Capítulo 10
Isis se miró al espejo, su vientre estaba por reventar, su bebé nacería pronto y no sabía qué hacer. Temía perderlo apenas naciera, la emperatriz era vil y cruel.
—El príncipe está aquí.
—No quiero verlo -siguió arreglando su cabello.
—No me interesa -Isis suspiró—. Te prohíbo ver al duque.
—No eres nadie para prohibirme algo, Maximilliam —el mayor suspiró y la tomó del brazo—. Yo veo a quien yo quiera, tú no eres nadie.
—Soy tu esposo.
—Uno malo por cierto -él frunció el ceño—. Me dejaste abandonada y buscaste a otra señorita, y ahora eres grosero conmigo. ¿Acaso crees que puedes prohibirme algo siendo así?
—Isis...
—Isis nada, te respetaré como esposo y tú debes respetarme también.
—Eres imposible —-Isis lo vio salir.
—Y tú un idiota.
Cuando finalmente Maximilliam se fue, dejó caer el cepillo sobre la mesa y apretó las manos contra su regazo. El silencio en la habitación era insoportable, el peso de sus emociones acumulándose como una tormenta. La tensión en su vientre, el miedo que la consumía día y noche, la mirada de la emperatriz observándola como si solo fuera un peón más en su juego cruel. Todo se mezclaba, formaba un nudo en su garganta.
No pudo contenrlo más, el llanto llegó de golpe, sacudiendo su cuerpo entero. No fue el llanto contenido de siempre, fue uno desgarrador y profundo. Sentía que el miedo se apoderaba de cada rincón de su ser, la aterradora certeza de que estaba sola.
—¿Qué será de mí cuando mi hijo nazca?-Se preguntaba entre sollozos, temiendo que ni siquiera viviría para conocerlo.
Por un momento, deseó que el vientre que ahora abultaba bajo su vestido desapareciera, que todo fuera un mal sueño. Se llevó una mano al abdomen, su pulso rápido resonando bajo la piel, y una sensación de culpa la abrumó.
—No quiero perderte -murmuró, casi como una súplica. Se sentía tan frágil, tan rota, como si todo su mundo estuviera a punto de desmoronarse y no hubiera nada que pudiera hacer para evitarlo.
Con el rostro húmedo de lágrimas, juró que no dejría que la emperatriz, ni Maximilliam, ni nadie la aplastara más. Por su hijo, tenía que encontrar la fuerza. Pero en ese instante, sentada sola en la penumbra de su habitación, Isis solo se sentía como una mujer a punto de perderlo todo.
La emperatriz había organizado una fiesta por su cumpleaños. Evidentemente, la invitación de Isis iba plagada de amenazas. Sabía que al ir, la emperatriz encontraría el momento para molestarla o hacerle daño. Tuvo miedo, no mentiría jamás. Le aterraba la emperatriz.
—El príncipe está aquí para ir juntos a la fiesta -Isis suspiró, debía fingir.
—Vamos-—tomó la mano de Hana y salió. Max le esperaba con rostro serio—. Vamos, alteza.
—Bien -tomó su mano y comenzó a caminar.
—Ve despacio -Max la miró y miró su vientre.
—¿Cuándo?
—En un par de semans o más...
—Ten cuidado hoy -Isis asintió. Lo sabía, debía tener cuidado siempre, no solo hoy.
Mientras caminaban hacia la fiesta, Isis sentía la tensión en el aire. Las paredes del palacio parecían cerrarse sobre ella. Cada paso hacia el salón donde se celebraría la fiesta la llenaba de ansiedad. Sabía que la emperatriz no dejaría pasar la oportunidad de humillarla delante de todos, como ya lo había hecho tantas veces antes.
Maximilliam caminaba a su lado en silencio, sin notar el miedo que la carcomía por dentro, o simplemente eligiendo ignorarlo, como había ignorado tantas otras cosas. Cuando llegaron a la entrada del salón, él le ofreció su brazo y ella lo tomó sin ganas. No era un gesto de afecto, sino un deber que ambos tenían que cumplir.
Al entrar, todos los ojos se posron en ellos. Isis sintió las miradas, algunas llenas de curiosidad, otras de desprecio. La emperatriz estaba al otro lado de la sala, sonriendo de forma que hacía que la piel de Isis se erizara. El brillo malicioso en sus ojos era inconfundible. Sabía que Isis estaba en su punto más vulnerable, y no perdería la oportunidad de recordárselo.
Isis intentó mantener la compostura, pero su mano temblaba levemente al aferrarse al brazo de Maximilliam. La música, las conversaciones, todo parecía un murmullo lejano mientras intentaba contener el pánico que amenazaba con consumirla.
—¿Estás bien? -Maximilliam se inclinó hacia ella, hablando en voz baja.
—Estoy bien -mintió Isis, sin mirarlo a los ojos.
Sabía que él no insistiría. Sabía que él nunca se había interesado realmente en cómo se sentía. Y eso, de alguna manera, le daba cierto alivio. No tenía que fingir demasiado con él, porque sabía que no importaba.
La emperatriz se acercó, su vestido resplandeciente arrastrándose por el suelo mientras una sonrisa cortante se dibujaba en su rostro.
—Querida Isis, qué alegría verte -dijo con una dulzura envenenada— Veo que el príncipe finalmente te ha sacado de tu pequeña cueva. Debes de estar muy cansada, con tu condición y todo.
Isis sintió que las palabras de la emperatriz eran como un golpe, aunque su rostro permaneció impasible.
—Gracias, alteza. Estoy bien -respondió, su voz tan calmada como pudo.
—Qué valiente eres -respondió la emperatriz—tan cerca del parto y aún aquí, apoyando a tu esposo. -Sus ojos se desviaron brevemente hacia Maximilliam antes de volver a Isis— Espero que todo salga bien... con el bebé, claro.
Isis asintió, sintiendo cómo el veneno detrás de esas palabras la envolvía.
—Gracias, alteza -repitió, con un nudo en la garganta.
La emperatriz sonrió una vez más antes de alejarse, dejando a Isis aún más nerviosa.
Isis se quedó en su lugar, sintiéndose más pequeña con cada segundo que pasaba. Sabía que la emperatriz estaba esperando que cometiera algún error, algo que pudiera usar en su contra. Pero no iba a dárselo, no esta vez. Aunque el miedo la abrumaba, aunque el peso de todo lo que estaba en juego la aplastaba, no permitiría que la emperatriz la viera caer.
Maximilliam no dijo nada. Solo la guió hacia un rincón más apartado, donde las miradas eran menos penetrantes. Allí, Isis respiró hondo, intentando recuperar el control de sus emociones. Sabía que la noche sería larga, pero también sabía que no estaba sola. Sentía los movmientos de su bebé dentro de ella, y esa sensación le daba fuerzas.
Por él, resistiría.
Por él, sobreviviría.
—¿Estas bien? -la voz de Regis, esa voz que la calmaba estaba ahí.
—Lo estoy -sonrió un poco, el seño de Max se frunció.
¿Cuándo será feliz Isis?
¿Planea algo la emperatriz?
¿Niño o niña?
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