˚。⋆⌛𝐓𝐖𝐎┊❝𝘊𝘓𝘈𝘙𝘈'𝘚 𝘉𝘖𝘙𝘌𝘋 𝘓𝘐𝘍𝘌 ❞
⪩⪨ ┆𝗰𝗵𝗮𝗽𝘁𝗲𝗿 𝘁𝘄𝗼: 𝗹𝗮 𝗮𝗯𝘂𝗿𝗿𝗶𝗱𝗮
𝘃𝗶𝗱𝗮 𝗱𝗲 𝗰𝗹𝗮𝗿𝗮‹𝟥
❪ original story by river ❫
Clara Rosenberg caminaba con su característico paso tranquilo por las calles de Solstice City, las manos bien resguardadas en los bolsillos de su abrigo largo. El aire frío le enrojecía la punta de la nariz, pero no parecía incomodarla. Sus botas desgastadas resonaban sobre el pavimento mientras el Walkman colgado de su cinturón reproducía "Dancing Queen" de ABBA, llenando sus oídos con una melodía alegre que contrastaba con la monotonía gris del día. Era como si la música formara una barrera entre ella y el resto del mundo, un refugio personal donde nada ni nadie podía perturbarla.
El sol apenas iluminaba las calles del pueblo, lanzando sombras alargadas sobre los edificios viejos, y Clara saludaba automáticamente a los vecinos con un gesto de cabeza o una pequeña sonrisa. La conocían bien, a ella y a su familia, los Rosenberg. Dueños de la única funeraria en el pueblo, su nombre evocaba respeto en algunos y disgusto en otros. Mientras que algunos consideraban su oficio una labor honorable, otros lo calificaban como macabro, y a menudo Clara era el blanco de comentarios y susurros detrás de su espalda.
Ella estaba acostumbrada. Había aprendido a vivir con eso, a no dejar que las palabras o miradas malintencionadas la afectaran. Caminaba con la cabeza alta, ajena a las críticas, manteniendo la serenidad que la caracterizaba. Era metódica, reservada, y respetuosa con las reglas. Clara sabía perfectamente cuál era su lugar en el mundo, o al menos, eso era lo que solía decirse a sí misma.
Al doblar una esquina, divisó al oficial Ellis, quien estaba de pie junto a su patrulla, ajustándose el cinturón. Era un hombre robusto, de bigote espeso y siempre con una sonrisa afable en el rostro. Cuando la vio, levantó la mano en un saludo amistoso.
—¡Clara Rosenberg! —exclamó con su voz grave pero amigable—. Siempre es un placer verte por aquí. ¿Cómo va todo?
Clara pausó la música de su Walkman y se acercó con su habitual educación.
—Todo tranquilo, oficial Ellis. Ningún crimen en mi camino… todavía —respondió con un toque de humor, esbozando una sonrisa.
Ellis soltó una carcajada mientras cruzaba los brazos. Siempre había tenido debilidad por los jóvenes respetuosos y trabajadores como Clara, especialmente en un pueblo donde no todos los adolescentes compartían esos valores.
—Eso es bueno. Solstice City necesita más jóvenes como tú —comentó con sinceridad.
Clara asintió, pero por primera vez en mucho tiempo, sus pensamientos estaban en otra parte. Su mente divagaba, retrocediendo al día anterior. Había visto a Matthew Tucker, el chico conocido por meterse en problemas con más frecuencia de la que podía contarse. Lo conocía de la escuela, aunque nunca habían hablado. Él era todo lo que ella no era: impulsivo, desordenado, y completamente impredecible. Y sin embargo, algo en él había capturado su atención, aunque no lograba entender exactamente qué.
La imagen de Matthew cruzando la calle con su andar despreocupado y esa sonrisa burlona apareció en su mente. Recordó cómo la había mirado directamente, con una intensidad que la había dejado incómoda pero extrañamente intrigada. Había algo en su actitud que la desafiaba, como si estuviera diciendo: "Atrévete a entenderme".
Decidió aprovechar la oportunidad. Si alguien podía arrojar luz sobre él, era el oficial Ellis.
—Oficial Ellis… —comenzó, con un tono aparentemente casual—. Escuché que el otro día tuvo que perseguir a Matthew Tucker por todo el pueblo.
Ellis arqueó las cejas, claramente sorprendido por la pregunta.
—¿Matthew Tucker? —repitió, examinándola con curiosidad—. ¿Y qué interés tiene en ese chico?
Clara se encogió de hombros, intentando parecer desinteresada.
—Lo veo en la escuela. Es difícil no escucharlo… siempre está en boca de todos. Me preguntaba qué hizo esta vez.
Ellis suspiró profundamente, como si el solo mencionar a Matthew le agotara.
—Ese chico es un imán para los problemas, Clara. El otro día lo atrapamos con… bueno, digamos que algo que no debería tener. —Hizo una pausa antes de continuar—. Una bolsita de hierba. Intentó escapar corriendo, como si eso fuera a resolver algo. Lo alcanzamos rápido, claro. Pero te digo algo: si no cambia, terminará muy mal.
Clara asintió lentamente, procesando la información. No era que esperara algo diferente; después de todo, la reputación de Matthew no era ningún secreto. Pero escuchar los detalles de boca del oficial Ellis lo hacía parecer más real.
—¿Y qué le dijeron? —preguntó, tratando de mantener el tono ligero, aunque su curiosidad comenzaba a ganar terreno.
Ellis la miró con seriedad.
—Le dimos una advertencia, como siempre. Pero no sé cuánto más podemos hacer por él. Clara, escúchame: deberías mantenerte alejada de chicos como Tucker. No son buenos para nadie, y mucho menos para alguien como tú.
Clara sonrió ligeramente, sin comprometerse con una respuesta. No era del tipo que ignoraba un buen consejo, pero tampoco estaba segura de que pudiera seguirlo. Algo en Matthew la intrigaba, algo que iba más allá de su fachada de chico rebelde. Quizá era su manera de ser tan diferente a ella, o la chispa de desafío que parecía llevar siempre consigo.
Se despidió del oficial con un gesto de cabeza y continuó su camino, dejando que la música volviera a llenar sus oídos. Pero esta vez, la melodía no lograba distraerla de sus pensamientos. A medida que avanzaba por las calles del pueblo, se encontró reflexionando más y más sobre Matthew Tucker.
¿Por qué había algo en él que la hacía querer entenderlo? No era solo curiosidad; era algo más profundo, una necesidad de ver qué había detrás de su caos. Mientras ella vivía una vida perfectamente estructurada y calculada, él parecía moverse como un torbellino, arrasando con todo a su paso.
Clara no sabía si alguna vez se atrevería a hablarle, pero una cosa era segura: Matthew Tucker era todo lo que ella no era. Y quizá, solo quizá, eso era lo que lo hacía tan fascinante.
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El olor a tierra húmeda envolvía a Clara mientras cruzaba el cementerio detrás de su casa. Las lápidas, en su silencio solemne, parecían vigilar sus pasos. Ella caminaba despacio, sus botas desgastadas hundiéndose ligeramente en el terreno blando, y murmuraba saludos casi inaudibles a las inscripciones en las piedras. No porque creyera que las almas descansando podían escucharla, sino porque, de algún modo, ese gesto le parecía respetuoso. Familiar. Intimo.
El cementerio era un lugar que había aprendido a valorar desde niña, cuando su madre le explicaba que la muerte no era el final, sino una parte natural del ciclo de la vida. Aún así, había algo que pesaba sobre ella: un día, todo esto sería suyo. Las lápidas, las flores frescas y marchitas, la responsabilidad de consolar a las familias. Era un legado que entendía y respetaba, pero que también la abrumaba. ¿Cómo podría encontrar belleza en algo que el resto del mundo veía como oscuro y lúgubre?
Sabía que Jude, su hermano menor, jamás se haría cargo del negocio. Él era demasiado joven, demasiado despreocupado. Su vida era un torbellino de caos que Clara, de alguna manera, siempre tenía que contener.
Cuando entró en la casa, el sonido de una voz familiar resonó desde la sala de estar. Jude estaba sentado en el suelo, rodeado por una montaña de cassettes. Canturreaba "Piano Man" de Billy Joel, gesticulando dramáticamente con una lata de cerveza en la mano. Clara se quedó inmóvil por un segundo, observándolo con una mezcla de exasperación y cariño.
—Jude... —dijo en un tono de advertencia mientras se acercaba a él.
Él levantó la mirada, sonriendo con desparpajo.
—¡Clara, estás arruinando mi momento! —se quejó, alzando la lata como si brindara por ella.
Con un movimiento rápido, Clara le quitó la cerveza y la observó con incredulidad.
—¿De nuevo? ¡Te dije que no podías beber esto! —dijo mientras caminaba hacia la cocina para tirar el contenido.
—¡HEY! Esa cerveza me costó seis dólares. —Jude la siguió, frunciendo el ceño como si hubiera cometido un crimen grave—. No seas tan puritana, Clara. No es como si estuviera robando bancos.
—No, pero eres menor de edad. Ya hemos hablado de esto mil veces. —Clara vació la cerveza en el fregadero y tiró la lata a la basura con un golpe seco.
—Mamá me deja hacerlo, ¿sabes? De vez en cuando. —El tono despreocupado de Jude la enfureció aún más.
Clara se quedó en silencio por un momento, sintiendo cómo el enojo hervía bajo su piel. Helene siempre había sido relajada en su crianza, demasiado liberal para los estándares de Solstice City. Clara entendía por qué su madre era así; después de quedarse viuda tan joven, había decidido no seguir las expectativas sociales rígidas. Pero eso no significaba que Clara estuviera de acuerdo con sus métodos, especialmente cuando se trataba de Jude.
—¿Mamá te deja? —Clara finalmente rompió el silencio, su voz cargada de incredulidad—. Por supuesto que lo hace. ¿Por qué debería sorprenderme?
Jude la miró con una mezcla de culpa y desafío.
—Oh, vamos, Clara. No es tan grave. No soy un desastre.
—No, no lo eres —admitió ella, suspirando y cruzándose de brazos—. Pero tampoco estás ayudando. ¿Sabes cuánto esfuerzo pongo para mantener esta casa a flote mientras mamá está ocupada trabajando?
Jude bajó la mirada por un momento, pero rápidamente volvió a su actitud despreocupada.
—Lo sé, lo sé. Eres la hermana perfecta, la salvadora de la familia Rosenberg. ¿Sabes? El pueblo entero te adora porque eres tan seria, tan responsable. Pero tal vez deberías relajarte un poco.
Clara lo fulminó con la mirada, pero antes de que pudiera responder, la puerta principal se abrió y Helene entró, cargando una pila de carpetas.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó, arqueando una ceja al ver las caras tensas de sus hijos.
—Nada. Solo le recordaba a Jude que no está permitido beber cerveza a los 16 años —respondió Clara, sin ocultar su irritación.
Helene dejó las carpetas sobre la mesa y se encogió de hombros con una sonrisa cansada.
—Relájate, Clara. Es solo una lata.
—¡Exactamente lo que dije! —intervino Jude con una sonrisa triunfante.
Clara lanzó un suspiro de frustración, pero decidió no seguir con la discusión. En cambio, se giró hacia Helene, cambiando el tema.
—¿Cómo estuvo el trabajo?
Helene tomó una silla y se dejó caer en ella, pasando una mano por su cabello.
—Intenso. La familia Tucker vino a verme. Parece que Yolanda, la madre de Matthew, está teniendo problemas financieros. No es fácil para una mujer que escapó del régimen de Pinochet y ahora cría a su hijo sola en este pueblo...
Clara sintió que su interés despertaba al escuchar el nombre de Matthew. Era el chico del que había oído tantas historias, el mismo que había corrido con una bolsa de hierba el día anterior.
—¿Y qué necesita? —preguntó, tratando de sonar casual.
Helene suspiró.
—Solo un poco de orientación. Yolanda es una mujer fuerte, pero este pueblo no siempre ha sido amable con ella.
Clara se quedó pensativa, pero Jude, notando su interés, esbozó una sonrisa traviesa.
—¿Te interesa Matthew Tucker ahora, Clara?
Ella lo fulminó con la mirada.
—¡Por supuesto que no! —dijo rápidamente, aunque el leve rubor en sus mejillas traicionaba sus palabras.
Jude se rió mientras regresaba a sus cassettes, y Clara miró a su madre, esperando que no hiciera más comentarios. Pero Helene solo sonrió, sabiendo que, como siempre, el caos y el orden coexistían perfectamente bajo su techo.
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La luz tenue de la lámpara de escritorio iluminaba la habitación de Clara, proyectando sombras suaves sobre los montones de libros y hojas que se amontonaban alrededor de ella. La rubia estaba inclinada sobre su cuaderno, con el ceño fruncido y el lápiz tamborileando contra el papel en un ritmo ansioso. La respiración apenas audible y el leve sonido del grafito rascando la superficie eran los únicos ruidos en la silenciosa casa Rosenberg.
Helene, que había pasado por el pasillo, se detuvo en la puerta entreabierta. Observó a su hija con una mezcla de admiración y preocupación. Clara siempre había sido así: meticulosa, dedicada, dispuesta a asumir responsabilidades que muchas chicas de su edad nunca considerarían. Pero había algo en su postura rígida y su mirada tensa que inquietaba a Helene.
Después de un momento, Helene entró en la habitación sin hacer ruido, sosteniendo una taza de té caliente.
—¿Estás bien, Clara? —preguntó suavemente mientras colocaba la taza en el escritorio.
Clara levantó la vista, sorprendida. Sus ojos mostraban el cansancio acumulado.
—Sí, mamá. Solo estoy revisando unas cosas para la universidad. Quiero asegurarme de que todo esté perfecto antes de enviarlo.
Helene sonrió levemente y se sentó en la cama de Clara, cruzando las piernas con la misma gracia despreocupada que siempre la caracterizaba.
—Cariño, no dudo ni por un segundo que todo lo que haces es más que perfecto. Pero… —su voz se suavizó—, ¿alguna vez te detienes a preguntarte si te estás exigiendo demasiado?
Clara bajó la mirada al cuaderno, como si las palabras de su madre la hubieran tocado en un lugar profundo al que no quería llegar.
—No puedo evitarlo, mamá. Tengo que hacer esto bien. Si no lo hago, ¿qué pasará después? ¿Qué dirá la gente? ¿Qué pensaré yo de mí misma?
Helene se inclinó un poco hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas. Su voz se volvió más seria, pero cálida.
—Clara, sé que te preocupa mucho lo que los demás piensan. Y lo entiendo. Este pueblo… bueno, tiene su forma de juzgar a la gente, especialmente a nosotras. Pero no puedes vivir para satisfacer esas expectativas. No tienes que ser la hija perfecta, la estudiante perfecta, o la futura dueña perfecta de esta funeraria. No quiero que te pierdas a ti misma tratando de ser algo que crees que tienes que ser.
Clara dejó el lápiz a un lado, cruzando los brazos sobre el escritorio. Parecía más pequeña de lo habitual, como si la armadura que llevaba puesta todo el tiempo se hubiera resquebrajado un poco.
—Es solo que… siento que si no lo hago, alguien más va a sufrir por ello. Tú trabajas tanto, Jude no se toma nada en serio… siento que tengo que compensar por todos.
Helene se levantó de la cama y se acercó a su hija, colocando una mano suave sobre su hombro.
—Clara, nadie te pidió que cargaras con todo. Es un peso que tú misma te pusiste. Y créeme, no quiero que mi hija se convierta en alguien tan consumida por las responsabilidades que se olvide de vivir. Si algo me preocupa, es que te estés perdiendo cosas que podrías disfrutar porque estás demasiado ocupada intentando ser todo para todos.
Clara giró la cabeza para mirar a su madre, sus ojos azules brillando con un atisbo de vulnerabilidad que rara vez mostraba.
—Pero si no lo hago, ¿quién lo hará?
Helene acarició suavemente el cabello de Clara, apartándolo de su rostro.
—Cariño, lo haremos juntas. Jude tendrá que encontrar su propio camino, y yo estoy aquí para ayudarte cuando lo necesites. Pero también quiero que recuerdes que está bien soltar un poco. Está bien cometer errores. Está bien vivir. Y más que nada, quiero que seas feliz.
Clara suspiró profundamente, dejando caer la cabeza sobre la mano de su madre como si necesitara ese consuelo más de lo que estaba dispuesta a admitir.
—No sé cómo hacerlo, mamá.
Helene sonrió, su tono recuperando un poco de ligereza.
—Bueno, puedes empezar dejando de estudiar por hoy y saliendo conmigo a ver una película vieja. ¿Qué dices? ¿Un poco de Audrey Hepburn y chocolate caliente?
Clara dejó escapar una pequeña risa, algo raro pero cálido.
—Está bien, pero si Jude interrumpe, la próxima vez eliges otra cosa.
—Trato hecho —dijo Helene, levantándose y extendiéndole la mano.
Por primera vez en la noche, Clara cerró sus libros y se permitió relajarse un poco.
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La sala de la casa Rosenberg tenía un aire acogedor esa noche, iluminada únicamente por la luz cálida de una lámpara y el resplandor azul de la televisión. Helene había insistido en que las películas clásicas eran la mejor forma de relajarse, y Clara, aunque reacia al principio, había cedido. Jude, por supuesto, estaba emocionado, aunque más por las palomitas de maíz que por el cine en sí.
—¿"Breakfast at Tiffany's"? —preguntó Jude con una mueca mientras observaba la caja del VHS. Estaba recostado en el sofá con una pierna colgando por un lado y un tazón de palomitas equilibrado sobre su abdomen. —¿No podemos ver algo con más acción? No sé, algo con explosiones.
—Oh, por favor, Jude —respondió Helene mientras encendía la televisión—. Audrey Hepburn es un ícono. Además, las explosiones no son necesarias para disfrutar una buena película.
Clara estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas, con una taza de chocolate caliente en las manos. Había decidido que, por esa noche, iba a dejar de lado sus preocupaciones. Miró a Jude y arqueó una ceja.
—Dudo que puedas entender la sutileza de una película como esta, Jude. No todo tiene que ser caos y ruido.
Jude se encogió de hombros, llevándose un puñado de palomitas a la boca.
—Bueno, tú vives en el país de la calma, así que claro que lo dirías.
Clara rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír ante el comentario de su hermano. Mientras la película comenzaba, Helene se sentó en el sillón, sosteniendo su propia taza de té y mirando la pantalla con una expresión de nostalgia.
—¿Sabías que esta fue la película que vi con tu padre en nuestra primera cita? —dijo de repente, su voz suave pero llena de calidez.
Jude se incorporó un poco, claramente interesado.
—¿En serio? ¿Papá era de películas románticas?
Helene asintió, una pequeña sonrisa en su rostro.
—Oh, sí. Aunque fingía que no. Pero recuerdo que se quedó mirándome más a mí que a la pantalla. Esa fue la primera vez que pensé que tal vez él era especial.
Clara escuchó en silencio, sus ojos fijos en la pantalla pero su mente vagando. Su madre hablaba de recuerdos llenos de emoción, mientras que su vida parecía tan meticulosamente estructurada que casi carecía de esos momentos espontáneos.
Jude, por otro lado, aprovechó la pausa para burlarse.
—Entonces, básicamente, papá estaba intentando impresionarte con algo tranquilo y sofisticado, ¿no? Clara, tal vez deberías tomar notas.
Clara giró la cabeza para lanzarle una mirada fulminante.
—¿Notas para qué, exactamente?
Jude sonrió, inclinándose hacia ella.
—Ya sabes, para cuando Matthew Tucker te invite a ver "Rocky". Seguro que a él no le interesa Audrey Hepburn.
Clara se sonrojó ligeramente, pero mantuvo la compostura.
—No sé por qué sigues mencionando a Matthew. Ni siquiera lo conozco bien.
Jude alzó las manos en señal de rendición.
—Claro, claro. Pero, ya sabes, los opuestos se atraen y todo eso.
Helene intervino antes de que la conversación pudiera escalar.
—Jude, deja en paz a tu hermana. Y, Clara, no dejes que te molesten.
La atención volvió a la película, pero Clara no podía dejar de pensar en las palabras de su hermano. Matthew Tucker era todo lo que ella no era: impulsivo, caótico, desordenado. Mientras ella seguía las reglas y mantenía su vida bajo control, él parecía vivir como si cada día fuera un desafío constante.
Y, sin embargo, se sentía bien en su propia calma. Quizás no había persecuciones, ni carreras desenfrenadas, ni miradas cargadas de adrenalina. Pero había orden, estabilidad y una sensación de propósito que le daba tranquilidad.
Mientras Audrey Hepburn cantaba "Moon River" en la pantalla, Clara se permitió sonreír para sí misma. Quizás no tenía el drama de una vida como la de Matthew, pero no lo necesitaba. La paz que sentía en su rutina era algo que valoraba, y no lo cambiaría por nada.
Jude, sin embargo, interrumpió el momento al atragantarse con una palomita de maíz.
—¡Jude! —exclamaron Helene y Clara al unísono, mientras él tosía dramáticamente.
—Estoy bien, estoy bien —dijo entre toses, con una sonrisa torcida—. Solo intentaba añadir algo de acción a la noche.
Helene negó con la cabeza mientras Clara se reía. En esa pequeña casa, con sus peculiaridades y momentos caóticos, Clara se dio cuenta de que su vida podía ser tranquila, pero nunca aburrida. Y eso, pensó, era suficiente.
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Clara miraba el techo de su cuarto, intentando calmar su mente mientras hacía sonar sus nudillos con un ritmo pausado. El suave ronroneo de Holly, su gatita, era el único sonido en la habitación. Estaba acurrucada al pie de la cama, con su pelaje suave contrastando con las sábanas oscuras. Clara sonrió para sí misma al mirar a su pequeña compañera, recordando cómo había elegido ese nombre en honor a Holly Golightly, el personaje que Audrey Hepburn interpretó en Breakfast at Tiffany's. Era un nombre sofisticado, elegante, perfecto para una gata que parecía tan encantadora como una protagonista de película clásica.
Trató de cerrar los ojos, pero su mente seguía dando vueltas. Había sido un día largo, y aunque la noche de películas con Helene y Jude había sido relajante, los pensamientos insistentes de siempre no la dejaban en paz. Sus responsabilidades, sus estudios, las expectativas que sentía que todos tenían sobre ella. Era como un peso invisible que nunca lograba quitarse de encima.
De repente, un golpe suave pero inesperado en su ventana la sacó de sus pensamientos. Clara se tensó, inmovilizada por el susto. Miró hacia la ventana con el ceño fruncido, dudando si había sido real. El golpe se repitió. Otra vez. Y otra más.
Se levantó de la cama, con cuidado de no despertar a Holly, y se acercó con sigilo a la ventana. Al abrirla, un nuevo golpe, esta vez directo en su frente.
—¡Auch! —se quejó Clara, llevándose una mano a la frente mientras miraba hacia abajo con una mezcla de enojo y sorpresa.
Ahí estaba, parado en medio de la calle bajo la tenue luz de una farola, Matthew Tucker Ramos. Tenía las manos cubriendo su boca en un gesto de sorpresa genuina, aunque no pudo evitar que una sonrisa divertida asomara por las comisuras de sus labios.
—Lamento eso… —dijo finalmente, rascándose la nuca con un aire de incomodidad.
Clara lo miró con incredulidad, masajeando su frente mientras trataba de entender qué estaba haciendo ahí, a esas horas de la noche, tirándole piedras como si estuvieran en una película barata.
—¿Qué quieres? —preguntó, y su tono gélido dejó claro que no estaba de humor para juegos.
Matthew alzó ambas manos en un gesto de rendición, pero su sonrisa no desapareció.
—Pues… hablar contigo. El día que intenté hacerlo, ya sabes, cuando estabas con Daisy, no tuvimos la privacidad suficiente.
Clara se cruzó de brazos, dejando que el aire frío de la noche enfriara un poco su irritación. Estaba confundida. ¿Por qué él, de entre todas las personas, insistía en hablar con ella?
—No confío en ti —respondió con firmeza—. Te lo dije esa tarde, Matthew. No eres una persona en la que confío.
Matthew soltó un suspiro y levantó la mirada hacia ella. Por un momento, su actitud relajada pareció desmoronarse.
—Mierda... —murmuró para sí mismo antes de volver a mirarla, ahora con un gesto que casi parecía suplicante—. ¿Puedes bajar? Por favor, solo una oportunidad.
Clara lo miró fijamente, tratando de descifrar si estaba siendo sincero o si solo quería burlarse de ella. Había algo en su tono, una mezcla de desesperación y honestidad, que la dejó descolocada. Por un instante, pensó en negarse rotundamente, pero la curiosidad comenzó a carcomerla.
—¿Y qué pasa si bajo? ¿Qué me vas a decir que no puedas decirme desde ahí? —preguntó, arqueando una ceja.
Matthew se pasó una mano por el cabello oscuro, claramente buscando las palabras adecuadas.
—No lo sé… pero no quiero que lo escuchen tus vecinos, o tu gata, o quien sea que esté en tu casa —bromeó, intentando aliviar la tensión.
Clara no pudo evitar soltar un pequeño bufido, aunque aún lo miraba con desconfianza.
—Es de madrugada, Matthew. No estoy bajando a hablar contigo.
—Entonces baja para lanzarme algo en la cabeza y que estemos a mano. —Matthew levantó los brazos, como ofreciéndose en sacrificio—. Pero, por favor, escúchame. Solo un minuto.
Clara rodó los ojos, frustrada con él… pero también consigo misma. Cerró la ventana sin decir una palabra y bajó las escaleras con cuidado, tratando de no hacer ruido. Mientras abría la puerta trasera, el aire frío de la noche la envolvió, y ahí estaba él, de pie, metiéndose las manos en los bolsillos y esperando pacientemente.
—¿Contento? —dijo, cruzándose de brazos mientras lo miraba con el ceño fruncido.
Matthew asintió con una sonrisa que, para su sorpresa, no era burlona, sino casi aliviada.
—Por ahora. ¿Podemos hablar ahora, o estás considerando tirarme algo?
La brisa fría de la madrugada revolvió el cabello de Clara mientras observaba a Matthew con una mezcla de escepticismo y curiosidad. No podía negar que había algo en su actitud que la descolocaba, como si debajo de esa fachada despreocupada y caótica hubiese una intención genuina. Pero Clara era práctica, una persona acostumbrada a mirar más allá de las palabras bonitas y los gestos superficiales. Así que, por ahora, lo miraba como si intentara descifrar un enigma.
—No, no te tiraré nada en la cabeza —dijo finalmente, cruzando los brazos mientras trataba de ignorar la peculiar sensación de calor en su pecho.
Matthew dejó escapar un suspiro dramático, inclinándose ligeramente hacia atrás como si hubiera esquivado un proyectil.
—Uf, qué alivio. No quería terminar la noche con una conmoción cerebral.
Clara rodó los ojos, pero no pudo evitar que un pequeño atisbo de sonrisa se asomara en sus labios. Matthew, con su chaqueta de cuero desgastada y esa manera casual de plantarse frente a ella, parecía tan fuera de lugar en el mundo ordenado que ella conocía. Sin embargo, ahí estaba, mirándola fijamente, como si buscara algo más en ella, algo que ni siquiera Clara estaba segura de poseer.
Matthew, en cambio, no podía apartar los ojos de ella. Había algo en la manera en que la luz de la luna jugaba con su cabello rubio, o en la forma en que sus ojos azules parecían contener un océano de pensamientos que él nunca podría entender del todo. Sentía un cosquilleo extraño en el pecho, esa sensación incómoda que nunca había experimentado con nadie más.
—Dijiste que no soy de confiar —comenzó él, con un tono que intentaba ser serio pero que, inevitablemente, estaba teñido por su estilo relajado—. Porque corto con hierba en el bolsillo y soy prácticamente un desastre andante.
—Sí, eso dije —respondió Clara, con frialdad.
—Bueno... no puedo discutir eso. Lo soy. Pero, ¿y si te dijera que quiero cambiar? —Matthew hizo una pausa, notando que ella seguía con los brazos cruzados, su mirada fija en él—. Clara, quiero conocerte. Quiero ganarme tu confianza. Así que…
Con un movimiento algo torpe, sacó un papel arrugado de su bolsillo trasero y lo extendió hacia ella. Clara arqueó una ceja, mirándolo como si hubiera perdido la cabeza.
—¿Qué es esto? —preguntó mientras tomaba el papel con cautela, sin abrirlo aún.
Matthew esbozó una sonrisa orgullosa, como si acabara de revelar el plan maestro del siglo.
—Un currículum. Para que se lo des a tu madre.
Clara parpadeó, confundida.
—¿A mi madre?
—Sí. Vi el aviso en el periódico. Necesita un chófer y mecánico para la funeraria, ¿no? —Matthew se encogió de hombros, intentando sonar casual, aunque había un ligero nerviosismo en su voz—. Supongo que para tener tu confianza debo empezar a tener un trabajo decente, ¿no?
Clara se quedó inmóvil, sosteniendo el papel como si fuera un artefacto desconocido. Su corazón dio un vuelco, y por un momento, las palabras se le escaparon. ¿De verdad estaba dispuesto a hacer algo así por ella? A cambiar, a buscar algo de estabilidad, solo para demostrarle que no era el desastre que todos decían que era.
—¿Lo dices en serio? —susurró, su voz traicionando un rastro de incredulidad—. ¿No es algún truco?
Matthew alzó las manos como si se rindiera, una sonrisa ladeada asomando en sus labios.
—Oye, no tengo tantas habilidades como para inventar un truco tan elaborado. Solo… dejemos que el destino haga su trabajo, ¿sí? Si consigo el empleo, podrás ver que soy más que un criminal en potencia.
Clara no pudo evitar soltar una risa suave, aunque el peso de sus pensamientos la mantuvo alerta.
—No puedo creer que estés considerando trabajar en una funeraria. ¿Sabes lo que implica eso, verdad?
—Claro. Conducir un coche genial, probablemente llevar un traje elegante... y lidiar con muertos. No es muy diferente a mis viernes por la noche. —Matthew le guiñó un ojo, claramente satisfecho con su broma.
Clara negó con la cabeza, reprimiendo otra sonrisa. A pesar de su incredulidad, había algo en su expresión, en la manera en que se rascaba la nuca y evitaba su mirada directamente, que le decía que hablaba en serio.
—Está bien, Matthew —dijo finalmente—. Pero si estás jugando conmigo, lo sabré. Y créeme, no querrás ver lo que pasa después.
Matthew levantó la mano derecha, como si estuviera haciendo un juramento solemne.
—Palabra de Tucker.
Ella suspiró y miró el papel en su mano antes de mirarlo a él nuevamente. Por primera vez, no supo si quería quedarse o huir. Matthew Tucker era un caos en su vida ordenada, y aunque eso debería asustarla, lo único que sentía era intriga.
¡segundo capitulo de esta novela pedorra! Por favor no les cuesta leerla y dejar su estrellita, eso hace que al menos esta historia se recomiende o no se, le estoy poniendo empeño.
▬▬▬▬ pequeño gráfico del capitulo dos.
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Gracias por cada comentario y apoyo a esta historia, se que no es su obligación pero saber que consideran que esto es bueno me hace sentir que al menos hago algo bien en este mundo
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