Catorce.

El viento silbaba a través de los árboles, y el cielo estaba teñido de gris oscuro, como si el mundo mismo presagiara el caos que Roier sentía en su pecho.

La fría nieve comenzaba a cubrir el suelo, y la travesía ya le había robado más fuerzas de las que esperaba. A pesar de su entrenamiento como príncipe, enfrentarse a este bosque lo estaba consumiendo.

Su cuerpo temblaba, no solo por el frío, sino por la ansiedad de lo que podría suceder. Sabía que tenía que seguir adelante, pero el peso del destino lo arrastraba hacia abajo, como si el propio bosque intentara detenerlo.

Fue entonces cuando, entre la niebla, vio una figura. Una figura humana, pequeña, con la apariencia de alguien que no pertenecía a ese lugar, una figura que emergió como si la niebla misma la hubiera creado.

Un hombre, de piel blanquecina, una pequeña barba algo desordenada y unos grandes anteojos circulares, lo observaba desde la penumbra, con una mirada penetrante, como si ya supiera quién era Roier, y qué hacía allí.

—¿Perdido, joven príncipe?—preguntó el hombre, su voz raspada pero curiosa.

El acento en su tono era extraño, no como el de los habitantes cercanos a la corte, sino como el de alguien que había vivido en aislamiento. Aunque, tampoco sonaba como un acento vikingo o de algún pueblo... Era un acento sumamente raro.

Sin embargo, sin saber por qué, no sintió miedo. Quizás la desesperación le había robado todo su juicio.

—No estoy perdido, solo... buscando algo.—respondió Roier, aún desconfiado, pero con el cuerpo agotado y el corazón más pesado que nunca.

El hombre sonrió de manera enigmática, como si hubiera leído su mente, y señaló un sendero entre los árboles.

—Este bosque tiene una forma de confundir a los viajeros. No muchos encuentran lo que buscan.—mencionó el ajeno.— ¿Tú qué buscas? ¿Una planta curativa?

Roier frunció el ceño. ¿Cómo podía saber eso?

—¿Cómo lo sabes?

—El bosque tiene sus secretos —dijo el hombre, con una leve sonrisa. Luego dio un paso hacia él—. Si me sigues, te llevaré a mi hogar, y podrás descansar esta noche. Mañana podrás continuar.

Roier asintió, incapaz de rechazar la extraña oferta. La cabaña de madera que el hombre mencionaba como su hogar, estaba a tan solo unos minutos de caminata.

Parecía una construcción rudimentaria, aislada, como si el tiempo hubiera olvidado ese lugar.

La cabaña estaba cálida en comparación con el aire helado del exterior. El fuego chisporroteaba en la chimenea, y el olor de algo cocido llenaba el aire. El hombre, que se presentó como Juan, le ofreció un tazón con un caldo humeante.

—No es mucho, pero es lo que puedo ofrecerte —dijo Juan, dejándose caer en un banco de madera junto al fuego.

Roier aceptó el tazón y se sentó cerca de la chimenea, sintiendo el calor de la madera envolverlo. Se sentía agotado, pero la comida le devolvía algo de energía.

Juan observó a Roier en silencio por un momento, como si evaluara algo en él.

Roier se sentía incómodo con esa mirada, pero no dijo nada. Había aprendido a no cuestionar a los extraños en momentos como estos.

—Vas en busca de una planta, ¿cierto?—dijo Juan, interrumpiendo los pensamientos de Roier. Su voz era tranquila, pero había algo en ella que lo hacía sentir como si estuviera siendo observado más allá de lo que podía ver.

—Sí.—respondió Roier, sin mucha energía para hacer preguntas.

—Te ayudaré, pero primero... —Juan se inclinó hacia él, su mirada fija en los ojos de Roier—. Hay algo que debes saber. No todo lo que encuentras en este bosque es lo que esperas. Y no todo lo que esperas está destinado a encontrarse.

Roier lo miró, desconcertado, mientras el fuego iluminaba los rasgos inusuales de Juan. El hombre parecía ver algo más allá de él, como si estuviera mirando un futuro que no podía comprender.

—¿Qué quieres decir?—preguntó Roier, sin poder evitarlo.

Juan sonrió levemente, como si se hubiera estado preparando para esa pregunta.

—Yo... no soy un adivino, pero el bosque tiene sus maneras de hablarme. Y te diré algo, muchacho.—dijo, su tono volviéndose más grave.— Veo algo en tu futuro algo bueno. Algo que te llevará a lo que más deseas: la paz, la estabilidad, y... el amor.

Permaneció incrédulo tras escucharlo. ¿Amor? No, aquello era como escuchar un acertijo con un final muy ambiguo, no había tiempo para el amor en su vida, ni siquiera cuando el destino ya lo había forzado a conocer a su pareja destinada.

—Pero también veo oscuridad, veo muerte, veo sangre y veo una traición que te partirá el corazón.—prosiguió el extraño hombre.— Una traición cercana, de alguien que consideras tu aliado.

El ambiente en la cabaña se volvió pesado, y Roier sintió un escalofrío recorrer su espalda. No sabía si las palabras de Juan eran una advertencia o simplemente el delirio de un hombre que vivía solo en el bosque.

—¿Traición?—Roier repitió, casi en un susurro, sintiendo la incomodidad de la predicción. Su mente inmediatamente voló a Cellbit, y la duda lo invadió.

Juan no dijo nada más, sino que simplemente asintió, mirando las llamas.

—No sé quién será, ni cuándo ocurrirá. Pero ten cuidado, muchacho.—advirtió Juan.— Todo lo que deseas, todo lo que amas, todo lo que fue hecho para ti, puede desmoronarse en un segundo.

Roier se quedó en silencio, observando el fuego. No tenía respuestas, solo la inquietante sensación de que, más allá de su misión para salvar a Cellbit, algo mucho más oscuro y complicado se cernía sobre su futuro.

Finalmente, Juan se levantó y le indicó a Roier que se recostara en un colchón improvisado junto a la chimenea.

—Duerme, joven príncipe.—le incitó el hombre con bastante calma.

Roier se recostó, pero las palabras de Juan no lo dejaron dormir.

Una sensación de incertidumbre lo invadió mientras observaba las sombras danzando en las paredes de la cabaña. Un futuro incierto, con la traición acechando, lo aguardaba.

Y lo peor de todo: no sabía quién sería el que lo traicionaría.

El primer rayo de luz se filtraba tímidamente a través de las rendijas de la cabaña. El calor del fuego había desaparecido casi por completo, dejando atrás el frío gélido de la mañana.

Roier se despertó con el sonido suave de algo cocinándose en la pequeña mesa del fondo. La cabaña era modesta, pero el ambiente cálido y la presencia de Juan hacían que fuera el refugio perfecto después de la fatiga de la noche anterior.

Se levantó lentamente, todavía algo adormecido, y vio a Juan moviéndose por la pequeña cocina improvisada, preparando algo que olía a avena con frutas secas. El hombre lo saludó con una sonrisa tranquila, como si la escena fuera parte de un ritual diario.

—Buenos días, joven príncipe.—dijo Juan sin mirarlo, pero con un tono amigable.

Roier asintió y se acercó al fuego, donde una olla humeaba suavemente.

—Gracias por... todo.—murmuró Roier, aún con una mezcla de gratitud y desconfianza.

Juan le hizo un gesto para que se sentara a la mesa.

—No hay de qué. Es lo menos que puedo hacer por un viajero tan intrépido como tú.

El desayuno fue sencillo pero reconfortante: avena con trozos de fruta seca y un poco de pan rústico. Roier comió en silencio, pero no podía dejar de pensar en las palabras de Juan de la noche anterior.

Cuando terminó, Juan le entregó una mochila rudimentaria hecha de cuero, con algunos paquetes envueltos en hojas y una botella de agua. Roier la aceptó con una leve inclinación de cabeza.

—Te he puesto algo de comida para el camino. No es mucho, pero te ayudará hasta que llegues a la planta.—dijo Juan, mientras Roier revisaba el contenido de la mochila—. Y la botella de agua debería durar un buen rato. El bosque es vasto, pero esta planta no está tan lejos, si sigues el camino correcto.

Roier asintió y guardó la mochila en su espalda, preparándose para continuar su travesía.

—Gracias por todo, Juan.—dijo, mirando al hombre con una expresión de gratitud y algo de confusión.

Juan lo observó por un largo momento, como si ponderara sus palabras. Luego, tras un suspiro, se acercó a él, cruzando los brazos.

—Antes de que partas... hay algo más que debo decirte.—dijo, su voz ahora más seria—. El bosque no es solo un lugar para perderse. Está lleno de seres extraños, y no todos son tan amables como yo.

Roier levantó una ceja, intrigado.

—¿Qué quieres decir?—preguntó, algo preocupado.

Juan lo miró fijamente a los ojos, como si estuviera decidiendo si debía compartir más de lo que ya había dicho.

—En este bosque hay... cambiaformas. Criaturas mágicas capaces de transformarse de humano a animal. Son astutas, muy astutas, y pueden ser peligrosas si no sabes cómo tratarlas. Algunos de ellos se disfrazan como viajeros inofensivos, otros prefieren cazar en sus formas animales. Tienes que tener cuidado, especialmente con los dragones. Aunque no todos son como los que has conocido... algunos, en este bosque, son mucho más... impredecibles. Y no todos tienen intenciones pacíficas.

Roier frunció el ceño, sintiendo una creciente preocupación.

—¿Cambiaformas? ¿Cómo cuáles? —preguntó, con algo de incredulidad. Sin embargo, la seriedad en los ojos de Juan lo hacía dudar de sus propios pensamientos.

Juan asintió lentamente, su expresión grave.

—Osos, criaturas pegajosas, seres fuera de este mundo e incluso dragones.—respondió Juan.— Ellos tienen sus propios intereses y están siempre vigilando a los demás, como si estuvieran probando su lealtad... o su valía.

Roier asintió lentamente, tratando de procesar la advertencia. Por más extraño que sonara, sentía que Juan no le estaba mintiendo. Algo en su mirada, en su tono de voz, le decía que estaba hablando desde la experiencia.

—Lo tendré en cuenta.—dijo Roier finalmente, con una mirada más seria.

Se ajustó la mochila en su espalda, listo para partir.

Juan lo miró una última vez, como si quisiera asegurarse de que comprendiera la gravedad de la situación.

Antes de irse, se giró hacia Juan una última vez.

—Gracias, Juan. Por todo.

Juan sonrió ligeramente, como si hubiera sabido que esas palabras llegarían en algún momento.

—Cuídate, joven príncipe.—se despidió.

Roier se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el bosque, con la mochila sobre los hombros y el eco de las palabras de Juan resonando en su mente.

No obstante, antes de alejarse completamente, escuchó unas últimas palabras del hombre.

"No confíes en quién dice amarte", fue lo último que escuchó antes de perderse en la profundidad del bosque.

El sol ya se encontraba un poco más alto en el cielo, pero el frío aún dominaba el bosque. Roier había caminado durante días, atravesando densos árboles, buscando señales de la planta que lo podría salvar.

El tiempo parecía diluirse entre las sombras y las ramas crujientes bajo sus pies. Ya no estaba seguro de cuántos días habían pasado, ni si realmente estaba cerca de encontrar la planta.

Se detuvo un momento para beber de la botella que Juan le había dado, observando las copas de los árboles que se alzaban como gigantes esqueléticos en el horizonte. El aire gélido calaba hasta los huesos, pero no podía permitirse descansar demasiado.

Después de un rato, Roier se encontró en un claro del bosque, un espacio amplio rodeado de altos pinos y abetos. En el centro, un lago helado se extendía hasta el borde del horizonte. El hielo brillaba bajo los débiles rayos del sol, creando una superficie casi perfecta.

Roier se acercó al borde, sintiendo la sensación crujiente bajo sus botas. Decidió que un pequeño descanso no le haría mal.

Se sentó en la nieve, dejando que el aire fresco llenara sus pulmones. Observó el reflejo del cielo en el hielo, intentando relajar su mente. Pero algo en el aire lo puso inquieto, como si el mismo bosque respirara con una presencia ajena.

Fue entonces cuando notó algo extraño en el suelo. Unas escamas blancas, casi translúcidas, dispersas entre la nieve.

Al principio pensó que podría ser simplemente una ilusión provocada por la luz que se reflejaba en el hielo, pero al mirar más de cerca, se dio cuenta de que las escamas formaban una línea sinuosa, como si algo o alguien hubiera pasado por allí recientemente.

Intrigado, Roier observó los bordes del lago.

No había rastro de movimiento, pero las escamas parecían dejar una huella de algo muy grande, tal vez algo que se deslizaba bajo el hielo. La sensación de incomodidad creció en su pecho, pero no hizo más que apartar la mirada, decidiendo que no era el momento de investigar más.

Sin embargo, no pudo evitar pensar que esas escamas no eran de ninguna criatura que hubiera visto antes.

De repente, un sonido estremecedor, como un chillido horrible, desgarró el aire. Era tan penetrante que Roier sintió que el mismo suelo temblaba. El grito provenía del cielo, y aunque nunca antes había escuchado algo así, la sensación que le dio fue indescriptible.

El aire se volvió denso, como si la propia atmósfera hubiera cambiado.

El sonido parecía como de un animal gigante, un ser que nunca había oído antes. Roier se levantó rápidamente, el corazón golpeando en su pecho. El sol había comenzado a ocultarse detrás de las nubes, creando una atmósfera aún más sombría. Su primer impulso fue huir, pero algo lo detuvo.

Decidió no moverse de inmediato, sino que se agachó, buscando refugio entre los árboles cercanos. Se adentró con cautela, tratando de ocultarse lo mejor posible, su respiración pesada por el miedo.

A través de los árboles, intentó ver algo en el cielo. Sus ojos recorrían el horizonte, buscando alguna forma que pudiera explicar el extraño sonido. El silencio volvió a caer por unos segundos, pero el ambiente seguía cargado de tensión, como si una fuerza invisible estuviera acechando.

De repente, un destello apareció en el cielo. Un par de sombras oscuras cruzaron la capa de nubes, como aves enormes que se deslizaban sobre el lago. Roier contuvo el aliento al ver que las criaturas no eran aves comunes.

Las alas que se desplegaban en el aire tenían un contorno extraño, y su tamaño era mucho mayor que cualquier ser que Roier hubiera visto.

En ese momento, el hielo bajo él crujió violentamente, como si algo enorme se deslizara bajo la superficie. Las escamas blancas que había visto antes comenzaron a moverse, trazando un patrón curvado. Roier sintió el pánico aflorar en su garganta.

No podía creer lo que veía, pero la amenaza se sentía inminente.

Las criaturas en el cielo emitieron un sonido agudo, casi como un rugido, y algo dentro de Roier le dijo que ya no estaba solo. No solo por la presencia en el aire, sino por lo que se cernía bajo el hielo, esperando su momento para salir.

Sin pensarlo dos veces, Roier se dio la vuelta y corrió, saltando hacia el bosque denso, donde los árboles y las sombras lo ocultarían mejor. El miedo lo impulsaba a moverse más rápido, pero también algo más: la certeza de que, si no actuaba rápido, algo muy grande y peligroso lo alcanzaría.

No era solo un animal o una criatura cualquiera lo que lo acechaba. Había algo más antiguo, más temible, algo que su instinto de supervivencia le gritaba que debía evitar a toda costa.

Aceleró el paso, pero el grito escalofriante volvió a retumbar en el aire. Las criaturas, si es que eran eso, aún lo vigilaban desde el cielo, esperando el momento perfecto para atacar.

Roier se adentró más en el bosque, guiado por su instinto, hasta que el sonido de las alas y el crujir del hielo quedó atrás, aunque no estaba seguro de si realmente había escapado de la amenaza. Solo sabía que tenía que seguir adelante.

La noche comenzaba a caer rápidamente, y Roier sabía que no podía seguir avanzando sin descanso.

Las criaturas que había visto en el cielo aún rondaban su mente, pero el agotamiento pesaba más que el miedo. Sus piernas le dolían por las horas de caminata, y el frío parecía haberse metido en sus huesos.

Necesitaba un refugio, y pronto.

Caminó unos metros más entre los árboles hasta que encontró una cueva pequeña, oculta tras unos arbustos y parcialmente cubierta por nieve. Era lo suficientemente profunda como para protegerlo del viento, pero no tan grande como para que fuera hogar de algún animal peligroso... o eso esperaba.

Roier inspeccionó el lugar con cautela antes de entrar, iluminando la oscuridad con una pequeña antorcha improvisada que había preparado con ramitas y tela. El interior de la cueva era frío y húmedo, pero parecía seguro.

Decidió que era un buen lugar para pasar la noche.

Con movimientos rápidos, juntó madera y encendió un fuego en el centro. La luz cálida iluminó las paredes rugosas, revelando algo que le hizo detenerse de golpe.

Las paredes estaban cubiertas de una sustancia extraña, una especie de masa gelatinosa verde que parecía brillar débilmente con la luz del fuego.

Al principio pensó que era algún tipo de musgo o residuo natural, pero pronto notó que la sustancia se movía. Lentamente, como si tuviera vida propia, comenzó a deslizarse por las paredes, uniéndose en el suelo y tomando forma.

Roier retrocedió instintivamente, sintiendo el pánico crecer en su pecho. Cuando estuvo a punto de gritar, una voz profunda pero tranquila rompió el silencio.

—Por favor, no grites.—La voz provenía del centro de la cueva, donde la gelatina verde se había transformado en un hombre alto y bien parecido, con un aire peculiar, vestido con ropa muy sencilla.

Llevaba gafas redondas que brillaban con el reflejo del fuego, y aunque la mitad de su rostro era perfectamente humano, la otra mitad parecía hecha de la misma sustancia gelatinosa que cubría las paredes.

Roier se quedó helado, sin saber si debía correr o quedarse.

—¿Quién eres? ¿Qué eres?.—preguntó, tratando de mantener la voz firme, aunque le temblaba un poco.

El hombre sonrió levemente, inclinando la cabeza con curiosidad.

—Me llaman Slime. Y antes de que hagas más preguntas, te diré que no soy tu enemigo.—Slime se acercó lentamente, levantando las manos en señal de paz.

La gelatina en su rostro parecía moverse de forma independiente, como si tuviera vida propia.

—¿Qué quieres?—Roier apretó los puños, listo para defenderse si era necesario.

—Nada. Solo quiero ayudarte a mantenerte vivo esta noche.—Slime señaló hacia la entrada de la cueva—. Hay osos cerca, y dragones también. Si haces mucho ruido, no serán tan amables como yo.

Roier tragó saliva, recordando los rugidos que había escuchado más temprano. Asintió lentamente y dejó caer los hombros, relajándose un poco.

—Está bien. Gracias, supongo.

Slime se sentó junto al fuego, observando las llamas con interés.

—¿Qué te trae a este bosque, viajero? —preguntó, sin apartar la vista del fuego.

Roier dudó un momento antes de responder.

—Estoy buscando una planta. Algo que pueda salvar a alguien que... que es importante para mí.

Slime levantó una ceja, claramente intrigado.

—Ah, un acto noble. Pero este bosque no es un lugar amable para nobles intenciones.—hizo una pausa y luego añadió—: Te advierto, joven viajero, que aquí no solo debes cuidarte de los dragones. Hay cambiaformas que acechan entre los árboles. Seres mágicos que pueden transformarse de humano a animal, y viceversa. No todos son amigables.

Roier sintió un escalofrío recorrer su espalda.

Esta... Esta cosa frente era la tercera criatura rara que se encontraba. ¿Con qué más lo podría castigar Dios acaso?

—¿Y tú?—preguntó, mirándolo con suspicacia—. ¿Qué haces aquí?

Slime soltó una pequeña risa, profunda y resonante.

—Estoy atado a este bosque, como muchos otros. Es mi hogar y mi prisión. Ayudo a los viajeros que tienen el coraje de cruzarlo... o la imprudencia de hacerlo.—hizo una pausa y añadió con una sonrisa—: Además, me divierte.

Roier no supo si sentirse agradecido o desconfiado, pero en ese momento, la compañía de Slime era un alivio.

—Gracias por no atacarme.

Slime asintió con gravedad, como si el comentario fuera más profundo de lo que parecía.

—Descansa, joven. El bosque es más peligroso de lo que imaginas. Y necesitarás toda tu fuerza para lo que te espera.

La cueva quedó en silencio, salvo por el crepitar del fuego y el suave susurro del viento afuera. Roier cerró los ojos, pero las palabras de Slime resonaban en su mente: "Lo que te espera."

Al amanecer, Slime estaba ya despierto, moviéndose por la cueva como si formara parte de ella. Preparó un pequeño desayuno con raíces y frutas que había encontrado.

—Come. Necesitarás energía.

Roier aceptó la comida y comió en silencio, aunque no podía dejar de mirar a Slime con curiosidad.

—Gracias —agradeció Roier, dejando de lado el inusual plato.— Pero, ¿por qué me ayudas?

Slime lo miró por un momento, y luego sonrió.

—Porque es lo que hago. Este bosque me dio vida, y estoy atado a él.—explicó vagamente.— Ayudo a los viajeros, siempre que sean dignos de mi ayuda.

Roier asintió, aunque aún no entendía del todo.

¿Dragones? ¿Cambiaformas? ¿Gente que habla con acentos raros? Juraba que se iba a volver loco.

—Creo que debo irme, Slime.—se despidió y se puso de pies.

—Una última cosa —añadió Slime, mientras Roier se disponía a salir de la cueva—. Ten cuidado con los dragones y con los hombres que pretenden ser tus aliados. No todos son lo que parecen.

Las palabras de Slime resonaron en la mente de Roier mientras se adentraba nuevamente en el bosque, con el fuego del amanecer iluminando su camino.

¿Qué diablos significaban todos los consejos de las criaturas mágicas?

Capitulo medio de relleno, la verdad. Algo de tranquilidad qué se merecen.

Tranquilxs, en general estos próximos capítulos van a estar relax, no planeo nada muy descabellado. Más bien, estoy planeando que cuando Roier regrese, ahora si comenzar a darle desarrollo a su rara relación con Cellbit.

POR CIERTOOOOOOOO. Me da un chingo de emoción meterles a Juan y a Slime, que aunque posiblemente sea la única vez que los ven en esta historia, les quiero confesar que tengo ganas de hacer historias que continúen con la línea de tiempo de este fanfic.

Ya tenía publicada la historia de Quackity con Luzu, pero decidí enviarla a borradores porque quise que esta sucediera primero para que la otra tuviera sentido. Y también quiero hacer una historia que continúe con la vida de Mariana topandose con Slime después del final de esta historia.

Y Juan, también tengo planes con él y Spreen. Pero por ahora, termino esta historia y me voy con Mariana, que le traigo unas ganas de hacer una historia bien dramática la neta.

Pero bueno, nada más que agregar.

En fin, ¡nos vemos en la siguiente!

Pd: si pudieran darme ideas para una situación bien cagada qué le pase a Roier en el siguiente capítulo (porque su travesía todavía va a seguir en el siguiente) o con quien podría toparse, me gustaría leer sus sugerencias.

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