━━𝐅𝐢𝐯𝐞

❛❛Que alguien le enseñe a usar condones a los dioses, por favor❜❜

𝐀𝐋𝐋𝐄𝐆𝐑𝐀
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ESA NOCHE, DESPUÉS DE LA CENA, ÍBAMOS A CAPTURAR LA BANDERA.

Cuando retiraron los platos, la caracola sonó y todos nos pusimos en pie.

Los campistas gritaron y vitorearon cuando Annabeth y dos de sus hermanos entraron en el pabellón portando un estandarte de seda. Medía unos tres metros de largo, era de un gris reluciente y tenía pintada una lechuza encima de un olivo. Por el lado contrario del pabellón, Clarisse y sus hermanos entraron con otro estandarte, de tamaño idéntico pero rojo fuego, pintado con una lanza ensangrentada y una cabeza de jabalí.

Apolo se había aliado con Hermes y Atenea. Era un ganar seguro, las dos cabañas más grandes con la cabaña mejor preparada estratégicamente, a cambio de algunos privilegios: horarios en la ducha y en las tareas, las mejores horas para actividades.

Ares se había aliado con todos los demás: Dioniso, Deméter, Afrodita y Hefesto. Los dos niños de Dioniso eran bastante buenos atletas. Los de Deméter poseían grandes habilidades con la naturaleza y las actividades al aire libre, pero no eran muy agresivos. Los hijos e hijas de Afrodita no me preocupaban demasiado; prácticamente evitaban cualquier actividad, miraban sus reflejos en el lago, se peinaban y chismeaban. Por su parte, los únicos cuatro niños de Hefesto eran grandes y corpulentos debido a su trabajo en la herrería todo el día. Podrían ser un problema. Eso dejaba, por supuesto, a la cabaña de Ares: una docena de los más salvajes, brutos y mejores peleadores del campamento. 

—Will se quedará atrás en caso de emergencia —dijo Lee apuntando a mi hermanito menor, a su lado, Aurora levantó la mano—. ¿Qué pasa, Aurora? 

—¿Puedo ir al frente con ustedes? —preguntó levantando su propio arco—. He mejorado mucho, Allegra me estuvo ayudando.

Lee no estaba nada a gusto con mandar a los más pequeños de la cabaña al frente.

—Estaremos en los árboles, Lee —dije pasando el brazo sobre el hombre de Aurora. Ella y Will eran mellizos, y ambos eran unos prodigios, Aurora en construir cosas y Will en medicina—. Yo me hago responsable por ella.

Lee frunció el ceño.

—¿Y quién se hace cargo por tí?

Él era el hermano mayor más sobreprotector que hubiera.

—Yo.

Michael se paró a mi lado. Ahora Lee no podía refutar nada, Michael era feroz y no tenía problemas en agarrarse a puñetazos si era necesario por sus hermanos.

Lee suspiró, resignado.

—Bien.

Aurora miró a Will y ambos chocaron puños.

Quirón coceó el mármol del suelo.

—¡Héroes! —anunció—. Conocen las reglas. El arroyo es la frontera. Vale todo el bosque. Se permiten todo tipo de artilugios mágicos. El estandarte debe estar claramente expuesto y no tener más de dos guardias. Los prisioneros pueden ser desarmados, pero no heridos ni amordazados. No se permite matar ni mutilar. Yo haré de árbitro y médico de urgencia. ¡Armense!

Abrió los brazos y de repente las mesas se cubrieron de equipamiento: cascos, espadas de bronce, lanzas, escudos de piel de buey con protecciones de metal.

Me puse mi casco, como todos los del equipo de Atenea, tenía un penacho azul encima. Ares y sus aliados lo llevaban rojo.

Percy se paró a mi lado, moviendo la espada y el escudo que le habían dado, esa cosa era más grande que su cabeza.

—Entonces… ¿A dónde te mandaron?

—Árboles —dije apuntando hacia arriba—. Somos los francotiradores —agregué sonriendo.

—Ah.

—¿Y vos? —Me miró confundido—. ¿Y tú?

—Ah....patrulla de frontera. Luke me dijo que buscara a Annabeth.

Miré por encima de los demas, y distinguí a la hija de Atenea.

—Por allá.

Percy también miró, pero él parecía no muy a gusto con ir hacia ella.

—¿Y si mejor…?

—¡Equipo azul, adelante! —gritó Annabeth.

—Ya la oíste —dije guiñándole un ojo y corriendo detrás de mis hermanos.

Vitoreamos, agitamos nuestras armas y la seguimos por el camino hacia la parte sur del bosque. El equipo rojo nos provocaba a gritos mientras se encaminaba hacia el norte.

Era una noche cálida y pegajosa. Los bosques estaban oscuros, las luciérnagas parpadeaban. 

 La cabaña de Apolo estaba escondida entre las zonas altas, subidos a rocas tan grandes y los árboles que ocultaban la presencia de todos.

El resto del equipo se había dispersado entre los árboles hacia el territorio enemigo. En la lejanía se oyó la caracola. Escuché vítores y gritos en la oscuridad, entrechocar de espadas, chicos peleando.

Las sombras de los árboles se alargaban, creando un laberinto natural que debíamos atravesar para alcanzar nuestro objetivo. Sentía la tensión en mis músculos mientras me acomodaba en una rama, asegurándome de que Aurora no se fuera a caer. Aunque no estaba muy entusiasmada con la idea de participar en la captura de la bandera, iba a dar lo mejor de mí. Me gustaba ganar y muchísimo.

Tomé aire profundamente y me obligué a concentrarme. No importaba si no estaba tan emocionada como los demás, lo importante era ganarle a los de Ares. Iba a ser tan satisfactorio ver la rabia en la cara de Clarisse.

Con el arco en mano apunté a las sombras, esperando pacientemente a cualquier casco rojo que pasara por la zona.

El brillo de la luna se filtraba entre las ramas, iluminando lo suficiente con una luz plateada. A lo lejos, cerca del pequeño arroyo que borboteaba por encima de unas rocas, distinguí la figura de Percy. 

—¿Qué está haciendo? —mascullé entrecerrados los ojos y dándome cuenta que estaba solo.

Allí de pie, con el gran casco de plumas azules y el enorme escudo, parecía tremendo boludo. Estaba a la vista de todos, descubierto, mal armado y solo. Era una presa fácil.

Y para peor, se puso a hacer el baile del fortnite.

Ah. Ahora te entiendo Brandoni.

«Mirá. Ahí lo tenés al pelotudo».

Se detuvo de golpe, observando a su alrededor como tenso. Entonces, al otro lado del arroyo, la maleza explotó y aparecieron cinco guerreros de Ares gritando y aullando desde la oscuridad.

—¡Aplasten al insecto! —gritó Clarisse.

Blandía una lanza de metro y medio, en cuya punta de metal con garfios titilaba una luz roja. Sus hermanos sólo llevaban las espadas de bronce típicas.

Cargaron a través del riachuelo. No tenía ayuda a la vista. Lo rodearon y Clarisse lo atacó con la lanza, el escudo desvió la punta. Otro chico le asestó un golpe en el pecho con la empuñadura de la espada y cayó al suelo.

Tensé mi arco, lista para clavarle una flecha a Clarisse cuando apartó la espada de Percy de un golpe con la lanza, que chisporroteaba, pero una chisteo me detuvo. 

Miré a mi lado, Michael negó con la cabeza.

—Pero….

Señaló unas figuras a lo lejos que se movían por entre los árboles, alejándose del riachuelo.

—Nosotros somos la barrera protectora de nuestra bandera, Atenea y Hermes van por la de ellos y Percy…

—Es la carnada —murmuré atónita viendo como le daban una patada para mantenerlo en el suelo. 

Quería apuntarles y quitárselos de encima, pero esto seguro era idea de Annabeth y ella siempre salía victoriosa cuando tenía planes. ¡Pero esto era demasiado! 

¿Cómo podía sacrificar a un aliado en pos de todo el grupo? Debió haber al menos dejado a una o dos más para ayudarlo.

—Sesión de peluquería —dijo Clarisse—. Agarrenle el pelo.

Consiguió ponerse en pie y levantó la espada, pero Clarisse la apartó nuevamente.

—Uy, uy, uy —se burló Clarisse—. Qué miedo me da este tonto. Muchísimo.

—La bandera está en aquella dirección —le dijo. Parecía fingir que estaba enfadado de verdad, pero me temo que no lo consiguió del todo.

—Ya —contestó uno de sus hermanos—. Pero verás, no nos importa la bandera. Lo que nos importa es un tipo que ha ridiculizado a nuestra cabaña.

—Pues lo hacen sin mi ayuda.

«Este ve venir el tsunami y le hace frente sin chaleco».

Dos chicos se abalanzaron sobre él. Miré a Michael con mi mirada más matadora y él suspiró, asintiendo. Hizo un gesto con la mano y todos los que estábamos cerca, apuntamos. 

Percy retrocedió hasta el arroyo, intentó levantar el escudo, pero Clarisse era demasiado rápida. Su lanza le dio directamente en las costillas. De no haber llevado el pecho protegido, lo habría convertido en kebab de pollo. Uno de sus compañeros de cabaña le metió un buen tajo en el brazo.

—No está permitido hacer sangre.

—Ah —respondió el tipo—. Supongo que me quedaré sin postre.

Lo empujó al arroyo y aterrizó con un chapuzón. Todos rieron. 

Una doce de flechas se dispararon entre los árboles, clavándose en todas partes. Los hijos de Ares gritaron, dispersandose y cubriéndose con sus escudos mientras nuestras flechas seguían cayendo contra ellos como una lluvia.

—¡Mierda! —gritó Clarisse esquivando una—. ¡Los de Apolo!

Era un completo caos. Las flechas se lanzaban a través del aire con un silbido agudo, chocando contra los escudos y árboles con un estruendo sordo. La luz de la luna brillaba sobre las hojas, creando una danza de sombras y destellos plateados mientras los campistas luchaban entre sí.

Los de la cinco se movían con ferocidad, blandiendo sus armas y defendiéndose con valentía contra nuestro ataque, pero algunas eran explosivas y soltaban un sonido tan estridente que los dejaba aturdidos en el suelo.

Los gritos y exclamaciones de los campistas resonaban en el aire, mezclándose con el choque de metal y el zumbido de las flechas. Desde mi posición elevada, podía ver cada detalle de la batalla: el destello de las armas, el brillo de los ojos determinados, la tensión en los músculos tensos. Era un espectáculo impresionante.

Mientras continuaba observando la batalla, me di cuenta de que estábamos ganando terreno. Las flechas habían dispersado a los hijos de Ares. Entonces pasó algo que me asombró.

Percy aprovechó toda la distracción, se puso de pie con una expresión feroz, atizó a uno de los chicos con cintarazo en la cabeza, arrancándole el casco limpiamente, antes de caer derrumbado en el agua. Dos más se le tiraron encima, les estampó el escudo en la cara a uno y usó la espada para esquilar el penacho del otro.

Ambos retrocedieron con rapidez. Un cuarto chico no parecía con demasiadas ganas de atacarlo, pero Clarisse llegaba embalada, y la punta de su lanza crepitaba de energía. En cuanto embistió, Percy atrapó el asta entre el borde del escudo y la espada, rompiéndola como una ramita.

—¡Jo! —exclamó—. ¡Idiota! ¡Gusano apestoso!

«Alguien necesita enseñarle mejores puteadas a Clarisse».

Percy le atizó en la frente con la empuñadura y la envió tambaleándose fuera del arroyo.

Entonces oí chillidos y gritos de alegría, y vi a Luke correr hacia la frontera enarbolando el estandarte del equipo rojo. Un par de chicos de Hermes le cubrían la retirada y unos cuantos de mis hermanos se enfrentaban a las huestes de Hefesto.

Los de Ares se levantaron y Clarisse murmuró una torva maldición.

—¡Una trampa! —exclamó—. ¡Era una trampa!

Trataron de atrapar a Luke, pero era demasiado tarde. Todo el mundo se reunió junto al arroyo cuando Luke cruzó a su territorio. Nuestro equipo estalló en vítores. 

Me arrojé desde el árbol, agarrandome a las ramas para amortiguar la caída. El estandarte rojo brilló y se volvió plateado. El jabalí y la lanza fueron reemplazados por un enorme caduceo, el símbolo de la cabaña once. Los del equipo azul agarraron a Luke y lo alzaron en hombros. Quirón salió a medio galope del bosque e hizo sonar la caracola.

El juego había terminado. Habíamos ganado.

—Bien hecho —dije cayendo a un lado de Percy—. Eso fue asombroso.

Estiré un puño hacia él, Percy miró mi mano y luego a mí. Sus bonitos ojos como el mar me provocaron un leve cosquilleo en el estómago. Sonrió, y chocó mi puño. 

—Gracias por los refuerzos.

No íbamos a dejar que te hicieran bosta, flaco.

—No sé que dijiste, pero igual gracias.

Me reí.

Estábamos a punto de unirnos a la celebración cuando la voz de Annabeth, justo a nuestro lado en el arroyo, dijo:

—No está mal, héroe. —Miré, pero no estaba allí, rodé los ojos. Típico de ella—. ¿Dónde demonios has aprendido a luchar así? —preguntó. 

El aire se estremeció y ella se materializó a mi lado quitándose una gorra de los Yankees.

—Me has usado como cebo —dijo Percy con enojo—. Me has puesto aquí porque sabías que Clarisse vendría por mí, mientras enviabas a Luke por el otro flanco. Lo habías planeado todo.

Annabeth se encogió de hombros.

—Ya te lo he dicho. Atenea siempre tiene un plan.

—Un plan para que me pulvericen.

—Vine tan rápido como pude. Estaba a punto de saltar para defenderte, pero… —Me miró por el rabillo del ojo—. Ya tenías ayuda. No necesitabas la mía. —Entonces se fijó en el brazo herido de Percy—. ¿Cómo te has hecho eso?

—Es una herida de espada. ¿Qué pensabas?

—No. Era una herida de espada. Fíjate bien.

La sangre había desaparecido. Donde había estado el corte, ahora había un largo rasguño, y también estaba desapareciendo. Ante mis ojos, se convirtió en una pequeña cicatriz y finalmente se desvaneció.

—¿Fuiste tú? —preguntó Percy mirándome. 

Negué con la cabeza.

—Necesito entonar algún canto curativo a mi padre para eso.

—Entonces, ¿cómo…?

Annabeth reflexionó con repentina concentración. Casi veía girar los engranajes en su cabeza. Lo miró a los pies, después la lanza rota de Clarisse, y por fin dijo:

—Sal del agua, Percy.

—¿Qué…?

—Hazlo y calla.

—¿Que pasa, Annabeth? 

—Shhh. —Me cayó con un movimiento de mano.

—¡Ey, no me shushees! —me quejé.

—Silencio, Allegra —espetó con firmeza—. Vamos, Percy, entra algua.

Él me miró, como preguntándome si debería confiar en ella. Asentí, cuando a Annabeth se le metía una idea en la cabeza, nada la paraba.

Lo hizo e inmediatamente el subidón de adrenalina remitió y casi lo derrumbó, pero di un paso adelante, pasando su brazo por mis hombros.

—Oh, Estigio —maldijo Annabeth—. Esto no es bueno. Yo no quería… Supuse que habría sido Zeus.

Percy se adelantó hacia mí, mirándola confundido.

—¡¿Qué hizo Zeus?! —cuestioné preocupada.

Pero antes de que pudiera obtener una respuesta, escuché un gruñido de canido que pareció abrir el bosque. Un cosquilleo de peligro me vibró en la nuca, aparte a Percy, apretando con fuerza mi arco.

Los vítores de los campistas cesaron al instante. Quirón gritó algo en griego clásico, y sólo más tarde advertí que lo había entendido a la perfección:

—¡Apártense! ¡Mi arco!

Annabeth desenvainó su espada.

En las rocas situadas encima de nosotros había un enorme perro negro, con ojos rojos como la lava y colmillos que parecían dagas.

Miraba fijamente a Percy.

Nadie se movió.

—Corre —susurré.

—¿Qué? 

—¡Percy, corre!

Annabeth intentó interponerse entre el bicho y Percy, pero el perro era muy rápido. Le saltó por encima, una sombra con dientes, y se abalanzó sobre él. Percy retrocedió, cayendo de espaldas. 

El monstruo también me saltó por encima, cayendo sobre él. Percy estiró las manos, apartando a duras penas los dientes del animal que estaban enfocadas en despedazarlo.

Tensé el arco y disparé tres veces, lo más rápido que pude, y el bicho cayó muerto a sus pies, con un puñado de flechas clavadas en el cuello. Un segundo más y el animal se convirtió en picadillo fino.

Corrí hacia Percy, él tenía la boca abierta, mirándome asombrado. Una horrible herida le corría el pecho, rasgando la camiseta que comenzaba a llenarse de sangre.

Me agaché a su lado, observando la herida. Era profunda.

—Vamos, hay que tratar eso.

—Volviste a salvarme —murmuró.

—Que no se te haga costumbre.

Apoyé las manos sobre el tajo, cerré los ojos y me propuse a cantar, cuando Quirón trotó hasta nosotros, con un arco en la mano y el rostro sombrío.

—Di immortales! —exclamó Annabeth—. Eso era un perro del infierno de los Campos de Castigo. No están… se supone que no…

—Alguien lo ha invocado —dijo Quirón—. Alguien del campamento. 

Luke se acercó. Había olvidado el estandarte y su momento de gloria se había esfumado.

—¡Percy tiene la culpa de todo! —vociferó Clarisse—. ¡Percy lo ha invocado!

—¡Cerrá el orto, pelotuda de mierda!

Observamos el cadáver del perro del infierno derretirse en una sombra, fundirse con el suelo hasta desaparecer.

—Estás herido —dijo Annabeth—. Rápido, Percy, métete en el agua.

—Estoy bien, Allegra puede…

—¡No! —replicó ella—. Entra al río, Quirón, mira esto.

Supongo que estaba demasiado cansado para discutir. Regresó al arroyo, y todo el campamento se congregó en torno a él. Al instante pareció sentirse mejor y las heridas de su pecho empezaron a cerrarse. Algunos campistas se quedaron boquiabiertos.

—Bueno, yo… la verdad es que no sé cómo… —intentó disculparse—. Perdón…

Ay la puta madre —dije mirando más arriba de su cabeza. Nadie miraba sus heridas, todos miraban lo mismo que yo—. Percy —Apunté hacia arriba para que él también se diera cuenta.

Levantó la mirada, justo cuando la señal empezaba a desvanecerse, pero aún se distinguía el holograma de luz verde, girando y brillando. Una lanza de tres puntas: un tridente.

—Tu padre —murmuró Annabeth—. Esto no es nada bueno.

«Que alguien le enseñe a los dioses a usar un puto condón, por favor».

Cerré los ojos, comprendiendo que Percy si era un verdadero problema.

—Ya está determinado —anunció Quirón.

Todos empezamos a arrodillarnos, incluso los campistas de la cabaña de Ares, aunque no parecían nada contentos.

—¿Mi padre? —preguntó perplejo.

—Poseidón —repuso Quirón—. Sacudidor de tierras, portador de tormentas, padre de los caballos. Salve, Perseus Jackson, hijo del dios del mar.

A la mañana siguiente, Quirón trasladó a Percy a la cabaña tres.

Cualquiera diría que estaría a gusto. No tenía que compartirla con nadie. Gozaba de espacio de sobra para todas sus cosas: el cuerno de Minotauro, un juego de ropa limpia y una bolsa de aseo. Podía sentarse en su propia mesa, escoger sus actividades, gritar “luces fuera” cuando le apeteciera y no escuchar a nadie más.

Pero parecía totalmente deprimido.

Nadie mencionaba el perro del infierno, pero todos lo comentaban a sus espaldas. El ataque había asustado a todo el mundo.

Enviaba dos mensajes: uno, que era hijo del dios del mar; y dos, los monstruos no iban a detenerse ante nada para matarme. Incluso podían invadir el campamento que siempre se había considerado seguro. Los demás campistas se apartaban de él todo lo posible. 

Annabeth seguía enseñándole griego por las mañanas, pero parecía distraída. Después de las lecciones, la buscaba y siempre estaba murmurando para sí: “Misión… ¿Poseidón…? Menuda desgracia… Tengo que planear algo…”.

Lo que no sabía cómo manejar, eran las miradas tristes de Percy. Se me quedaba viendo todo el tiempo y yo no sabía cómo explicarle que no tenía ningún problema con él. Era solo que tenía un plan de vida: permanecer viva y a salvo hasta que tuviera la edad suficiente para irme a vivir sola sin ninguna autoridad adulta, y poder vivir en paz, lejos de toda la locura del mundo de los dioses.

Ser amiga de un hijo de los Tres Grandes, aún peor, de un niño prohibido arruinaba todo.

Por supuesto, mis planes le importaban un carajo a mi viejo.

Estaba soñando que estaba acostada en el campo, uno lleno de caléndulas. Bajo el sol del atardecer. Cerré los ojos por un momento, dejándome llevar por la suave brisa que acariciaba mi piel y el suave murmullo de las hojas moviéndose en los árboles cercanos.

Tenía que pintar esto.

De repente, una luz brillante comenzó a filtrarse a través de mis párpados cerrados, y sentí una presencia cálida y reconfortante a mi alrededor. Abrí los ojos lentamente y me encontré frente a frente con una figura que no esperaba ver.

—¡Allegra! 

—Ay no, me cago en….

—¡Ese lenguaje! —me reprendió—. Si seguís hablando así voy a lavarte la boca con aceite de castor.

Al menos tenía la delicadeza de hablarme en español.

Suspiré, resignada y me senté.

Apolo estaba ahí, vestido con jeans y la camiseta de fútbol de mi selección, siempre se me aparecía con ella puesta. Creo que así pretendía ganarse mi amor, dado que todo lo demás no le funcionaba. 

Tenía puestos los lentes de sol y su sonrisa marca Colgate brillaba tanto que entrecerré los ojos para no quedar ciega.

—Apolo, ¿por qué estás jodiendo en mis sueños?

Noté el tic en su sonrisa. No le gustaba que lo llamara por su nombre, e insistía en que le dijera papá. Eso no iba a pasar.

—¿Así recibís a tu amado padre? —No le respondí—. Ok, entiendo, estás impaciente. —Enarqué una ceja—. Hace mucho que no hablamos…

—Un año.

—Correcto.

—Y te volviste a olvidar de mi cumpleaños. 

—¡Es que el tiempo se me pasa muy rápido! —se defendió—. Es difícil, un año es un parpadeo para mí. 

—Ajá. 

—Y vos te olvidaste el día del padre.

—No me olvidé, es imposible olvidar el día en que todos los niños festejan tener un padre, excepto que el mío es otro ausente de mierda.

Apolo frunció el ceño.

—En serio, no me gusta ese lenguaje. 

—Y a mí no me gusta que te aparezcas en mis sueños.

Soltó un suspiro exasperado, se puso los lentes sobre la cabeza y se sentó a mi lado. Su sonrisa desapareció y su expresión se tornó seria.

—Muy bien, dejemos de lado el pasado por un momento. He venido porque necesitamos hablar.

—¿De qué?

—De tu constante tendencia a apagar tu brillo.

Lo miré molesta.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Exactamente eso. Eres una artista impresionante, podrías ser la nueva Miguel Ángel si te lo  propusiera y ambos lo sabemos, pero te empeñas en solo… —Levantó de repente mi cuaderno.

—¡No toqués mi cuaderno! —espeté indignada, estiré la mano para quitárselo, pero él lo levantó por encima de mi cabeza.

—Este es exactamente el problema. Podrías ser capaz de recrear la capilla sixtina, pero te la pasas escondiendo tu hermoso arte del mundo.

—¿Y? —Le quité el cuaderno.

—También lo haces como semidiosa, eres una gran arquera, una atleta nata, competitiva, veloz y fuerte; mataste a un perro del infierno sin vacilar y ayudaste al hijo de Poseidón con el Minotauro. Pero te empeñas en permanecer atrás y dejar la gloria a otros. Y tú eres una hija de la luz, tu lugar no es en las sombras.

Me pasé la mano por la frente.

—¿Cuál es el punto?

Apolo se cruzó de brazos.

—El punto es que no lo consiento. Tienes tanto potencial desperdiciado.

Rodé los ojos.

—¿De verdad viniste hasta acá para darme un sermón?

—No es solo un sermón, es una preocupación legítima —dijo dramáticamente—. Eres mi hija, y como tu padre, quiero que alcances todo tu potencial.

Tragué saliva, sintiéndome incómoda bajo su mirada penetrante. Era verdad que prefería mantener un perfil bajo, pero no quería que me lo recordaran.

—¿Y qué querés que haga? Ya tuvimos esta charla. No quiero ser como vos o como mi vieja. No quiero estar en el centro de atención, no quiero ser una heroína, no quiero que mi vida gire en torno a la gloria y la fama. Eso no es lo mío. Yo solo quiero…ser lo más normal posible. 

Apolo frunció el ceño, sus ojos brillaban con intensidad.

—Pues no lo eres. Eres una semidiosa, y ambos sabemos que aunque no lo fueras, tampoco serías normal con la madre que tienes.

—¿Y de quién es la culpa? No sabés buscar novias normales. Eso habla más de vos que de ellas.

Soltó un jadeo ofendido.

—¡Yo sé elegir novias!

Enarqué una ceja.

—Sí, por eso seguís soltero.

Su labio inferior tembló haciendo un puchero.

—Eso es injusto.

Solté un suspiro fingido. Había encontrado la oportunidad de oro.

¿Nunca has considerado tener una pareja completamente alejada de todo lo que en general buscas? —cuestioné—. Es que pareces tener un patrón que claramente no te funciona para nada. Quizá probar algo diferente de lo habitual, te daría más suerte.

Se quedó callado, con la mirada fija en las flores. Y me dio la impresión de que su tren de pensamientos se había descarrilado. Sus ojos parecían cansados, tristes y evitaba mírame, como si la vergüenza fuera demasiado. Nunca lo había visto así de decaido.

—¿Apolo?

Levantó la vista, siendo consciente de que seguía conmigo.

—¡Pendeja de mierda, me estás cambiando de tema!

Solté una carcajada estridente. Apolo bufó, molesto de haber perdido tanto el control como para soltar una puteada.

—Mira lo que me hiciste hacer. —Me encogí de hombros. Se pasó una mano por el cabello rubio mientras suspiraba, tratando de recobrar la compostura—. Allegra, escúchame bien —comenzó con solemnidad—. No estoy aquí para discutir sobre mis elecciones amorosas. Estoy aquí porque he visto en ti un futuro brillante, un potencial que aún no has alcanzado. Y es hora de que lo sigas.

—No me gusta como suena eso.

—Así que he pensando en cómo ayudarte a que triunfes.

—No, no me gusta nada.

—¡Irás a la misión!

Me le quedé mirando con una mezcla de incredulidad y frustración. No podía creer lo que estaba escuchando.

—¿Qué misión?

Apolo se acomodó en el lugar donde estaba sentado.

—La misión que Quirón va a entregarle a tu amigo.

Fruncí el ceño.

—¿Cómo sabes que habrá una misión?

Él sonrió con soberbia.

—Dios de las profecías, cariño.

«Por supuesto, creído monumental».

—¿Y qué tiene que ver la misión de Percy conmigo? 

No respondió de inmediato, pero pude ver un destello fugaz de rencor en sus ojos antes de que volviera a su expresión habitual de confianza.

—Porque eres capaz, Allegra —dijo con tono convincente—. Es una excelente oportunidad para demostrar tu valía como semidiosa.

Rodé los ojos, sintiendo el peso de sus expectativas sobre mis hombros.

—No necesito demostrar nada —respondí con firmeza—. Decime la verdadera razón de por qué estás tan insistente. ¿Qué tengo que ver yo en la misión?

—Bien. No mucho, en realidad —masculló—. Sólo quiero…cerrarle la boca a la insufrible de Atenea.

Su respuesta me dejó perpleja y un escalofrío recorrió mi espalda al percibir la intensidad de su resentimiento hacia Atenea.

—¿Cerrarle la boca? —repetí, apenas creyendo lo que escuchaba.

Apolo se enderezó, sus ojos verdes brillando con un fuego que no había visto antes.

—Esa lechuza y yo siempre hemos sido los hijos favoritos de papá, todo el mundo lo sabe —dijo con rencor—. Pero los últimos años ahora siempre se trata de “Atenea hizo esto”, “¿viste lo que hizo ese hijo de Atenea?”. ¡Y ella se jacta de eso! Me restriega por la cara que mis hijos ahora son solo artistas o médicos. Yo siempre me he enorgullecido de mis hijos, y Zeus también. Pero ahora ambos actúan como si mi descendencia solo sirviera para hacer más bonito y sano al mundo. Esta misión es la oportunidad perfecta para callarla.

Mis labios se curvaron en una sonrisa irónica.

—Así que es solo una excusa para competir con tu hermana por la atención de Zeus. Qué maduro de tu parte.

Apolo frunció el ceño, claramente molesto por mi sarcasmo.

—¡Te está insultando a ti y a tus hermanos! ¡A mí!

Negué con la cabeza. 

—Lo siento, pero no puedo participar en tu pequeña competencia de egos. No estoy interesada en probarle algo a Atenea, mucho menos a Zeus.

Apretó los puños, luchando por mantener la compostura.

—Allegra, por favor, no me hagas esto. Esta misión es importante para mí, para ti, para todos nosotros. No se trata solo de la lechuza, se trata de algo más grande. ¿No quieres saber qué es lo que han robado?

«Así que sí se robaron algo muy importante» pensé luchando contra la curiosidad que me invadía.

—No…

—Mentirosa.

Ladeé la cabeza, pasando la lengua por mi labio. No quería saber, no quería ir a esa misión. 

—Ponele que voy…

—Esa es mi chica.

Actualización por el día de la Independencia de Argentina.

¡FELIZ DIA DE LA LIBERTAD!

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