No Surprises (Interludio)

Advertencias: Mención a la violación, agresiones físicas, machismo, maltrato y suicidio.

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Sara Katō, un nombre que llenó de orgullo a su clan cuando nació, era la hija del líder. Desde joven se dió cuenta que las mujeres a su alrededor eran flores hermosas, todas eran bellas, talentosas y agradables a su modo. Y a todas las marchitaban.

La muchacha de cabellos castaños y ojos verdes corría por el precioso jardín trasero, donde las mujeres lavaban ropa. Su madre, una mujer rubia y muy cariñosa con ella la levantaba en sus brazos y le hacía cosquillas casi todas las tardes.

Su padre era un hombre serio, rígido, aburrido y abusivo. Pero todavía tenía admiración por ese hombre, para Sara solo era demasiado tradicional. Todo eso cambió cuando fue creciendo.

No, su padre no era tradicional solamente, era un verdadero demonio. Ella vió como golpeaba a su madre cuando algo le disgustaba, escuchó muchas noches que la violaba y presenció el llanto de su madre mientras cubría los moretones de su cara.

“Papá no ama a mamá, eso debe ser normal para algunas personas…pero creo que papá odia a mamá, él la lástima” pensaba la niña cada que abrazaba a su madre y le rogaba que se fueran de ahí. Esa vida no era vida.

En una ocasión trató de defender a una de sus primas, y como castigo fue golpeada y arrojada al hermoso jardín trasero bajo la lluvia. Esa vida era el mismo infierno.

Y se puso peor para ella. Apenas había cumplido diecisiete años cuando las mujeres de su clan la empezaron a obligar a vestir ropa más holgada ocultando sus atributos, y Sara no se negaba. Usaba kimonos mucho más grandes para no ser “llamativa”, no usaba maquillaje, y rara vez se peinaba. Sara siempre fue una joven dulce, amable y compasiva. Ella no odiaba a nadie.

Cuando su madre murió, su mundo dejó de tener el brillo que amaba, y era más callada, menos ella, y más como una flor muerta.

Esa terrible noche, la menor dormía cuando sintió las manos de su progenitor tapar su boca. Ella gritó, lo rasguñó y le suplicó “Por favor para…¡Papá, detente!” pero no lo hizo, no se detuvo, le dió un beso en la mejilla y la dejó ahí temblando de dolor.

Al día siguiente no tolero ningún toque, sentía asco de todo lo que la rodeaba, y cuando se lo contó a las otras mujeres lloró, no solo por lo sucedido, si no por la reacción de su familiares “Lo siento, yo quería que tú no vivieras eso”. Unas más grandes lloraban con ella “Yo puedo tomar tu lugar si es necesario, dulce niña” decían entre sollozos.

Intentó huir, pero siempre era atrapada y castigada hasta que entendió que no había forma de huir de su propia sangre. Pero en su decimonoveno cumpleaños ocurrió algo inesperado, comenzó a vomitar, y al acudir con las mujeres del clan le dieron la noticia de que estaba embarazada, y solo así los abusos pararon.

Su padre se volvió menos agresivo solo porque ella llevaba uno de sus hijos. Ese repugnante ser esperaba orgulloso que le diera un varón.

Sara intentó suicidarse muchas veces, más de las que podía contar, pero era como si Dios disfrutará su dolor. Odiaba a ese bebé, odiaba a su padre, odiaba a su madre por dejarla sola…se odiaba a ella misma.

Y el milagro pasó; Dió a luz en un hospital cercano, a una pequeña niña, y cuando la tomó en sus brazos dejó de tener miedo y fue infinitamente feliz.

La puso contra su pecho firmemente y apenas le pasó la anestesia se arrastró por la salida de emergencia aún con la bata puesta. Salió con el riesgo de desangrarse y caminó lo más rápido que el dolor se lo permitía. “Debo apurarme, debo hacerlo por ella”, pensaba mientras caminaba junto a la carretera, tratando de cubrir a su recién nacida.

Un auto se detuvo, y de él bajó un anciano “Señorita, ¿Está bien?” preguntó asustado al verla temblar de dolor “Debe ir a un hospital”.

La joven castaña negó “No, por favor no…¿Podría llevarme a una estación de autobuses?” preguntó Sara con desesperación “Verá…un hombre, él me lastimó mucho y-

El mayor asintió en silencio “Tranquila, suba por favor, no debería estar de pie” abrió la puerta del auto para ella “Su bebé es hermoso”.

Sara lo miró y sonrió como la niña amorosa que alguna vez fue “¿Verdad que sí? Es una niña” dijo tratando de contener las ganas de llorar.

El hombre la ayudó, incluso le dió un poco de dinero para que comprará ropa y una manta más gruesa para su bebé. Nunca le preguntó su nombre, pero sabía que era una buena persona, pues todo el camino habló de lo linda que era su bebé, le preguntó si tenía alguien que pudiera ayudarla.

Era deprimente que un completo desconocido fuera más humano con ella que su propio padre.

Su vida no fue tan mala como esperaba del mundo real, claro, hubo momentos en los que hubiera querido estar muerta, como los días que dormía en la sala de espera de un hospital para no pasar frío junto a su bebé. Pero estaba más feliz que antes, podía decir que ahora estaba viva.

“Akiko Akiyama” con ese nombre nunca sería encontrada por el clan, su pequeña podía tener una vida normal.

El sentimiento al estar cerca de la bebé era confuso, odiaba su nacimiento por todo el dolor que Sara cargaba, pero genuinamente amaba a su hija, solo era suya. Le gustaba olfatear su cabeza cuando se despertaba llorando en la madrugada, la arrullaba en sus descansos como cajera de un supermercado…y conforme fue creciendo disfruto cada minuto con ella.

“Oye mamá…¿Cómo era papá?” preguntó la pequeña Akiko.

Sara sonrió tratando de tranquilizar la curiosidad de su hija “No hablemos de eso, me tienes a mí, y conmigo te basta ¿verdad?” abrazó a la menor y siguieron jugando jenga.

También fue difícil hacer que Akiko asimilara su energía maldita, pues siempre terminaba llorando al ver una maldición menor, era común para Sara sentirlas, pero Akiko podía verlas, era claramente la heredera de la técnica de sangre que su clan le robó a los Kamo. Era extraño, pues cerca de Akiko, Sara se sentía como una niña, era plenamente feliz, en su corazón no había nada más que amor por su hija. Solo eran ellas dos, y no necesitaba nada más.

A veces conversaba con su vecina, una señora mayor que al verlas juntas pensó que eran hermanas, pues eran tan similares y Sara se veía tan joven. Pero no tenía amigos, así que eso la aislaba de tener un soporte. Y cuando recibió esa llamada, fue que se dió cuenta que esa vida no era suya, la suya le fue arrebatada apenas nació y debía resignarse.

Su teléfono sonó mientras terminaba de preparar la comida “Buenas tardes”

“Sara, la perra que huyó con el bebé del líder” esa era la voz de su primo Tsuchinoko “Bueno, te divertiste mucho espero, ahora dime ¿Mi sobrino ya presentó la técnica de sangre?”

Sara colgó rápidamente la llamada, “Ya saben dónde estoy” pensó asustada. Seguramente no tardarían en ir a buscarlas, así que en menos de dos días hizo los arreglos legales para que Akiko no fuera llevada por su padre, y no supieran donde estarían sus restos.

Fue una decisión que le pesaba profundamente en el corazón, pues Akiko crecería sola, probablemente en un orfanato, pero se repetía a sí misma que quizás la adoptaría una buena familia, con una bonita casa y la llenaría del amor que aún le faltaba darle.

La llevó a la escuela y le dió un beso como de costumbre “Oye Akiko, nunca olvides que mamá te ama mucho…sin importar lo que pasé, yo siempre te amaré” dijo mientras la abrazaba en la entrada “Ahora ve y no te preocupes por llegar temprano a casa”.

La pequeña rubia asintió y dejó un beso en su mejilla “Yo también te amo mamá” se dió la vuelta y corrió junto a sus amigos.

Sara regreso apurada a casa ignorando las llamadas a su celular, y por un minuto se permitió ser ella de nuevo, no, no era solo la madre de alguien, la víctima de su padre…puso su música favorita, bebió dos cervezas y preparó su soga, lista para terminar con todo. Suspiró suavemente antes de subir a la silla “Lamento que tengas que vivir con esto, Akiko…pero no puedo volver ahí, tampoco quiero que tengas que conocer donde crecí”.

Fue curioso que su último recuerdo fue de Akiko se había golpeado la cara al aprender a caminar, el llanto de la menor, y una pequeña risa que escapó de su boca cuando ella la levantó. Si alguna vez amó a alguien, fue a su hija.

Pateó la silla debajo de ella y así se rompió el cuello por el peso de su propio cuerpo. Su cuerpo inerte se quedó colgado durante horas, hasta que Akiko la encontró y tuvo su primer ataque de pánico.

Tristemente el líder del clan Katō sobornó a cada funcionario que tuvo enfrente para quedarse con la custodia de Akiko Akiyama.

Si Sara hubiera sabido, probablemente hubiera buscado el modo de convencer a su padre de que Akiko no tenía habilidad, que solo se la llevará a ella y dejará a la niña fuera de eso.

Sara era una mujer que sonreía ante la adversidad, que pudo amar desde el fondo de su roto corazón y sin duda estaría orgullosa de los amigos y conocidos que Akiko hizo al ser libre de la casa que destruyó su vida.

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Juju-corto:

Akiko aprendió a hablar a temprana edad, así que cuando su madre la llevaba al trabajo era común que dijera algunas palabras a los clientes.

"Oiga señor, tiene una babosa pegada al hombro" la menor señaló la maldición en el hombro de una mujer "¿No le da miedo?"

La mujer sonrío confundida mientras recibía su cambio "Tu hija es linda"

"Gracias" fue la única respuesta de Sara, quien miro a Akiko y cuando pudo se inclinó para verla a la cara "Ya hablamos de esto, no le digas a nadie que ves esas cosas".

La rubia hizo un mohin "Pero no es mi culpa verlos"

Su madre pensó en como hacer que Akiko dejara de usar su energía maldita "Te diré un conjuro mágico, para que dejes de verlos: Lima lima, limón, dejaré de ver espectros da-da bum!"

Sus compañeros de trabajo la miraron y empezaron a reír, pero Akiko sonrío y repitió sus palabras.


Si la vida de Akiko es triste, la de su mamá más, y neta quería extenderme más pero tuve que resumir mucho.

Si ustedes sufren violencia de cualquier tipo no duden en pedir ayuda, y por favor siempre recuerden que ustedes no son culpables de los maltratos.
-Honey

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