Trece.
Capítulo narrado desde la perspectiva de Cellbit.
La oscuridad del bosque era profunda, pero no importaba cuán oscura fuera la noche. Cellbit apenas podía pensar con claridad debido al dolor punzante que lo atravesaba. Su herida, aún fresca, ardía con cada respiración, y el frío lo calaba hasta los huesos. Su cuerpo parecía más débil a cada minuto, pero había algo más que lo mantenía en pie: la necesidad de proteger su plan.
—¡Cellbit!—la voz de Philza le llamó con preocupación una vez Roier abandonó la choza. Cellbit apenas levantó la mirada, pero sus ojos no podían ocultar la desesperación.
—No... no vayas detrás de él.—dijo Cellbit, su voz ronca y quebrada.— Déjame... pensar...
Philza lo observó en silencio. No hubo reproches ni gritos, solo el sonido del viento a través de las ramas del bosque afuera de la choza. Finalmente, habló, con un tono suave pero firme.
—Esto no tiene por qué ser así, Cellbit.—le pidió el rubio.— Todavía puedo alcanzar a Roier y decirle la verdad.
Cellbit cerró los ojos, dejando que las palabras de Philza le calaran más profundamente que el propio frío que lo rodeaba.
—No...—murmuró, su voz apenas un susurro.— No puedes decirle nada.
El viento soplaba con más fuerza, y las sombras del pasado comenzaron a envolverlo. Los recuerdos, que nunca se habían ido, volvieron con fuerza. Su mente comenzó a retroceder a otro tiempo, un tiempo donde el fuego consumía todo lo que amaba.
Cellbit tenía solo ocho años cuando su vida cambió para siempre. La aldea en la que había nacido y crecido había sido un lugar tranquilo, donde los recuerdos de su madre y padre lo acompañaban a cada paso.
Todo cambió en un solo día.
El rugido de los caballos se escuchó desde lejos, pero Cellbit no comprendió lo que significaba hasta que fue demasiado tarde. Vio el humo elevarse al cielo, una columna oscura que sellaba el destino de su aldea. Las llamas arrasaban las casas, y el crujir de las puertas destrozadas retumbaba en sus oídos.
—¡Corre, Cellbit!—le gritó su madre, empujándolo hacia el bosque, lejos de la violencia. Su padre luchaba en la línea de defensa, pero su rostro ya reflejaba la desesperación.
Cellbit, en estado de shock, no entendía lo que estaba sucediendo. Solo veía el caos: los aldeanos caían, las casas se incendiaban, y los soldados de la familia real marchaban como si todo fuera parte de un juego. El niño intentó aferrarse a la mano de su madre, pero ella lo empujó.
—¡Corre, hijo! ¡Es nuestra única oportunidad!
Cellbit no quería ir, pero su madre lo empujó con desesperación.
—¡Ve! No puedo hacer nada más.—se lamentó su madre.— ¡No mires atrás!
Con lágrimas en los ojos, Cellbit corrió. Corrió sin detenerse, sin mirar atrás, mientras la oscuridad lo absorbía. El aire estaba impregnado de humo y el sonido de los gritos resonaba en su mente.
Todo había sido destruido.
Finalmente, tras horas de huida, Cellbit llegó a las afueras del bosque. La nieve comenzó a caer y, sin pensar, se adentró más en la espesura. Durante semanas, el niño se refugió en los árboles, alimentándose de lo que podía cazar o recolectar. El frío era brutal, pero su supervivencia dependía de su capacidad para adaptarse.
Al principio, Cellbit se sintió completamente perdido. El bosque le parecía vasto y extraño, y las noches eran interminables. Pero a medida que pasaban los días, comenzó a aprender.
Usaba los restos de su aldea para armar trampas rudimentarias, y poco a poco, logró conseguir algo de comida.
Pero el bosque también estaba lleno de peligros.
Otros vikingos, que como él, habían perdido todo en los ataques de la familia real, vagaban por la zona. Algunos eran más grandes, más fuertes y más despiadados, pero Cellbit pronto se dio cuenta de que la única manera de sobrevivir era enfrentarse a ellos.
Un día, un grupo de vikingos lo encontró mientras cazaba. Al principio, pensaron que era solo un niño sin experiencia, fácil de intimidar. Pero Cellbit no era como los demás niños. Había aprendido a defenderse, y la rabia que llevaba dentro lo hacía más peligroso que cualquiera de ellos.
—¿Qué tenemos aquí?—rió uno de los vikingos, un hombre alto y cicatrizando. — ¿Un niño perdido, queriendo jugar a ser hombre?
Cellbit no respondió. En su lugar, lanzó una piedra a uno de los vikingos, sorprendiendo a los otros. En el caos que siguió, Cellbit aprovechó su agilidad para desarmar a uno de ellos, quitándole un cuchillo.
El enfrentamiento fue rápido, pero brutal.
Cellbit, lleno de furia y miedo, atacó con una violencia que ni él mismo sabía que tenía. En cuestión de minutos, los vikingos que lo rodeaban se retiraron, dejando a Cellbit con la respiración agitada y el corazón latiendo con fuerza.
Desde ese día, los vikingos empezaron a mirarlo de otra manera. Se corrió la voz de que un niño había derrotado a un grupo de guerreros experimentados.
Con el tiempo, otros comenzaron a acercarse a él, pidiéndole consejo o pidiéndole unirse a su causa. Cellbit, con su astucia y su capacidad para luchar, se fue ganando el respeto de los suyos.
Ya no era un niño indefenso.
Poco a poco, fue reuniendo a otros vikingos desposeídos, aquellos que habían perdido sus hogares y familias. Juntos comenzaron a formar un grupo, una pequeña comunidad dentro del bosque.
Cellbit se convirtió en el líder, alguien que inspiraba respeto, pero también temor.
Años después.
La aldea que Cellbit había formado en el corazón del bosque ya no era solo un refugio para los que huían de la destrucción de la familia real. Había crecido, con murallas improvisadas y una economía basada en el saqueo y la caza.
Cellbit se había convertido en una figura poderosa.
Pero su mente nunca dejó de pensar en lo que había perdido. Los recuerdos del día en que su aldea fue destruida seguían persiguiéndolo, al igual que la imagen de su madre empujándolo a correr.
Nada de lo que había logrado en el bosque podía devolverle lo que había perdido. Su rabia se convirtió en una obsesión: la familia real debía pagar.
Fue entonces cuando lo conoció.
Philza apareció un día en la entrada de la aldea, solo, con una mirada seria pero cálida. No era un vikingo, ni alguien que buscara refugio. Era diferente.
Su presencia era tranquila, pero también llena de una sabiduría que Cellbit no había visto en nadie más.
—Busco a un hombre que sea capaz de comprender la verdad sobre lo que ocurrió.—dijo Philza, sin rodeos.— Alguien que no se deje llevar por la rabia, sino por la justicia.
Cellbit, desconfiado al principio, se acercó, observándolo con detenimiento. Durante mucho tiempo había sido el líder, el que imponía respeto, pero algo en Philza le decía que no podría manipularlo como a los demás.
—¿Y qué sabes tú de la familia real?—preguntó Cellbit, con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
Philza lo miró fijamente, como si evaluara la mejor manera de responder. Finalmente, dijo:
—Sé que el odio solo nos consume. Pero también sé que para destruir a los que te hicieron daño, a veces necesitas algo más que venganza. Necesitas algo... más grande.
Regreso al presente.
El dolor punzante de la herida lo despertó de su trance. Cellbit estaba de vuelta en el bosque, pero no el que conoció cuando era niño. Esta vez, estaba al borde de la muerte.
Philza se acercó, pero Cellbit, a duras penas, levantó la mano para detenerlo.
—No... no quiero tu ayuda.—dijo con voz rota.— Dejaré que Roier vuelva con la planta.
Philza lo miró con tristeza, comprendiendo que el peso de su pasado era demasiado grande para desmoronar el plan por un imprevisto como su muerte.
—El odio te consume, Cellbit.—murmuró Philza mientras se acercaba a la cama donde estaba recostado.— Mirate, a punto de morir y lo único que te importa es seguir el plan.
Cellbit apretó los dientes, pero su mente volvió a retroceder. Recordó la rabia, el fuego, la huida. Recordó el día en que había sido arrancado de su hogar.
Nada de lo que había hecho había sido suficiente.
"Un día... los haré pagar." Esa promesa que se había hecho a sí mismo seguía intacta.
Pero ahora, en este momento de debilidad, la única pregunta era: ¿Lo lograría antes de morir?
—Todo... Todo va de acuerdo al plan.—respondió con dolor en su voz debido a su herida.— Y si yo muero, tienes qué terminar el trabajo por mí, Philza.
—Cellbit...
—Prométeme qué terminarás el trabajo.—le dedicó una mirada.— No quiero más fallas o excusas.
El rubio permaneció en silencio, absorto en sus pensamientos.
—Philza.—insistió.
—Te lo prometo.—respondió.— Sí mueres, terminaré lo que empezamos.
¿Cuál será la verdad qué le andan ocultando al pobre Roier? Hay ahí un secretito medio intenso sobre porque Cellbit prefiere la ayuda de Roier sobre la de Philza para curar su herida.
Todo esto me recuerda a una canción de Panic! At the disco qué dice "todo va de acuerdo al plan". Porque de verdad Cellbit prefiere morirse antes de arruinar el maquiavelico plan qué tiene en mente desde hace años.
La verdad a veces me sorprendo con mi capacidad de planear cosas tan despiadadas en mis historias, pero está en mi naturaleza ser así, jajwbwj. Y esperen porque tengo más de dónde vino este episodio.
Intenso, ¿no? Ya por fin van a ir conociendo a Cellbit y viendo que si es bien manipulador. Yo no les recomiendo confiar en él.
No les diré más al respecto.
En fin, ¡nos vemos en la siguiente!
Pd: feliz navidad mis amores, lxs quieroooo.
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