#8 Ágata y Natasha Vasiliev.

En la familia Imperial Europea, solo podían nacer mujeres como herederas. Y, por mucho tiempo fue así, se decía que un hombre como heredero no sería más que un error dentro de la familia Vasiliev, el cual se debía corregir quitándole su derecho al trono y engendrar a una verdadera Vasiliev.

Sin embargo, cuando Ágata dio a luz, la sorpresa desoló al Imperio y a la familia Imperial, pues, la actual Reina, había traído al mundo a un varón bajo el apellido Vasiliev. Era una deshonra.

Desde ese preciso momento, Ágata odió al ser humano que salió de ella. Pero no podía darse el lujo de tener otro hijo, no después de Lenin. Afortunadamente, para ella y gran parte de las Reinas de la familia Vasiliev, el padre del niño y su esposo, había fallecido meses antes de conocer a Ethan, sin embargo, su castigo por las cosas que hizo, era ver a ese hombre, todo el tiempo, reflejado en el rostro de su hijo. Era una maldita tortura.

—¡Deja de llorar! —le gritó al pequeño que se agarraba el rostro. Ella tomó sus manos y volvió a pegarle—. Eres totalmente inútil. —Ágata empujó al niño y se enderezó, detestaba oír al chico llorar.

De repente, escuchó los pasos firmes de unos tacones; era su madre, quien ingresó molesta al estudio. Ágata se giró para mirar a su madre. Natasha reparó en su nieto, pero lo ignoró.

—¿Terminaste? Tenemos que salir ahora mismo —habló Natasha y acomodó el traje que llevaba puesto—. Déjalo con la niñera, tampoco tienes que pensarlo tanto. No puedes perder el tiempo con cosas inútiles.

Ágata estaba a punto de hacer lo que su madre decía, pero se hartó de escuchar al niño llorar. Caminó hacia él y lo tomó bruscamente del brazo para luego arrastrarlo hasta la habitación, donde lo encerró. El chico no protestó, pero sollozaba.

—Que se quede ahí hasta que regresemos. Al menos, ese tiempo, le servirá para reflexionar.

Las horas habían pasado muy lento para Ethan, quien todavía se encontraba en esa fría habitación, sin posibilidades de salir. Pese a eso, él estaba tranquilo al no tener que estar parado frente a su madre porque, aunque no hiciera absolutamente nada para enfadarla, ella lograba molestarse solo con su presencia. Eso le hacía cuestionarse muchas cosas acerca de sí mismo.

A su corta edad, se consideraba algo y, sobre todo, sin ninguna cualidad realmente buena. Pero, incluso así, solo esperaba que su madre viera en él algo bueno, aunque fuera difícil de percibir, solo quería que ella lo quisiera.

Su habitación, por lo que logró escuchar de otros niños, era oscura de verdad y no porque no tuviera iluminación. A diferencia de sus compañeros que alardeaban emocionados de los montones de juguetes que tenían, él no poseía esos dichosos juguetes. Realmente no le interesaban, se acostumbró a pasar el tiempo solo mirando a un rincón y manteniendo una postura recta. Pero le fascinaban los colores que tenían los objetos infantiles; divertían y llenaban de color.

Sonrió mientras observaba las paredes grisáceas. Imaginó lo bonito que vería con colores y luego frotó su mejilla, la cual ardió. Todavía se preguntaba si el dolor desaparecería, si él lo hacía. Luego negó ofuscado. No podía permitirse pensar en cosas como esas. Debía encontrar la manera de complacer a su madre. Y, por un segundo, se detuvo a reflexionar en eso.

Le hacía feliz saber que su madre no podía escuchar sus pensamientos, de lo contrario, ya lo habría castigado por ello.

Tengo deseos que no encajan con alguien de mi clase. Susurró.

—Escúchame, Lenin, tú no puedes desear absolutamente nada, no cuando solo eres una desgracia para esta familia. Lamentablemente, tendrás que ser el rey en un futuro, por eso debo corregir todas tus imperfecciones —comentó su madre, mirándolo fijamente. Él estaba de pie, frente a ella, observándola, con temor.

—Sí, madre. —Fue lo único que pudo responder el chico, o más bien, lo único que se le era concedido responder. Si respondía otra cosa, sería severamente castigado.

Ágata acomodó su cabello antes de retirarse de la sala. Una vez que ella se marchó, ingresó el tutor. Lenin suspiró, estaba cansado de las tutorías, nunca podía hacer nada aparte de estudiar. Incluso si lo hacía mal, se le era arrebatada sus horas de sueño o la comida.

Y, últimamente, había fallado en muchas lecciones. Se sentía agotado, pero no debía mostrarlo.

Se dedicó a pasar el tiempo estudiando y, cuando cumplió los trece, sus tutorías aumentaron por su falta de "habilidades", o eso le había dicho su madre, exigiéndole el doble de tareas y lecciones. Realmente creyó que moriría a ese paso.

En ese tiempo, ya conocía al Conde Le Brun y, estar con él durante las clases, le proporcionaba una pequeña alegría.

Y, cuando empezó a asistir al colegio, a los quince, estaba feliz de que Bastian lo acompañara todo el camino y le conversara de su día a día, además, no lo forzaba a hablar, simplemente disfrutaba de sus silencios.

Sin embargo, su madre seguía buscando hasta la mínima falla de él, para castigarlo severamente por su debilidad y poca capacidad como rey. Incluso así, se mantuvo firme ante las adversidades que le imponía su madre.

Intentaba ser feliz con lo poco que le ofrecía la dura vivencia junto a su madre y abuela, Ágata y Natasha Vasiliev respectivamente.

¿Qué les pareció este pequeño vistazo de las reinas del Imperio? 

Capítulo dedicado a hinachikun por sus votos en todos los capítulos y bellos comentarios UwU. Muchas gracias. 

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