Epílogo: #1 Aún te amo.

Tiempo después de aquella ruptura, Lenin se abocó a los deseos de su madre. Y, ella, mantuvo su promesa. Ya habían pasado un par de meses y el príncipe no sabía nada del Duque, pero estaba bien. Evitaba involucrarse una vez más porque siempre ocasionaba problemas. Sin embargo, durante los últimos días de aquel mes, se anunció que la familia Briand y Klein cortarían todo lazo con la Corona Europea, renunciando a sus puestos en el Parlamento Imperial y dejando a todos con una enorme incógnita.

Lenin estaba igual de sorprendido y, por un momento, quiso dejarlo todo y huir. No pudo hacerlo, estaba atado a su madre, por una promesa que ambos hicieron. Si quería que Jerome fuese feliz, él no debía interferir.

Los días siguieron pasando y el Duque desapareció junto a su familia y Klein. Se rumoreaba que ellos podrían buscar asentarse en otro Imperio, ya que, debido a su abrupto desligue, la Corona acusó a ambas familias de traicioneras y desertores, entonces, no podían seguir en suelo europeo. El punto era que, ellos habían desaparecido y dejaron un vacío en la nobleza, uno que ninguna otra familia llenaría. Ese era el nivel de los linajes Briand y Klein.

Pese a todo lo que decía la gente, Lenin, como pudo, se mantuvo informado acerca del paradero de Jerome. Lo buscó por medio año, hasta dar con su primera pista. Tal parecía que ambas familias se reubicaron en suelo americano y eso era todo. Estaba bien para él, pues tenía que seguir adelante, aunque todo lo que amó se haya ido. Y así lo hizo, se mantuvo firme y, como su madre, no, la Reina le había ordenado, dejó el colegio. Posteriormente, empezó a asistir a reuniones con el fin de mostrarse como el próximo Rey del Imperio.

Llegó el día en que Lenin cumplió la mayoría de edad, sí, dos años después de lo sucedido con el Duque. El Príncipe todavía lo recordaba y velaba por su seguridad desde su sitio. Como era de esperarse, no había información acerca de Briand, pero sí de la Duquesa Klein. Ambos se habían comprometido. No fue una noticia alentadora para Ethan, pero le parecía bien.

Lenin no podía olvidarlo. Se decía que el tiempo lo ayudaría y era mentira porque, aunque no lo quisiera, todo le recordaba al Duque; su sonrisa y todas aquellas cosas que le enseñó. Absolutamente todo.

Al cumplir la mayoría de edad, Lenin ya era capaz de ser nombrado Rey, pero la Reina optó por esperar. Estas decisiones le parecieron muy erradas al heredero, ya que la mujer había enfermado de gravedad hacía ya unos meses y se le imposibilitaba muchas cosas.

No la contradeciría, aunque tuvo que ser parte de muchísimas fiestas y reuniones que para nada le gustaron. Asistió a varias citas de compromiso con una chica que ni conocía ni le agradaba. Pero no lo diría. Ella era una chica risueña, en realidad, ella no era el problema, se dijo el Príncipe. Pese a todas las citas a las que fueron, el acuerdo de compromiso nunca se cerró, puesto que la enfermedad de Ágata empeoró y, encima, Natasha dejó la familia Imperial y desapareció en el momento en que a su hija le diagnosticaron cáncer de útero. Y desde ese momento, la familia Imperial empezó a decaer junto a la salud de la Reina.

Todo el Imperio protestó por el sucesor, querían que asumiera de una vez por todas, dadas las circunstancias. No obstante, Ágata se negó y afirmó estar bien. Era una mujer testaruda y, para ella, Lenin no estaba preparado para ser Rey, todavía no. Todo esto le pareció confuso al heredero, después de todo, lo detestaron por ser lo que era y ahora todos pedían por él. Y, aunque todo estuviera en decadencia, Lenin siguió estando al pendiente de Jerome, aunque no pudo saber nada relevante luego del compromiso.

Para ese momento, Lenin se había resignado porque ya le era imposible olvidar a Jerome y se dio cuenta de que no quería hacerlo. Lo recordaría porque había sido lo único que le dio paz y felicidad verdadera. Los momentos que pasó con él no fueron creados simplemente para olvidarse. Y era consciente del desastre que era sin él, pero recordaba sus palabras y tenacidad.

Los años pasaron, Lenin cumplió veintitrés años y su madre seguía estando a la cabeza del Imperio. Para ese entonces, el Príncipe, luego de mucho tiempo, se contactó con el Conde Bastian Le Brun. Fue una reunión reconfortante y el Conde le habló acerca de su compromiso y futura boda con una mujer argentina, de la que poco se sabía, Corinne. Pero Lenin estaba feliz por su amigo.

—Y, obviamente, debes asistir a la boda —habló el Conde y ambos rieron.

—Claro que iré —aseguró Lenin y sonrió. Corinne no estaba con ellos por un compromiso que ella había hecho con sus amistades. O eso le dijo Bastian, así que, no pudo asistir a la reunión.

—Y, dime, ¿sabes algo de él? —El Conde, luego de que las familias Briand y Klein se desligaran de la Corona, le preguntó a Lenin qué había sucedido, así que, lo supo todo, incluso de la relación. Y sabía que su amigo seguía sufriendo por ello, pero no podía hacer nada, después de todo, era el camino que había elegido. Y, si Lenin lo consideraba bueno, no replicaría.

Ethan bajó la vista y su sonrisa se borró por un momento, pero luego dijo—: Realmente, no. No sé nada.

El Conde asintió y prosiguieron su pequeño festejo con un brindis. Ethan no bebía, así que el alcohol le disgustó demasiado, pero no lo dijo. Ambos hablaron por mucho tiempo, tanto así que la noche se hizo presente, aunque ninguno parecía querer dejar de conversar. Sin embargo, uno de los guardias irrumpió en la sala y se acercó al Príncipe, quien, luego de escucharlo, tuvo que retirarse abruptamente, con la promesa de que llamaría al Conde.

Es la Reina, joven. Ella colapsó hace unos minutos y el doctor teme que ya no pueda seguir con sus funciones. Le han llamado de urgencia para que regrese a la casa.

Como era de esperarse, Ágata se encontraba postrada en una cama. Su apariencia no era para nada alentadora, había cambiado muchísimo debido al cáncer, pero, sobre todo, por su terquedad. Ella optó por no tratarse para poder delegar bien el Imperio, ahora eso le jugaba en contra. Estaban logrando anteponerse al Imperio enemigo, el Imperio Americano y, eso, era un gran logro según ella, pero ahora no podría finalizarlo.

En el preciso momento en que Lenin ingresó a la casa, todos le imploraron que tomara el lugar de su madre. Necesitaban un Rey al que seguir y ese tenía que ser Lenin.

El Príncipe se encontró con su madre, dormida en su cama debido a los medicamentos. No quedaba nada de la mujer que fue y tampoco, del príncipe. Aunque no quiso, el Imperio le ordenó tomar el trono y tuvo que hacerlo, pues, de lo contrario, el Imperio se caería a pedazos sin su Reina.

La coronación fue algo rápido gracias a que Lenin desistió de cualquier ceremonia innecesaria y fue coronado. Todo el Imperio saludó al nuevo Rey, pero él no se sintió bien.

Poco tiempo después de su coronación, Ágata falleció, pero antes le ordenó a su hijo una última cosa.

—D-debes demostrarle al mundo entero que nosotros, el Imperio Europeo, es el que siempre estará por encima de todos, hijo. Tienes que hacerlo, ¿lo entiendes? Es una orden —sentenció Ágata mientras observaba el rostro inexpresivo de Lenin.

—Sí, madre —murmuró Lenin. La Reina suspiró y, lentamente, sus ojos se quedaron sin vida.

Tiempo atrás, el Rey Richard Fox y la Reina Ágata Vasiliev decidieron formar un pacto con el fin de acabar con una disputa sinsentido de años, que había ocasionado solo dolor, muerte y hambre. Sin embargo, la Reina detestaba tal pacto y no dudó en romperlo en varias ocasiones. Incluso estuvo de acuerdo con deshacerse de los Reyes del Imperio Americano, solo para poder alzarse con la victoria de una guerra absurda.

Lenin prometió romper el pacto y arreglar ese asunto de una vez por toda, pero decidió romper, por primera vez, su promesa. Estuvo atado a su madre y ella lo manejó a su antojo, pero desde que convirtió en Rey, ella ya no tenía poder sobre él. Por fin, Lenin tenía la libertad que siempre quiso, aunque le supo algo amarga, pues esa libertad le costó muchísimas cosas.

Soy un desastre sin ti y desde el momento en que te alejaste. Aunque, en realidad, creo que siempre he sido un maldito desastre.

Intenté dejarlo todo atrás, pero siempre recuerdo tus palabras cada vez que siento mi límite: "Yo no creo que seas débil, al contrario, pienso que eres fuerte y determinado. Serás un gran Rey". En aquel momento, esas palabras lo fueron todo para alguien que no conocía más que el desprecio y el odio, para alguien como yo.

Y ahora, solo puedo decir que todavía te amo.

Espero poder ver otra vez, amor mío.

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