☆ SESENTA Y CINCO

Minho largó un suspiro y se quitó un poco de nieve que había quedado en su cabello antes de entrar al apartamento que compartía con Changbin. 

Dio vuelta la llave dentro de la cerradura y cuando entro, olio algo que sus fosas nasales habían presenciado: olor a limpio. 

Enseguida, sus ojos se encontraron con un Changbin bebiendo un poco de agua, con un mandil sobre su torso y guantes de goma en sus manos. Irreconocible. Alzó las cejas, extrañado que sepan como agarrar un palo de escobilla. 

—Hola, campeón, ¿Jisung ya no te soporta que vienes con tu olvidado amigo? 

—No es eso... Vino su madre y ellos deben pasar tiempo juntos... —notó como echaba un líquido verde en el agua, que largaba un exquisito aroma y luego mojaba un trapo para escurrirlo y pasarlo sobre el piso—. ¿Estás bien?¿Necesitas algún medicamento? —preguntó con su ceño fruncido, no era broma. 

—¿Le tienes miedo a tu suegra, eh? Y no, lo que pasa, es que, Félix viene más tarde —Minho asintió, comprendiendo ahora—. Sé que puedo contratar a alguien que limpie, pero, prefiero hacerlo yo... Ya sabes. 

Minho asintió de nuevo, yendo hacia su habitación para no molestarlo. 

—No le tengo miedo, Bin, de hecho, desayunamos en la cafetería —confesó, casi gritando para que su amigo lo escuche—. También estoy algo cansado, no pude dormir mucho anoche... Y no quiero parecer que soy un holgazán. 

Changbin dejó el palo sobre la pared y se acercó a la habitación de su mayor. Se apoyó en el marco de la puerta y le prestó atención a Minho, quien traía unas ojeras por el suelo. 

—¿Te está pasando de nuevo? 

—Creo que sí. 

—¿Irás al doctor? 

Lee largó un suspiro, harto de toda esta situación. Se acomodó en la cama y pegó sus ojos al techo y contestó: 

—¿Para que la consulta dure dos minutos y me recete las mismas pastillas para dormir? No gracias. 

—No seas necio, hombre. 

—Va a ser lo mismo, Changbin —musitó, queriendo que el sueño vuelva pero eso no sucedía—. Prefiero esperar aquí, a que se cierren los ojos y que mi cuerpo se acostumbre a la necesidad de descansar bien, no quiero que unas pastillas lo hagan por mi. No quiero volver a depender de ellas. 

—Como quieras. Pero si necesitas algo, avísame —vio como asentía y él se dejó llevar por la sensación de que comprendió al cien por cien sus palabras. Amagó con irse, pero se regresó y dejó sus ojos sobre Lee—. Tengo el número de mi psicólogo por si lo quieres... Solo dime y te lo daré al momento. 

—Lo tendré en cuenta —susurró. 

Quería ser lo mejor para Jisung, sin embargo, en ese instante en el que escuchó como Changbin cerraba la puerta de su habitación, se dio cuenta que debía empezar por sí mismo.

Dudó. 

No sabía si estaba haciendo lo correcto, si esta decisión era buena, pero quizás sea un paso en su vida y claro, en su relación con Jisung. Especialmente con su madre. 

No fue un chico muy querido por ambos progenitores. Si bien su mamá nunca había levantado la voz o siquiera la mano, nunca hizo nada para prevenir la violencia que su padre le propiciaba. Conforme fue creciendo, cuando la violencia se volvía aún más fuerte, comprendió que su madre también la sufría. 

Quizás fue en una de esas noches en la que su padre llegaba en la madrugada y lo primero que hacía era golpear a la mujer. A veces venia por él, que a pesar de estar escondido en el armario, el lobo siempre cazaba a caperucita. En este caso, a un Minho de ocho años, que por el fuerte golpe, cayó mal al suelo y su muñeca se torció. O un adolescente de diecisiete años, no hace mucho tiempo, que por una patada, dos de sus costillas fueron fracturadas. 

¿Pero era su culpa, no es así? Era un niño malo, fumaba, tomaba alcohol, ni siquiera ayudaba a su madre y luego de un tiempo, la dejó sola. ¿Qué tan mal hijo era que ella prefirió seguir en ese infierno, en vez huir? Esa era la justificación que ese Minho de la adolescencia le daba, hasta hundirse en la depresión y en el insomnio que toda la situación provocaba.

Pero le dijo "vete al diablo", luego de recibir una abofeteada por parte de su progenitor. Entonces se dijo a sí mismo que si largar los sentimientos te condenaban a un dolor insoportable, era mejor no decir nada. 

Ahogarse era mejor que respirar. Ser prisionero de tus propios sentimiento sera mejor que vivirlos, y sentirlos. Y comprendió: si su vida era una mierda, ¿qué carajos podía expresar?

 Mandó todo al diablo. 

No le importó su madre, y su padre menos. Se fue de casa y comenzó a vivir con Changbin. Hasta que un enano con el pelo teñido de rubio comenzó a llamarlo "hyungcito"... No, su vida había cambiado mucho antes de eso.

Aquel enano gruñón logró que él quisiera salir de la bañera en la que se estaba hundiendo para poder dormir en paz. Logró que pueda decir sus sentimientos y que no se sienta mal por eso. Que cohibirse ante el mundo no era la mejor opción, y que él sí podía tener cosas buenas; que podía ofrecer, dar y recibir muchas cosas, llenas de amor. 

Le debía tanto, que no sabía si amarlo con cada rincón de su cuerpo reconfortaba lo que Jisung le dio. Entonces esa imagen de él, pareciéndose a ese osito gruñón, se instaló en su cabeza y eso logró que el valor se apoderara del miedo y por fin tocó la puerta, para ser atendido por una de las mucamas. 

Entró a la casa en la cual creció, pero todos los recuerdos eran más malos que buenos: recordaba, como en cada rincón un golpe era propiciado por su padre, ¿cómo era eso posible?  

—¿Minho? —preguntó su madre, totalmente sorprendida—. Hubieras llamado, no han preparado la cena... —se acercó a él y lo abrazó, pero no recibió la misma respuesta por parte de su hijo—. ¿Te quedarás, no es así? Al menos para cenar... 

Apartó la mirada, sin saber qué responder. Mordió su labio y terminó observando el rostro suplicante de su madre. Asintió y notó como una sonrisa de oreja a oreja se instalaba en el rostro de la mujer. 

—Me alegra que vengas. Lamento no haberte mandado mensajes, la situación con tu padre me tiene de los pelos. Siéntate —indicó, luego de sentarse en el sofá. 

El cuerpo de Minho tembló y eso que la calefacción estaba prendida. 

—Vengo a pedirte algo. 

—Lo que quieras, cariño —la mujer le dio una sonrisa cálida, como la que deseó durante toda su niñez, pero ahora no le llegaba, ni siquiera para poder calmar el temblor en su cuerpo. 

—Necesito un auto. No me importa la marca, solo... Solo que sea bueno, espacioso, no lo sé... mi niño necesita la mejor comodidad. 

—¿Tu niño...? ¿Minho, tú...? 

—No, olvídalo, no es un niño pequeño. O sea, sí lo es, pero no de edad... —cerró sus ojos y tomo un poco de aire para calmarse—. Quiero decir, no es loque tú piensas. Es mayor... y es autista.

—¿Es un chico? 

Minho pestañeó varias veces y el corazón comenzó a palpitar por el nerviosismo que ahora se apoderó del valor. Había metido la pata. 

—Sí. ¿Y sabes, qué? Me importa una mier... —las palabras fueron ahogadas por el repentino abrazo que su madre le dio. 

Era algo tan desconocido. Que no podía descifrar si era bueno o malo. Que si después vendría las felicitaciones o el discurso de que ese no es el camino de Dios. 

—¿Lo puedo conocer? Claro, cuando te sientas listo —susurró y notó, por su semblante, que Minho estaba más que confundido—. Sé que no hemos tenido la mejor relación, Min, pero quiero empezar desde cero, y quiero apoyarte en lo que decidas. Además, siempre fui fiel creyente de que las personas aman a las personas, y quiero que sepas, que no hay nada de malo... 

—¿No hay nada de malo? 

Aquella voz logró que Minho temblara aún más. ¿Acaso era su consciencia?¿Estaba metido en un sueño? Tragó saliva, sintiendo como el miedo invadía los ojos de su madre, y en los suyos, el rencor. 

—Mi único hijo es marica, encima novio de un inepto. 

Minho se levantó del sofá, dispuesto a partirle la cara, pero en cuanto sus ojos chocaron con su padre y en su presencia, se había convertido una vez más en caperucita. Fue atrapado en la misma jaula que cuando tenía ocho años. 

—¿Quién te crees que eres para venir a mi casa, pedir un auto y luego decir que andas con un retrasado? —espetó el señor, desde el marco de la puerta. 

—Pensé que estabas preso —musitó, tratando de olvidarse de lo que dijo de su niño. 

—Prisión domiciliara. Harim, pensé que se lo dirías. 

Minho se giró hacía su progenitora y la fulminó solo con la mirada. 

—¿Por qué... Por qué no me lo contaste antes de confesarte lo mío? 

—Lo siento, Min —dijo con las lágrimas deslizándose por sus mejillas—. Estaba tan contenta de que hayas venido, que... Que solo lo olvidé. Nunca vienes y cuando lo haces, suceden estas cosas... solo quería tenerte un momento para mi, y disfrutar de tu compañía... 

—Calla y deja de llorar como una perra. Ahora, me vas a hacer caso, hijo de tu madre. Lo vas a dejar, porque te juro que... 

—No lo haré. No lo voy a dejar y tú no le tocarás ni un pelo. El lobo es muy feroz cuando tiene de donde comer, pero cuando te quiten todo, ya no serás nada, ni nadie —le escupió en la cara, pero lo único que recibió de su parte fue un golpe en la mejilla. 

Sintió su piel mojada por un líquido que conocía bastante. Dolía, dolía como la puta madre porque había cortado muy profundo. 

Sin embargo, el dolor y el miedo se mezclaron con la agonía en la que vivió por un par de años y eso provocó que toda su fuerza se plasmara en forma de puño, y que el mismo fuera aterrizado en la cara del señor. Su cuerpo cayó al suelo, totalmente desmayado. 

—Vendré solo cuando no esté él. Y ten en cuenta lo que te dije, por favor, lo necesito —se giró para ver a su madre que se quedó sentada en el sillón—. Sé que no es una linda escena de ver y menos que acabe así... Pero volviendo al tema... Jisung es especial, prefiero que lo conozcas cuando papá esté en prisión. Llama a la policía si quieres. 

Y se fue, sin más que decir, pero sin tener idea a donde ir. 

Jisung no sé enteraría. 

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