━━𝐒𝐢𝐱
❛❛Me ofrecen una misión❜❜
𝐏𝐄𝐑𝐂𝐘
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SABÍA QUE ALGUIEN ME TENÍA MANÍA CUANDO UNA NOCHE ENCONTRÉ EN LA PUERTA UN PERIÓDICO DEL NEW DAILY NEWS.
Estaba abierto por la página dedicada a la ciudad. Casi me llevó una hora leer el artículo, porque cuanto más me enfadaba, más flotaban las palabras por la página.
UN CHICO Y SU MADRE SIGUEN DESAPARECIDOS TRAS EXTRAÑO ACCIDENTE DE COCHE.
POR EILEEN SMYTHE
"Sally Jackson y su hijo Percy llevan una semana en paradero desconocido tras su misteriosa desaparición. El Cámaro del 78 de la familia fue descubierto el pasado sábado en una carretera al norte de Long Island, calcinado, con el techo arrancado y el eje delantero roto. El coche había dado una vuelta de campana y patinado varios metros antes de explotar.
Madre e hijo estaban de vacaciones en Montauk, pero se marcharon muy pronto en misteriosas circunstancias. En el coche y la escena del accidente fueron hallados pequeños rastros de sangre, pero no había más señales de los desaparecidos Jackson.
Los residentes de la zona rural aseguraron no haber visto nada anormal alrededor de la hora del accidente.
El marido de la señora Jackson, Gabe Ugliano, asegura que su hijastro Percy Jackson es un niño con problemas que ha sido expulsado de numerosos internados y que en el pasado manifestó tendencias violentas.
La policía no se pronuncia acerca de si el hijo Percy es sospechoso de la desaparición de su madre, pero no descarta ninguna hipótesis. Las imágenes de abajo son fotos recientes de Sally Jackson y Percy.
La policía ruega a todos aquellos que posean información, que llamen al siguiente número de teléfono gratuito."
Habían señalado el teléfono con un círculo en rotulador negro.
Tiré el periódico y me dejé caer en mi litera, en medio de la cabaña vacía.
—Luces fuera —dije con tristeza.
Esa noche tuve mi peor pesadilla.
Corría por la playa en medio de una tormenta. Esta vez había una ciudad detrás de mí. No era Nueva York. Estaba dispuesta de manera distinta, los edificios más separados, y a lo lejos se veían palmeras y colinas.
A unos cien metros de la orilla, dos hombres peleaban. Ambos vestían túnicas griegas que ondeaban al viento, una rematada en azul, la otra en verde. Se agarraban, forcejeaban, daban patadas y cabezazos, y cada vez que colisionaban, refulgía un relámpago, el cielo se oscurecía y se levantaba viento.
Yo tenía que detenerlos. No sé por qué, pero cuanto más corría el viento me ofrecía mayor resistencia, hasta que acababa corriendo sin moverme, mis talones hundiéndose en la arena.
Por encima del rugido de la tormenta, oía al de la túnica azul gritarle al otro:
—¡Devuélvelo! ¡Devuélvelo! —Como dos niños peleando por un juguete.
Las olas crecían, chocaban contra la playa y me impregnaban de sal.
—¡Deténgase! —grité—. ¡Dejen de pelear!
La tierra se sacudía. En algún lugar de su interior resonaba una carcajada, y una voz tan profunda y malvada que me helaba la sangre entonaba con suavidad:
—Baja, pequeño héroe. ¡Baja aquí!
La arena se separaba bajo mis pies, se abría una brecha hasta el centro de la tierra. Yo resbalaba y la oscuridad me engullía.
Desperté convencido de que estaba cayendo.
Seguía en la cama de la cabaña número tres. Mi cuerpo me indicó que era por la mañana, pero aún no había amanecido, y los truenos bramaban en las colinas: se fraguaba una tormenta. Eso no lo había soñado.
Oí el sonido de pezuñas en la puerta, un carnicol que pisaba el umbral.
—Pasa.
Grover entró trotando, con aspecto preocupado.
—El señor D quiere verte.
—¿Por qué?
—Quiere matar a… Bueno, mejor que te lo cuente él.
Me vestí y lo seguí con nerviosismo, seguro de haberme metido en un lío gordo. Hacía días que llevaba esperando que me convocaran a la Casa Grande.
Ahora que había sido declarado hijo de Poseidón, uno de los Tres Grandes dioses que habían acordado no tener hijos, supuse que ya era un crimen seguir vivo. Sin duda los demás dioses habrían estado debatiendo la mejor manera de castigarme por existir, y el señor D ya estaba listo para administrar el castigo. Por encima del canal Long Island Sound, el cielo parecía una sopa de tinta en ebullición. Una cortina neblinosa de lluvia se aproximaba amenazadoramente.
Le pregunté a Grover si necesitaríamos paraguas.
—No —contestó—. Aquí nunca llueve si no queremos.
Señalé la tormenta,
—¿Y eso qué demonios es?
Miró incómodo al cielo.
—Nos rodeará. El mal tiempo siempre lo hace.
Reparé en que tenía razón.
En la semana que llevaba allí jamás había estado nublado. Las pocas lluvias que habían caído lo hacían alrededor del valle. Pero aquella tormenta era de las gordas.
En el campo de voleibol los chicos de la cabaña de Apolo jugaban un partido matutino contra los sátiros.
Me pregunté si Allegra estaría con ellos, pero no distinguí por ningún lado la chaqueta de su selección de fútbol. Siempre que podía, la llevaba encima, sino era puesta, entonces atada a la cintura, pero siempre la tenía.
Todos parecían seguir con sus ocupaciones habituales, pero tenían aspecto tenso. No dejaban de mirar la tormenta.
Grover y yo subimos al porche de la Casa Grande. Dioniso estaba sentado a la mesa de pinnacle con su camisa atigrada y su Coca-Cola light, como en mi primer día; Quirón, en el lado opuesto de la mesa en su silla de ruedas falsa. Allegra estaba ahí.
—Bueno, bueno —dijo el señor D sin levantar la cabeza—. Nuestra pequeña celebridad.
—Sonó igual a Snape, señor D —comentó Allegra.
—Cierra la boca, Almeja. —Me apuntó con el dedo y ordenó—: Acércate. Y no esperes que me arrodille ante ti, mortal, sólo por ser el hijo del viejo Barba-percebe.
Un relámpago destelló entre las nubes y el trueno sacudió las ventanas de la casa.
—Bla, bla, bla —contestó Dioniso.
Quirón fingió interés en su mano de cartas. Grover se parapetó tras la balaustrada. Oía sus pezuñas inquietas.
—Si de mí dependiera —prosiguió Dioniso—, haría que tus moléculas se desintegraran en llamas. Luego barreríamos las cenizas y nos evitaríamos un montón de problemas. Pero a Quirón le parece que eso contradice mi misión en este campamento del demonio: mantener a unos enanos mocosos a salvo de cualquier daño.
—La combustión espontánea es una forma de daño, señor D —observó Quirón.
—Tonterías. El chico no sentiría nada. De todos modos, he accedido a contenerme. Estoy pensando en convertirte en delfín y devolverte a tu padre.
—Señor D… —le advirtió Quirón.
—Bueno, bien —cedió Dioniso—. Sólo hay otra opción. Pero es mortalmente insensata. —Se puso en pie, y las cartas de los jugadores invisibles cayeron sobre la mesa—. Me voy al Olimpo para una reunión de urgencia. Si el chico sigue aquí cuando vuelva, lo convertiré en delfín. ¿Entendido? Y Perseus Jackson, si tienes algo de cerebro, verás que es una opción más sensata que la que defiende Quirón.
Dioniso tomó una carta y con un gesto la convirtió en un rectángulo de plástico. ¿Una tarjeta de crédito? No. Un pase de seguridad. Chasqueó los dedos. El aire pareció envolverlo. Se convirtió en un holograma, después una brisa, después había desaparecido y dejó sólo un leve aroma a uvas recién pisadas.
Quirón me sonrió, pero parecía cansado y en tensión.
—Siéntate, Percy, por favor. Y tú también, Grover.
Obedecimos. Me senté enfrente de Allegra, así que podía ver cada una de sus expresiones. Ella dejó el mazo de cartas y tomo una hoja suelta que comenzó a doblar.
—Dime, Percy, ¿qué pasó con el perro del infierno?
Me estremecí de sólo escuchar el nombre. Quirón quizá quería que dijera: “Bah, no fue nada. Desayuno perros del infierno”. Pero no me apetecía mentir.
—Me dio miedo —admití—. Si Allegra no le hubiera disparado, yo estaría muerto.
—Serías un suicida si no tuvieras miedo —comentó ella.
Quirón asintió.
—Vas a encontrarte cosas peores, Percy, mucho peores, antes de que termines.
—Termine… ¿qué?
—Tu misión, por supuesto. ¿La aceptarás?
Miré a Grover y vi que tenía los dedos cruzados.
—Yo… —titubeé—. Señor, aún no me ha dicho en qué consiste.
Quirón hizo una mueca.
—Bueno, ésa es la parte difícil, los detalles.
El trueno retumbó en el valle. Las nubes de tormenta habían alcanzado la orilla de la playa. Por lo que podía ver, el cielo y el mar bullían.
—Poseidón y Zeus están luchando por algo valioso… —dije—. Algo que han robado, ¿no es así?
Allegra enarcó una ceja, Quirón y Grover intercambiaron miradas. El primero se inclinó hacia delante e inquirió:
—¿Cómo sabes eso?
Me sonrojé. Ojalá no hubiera abierto mi bocaza.
—El tiempo ha estado muy raro desde Navidad, como si el mar y el cielo libraran un combate. Después hablé con Annabeth, y ella había oído algo de un robo. Y… también he tenido unos sueños.
—¡Lo sabía! —exclamó Grover.
—Cállate, sátiro —ordenó Quirón.
—Quirón —reprendió Allegra.
—¡Pero es su misión! —Los ojos de Grover brillaron de emoción—. ¡Tiene que serlo! ¡Allegra tenía razón!
—Sólo el Oráculo puede determinarlo —dijo ella—. Aunque tenía la esperanza de que se estuviera equivocando.
—¿Quién?
—Mi papá, él está seguro que sos vos.
—¿Qué?
—Tú, que eras tú —respondió rodando los ojos—. Vamos a tener que hacer algo con esa ausencia de español, pecesito. No pienso explicarte todo, todo el tiempo.
—Ah.
Quirón se mesó su hirsuta barba.
—Aun así, Percy, tienes razón. Tu padre y Zeus están teniendo la peor pelea de los últimos años. Luchan por algo valioso que ha sido robado. Para ser precisos: un rayo.
Solté una carcajada nerviosa.
—¿Un qué? —pregunté.
—No está hablando del zigzag envuelto en papel de plata que se utiliza en las representaciones teatrales de segundo curso, Percy.
—Así es. Estoy hablando de un cilindro de medio metro de purísimo bronce celestial, cargado en ambos extremos con explosivos divinos.
—Ah.
—El rayo maestro de Zeus —prosiguió Quirón, nervioso—. El símbolo de su poder, de donde salen todos los demás rayos. La primera arma construida por los cíclopes en la guerra contra los titanes, el rayo que desvió la cumbre del monte Etna y despojó a Cronos de su trono; el rayo maestro, que contiene suficiente poder para que la bomba de hidrógeno de los mortales parezca un mero petardo.
—¿Y no está?
—Se lo chorearon.
—¿Qué?
—Robado.
—¿Quién?
—Mejor dicho, por quién —me corrigió Quirón, maestro siempre—. Por ti.
Me quedé atónito.
—No es el más inteligente de su barrio. —Quiron la miró con dureza—. Ya entendí, calladita me veo más bonita.
Luego se giró hacia mí.
—Al menos eso cree Zeus —continuó —. Durante el solsticio de invierno, durante el último consejo de los dioses, Zeus y Poseidón tuvieron una pelea. Las tonterías de siempre, que si Rea te quería más a ti, que si las catástrofes del cielo eran más espectaculares que las del mar, etcétera. Cuando terminó, Zeus reparó en que el rayo maestro había desaparecido, se lo habían quitado de la sala del trono bajo sus mismas narices. Inmediatamente culpó a Poseidón. Ahora bien, un dios no puede usurpar el símbolo de poder de otro directamente; eso está prohibido por las más antiguas leyes divinas. Pero Zeus cree que tu padre convenció a un héroe humano para que se lo arrebatara.
—Pero yo no…
—Ten paciencia y escucha, niño. Zeus tiene buenos motivos para sospechar. Verás, las forjas de los cíclopes están bajo el océano, lo que otorga a Poseidón cierta influencia sobre los fabricantes del rayo de su hermano. Zeus cree que Poseidón ha robado el rayo maestro y ahora ha encargado a los cíclopes que construyan un arsenal de copias ilegales, que podrían ser utilizadas para derrocar a Zeus. Lo único que Zeus no sabía seguro es qué héroe habría usado Poseidón para cometer el divino robo. Ahora Poseidón acaba de reconocerte abiertamente como su hijo. Tú estuviste en Nueva York durante las vacaciones de invierno y podrías haberte colado fácilmente en el Olimpo. Por tanto, Zeus cree que ha encontrado a su ladrón.
—¡Pero yo nunca he estado en el Olimpo! ¡Zeus está loco!
Quirón y Grover observaron el cielo, nerviosos. Las nubes no parecían evitarnos, como había prometido Grover; antes bien, se dirigían directamente hacia nuestro valle, y nos estaban cubriendo como la tapa de un ataúd.
—Esto, Percy… —dijo Grover—. No solemos usar ese calificativo para describir al Señor de los Cielos.
—No tiene todos los patitos en fila.
—Quizá paranoico… —matizó Quirón—. Además, Poseidón ha intentado destronar a Zeus con anterioridad. Creo que era la pregunta treinta y ocho de tu examen final… —Me miró como si realmente esperara que me acordara de la pregunta treinta y ocho.
¿Cómo podía alguien acusarme de robar el arma de un dios? Ni siquiera era capaz de robar un trozo de pizza de la partida de póquer de Gabe sin que me pillaran. Quirón esperaba una respuesta.
—¿Algo sobre una red dorada? —recordé—. Poseidón, Hera… Apolo —murmuré mirando a la rubia, ella rodó los ojos—. Y otros dioses… Creo que atraparon a Zeus y no lo dejaron salir hasta que prometió ser mejor gobernante, ¿no?
—Correcto. Y Zeus no ha vuelto a confiar en Poseidón desde entonces. Por supuesto, Poseidón niega haber robado el rayo maestro. Se ofendió muchísimo ante tal acusación. Ambos llevan meses discutiendo, amenazando con la guerra. Y ahora llegas tú, la proverbial última gota.
—¡Pero si sólo soy un niño!
—Percy —intervino Grover—. Si fueras Zeus y pensaras que tu hermano te la está jugando, y de repente éste admitiera que ha roto el sagrado juramento que hizo tras la Segunda Guerra Mundial, que ha engendrado un nuevo héroe mortal que podría ser utilizado contra ti… ¿no estarías mosqueado?
—Zeus es bien hipócrita —declaró Allegra—. Él rompió el pacto primero.
—¡Exacto! —exclamé de acuerdo con ella—. Y yo no hice nada. Poseidón, mi padre, no ha mandado robar el rayo, ¿verdad?
Quirón suspiró.
—Cualquier observador inteligente coincidiría en que el robo no es el estilo de Poseidón, pero el dios del mar es demasiado orgulloso para intentar convencer a Zeus. Éste ha exigido que le devuelva el rayo hacia el solsticio de verano, que cae el veintiuno de junio, dentro de diez días. Por su parte, Poseidón quiere el mismo día una disculpa por haber sido llamado ladrón.
—Igual que pendejito chico los dos.
—Confío —dijo Quirón con firmeza—, en que la diplomacia se imponga, que Hera, Deméter o Hestia hagan entrar en razón a los dos hermanos. Pero tu llegada ha inflamado los ánimos de Zeus. Ahora ningún dios va a echarse atrás. A menos que alguien intervenga y que el rayo original sea encontrado y devuelto a Zeus antes del solsticio, habrá guerra. ¿Y sabes cómo sería una guerra abierta, Percy?
—¿Mala?
—Imagínate el mundo sumido en el caos. La naturaleza en guerra consigo misma. Los Olímpicos obligados a escoger entre Zeus y Poseidón. Destrucción, carnicería, millones de muertos. La civilización occidental convertida en un campo de batalla tan grande que las guerras troyanas parecerán de juguete.
—Mal asunto —dije.
—Y tú, Percy Jackson, serás el primero en sentir la ira de Zeus.
Empezó a llover. Los jugadores de voleibol interrumpieron el partido y miraron al cielo en silencio expectante. Era yo quien había traído aquella tormenta a la colina Mestiza. Zeus estaba castigando todo el campamento por mi culpa. Sentí rabia.
—Así que tengo que encontrar ese estúpido rayo —concluí— y devolvérselo a Zeus.
—¿Qué mejor ofrecimiento de paz —apostilló Quirón— que sea el propio hijo de Poseidón quien devuelva la propiedad de Zeus?
—Si Poseidón no lo tiene, ¿dónde está ese cacharro?
—Creo que lo sé. —La expresión de Quirón era sombría—. Parte de una profecía que escuché hace años… bueno, algunas frases ahora cobran sentido para mí. Pero antes de que pueda decir más, debes aceptar oficialmente la misión. Tienes que pedirle consejo al Oráculo.
—¿Por qué no puede decirme antes dónde está el rayo?
—Porque, si lo hiciera, tendrías demasiado miedo para aceptar el desafío.
Tragué saliva.
—Buen motivo.
—¿Aceptas, entonces?
Miré a Grover, que asintió animoso. Qué fácil era para él, ya que Zeus no tenía nada en su contra. Entonces miré a Allegra, ella negó con la cabeza.
Sería inteligente hacerle caso, pero no tenía otra opción.
—De acuerdo —contesté—. Mejor eso a que me conviertan en delfín.
—Pues ha llegado el momento de que consultes con el Oráculo —concluyó Quirón—. Ve arriba, Percy Jackson, al ático. Cuando bajes, si sigues cuerdo, continuaremos hablando.
Mi audiencia con el Oráculo había terminado.
—¿Y bien? —me preguntó Quirón.
Me derrumbé en la silla junto a la mesa de pinacle.
—Me ha dicho que recuperaré lo que ha sido robado.
Grover se adelantó en su silla, mascando nervioso los restos de una lata de Coca-Cola light.
—¡Eso es genial!
—¿Qué ha dicho el Oráculo exactamente? —me presionó Quirón—. Es importante.
Aún me resonaba en los oídos el tintineo de la voz de reptil.
—Ha… ha dicho que me dirija al oeste para enfrentarme al dios que se ha rebelado. Recuperaré lo robado y lo devolveré intacto.
—Lo sabía —intervino Grover.
Quirón no parecía satisfecho.
—¿Algo más?
No quería contárselo. ¿Qué amigo me traicionaría? Tampoco tenía tantos. Y la última frase: fracasaría en lo más importante. ¿Qué clase de Oráculo me enviaría a una misión y me diría: «Ah, y por cierto, vas a fracasar»? ¿Cómo podía confesar aquello?
—No —respondí—. Eso es todo.
La mirada intensa de Allegra sobre mí me dejó en claro que ella sabía que mentía. Su papá era el dios de la verdad y las profecías, ella sabía que ocultaba algo, así que evité mirarla y no dijo nada.
—Muy bien, Percy. Pero debes saber que las palabras del Oráculo tienen con frecuencia doble sentido. No les des demasiadas vueltas. La verdad no siempre aparece evidente hasta que suceden los acontecimientos.
Tuve la impresión de que sabía que me aguardaba algo malo y que intentaba darme ánimos.
—Ok —dije, ansioso por cambiar de tema—. ¿Y a dónde tengo que ir? ¿Quién es ese dios del oeste?
—Piensa, Percy. Si Zeus y Poseidón se debilitan mutuamente en una guerra, ¿Quién sale ganando?
—Alguien que quiera hacerse con el poder.
—Pues sí. Alguien que les guarda rencor, que lleva descontento con lo que le ha tocado desde que el mundo fue dividido hace eones, cuyo reino se volvería poderoso con la muerte de millones. Alguien que detesta a sus hermanos por haberle hecho jurar que no tendría más hijos, un juramento que ahora han roto ambos.
Pensé en mis sueños, la voz malvada que había hablado desde las entrañas de la tierra.
—¿Hades?
Quirón asintió.
—El Señor de los Muertos es el candidato seguro.
A Grover se le cayó un pedazo de aluminio de la boca.
—Uau. ¿Q-qué?
—Una Furia fue tras Percy —le recordó Quirón—. Lo observó hasta estar segura de su identidad, y luego intentó matarlo. Las Furias sólo obedecen a un señor: Hades.
—Yo le apuesto más a Hermes.
Quirón miró a Allegra con el ceño fruncido.
—Hermes no tiene motivos.
—¿Desde cuándo Hermes ha necesitado motivos para robar?
—Es uno de los hijos de Zeus, Allegra, él no haría nada para enfadarlo.
—Y mi viejo era el favorito, e intentó destronarlo.
Quirón ladeo la cabeza, pensativo.
—¿Qué te dijo Apolo?
Allegra bufó, cruzándose de brazos.
—Que él también cree que es Hades.
—Bueno, ahí lo tienes.
—Hades odia a los héroes —comentó Grover—. Y si ha descubierto que Percy es hijo de Poseidón…
—Un perro del infierno se metió en el bosque —prosiguió Quirón—. Sólo pueden ser invocados desde los Campos de Castigo, y tuvo que hacerlo alguien del campamento. Hades debe de tener un espía aquí. Debe de sospechar que Poseidón intentará usar a Percy para limpiar su nombre. A Hades le interesa ver a este joven muerto antes de que pueda acometer su misión.
—Estupendo —murmuré—. Ahora quieren matarme dos de los dioses principales.
—Pero una misión al… —Grover tragó saliva—. Quiero decir, ¿no podría estar el rayo robado en algún lugar como Maine? Maine es muy bonito en esta época del año.
—Hades envió a una de sus criaturas para robar el rayo —insistió Quirón—. Lo ha escondido en el inframundo, sabiendo de sobra que Zeus culparía a Poseidón. No pretendo entender las razones del Señor de los Muertos, o por qué ha elegido este momento para desatar una guerra, pero hay algo que es seguro: Percy tiene que ir al inframundo, encontrar el rayo maestro y revelar la verdad.
Sentí un extraño fuego en mi estómago. Fue lo más raro del mundo: porque no era miedo, sino ganas. El deseo de venganza. Hades había intentado matarme ya tres veces, con la Furia, el Minotauro y el perro del infierno. La desaparición de mi madre en un destello de luz era culpa suya. Ahora intentaba atribuirnos a mi padre y a mí un robo que no habíamos cometido.
Estaba listo para devolvérsela. Además, si mi madre estaba en el inframundo…
«Vamos, chico —dijo la pequeña parte de mi cerebro que aún conservaba un atisbo de cordura—. Eres un mocoso. Y Hades un dios.»
Grover estaba temblando. Había empezado a comerse las cartas del pinacle como si fueran chips. El pobre tenía que cumplir una misión conmigo para conseguir su licencia de buscador, fuera eso lo que fuese, pero ¿cómo podía yo pedirle que me acompañara en esta misión, sobre todo cuando el Oráculo me había dicho que estaba destinada a fracasar? Era un suicidio.
—Mire, si sabemos que es Hades —le dije a Quirón—, ¿por qué no se lo decimos a los otros dioses y punto? Zeus o Poseidón podrían bajar al inframundo y aplastar unas cuantas cabezas.
—Sospechar y saber no son la misma cosa —repuso él—. Además, aunque los demás dioses sospechen de Hades, y supongo que Poseidón no será la excepción, ellos no podrían recuperar el rayo. Los dioses no pueden cruzar los territorios de los demás salvo si son invitados. Ésa es otra antigua regla. Los héroes, en cambio, poseen ciertos privilegios. Pueden ir a donde quieran y desafiar a quien quieran, siempre y cuando sean lo bastante osados y fuertes para hacerlo. Ningún dios puede ser considerado responsable de las acciones de un héroe. ¿Por qué crees que los dioses operan siempre a través de humanos?
—Me está diciendo que estoy siendo utilizado.
Allegra bufó.
—Así son, ¿por qué crees que estoy aquí? El mío no me habla en un año y de repente se acordó de mi existencia.
—¿Por qué?
—Porque es un celoso de mierda y quiere impresionar a Zeus.
Decidí mejor no averiguar mucho.
—Estoy diciendo que no es casualidad que Poseidón te haya reclamado ahora. Es una jugada arriesgada, pero el pobre se encuentra en una situación desesperada. Te necesita.
Mi padre me necesita.
Las emociones se arremolinaron en mi interior como pedacitos de cristal en un calidoscopio. No sabía si sentir rencor o agradecimiento, si estar contento o enfadado. Poseidón me había ignorado durante doce años. Y ahora de repente me necesitaba.
Miré a Quirón.
—Usted sabía que era hijo de Poseidón desde el principio, ¿verdad?
—Tenía mis sospechas. Como he dicho… también yo he hablado con el Oráculo.
Intuí que me estaba ocultando buena parte de su profecía, pero decidí que ahora no podía preocuparme por eso. Después de todo, también yo me estaba guardando información.
—Bueno, a ver si lo he entendido —dije—. Se supone que debo bajar al inframundo para enfrentarme al Señor de los Muertos.
—Exacto —contestó Quirón.
—Y encontrar el arma más poderosa del universo.
—Exacto.
—Y regresar al Olimpo antes del solsticio de verano, en diez días.
—Exacto.
Me giré hacia Grover, que se estaba tragando el as de corazones.
—¿He mencionado que Maine está muy bonito en esta época del año? —preguntó con un hilo de voz.
—No tienes que venir —le dije—. No puedo exigirte eso.
—Oh… —Arrastró las pezuñas—. No… es sólo que los sátiros y los lugares subterráneos… Bueno… —Inspiró con fuerza y se puso en pie mientras se sacudía pedacitos de cartas y aluminio de la camiseta—. Me has salvado la vida, Percy. Si… si dices en serio que quieres que vaya contigo, no voy a dejarte tirado.
Me sentí tan aliviado que tuve ganas de llorar, aunque no me parecía un gesto demasiado heroico. Grover era el único amigo que me había durado más de unos meses. No estaba seguro de hasta qué punto podría ayudarme un sátiro contra las fuerzas de los muertos, pero me sentí mejor sabiendo que estaría conmigo.
—Pues claro que sí, súper G. —Me volví hacia Quirón—. ¿Y a dónde vamos? El Oráculo sólo ha dicho hacia el oeste.
—La entrada al inframundo está siempre en el oeste. Se desplaza de época en época, como el Olimpo —respondió Allegra—. Justo ahora, por supuesto, está en Estados Unidos.
—¿Dónde?
Quirón pareció sorprendido.
—Pensaba que sería evidente. La entrada al inframundo está en Los Ángeles.
—Ah —dije—. Naturalmente. Así que nos subimos a un avión…
—¡No! —exclamó Grover—. Percy, ¿en qué estás pensando? ¿Has ido en avión alguna vez en tu vida?
Meneé la cabeza, avergonzado. Mamá nunca me había llevado a ningún sitio en avión. Siempre decía que no teníamos suficiente dinero. Además, sus padres habían muerto en un accidente aéreo.
—Percy, piensa —intervino Quirón—. Eres hijo del dios del mar, cuyo rival más importante es Zeus, Señor del Cielo. Así pues, tu madre fue suficientemente sensata como para no confiarte a un avión. Estarías en los dominios de Zeus y jamás regresarías a tierra vivo.
Por encima de nuestras cabezas, refulgió un rayo. El trueno retumbó.
—Ok —dije, decidido a no mirar la tormenta—. Bueno, pues viajaré por tierra.
—Bien —prosiguió Quirón—. Puedes ir con dos compañeros. Grover es uno. La otra…bueno, tenemos dos opciones.
Miré a Allegra.
—¿Tengo que suponer que tu papá quiere que vengas? —Ella asintió.
—Créeme, si fuera por mí no iba. Pero Apolo “exige” que vaya.
Eso era lógico.
—¿Entonces quién puede ser tan tonta como para ofrecerse voluntaria en una misión como ésta?
El aire resplandeció tras Quirón. Annabeth se volvió visible quitándose la gorra de los Yankees y la guardó en el bolsillo trasero.
—La puta que me parió, ahora tiene sentido su insistencia con lo de Atenea.
Ella miró a Allegra con molestia y rencor.
—Llevo mucho tiempo esperando una misión, yo debería ir.
Allegra gimió hastiada, se pasó las manos por el cabello.
—Annabeth, yo no quiero ir, pero dile a Apolo que no voy a ir por capricho tuyo.
La chica se volvió hacia mí.
¿Me estaba pidiendo que la eligiera por encima de Allegra? Ella era la que estaba siendo obligada por su padre y no podía negarse.
—No creo que….
—Atenea no es ninguna fan de Poseidón, pero si vas a salvar el mundo, soy la más indicada para evitar que metas la pata.
—Wow, si eso es lo que piensas —repliqué—, será porque tienes un plan, ¿no, chica lista?
Se puso como un tomate.
—¿Quieres mi ayuda o no?
Si la quería. Necesitaba toda la ayuda que pudiera obtener, pero la verdad, quería más a Allegra viniendo conmigo.
Miré a Quirón, pidiendo ayuda. Él suspiró.
—Yo personalmente diría que Annabeth es la mejor opción, pero mejor no hacemos enojar a Apolo.
—¡Quirón!
—Déjame terminar —pidió el centauro—. Las reglas antiguas exigen 3, pero vamos a confiar en los dioses.
—Un cuarteto, entonces —dije—. Podría funcionar.
—Cortenme una teta.
Annabeth se cruzó de brazos, nada conforme con el resultado.
—Excelente —añadió Quirón—. Esta tarde los llevaremos a la terminal de autobús de Manhattan. A partir de ahí estarán solos.
Refulgió un rayo. La lluvia inundaba los prados que en teoría jamás debían padecer climas violentos.
—No hay tiempo que perder —dijo Quirón—. Deberían empezar a hacer las maletas.
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