorado que no le quieres convidar a nadie solo porque él fue quién lo cocinó.

—¿Cómo carajos sabes?

—Jeongin me contó. No tengo tanta suerte como tú, yo soy el que cocina, así que, para impresionarlo, hice brownies.

Sonrió contento y se despidió con la mano, totalmente orgulloso de las cinco horas que pasó en la cocina, totalmente estresado y frustrado, luego de tres intentos fallados, en donde la masa salía o quemada o cruda.

—Así que Jisung...

—¿Quién es Jisung? —fingió no conocerlo y antes de dar una calada al cigarrillo, tomó un trozo de pastel, para degustarlo lentamente.

—No me jodas, Lee. Estás hasta el culo de enamorado, lo sé y me da rabia que no te des cuenta.

El pelinegro se recostó sobre el sofá, masticando el último bocado del suave y esponjoso bizcochuelo. Miró a Changbin, quién estaba observándolo con su entrecejo fruncido, entonces llevó el cigarrillo para darle una otra profunda calada y aguantar unos segundos el humo, para luego soltarlo a centímetros del rostro adverso, nuevamente.

—Hijo de puta —maldijo, tosiendo y alejándose de él—. A la próxima te saco la fuente con el pastel y no me importa las consecuencias.

—Es difícil.

—¿Qué?

—Que es difícil darme cuenta cuando nunca he sentido algo. Todo lo que siento es totalmente desconocido.

—Solo fíjate en lo que te produce Jisung cuando lo ves. No lo sé, si sientes que se te revuelve el estómago? Quizás son...

—¿Ganas de vomitar? Seguro que sí.

—Serás bestia. Con razón Han siempre está algo triste cuando está contigo, no te das cuenta de lo que dices, ni como lo dices, y dependiendo de la persona, le haces daño. Solo míralo, parece pequeño e inexperto en varias cosas de la vida, yo que tú, lo cuidaría.

—No me vengas con esas cursiladas, ¿o acaso no le has dicho a Félix que sientes algo por él?

—Eso es diferente.

—¿En qué aspecto?

—Yo sé lo que quiero, Minho.

El pelinegro apartó la vista y aplastó el cigarrillo en un plato. Su corazón de repente comenzó a latir con rapidez, su cabeza también comenzó a doler, supuso que era por pensar, jamás había pensado tanto en su vida.

Todo era su culpa.

Su maldita manía de encapricharse y de conseguir siempre lo que quiere. De patalear como un niño cuando no cumple sus horarios o no logra hacer las cosas. Esa costumbre que tiene de pucherear ante todo, convenciéndose de que esa manera queda tierno. O cuando viste esas ropas de colores que no combinan para nada, junto a las cosas que se pone en el cabello, el estúpido brillo labial sabor a sandia.

Si la profesora no se le hubiese cruzado la idea de hacer trabajos en pareja, y mucho menos emparejarlo con él, quizás no estuviera pensando hasta el punto que su cerebro esté a milímetros de explotar. Tal vez pudiera estar borracho en este momento o fumando hasta que sus pulmones le queden negros o golpear al que lo mirara en la escuela para ganar unos días de sanción...

Sin pensar en Jisung, o el que dirá.

Solo quería sacárselo de la cabeza para volver a ser él.

El rubio acomodó un poco más atrás su brochecito, este agarraba muy bien su cabello por ende, era la primera vez que se lo arreglaba en la mañana. Sonrió al ver por el espejo como el pequeño moñito combinaba con su collar de perlitas rojas y tomó su libro de biología. Cerró su casillero, dispuesto a entrar en el salón antes del que recreo acabe y volver al sitio en dónde esperaría a Félix, quién fue al baño.

Al entrar se sorprendió que solo dos personas estuvieran allí, como llegaba primero de los recreos, el aula suele estar vacía, casi siempre llegan unos minutos después de haber tocado la campana, incluso después de la llegada del profesor. Actuó como si no hubiese visto los ojos de su compañera escanearlo de arriba a bajo para después susurrarle algo a su amiga y estallar en risas, sonando exageradas. Curvó sus labios hacia abajo y un pucherito se asomó por su rostro, sintiendo ganas de llorar, no entendía el por qué, ya que debería estar acostumbrado a eso. Sin embargo, aquel sentimiento de tristeza se esfumó al ver un extraño paquete color verde con un circulo transparente que dejaba ver lo que había adentro: gomitas. Lo tomó entre sus manitos y lo observó para comprender de dónde venía, si bien el podía ser algo olvidadizo, cuando se trata de sus dulces preferidos, recordaría a la perfección comprarse un paquete gigante como lo era ese.

Sonrió.

No había nota, o algún indicio que indicara que había sido Minho, pero sabía con exactitud que Félix o Jeongin no le comprarían un paquete así de grande solo porque sí, aparte, no le dijo absolutamente nada de lo que pasó en los casilleros, o más bien que le había quitado sus dulces descaradamente.

—Para ser todo un malhumorado, tiene tiempo para ser tierno —susurró, vigilando que nadie lo escuchara.

Jisung cerró el libro que eligió al azar. Largó un suspiro, frustrado y cansado de leer ya por unas cuatro horas seguidas. Encontró una sección de libros infantiles, sin saber por qué estaba ahí, pero no le dio más vueltas al asunto y se leyó casi todos los libros de princesas. Aunque ya se los sabía de memoria, quedó algo disgustado con la forma de narrar los sucesos, por no decir que estaba enojado, pero luego comprendió que no todos iban a ser iguales, así que fue y buscó otro. Todo porque su celular se había quedado sin batería, y para el colmo, no guardó el cargador en su mochila.

La jornada estudiantil ya había terminado hace bastante tiempo, ya estaba a punto de anochecer y él ahí, saliendo de la biblioteca sin que el guardia lo detecte, ya que el equipo de básquet tiene entrenamiento hasta tarde en la cancha, y si Minho aún no lo dejó como lo mencionó aquella tarde, estaría entrenando o acabando en este momento, por ello tenía que salir.

Podría ir y esperarlo a fuera del área de entrenamiento, pero no quería oír insultos hacía su persona, ya tuvo bastante hoy con esas chicas que lo miraron de arriba a bajo, solo quería acabar el día viernes normal, sin llorar ni comer todos sus dulces a la primera. Por ello, este momento, saliendo del establecimiento para caminar del lado contrario a casa. Lo hacía más que nada para que nadie lo viera junto a él, quién sabe como lo molestan ya por el simple hecho de que tienen un trabajo en común, también sabiendo la poca paciencia que el pelinegro posee. El sol se escondió hace unos minutos, por lo que la temperatura descendió bastante, hasta largaba humo de su boca, cosa que al menor le encantaba. Se lamentó un poco de no aprovechar el tiempo que su madre estaba de viaje en el día de hoy, y el tiempo de espera en la biblioteca, para ir a visitar su papá en el cementerio, pero una vez dentro de la calentita biblioteca, no quiso salir al aire frío, hasta que llegó la hora.

Llegó hasta la esquina, en la que sabía que Minho pasaba por allí, frenó algo dudoso, porque luego de eso, no sabía que camino tomaba. Esperaba felizmente, algo congelado, pero feliz por agradecerle por los dulces. No debería hacerlo, al fin y al cabo Minho los había robado, pero eso a penas eran diez dulces, a diferencia del paquete, que parecía como si un millón de gomitas estén juntas y...

—¿Niño? —una voz ronca lo hizo saltar del susto y llevar una mano a su corazón—. ¿Qué haces aquí tan tarde? Ni siquiera es tu camino a casa, ¿has estado en el cementerio a esta hora? ¿Al menos tu madre sabe que estás cagándote de frío? Pareces gelatina.

Jisung abrió su boca pero se sorprendió con tan solo verlo con una sudadera que no lo protegía para nada del frío, además que su cabello estaba mojado y nada lo cubría, ¿acaso no sentía el frío?

—Hyung, ¿no tiene frio?

—Yo pregunté primero, ¿qué haces aquí?

Jisung abultó sus labios en forma de pico y desvió la vista hacia sus pies, perdiéndose la sonrisa de Minho, la cual deshizo cuando lo vio levantar su cabeza.

—Estoy esperándolo, tengo que decirle algo.

—¿Y no pudiste esperar hasta mañana? Que yo sepa, quedamos en vernos, pero decidiste cagarte frío, ya veo. ¿Vienes del cementerio, no es así? —preguntó nuevamente, sin saber si estaba interesado en la respuesta o solo para que la conversación sea más larga.

—Nopi, me quedé todo el día en la biblioteca y, cuando se acercó la hora en la que tu entrenamiento termina, salí de ahí y lo esperé aquí. ¿No es un buen plan, hyung? —cuestinó, contento de lo que había armado en plena clase de matemática. Aún así, salió mal, porque mi teléfono se quedó sin batería y no traje el cargador, planeaba ver mi serie... -comentó con un poco de tristeza.

—¿Y por qué no te fuiste a casa? Tienes que ser un poco más inteligente.

—¡No me dejarían entrar, hyung! Además, si me meto en la cama calentita, no salgo más.

—Bien como quieras, cada uno se enferma de la forma que quie...

—No me venga con eso, bien que usted también quiere enfermarse, si no es así, se cubriría el cabello con un gorro o se lo secaría antes de salir. No me venga con un sermón —chilló, con sus mejillas prendiéndose enseguida.

—Yo no me enfermo.

—No diga estupideces, todo el mundo se enferma, o al menos agarra un resfriado.

El silencio se adueñó del momento, solo algunos autos que pasaban podía romper la concentración que Minho mantenía sobre los ojos adversos. Jisung decidió avanzar un paso, que era toda la distancia que los separaba, ya que, elevaban la voz a un punto en que podía escucharse por las personas que vivían en la cuadra. Sin embargo, estaba seguro que no era por eso, solo quería verlo un poquito más de cerca, a pesar que deba estirar un poco más su cuello.

—Y luego te quejas porque te digo enano... ¿A qué has venido? Si es a verme porque soy lo más lindo que has visto, supongo que ya estás satisfecho o...

—¡Ya quisieras, Lee! No necesito verte, pero supongo que es la única manera que tiene para alimentar tu ego, porque no tiene a nadie más que le diga que es lindo.

Minho sonrió, y el rubio pudo jurar que esa sonrisa atacó su cuerpo como una descarga de eléctrica. Un choque bastante fuerte que hizo palpitar su corazón.

El pelinegro se acercó de forma peligrosa, quedándose a tan solo unos centímetros de su boca.

—¿Soy lindo? —preguntó con sorna, pero con sumo interés en su respuesta.

Jisung abrió en grande sus ojos y sintió que sus mejillas ardían más que nunca por la vergüenza. Trató de desviar la mirada y consigo, agachar la cabeza para ignorar la pregunta y agradecerle de una vez, pero Minho fue más rápido y acunó con sus calentitas manos el rostro del rubio, tomando ambas mejillas con una delicadeza que no sabía que existía.

—Responde, ¿para ti, soy lindo?

Oh, estaba acabado.

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