Comprometidos
Advertencias: Mención al matrimonio arreglado.
El olor de leche hervida hizo que Helena se asomara en la cocina, incluso si su madre y padre no la dejaban estar tan en confianza con los sirvientes, ella se escabulló y trató de alcanzar un vaso para servirse ella misma, pero el agarre de su mucama la detuvo.
—Princesa, ya es demasiado tarde y usted no está peinada ni lista para la reunión —dijo en tono serio mientras la arrastraba por el pasillo—. El rey nos indicó qué pasará lo que pasará, usted debía estar presentable y perfecta para la reunión.
—Papá no sabe distinguir entre perfecta y arreglada —respondió con tono altanero.
—Princesa Helena, hemos hablado de la etiqueta dentro del castillo —la criada apuro el paso agitando el brazo de la menor—, dirigirse al rey adecuadamente le evitará problemas dentro del castillo.
—A papá, el rey, no le molesta —dejó de hablar, pues sabía que la guerra estaba perdida contra una mujer tan estricta—. De acuerdo, el rey no me quiere perfecta, me quiere arreglada, no sé porqué.
—Porque esta es una gran noche, viene el duque Cesar, y su hijo, el joven duque Ciro, seguramente por buenas noticias —la mujer la adentró en la sala junto a otras damas, una de ellas comenzó a peinarla sin perder el tiempo. Los tirones en sus mechones castaños la hicieron chillar y quejarse, pero se quedó quieta.
Ella no era una "debilucha" como le gustaba llamar a las otras nobles de la región, no, ella era hija de un rey, hija de un hombre fuerte, una princesa. Ella no iba a llorar frente a las mujeres que parecían divertirse de su desafortunado día.
—Probablemente pidan la mano de la princesa —dijo una de las criadas que limpiaba sus zapatos—. La princesa Helena es muy joven, pero seguramente por eso viene el pequeño duque desde tan lejos.
—El pequeño duque es muy amargado para su edad, ni siquiera debería pedir la mano de la princesa.
Helena abrió los ojos aún más, las cuencas verdes brillaban de curiosidad—. ¿Mi mano?
—Su mano en matrimonio, princesa, para desposarla —aclaró otra mujer—. En cierta edad, las mujeres se casan y tienen bebés, es un honor.
Suspiró aburrida—. ¿Para qué quieren tener bebés? —claro, su dulce mente de ocho años no comprendía conceptos tan abstractos como el matrimonio, para ella era hacer lo mismo que sus padres, reinar.
—La princesa es muy adorable, seguramente conquistará varios corazones antes de debutar en sociedad —la criada más joven le puso los zapatos y se levantó estirando la mano. Tan pronto como terminaron el peinado, la niña salió de la mano de esa mujer—. La llevaré al gran salón con el rey y la reina.
La de ojos verdes caminó en silencio. El vestido no era un problema, pero el peinado empezaba a ser un fastidio. Al entrar en el gran salón, su padre la miró inspeccionando su apariencia, parecía satisfecho con la calidez que irradiaba la pequeña—. Mi amada Helena, ven y saluda adecuadamente a tu padre —esa exigencia era solo para verla practicar sus modales.
—Saludos al sol del imperio —hizo una reverencia, salió casi perfecta. Sus piernas cortas la hacían lucir más como un venado que recién aprende a caminar—. ¿Me salió mejor?
—Tu lenguaje es mucho más refinado, sabía que fue buena idea contratar un institutriz más letrado e ilustrado de Francia —tomó su mano entre la suya y la hizo dar una vuelta—. Mi hija es la niña más espléndida del mundo. Eres una luz en el castillo.
Los ojos verdes se entrecerraron por la risa cantarina de la pequeña—. Pero no me gusta ser formal contigo y mamá, lo odio.
—Sí, así es esto. Recuerdo que mi padre me obligaba a bajar la cabeza cada que él entraba a la misma habitación, lo saludaba y no podía alzar la mirada —el mayor la tomó entre sus brazos cuidando no alborotar su vestido amarillo lima—. Una vez cometí el error de mirarlo directamente a los ojos, y me azotó frente a todos los sirvientes, sirvió de advertencia.
Las manos tersas se pasearon por la frente y mejillas de su padre, tratando de consolar las heridas del alma—. ¿El abuelo fue alguien que daba miedo?
—Claro que daba miedo, toda mi vida me ha aterrado y eso que murió cuando yo era joven —sus labios se curvaron en una sonrisa—. No quiero que me recuerdes con temor...Así que si no quieres llamarme por mi título cuando estemos solos no lo hagas.
La menor abrazó su cuello—. Gracias, papá —después de quedarse así unos minutos, la duquesa entró agitada—. Mamá, te ves como una diosa.
La mujer rubia jadeaba apurada. Sacudió su vestido y se aclaró la garganta—. Llegarán aquí en menos de veinte minutos, así que por favor deja de jugar con Helena y revisa que todo esté en su lugar.
—El duque César nunca ha despreciado mis esfuerzos por hacerlo sentir como en casa, él no es esa clase de persona —bajó cuidadosamente a su adorada hija—. César es un duque, yo su rey.
Su mujer, Ana, suspiró como si estuviera cansada, cansada de correr limpiando desperfectos. Lo ignoró y fue con Helena, quitando las arrugas del vestido—. No seas vulgar, sabes que no debes ir a los brazos de papá.
—Es una niña —intervinó su padre. Antes de sermonearse el uno al otro, un guardia entró en silencio, se inclinó y les comunicó que los carruajes reales ya habían cruzado la puerta principal—. De acuerdo, hazlos pasar en cuanto lleguen, y atiende las necesidades de sus cabellos. Y tú, mujer, deja de molestar a Helena, ella ya es una buena niña por usar esos zapatos incómodos y pasar tiempo en estas reuniones aburridas.
La castaña se aferró a la pierna de su padre, y se quedó ahí hasta que por el enorme pasillo principal pudo ver a algunos guardias con armaduras doradas que ella siempre veía, y como ahora escoltaban a toda una familia. "Es el duque César...amigo de papá" pensó mientras los miraba curiosa. Nunca lo había visto tan de cerca, solo durante el onomástico de la reina, pero la niña estaba más entretenida con las justas que no se percató de lo alto que era, su piel era pálida y su cabello rojizo...Helena tenía una muñeca pelirroja a la que le gustaba vestir con sus trajes de trapo; el duque era idéntico a esa muñeca.
Dirigió la mirada al niño que estaba junto a la duquesa; cabellos negros, un negro muy espeso, ojos ámbar, casi dorados, su piel era incluso más pálida que la de su padre, más alto que otros niños de su edad. Y cargaba una espada, como si fuera una especie de caballero real listo para atacar.
"Da miedo" pensó Helena, al hacer contacto visual sonrió tímidamente, casi forzada. El niño no le devolvió el gesto, simplemente miró a otro sitio examinando todo.
—Saludos al sol del imperio, fue un honor recibir su invitación, mi rey —El pelirrojo se hincó, mientras que su esposa hizo una reverencia. El niño de cabellos negros hizo lo mismo que su padre, pero él veía su corona.
Edward sonrió ampliamente. Le dió la mano al hombre y al estar de pie le dió un abrazo golpeando suavemente su espalda—. Es bueno verte, amigo mío...duquesa, tan radiante como siempre —volteó la mirada al pequeño varón—. Ciro, has crecido mucho desde la última vez que te ví, ya eres todo un hombrecito.
El pequeño Ciro asintió rápidamente mientras se ponía de pie—. Saludos, re- sol del imperio.
—Perdona su torpeza, le pedí a los dioses un niño, no uno listo— El duque sonrió ampliamente—. Oh, tu hija es un encanto, ¿No es así, Edward? —su atención estaba centrada en la niña escondida detrás del contrario—. Princesa Helena, eres tan hermosa.
Asintió tímidamente—. Bienvenido, duque.
A una semana desde la llegada de la familia noble, Helena sólo los vió durante las cenas. Podía decir que Ciro no era amigable, o sociable, comía decentemente y se iba a su habitación, o después del desayuno corría a entrenar con la espada. No se acercaba a la niña, la miraba con curiosidad para después solo apartar la mirada disgustado.
"Un mocoso así es horrible" pensaba la menor. Y luego en los chismes con las sirvientas supo que ese niño era todo un caso, no tenía relación con otros nobles, siempre se apartaba en las reuniones donde se vió involucrado desde muy pequeño.
A Helena le desagradaba él, como con su rostro arrogante miraba con superioridad a todos.
Salió después de sus lecciones de arpa al jardín, su criada fue a buscarle zapatos más adecuados para andar en la tierra, pero mientras no estaba, Helena se adentró entre los matorrales.
"Solo un rato" se dijo a sí misma. Escuchó un ruido más a lo lejos y lo siguió cautelosamente, era como un quejido, o un chillido...alguien lloraba. Vió la pequeña figura del duque sentada, se acercó más rápido casi tropezando con el lodo—. ¿Estás bien?
El niño de ojos dorados se limpió la cara rápidamente, y se cubrió la mano—. Princesa Helena, no se moleste en preocuparte por mí, vuelva adentro, no es correcto que esté sola en el jardín.
La castaña se acercó y estiró su mano tomando el antebrazo de Ciro. Su palma sangraba, no era un corte accidental, era uno limpio—. ¿Qué te pasó?
—Solo un rasguño —dijo quitándole importancia—. Déjeme escoltarla adentro, por favor.
La niña sin saber qué hacer, besó la palma ensangrentada del joven, sus labios se mancharon de rojo carmesí—. Ojalá se cure pronto...vamos con Irina, ella siempre cura mis heridas y es suave al poner los vendajes —alzó el rostro y pudo ver cierto miedo en sus ojos—. Ella no le dirá nada a tus papás.
—Detente princesa —dijo en tono firme, tanto como podía un niño de esa edad, pero parecía a punto de decir algo, sus labios temblorosos hicieron una mueca—. Déjame llevarte a adentro, vas a tropezar.
La castaña siguió sosteniendo su antebrazo, diciendo palabras que su madre le decía para consolarla—. Calma, estás bien, te vas a sanar pronto...Yo te cuidaré, vendaré tu mano si Irina no quiere hacerlo.
El niño sonrió casi divertido por sus palabras torpes, ella era menor pero le dió el consuelo que necesitaba, ella era tan cálida—. Gracias, Helena —una vez salieron del jardín, Helena lo llevó al cuarto de su criada, quien sin decir nada aplicó agua y lavó la herida, después los hizo volver afuera, pues no debían estar ahí.
—¿Te gustan los pays de paloma? —preguntó la niña—. Puedo pedir que preparen algo que te guste, ¿Uno de alcé?
Ciro asintió nuevamente aguantando las ganas de decir algo más, hasta que lo hizo—. Yo no habló con niños de mi edad, ni con otros —una confesión inocente—. El duque no me deja hacerlo, dice que soy estúpido.
La castaña frunció el ceño—. Eres la persona más inteligente que conozco, sabes usar una espada, y eres listo en aritmética, lo sé porque entiendes lo que mi padre dice en las cenas, sabes hablar con propiedad, y eres varón, mi padre adoraría tenerte como su hijo —incluso ella lograba ver la envidia en sus padres cuando se trataba de Ciro—. No eres estúpido.
El de melena negra se dió la vuelta—. Te escoltaré el resto de la tarde.
Ciro fue quien escogió a su futura reina. Esa niña de cabellos chocolate había mostrado más cariño por él que nadie en toda su vida.
Helena sería suya, o moriría adorandola.
Esa misma noche durante la cena se habló sobre un matrimonio conveniente para ambas familias, especialmente para el ducado. Helena veía todo desde su silla, solo intercambiando unas cuantas miradas con su padre—. Helena, ¿Te agrada Ciro? —preguntó el de cabellos castaños.
La niña formó una pequeña sonrisa, y tratando de ser cortés respondió—. Sí, él es mi amigo.
Más tarde sus familias acordaron que los niños serían comprometidos. Las visitas se hicieron más frecuentes en un intento de mejorar la relación del futuro matrimonio. Ciro dejó ver una faceta suya que solo Helena conocía, nadie lo había escuchado reír tanto, se permitió jugar junto a la niña, escucharla leerle libros que tomaba del escritorio del rey, aún cuando ella no lo entendía, solo lo hacía porque Ciro era muy inteligente y entendía las palabras más complicadas de los textos, él a su lado fue feliz.
Ciro siempre cuidaría de Helena, la sostendría entre sus manos hasta su muerte.
Primer capítulo y sé que se ve flojo, pero pronto tomará forma la trama principal. Por dios, los amo. Normalmente publico desde el celular pero ahora lo estoy haciendo desde mi computadora.
-Honey.
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