Ocho.
Fuego.
Incendiando árboles, casas y personas.
Era como un hermoso espectáculo donde el fuego era el principal protagonista y las cosas quemándose un lienzo inspirando una obra de arte. Una obra de arte para cualquier loco y piromaníaco.
Una carta de amor al caos.
Incrédulo veía a niños envueltos dentro de la pelea. Quienes eran lastimados o asesinados a manos del enemigo, sin piedad.
Se quedó congelado viendo el espectáculo.
—¡Roier, reacciona!—la voz de Philza llegando por detrás de su oído lo empujó devuelta a la realidad de manera veloz. Sintió simplemente una fuerte palmada en su espalda y como el rubio lo tomaba del hombro para hacerlo voltear.
Cuando divisó la mirada del mayor... No hubo nada. Ni un sentimiento, como si fuera algo normal.
—Están asesinando a todos.—murmuró aún en shock.— Hasta a los niños.
—No hay tiempo para esto.—Philza le tendió una espada al príncipe.— Te prometo que los vengaremos y enterraremos como se merecen.
—¡Philza!—le reclamó, tomándolo de la muñeca, impidiendo que diera un paso más.— ¡¿Cómo puedes decir algo así?!
Un pequeño silencio se instaló entre ambos, dedicándose miradas que decían más que cualquier respuesta para consolar a Roier.
—Roier, escúchame bien.—Philza se soltó del agarre contrario.— Esta es la primera vez que tú vives esto, pero yo lo he vivido años y he aprendido a hacerlo menos doloroso. Pero no puedes tentarte el corazón en la guerra o perderás... Como mi hijo intenté protegerte de esto lo más posible.
—¿Y los hijos de esas personas?—su voz se quebraba.— ¿Por qué no los protegen?
Una mueca se formó en los labios del mayor.
—Somos vikingos y nuestros hijos también son vikingos.—respondió de forma corta, obligándole a tomar la espada.— No hay honor más grande que morir en la guerra.
Y con ello, Philza se dio la media vuelta, regresando al campo de batalla.
—¡NO HAY HONOR EN ESTA MIERDA!—le gritó a la silueta cada vez más lejana del rubio.— ¡SON NIÑOS, JODER! ¡NIÑOS!
Mordiendo el interior de su boca con fuerza y limpiando las lágrimas que se escapaban, tomó un último suspiro de tranquilidad. Pronto tuvo que invadir el campo de batalla, paso a paso, con su mente, susurrándole en lo más recóndito de su consciencia que esto era su culpa.
De una manera o otra, esta absurda guerra era por su existencia. ¿Lo peor? No podía negociar con un enemigo que no se tentaba el corazón.
Eran vikingos. Y no hay persona más sanguinaria que un vikingo.
Sin embargo, a pesar de haber maldecido a la gente de esta aldea al llamarlos monstruos, olvidaba el hecho que seguían siendo seres humanos. Personas que dentro de este clan eran inocentes y estaban siendo brutalmente asesinadas frente a él.
¿Cómo es que tenía la austicia de sentirse mal por el clan al haberlos maldecido de esa manera? Después de quemar casas y a la cara del líder.
Tal vez todos eran pensamientos de su cerebro jugándole en contra.
Mientras avanzaba por la nieve manchada de sangre, pensaba maneras de terminar esta guerra, de qué manera castigarse, de como acabar su compromiso sin volver a un campo de guerra nunca más.
Pero mientras más pensaba, más rápido se daba cuenta de una cosa; eso jamás ocurriría.
Todo era tan fácil como volver a su país de origen, aceptar casarse, dejar sus caprichos, decirle a su reino que seguía vivo. Sin embargo, ¿cómo? Si esta guerra había comenzado fue para supuestamente asesinarlo...
¿Por qué quieren al príncipe heredero de una nación muerto? Sobre todo, ¿por qué su padre dio aprobación para esto?
—IKKE LA DET SLIPPE UNNA!—los gritos en noruego lo desubicaron nuevamente en el campo de batalla.
¡Tenía todo en la mente y poca reacción, con un carajo!
—¡Joder!—maldijo al voltear; un grupo de enemigos se acercaban a él con toda prisa.
Sus piernas le respondieron más rápido que su cerebro. Apretó la espada y corrió, corrió como nunca, evadiendo ataques, cuerpos en la nieve y sangre manchando su ropa.
Corrió hasta que sus pulmones le reclamaban oxígeno. Y aun así continuó a un ritmo sorprendente, abusando de todos los entrenamientos de resistencia al que fue sometido desde muy temprana edad.
Pero aun así los entrenamientos jamás lo terminarían de preparar para algo así.
Ningún entrenamiento le daría la fuerza mental y física para soportar esto, lo sabía. Era más que evidente por la forma en como lo derribaron y lo sometieron directamente al suelo.
Soltó un quejido apenas audible y con todas sus fuerzas forcejeo.
—MARIANA! VI FIKK HAM!—el chico que lo sostenía del cuello y lo obligaba a permanecer en esa posición gritó cosas en noruego que no entendía, excepto por la palabra Mariana.
¿Mariana? No conocía a ninguna mujer con ese nombre.
En su ignorancia, olvidaba el pequeño detalle que los vikingos lo conocían perfectamente al ser el enemigo público número uno, pero que él no conocía a ninguno por siempre haber sido protegido durante toda su vida.
Ahora estaba solo.
Esta era su realidad.
Pelear o morir.
No tenía sentido alguno querer regresar y casarse. No solo porque era un egoísta, si no, porque hacerlo ya no significaba hacer un cambio para cambiar esta guerra.
Se comenzaba a lamentar, pero, ¿para qué? Eso no revivirá a las personas que murieron aquí.
Eso no cambiaría el hecho que estas fueran órdenes de Natalan o de su padre para asesinarlo, para causar esta masacre, ellos también causaron este incidente.
—Ellos son tan culpables como yo.—mencionó con la mejilla recargada en la nieve y mirando directamente al pelinegro por el rabillo del ojo.— ¡Los voy a matar con mis propias manos!
Y, aprovechando que su espada no le fue arrebatada, apretó con fuerza el mango, dándole suficiente libertad para dirigir la espada a donde quisiera. Por supuesto que no desaprovechó la oportunidad de lanzar la espada al aire y aguardar lo más esperado.
El chico que lo sostenía tuvo que agarrar la espada, dejando un espacio de su cuerpo libre, sin dejarle opción a los demás vikingos que lo agarraban de la cintura para abajo de cubrir el puesto del chico.
No necesitaba de la espada, solo quería una distracción.
Recargó los codos en la nieve y con todas sus fuerzas se impulsó hacia arriba, desequilibrando el agarre de su torso. Aquello fue suficiente para tomar la ventaja y alejarse unos metros de los enemigos.
Entonces, se quedó quieto entre los vikingos enemigos.
No tenía una verdadera preparación para defenderse en este tipo de casos, simplemente le enseñaron algunas tácticas qué le podrían servir de vez en cuando, como en estas ocasiones.
Jamás había aprendido a pelear de una forma real. Claro que le habían enseñado a huir y a defenderse de ser necesario, pero, ¿un omega peleando? No era para alguien de su clase o raza.
En cambio, el chico que estaba parado frente a frente de él con su espada en manos, a pesar de ser omega (o con sospechas muy fuertes de serlo) por su indetectable olor fusionándose con la sangre, peleaba y no se rendía. Y a pesar de que su objetivo fuera asesinarlo, se mostraba con toda la fuerza y determinación qué a él le faltaban.
Se estaba derrumbando como un llorón por muertes, qué indirectamente causó.
—¡Alt!—escuchó el grito lejano de Cellbit.
La sangre le hirvió más.
Apretó sus puños con fuerza, levantando ambos brazos hasta que sus nudillos quedarán a la misma altura de sus oídos, acercándose más hacia el pelinegro.
—¿Y matarlos en qué ayudaría?—preguntó el pelinegro adoptando la misma pose defensiva qué Roier al soltar la espada, con la diferencia que este aprovechó el tiempo que el príncipe tardó en reaccionar, propinándole así un fuerte golpe que lo derribó directo en la nieve.
Tal vez fue por la impresión de escuchar a otro vikingo hablando su idioma o por el hecho que no se esperaba esa pregunta, pero el golpe lo sintió con bastante fuerza, haciendo arder su mejilla de inmediato y dejándolo desubicado.
"Me haría sentir mejor" era lo que le pensaba responder al contrario.
Aunque... Era mentira.
Simplemente, no lograba entender como momentos atrás tuvo el coraje para escaparse de casa, incendiar un bosque, pelear con el líder del clan enemigo y retarlo a un duelo sin acobardarse, pero cundo se trataba de darle una respuesta a su enemigo y enfrentar las cosas que había causado, se derrumbaba tan fácil.
No entendía los gritos desesperados de su corazón, rompiéndose a pedazos, rogando por ayuda de alguna manera.
Y le encantaría ayudarlo, ¿pero cómo hacerlo cuando todo su mundo se derrumbaba a pedazos?
—QUACKITY, NEI! VI TRENGER HAM I LIVE!
Fue lo último que escuchó antes de cerrar los ojos y esperar lo peor.
Por solo ese instante prefería morir que pelear.
Creo que por fin quedó decente el capítulo. Lo estaba escribiendo y editando porque encontraba bastantes incoherencias con el comportamiento de Roier de anteriores capítulos a este.
Pero creo que se entiende perfectamente que Roier se derrumbó porque en su vida había presenciado asesinatos qué fueran indirectamente causados por él, siendo que él siempre fue sobreprotegido y jamás le tocó eso, es fácil que un príncipe se derrumbe en esos casos. Él simplemente actuó con egoísmo en capítulos pasados porque jamás se planteó las consecuencias de sus acciones ni en todo lo que ocasionaría.
Roier solo pensaba en no casarse por no querer estar atado a alguien que no amaba. Pero jamás pensó dos veces en que quemar una aldea y liarse a golpes con el líder, lo hace igual de sanguinario y egoísta qué los mismos vikingos qué dice odiar.
Irónico, ¿no?
BUENO, CAMBIANDO DE TEMA. No iba a agregar a Quackity a la historia porque antes de esta obra, había otra historia que era la precuela de esta y no tendría sentido incluir a Quackity con esa obrea pendiente (qué puse en borradores), pero creo que encontré la manera de hacerlo funcionar.
Pq si, esta novela va a ser una trilogía (tal vez un cuarteto) de parejas del QSMP.
Me emociona compartir estos planes con ustedes porque no tienen idea de todo lo que tengo planeado con la introducción de Quackity y Mariana. Más con Mariana, a ese le espera un desarrollo de personaje BRUTAL.
De una spoileo eso, JAJAJA.
En fin, ¡nos vemos en la siguiente!
PD: Gracias Mitski por ayudarme a escribir este cap con tus canciones.
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