˚。⋆⌛04┊❛❛LET THEM LOOK ❜❜
⊹ ⪩⪨ ┆𝗰𝗵𝗮𝗽𝘁𝗲𝗿 𝗳𝗼𝘂𝗿: 𝗱𝗲𝗷𝗮𝗹𝗼𝘀 𝗺𝗶𝗿𝗮𝗿 ‹𝟥
❪ original story by river ❫
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La película seguía su curso con una escena de suspenso en la que la protagonista caminaba sola por un pasillo oscuro. Daisy y Clara estaban en plena discusión sobre si ella era estúpida por ir sola o valiente por enfrentarse al asesino, cuando la puerta de la habitación se abrió de golpe.
—¡BOOO!
Daisy gritó y saltó sobre la cama, tirando una bolsa de caramelos al suelo. Clara, con menos paciencia y mucho más acostumbrada a estos ataques sorpresa, solo suspiró.
—Jude, vete a la mierda —dijo, cruzándose de brazos.
Jude, que estaba muerto de risa apoyado en el marco de la puerta, alzó las manos en señal de inocencia.
—Tranquilas, tranquilas. Solo vine a ver qué hacen las señoritas en su exclusiva pijamada. ¿Puro chisme y películas cursis?
—Película de terror —lo corrigió Daisy, tomando una almohada y lanzándosela.
Jude la atrapó con facilidad y la abrazó contra su pecho con dramatismo.
—¡Auch! Daisy, heriste mis sentimientos. ¿Así es como tratas a un chico que te admira en secreto?
Daisy lo miró con una mezcla de diversión e incredulidad.
—¿Tú? ¿Admirarme?
—Por supuesto. —Jude le guiñó un ojo de manera exagerada—. Inteligente, sarcástica y con un gusto exquisito para las golosinas. Estoy considerando hacerme tu fan número uno.
Clara rodó los ojos mientras se acostaba de nuevo en la cama.
—Jude, si sigues hablando, Daisy se va a ahogar con el caramelo que está masticando.
—Nah, me gusta verla así, toda sorprendida por mis encantos —bromeó Jude, sentándose en el borde de la cama con total descaro.
Daisy, lejos de impresionarse, le lanzó otro caramelo a la cara.
—Por favor, Rosenberg, tus encantos son del nivel de un niño de primaria que tira del cabello a la niña que le gusta.
Jude sonrió como si acabara de recibir un cumplido.
—¿Eso significa que notas mi presencia?
—Significa que eres insoportable.
—Ajá, claro. Eso dicen al principio. Luego terminan cautivadas.
Clara suspiró, mirando a Daisy con una expresión de lástima fingida.
—Lo siento. No sé por qué lo dejamos salir de la cuna.
—Yo tampoco. —Daisy tomó un cojín y lo puso sobre la cabeza de Jude—. Tal vez deberíamos regresarlo.
Jude fingió ahogarse debajo del cojín, haciendo sonidos exagerados hasta que se desplomó dramáticamente en el suelo.
—Díganle a mamá que la quiero... y que me perdone por comérme última rebanada de pastel la semana pasada...
Clara aprovechó su caída para empujarle con el pie.
—Levántate, payaso.
Jude se reincorporó rápidamente, arreglándose el cabello como si nada.
—Bueno, bueno, veo que mi presencia no es bienvenida. Me iré... pero Daisy, si alguna vez te cansas de esta aburrida rubia, recuerda que tienes un Rosenberg más divertido a tu disposición.
Daisy puso cara de falso interés.
—Claro, lo tendré en cuenta... justo después de considerar mudarme a la otra punta del país.
Jude se llevó una mano al pecho, fingiendo estar herido.
—Ouch. Bueno, me retiro con dignidad. No lloraré... al menos no frente a ustedes.
Con una última sonrisa burlona, Jude salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Daisy negó con la cabeza.
—Tu hermano es ridículo.
—Sí, lo sé. Pero al menos te entretuvo.
Daisy suspiró, tomando otro caramelo.
—Supongo. Aunque si sigue coqueteando conmigo de esa manera, voy a empezar a preocuparme.
Clara rió y le dio un codazo amistoso.
—Tal vez en el fondo lo disfrutas.
Daisy frunció el ceño.
—¡Ni en un millón de años!
Ambas estallaron en risas, volviendo a concentrarse en la película, mientras Jude, desde el pasillo, sonreía para sí mismo, sabiendo que había logrado exactamente lo que quería: fastidiarlas y hacer que hablaran de él un rato más.
Jude bajó las escaleras con la intención de ir a la cocina por un vaso de leche, pero en cuanto puso un pie en la estancia, se encontró con su madre, Helene, sentada en la mesa con un montón de papeles frente a ella. Un cigarrillo descansaba en el cenicero a su lado, consumiéndose lentamente.
Él frunció el ceño.
—Creí que habías dejado de fumar.
Helene levantó la mirada con una ceja arqueada, pero en lugar de contestar de inmediato, tomó el cigarro con calma y dio una última calada antes de apagarlo en el cenicero.
—Creí que habías dejado de meterte en problemas, pero aquí estamos.
Jude sonrió de lado, pero no dijo nada. Se acercó y tomó el cigarro apagado, girándolo entre sus dedos con desinterés.
Su madre no fumaba a menudo, solo cuando estaba muy estresada. Y por la cantidad de ceniza en el cenicero, este era uno de esos días.
—¿Por qué estás despierta? —preguntó, señalando los papeles desperdigados por la mesa.
—Cuentas. Más cuentas. Y problemas con la funeraria. Nada que deba preocuparte.
Jude tomó un papel al azar y lo leyó por encima.
—¿Estamos en bancarrota o algo así?
—No. Pero tenemos que ajustarnos el cinturón. El negocio está más estable que hace un par de años, pero sigue habiendo gastos imprevistos.
Jude jugueteó con una servilleta entre los dedos, pensando en lo mucho que su madre cargaba sobre los hombros. No solo era la funeraria, era también criar a dos hijos completamente opuestos.
—¿Y qué tal la vida de Clara? ¿Perfecta como siempre?
Helene le lanzó otra mirada, esta vez con más interés.
—¿Qué significa eso?
Jude se encogió de hombros.
—Nada. Solo que... ella es Clara. Siempre hace lo correcto, siempre sigue las reglas, nunca da problemas.
—Y tú no eres así —terminó Helene por él.
—Exacto.
Su madre suspiró y cruzó las manos sobre la mesa.
—¿Te sientes en desventaja con tu hermana?
Jude se rió, pero no de una manera divertida.
—¿Qué si me siento en desventaja? Mamá, Clara es prácticamente un ángel. Yo... soy el payaso de la familia.
—No eres un payaso.
Jude hizo una mueca.
—Vamos, mamá. Es mi papel. Hacer reír, hacer bromas, ser el chico que no se toma nada en serio. Nadie espera mucho de mí, y eso está bien, ¿no?
Helene lo miró fijamente, como si intentara descifrarlo.
—¿Y si quiero esperar más de ti?
Jude sintió un nudo en la garganta que no esperaba.
—¿Por qué lo harías?
Su madre se inclinó hacia adelante y le tomó la mano con firmeza.
—Porque eres mi hijo. Y sé que debajo de todas esas bromas y ese sarcasmo, hay un chico increíblemente inteligente, talentoso y con un corazón más grande de lo que quiere admitir.
Jude tragó saliva y apartó la mirada. Por un momento pensó en hacer otra broma, desviar la conversación, pero algo dentro de él no lo permitió.
—Mamá... —Su voz sonó más seria de lo que quería—. ¿Alguna vez pensaste en mudarte de aquí?
Helene parpadeó, sorprendida por el cambio de tema.
—¿A qué te refieres?
Jude suspiró y apoyó los codos en la mesa.
—No sé... A veces siento que este pueblo no nos quiere. O al menos, no me quiere a mí.
Su madre frunció el ceño.
—¿Alguien te ha hecho sentir así?
Jude soltó una risa vacía.
—Por favor, mamá. Lo sabes tan bien como yo. La gente nos mira raro porque vivimos en una funeraria, porque papá se fue, porque no encajamos con el resto. ¿Sabes cuántas veces han hecho bromas sobre nosotros en la escuela?
Helene endureció la mandíbula.
—Jude...
—Hoy un idiota dijo que no debería preocuparme por mi futuro porque, de todos modos, terminaré trabajando en la funeraria. Y no de un lado, sino dentro de un ataúd.
Su madre se quedó en silencio.
—Eso no es solo una broma —dijo con un tono más frío del que Jude había escuchado antes—. Eso es acoso.
Jude se encogió de hombros.
—No es la primera vez que dicen cosas así. No soy Clara, no puedo ignorarlo y seguir con mi vida como si nada.
Helene lo miró con tristeza, como si acabara de darse cuenta de lo que su hijo estaba pasando.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Porque no quiero que me veas como un caso perdido.
—Nunca pensaría eso de ti, Jude.
Él se pasó una mano por el cabello y suspiró.
—A veces solo... extraño a papá.
El silencio que se formó entre ellos fue pesado. Jude no solía hablar de su padre, ni siquiera con Clara. Pero en ese momento, con su madre mirándolo con tanta comprensión, no pudo evitarlo.
—Si él estuviera aquí, tal vez las cosas serían distintas —dijo en voz baja.
Helene respiró hondo.
—Tal vez. Pero no podemos vivir pensando en lo que pudo haber sido. Estamos aquí, juntos. Y aunque el mundo sea injusto contigo, aunque los demás no vean lo increíble que eres, yo sí lo veo. Y quiero que tú también lo veas.
Jude sintió que la garganta le ardía, pero se obligó a sonreír.
—Vaya, mamá. Eso fue muy conmovedor. Deberías escribir discursos motivacionales.
Helene rió suavemente y le revolvió el cabello con cariño.
—Y tú deberías dormir un poco. Mañana seguirás siendo mi hijo brillante y problemático.
Jude sonrió antes de ponerse de pie.
—Buenas noches, mamá.
—Buenas noches, Jude.
Y aunque aún sentía el peso de sus pensamientos, se fue a dormir con la certeza de que, al menos, alguien siempre lo tendría en alta estima.
ˑ ִ ֗ 𓏲 💿 𓄹 ࣪ ˖ 𓂃
Matthew nunca se había imaginado que su vida daría un giro tan drástico. Apenas unas semanas atrás, su rutina consistía en despertar tarde, merodear por las calles sin rumbo fijo y meterse en problemas con Otis y el resto de los chicos del barrio. Pero ahora, ahí estaba, con un trapo en la mano y un balde de agua jabonosa a sus pies, limpiando una de las carrozas fúnebres de los Rosenberg.
—Si mis amigos me vieran ahora, me retirarían el carnet de chico malo —murmuró para sí mismo, tallando con energía el capó negro del vehículo.
Pero si había algo que hacía soportable la monotonía del trabajo, era su radio portátil. Un viejo cacharro de plástico negro con una antena doblada que llevaba a todas partes, colgado de su cinturón. La música le daba ritmo a su jornada, y en ese momento sonaba con fuerza una canción de Los Prisioneros:
"Por qué los ricos tienen derecho a pasarlo tan bien..."
Matthew sonrió al escuchar la letra.
—Maldita sea, qué temazo.
Sin importarle que estaba en medio del estacionamiento de la funeraria, comenzó a moverse al ritmo de la canción. Su limpieza dejó de ser una tarea seria y pasó a convertirse en un show improvisado. Tomó el trapo con una mano y lo usó como si fuera un micrófono mientras bailaba de un lado a otro, golpeando el capó con la otra mano como si fuera un tambor.
"Y los pobres tienen derecho a comer y a llorar"
Matthew señaló dramáticamente hacia el cielo como si estuviera en un videoclip y se subió de un brinco al estribo de la carroza, moviéndose con exageración.
Pero lo que no sabía era que no estaba solo.
Desde la ventana del segundo piso, Clara Rosenberg lo observaba con los brazos cruzados y una expresión entre divertida y escéptica.
—Dios... —murmuró, apoyando la frente contra el marco de la ventana—. ¿Qué rayos está haciendo?
Lo conocía lo suficiente como para saber que Matthew Tucker era un caos andante, pero nunca lo había visto así.
—Por lo menos está trabajando… supongo.
Cuando la canción terminó, Matthew saltó de la carroza con una gran sonrisa de satisfacción, pero en cuanto alzó la vista, la vio.
Clara, espiándolo desde la ventana.
Sonrió con picardía y le hizo un gesto con la mano para que bajara.
—¡Vamos, Rosenberg! No te hagas la difícil, sé que estabas viéndome.
Clara se apartó rápidamente de la ventana, pero él no se rindió.
—Si no bajas, asumiré que estabas embobada viéndome bailar.
La rubia volvió a asomarse solo para fulminarlo con la mirada.
—¡Cállate, Tucker!
—¡Vamos, no me castigues por ser encantador!
Ella rodó los ojos, pero, después de dudarlo un segundo, salió por la puerta trasera de la funeraria.
—¿Qué quieres?
Matthew alzó las manos con inocencia.
—¿Yo? Nada. Solo quería hacerte compañía. Y, bueno… quizás enseñarte a divertirte un poco.
—¿Divertirme?
Él asintió y, como si el universo estuviera de su lado, en la radio comenzó a sonar una canción diferente. Una melodía más suave, de esas que se sentían como un abrazo.
Matthew sonrió.
—Oh, esto es el destino.
—No me digas… —Clara cruzó los brazos, sospechando a dónde quería llegar con eso.
—Sí, Rosenberg. Esto significa que tenemos que bailar.
—Ni lo sueñes.
Pero Matthew ya estaba extendiendo la mano hacia ella.
—Vamos, no seas aburrida.
Clara lo miró como si estuviera a punto de negarse otra vez, pero, por alguna razón, no lo hizo.
Suspiró, pero no se apartó cuando él la tomó suavemente de la mano y la acercó.
—Tucker, si alguien nos ve…
—Déjalos mirar.
Colocó una mano en su cintura y comenzó a moverse lentamente, guiándola con torpeza pero con entusiasmo.
—Dios, no tienes ni idea de lo que estás haciendo, ¿verdad?
—No, pero finjo muy bien.
Clara no pudo evitar reírse.
Los movimientos eran suaves, sin prisas. Solo un ligero vaivén, balanceándose de un lado a otro mientras la música llenaba el aire.
Por primera vez en mucho tiempo, Clara se permitió simplemente estar en el momento. No analizarlo, no cuestionarlo… solo sentirlo.
Y Matthew, por su parte, parecía disfrutar cada segundo de la cercanía.
—Bailas bien, Rosenberg.
—Tú no tanto, pero se aprecia el esfuerzo.
Él rió.
—Eso significa que podemos repetirlo otro día.
Clara levantó la mirada, lista para responder algo sarcástico, pero no tuvo la oportunidad.
—¿¡PERO QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ!?
La voz de Helene Rosenberg retumbó como un trueno, rompiendo el encanto del momento.
Clara y Matthew se separaron en un segundo como si hubieran sido descubiertos haciendo algo ilegal.
Helene estaba parada en la puerta trasera de la funeraria con las manos en la cintura y una ceja arqueada.
—¡Mamá! —Clara se apresuró a soltarse de Matthew—. No es lo que parece.
—Oh, ¿no? Porque parece que mi hija y mi nuevo empleado estaban bailando en pleno horario de trabajo.
Matthew, que normalmente tenía una respuesta rápida para todo, se quedó en silencio.
—Eh… bueno, técnicamente sí estábamos bailando. Pero en mi defensa, la radio nos obligó.
Helene entrecerró los ojos.
—¿La radio?
—Sí, señora Rosenberg. La música empezó a sonar y, bueno, sucedió.
Clara le dio un codazo en las costillas.
—¡Cállate, Tucker!
Matthew se rió, pero Helene suspiró, llevándose una mano a la frente.
—Clara, necesito que vengas adentro a ayudarme con unos documentos. Y tú —miró a Matthew—, sigue limpiando las carrozas.
—Por supuesto, jefa —respondió él, llevándose la mano a la frente en un saludo militar.
Clara lanzó una última mirada a Matthew antes de seguir a su madre adentro, sintiendo cómo su corazón latía más rápido de lo normal.
Y Matthew, mientras la veía alejarse, solo sonrió para sí mismo.
—Sí, definitivamente vamos a repetirlo.
Clara siguió a su madre al interior de la funeraria con el corazón aún latiéndole con fuerza. Su mente seguía en el estacionamiento, en la sensación de las manos de Matthew sobre su cintura, en la forma en que la había mirado cuando la guiaba torpemente en aquel improvisado baile.
¿Qué le pasaba? ¡Era Matthew Tucker! El mismo chico que había sido detenido corriendo con una bolsita de hierba, el mismo que tenía fama de mujeriego y problemático.
Sacudió la cabeza y se concentró en seguir a Helene, quien la condujo a su oficina. Era un lugar ordenado, con archivadores llenos de documentos, una lámpara de escritorio que emitía una luz cálida y una taza de té todavía humeante.
Helene tomó asiento detrás de su escritorio y observó a su hija con una sonrisa que a Clara no le gustó nada.
—¿Qué? —preguntó la rubia, cruzándose de brazos.
—Nada, nada —respondió Helene con fingida inocencia—. Solo que hacía mucho tiempo que no te veía así.
—¿Así cómo?
—Relajada. Divirtiéndote. Sonriendo.
Clara frunció el ceño, pero su madre no parecía dispuesta a soltarla tan fácil.
—¿Sabes? Cuando me pediste que le diera una oportunidad a Tucker, pensé que estabas siendo impulsiva. Pero ahora veo que hay algo más.
Clara sintió el calor subirle a las mejillas.
—Mamá, no es lo que piensas.
—¿Ah, no?
—¡No! Yo solo… no sé, él es un caos. Y no en el buen sentido. No sigue reglas, no le importa lo que los demás piensen, siempre se mete en problemas…
—Y, sin embargo, estás aquí defendiéndolo.
Clara apretó los labios. No tenía una respuesta para eso.
Helene se inclinó un poco sobre el escritorio, observando a su hija con curiosidad.
—Clara, siempre has sido una chica responsable. Siempre has seguido las reglas, has hecho lo correcto. Y eso está bien, estoy orgullosa de ti por ello. Pero a veces, seguir las reglas no lo es todo.
La joven desvió la mirada, incómoda.
—No sé por qué hablas como si esto fuera algo serio. Apenas y lo soporto.
Helene soltó una risa suave.
—Claro, claro. ¿Y por eso estabas bailando con él en medio del estacionamiento?
Clara abrió la boca para responder, pero no encontró ninguna excusa que sonara convincente.
Su madre le dirigió una mirada comprensiva.
—No digo que Matthew Tucker sea el chico ideal. Pero sí veo que, de alguna forma, logra sacarte de tu zona de confort. Y eso no es necesariamente algo malo.
Clara se quedó en silencio, jugando con el borde de su suéter.
Helene se levantó y caminó hasta donde estaba su hija, colocando una mano suave en su hombro.
—Solo ten cuidado, cariño. No quiero verte lastimada.
Clara asintió, sin estar segura de qué responder.
Pero en su mente, las palabras de su madre se quedaron resonando. Porque, por más que lo negara, había algo en Matthew Tucker que la hacía sentir diferente. Y eso, más que cualquier otra cosa, era lo que más la asustaba.
El sol empezaba a descender en el horizonte cuando Matthew salió de la funeraria, todavía limpiándose las manos en un trapo sucio. Había pasado la tarde lidiando con autos fúnebres y, para su sorpresa, no había sido tan terrible. Al menos, tenía algo que hacer con sus manos y, lo más importante, podía ver a Clara de vez en cuando.
No es que estuviera obsesionado con ella ni nada… pero tampoco es que le molestara.
Justo cuando encendía un cigarro, sintió una presencia a su lado.
—¿Sabes que fumar te va a matar, no?
Matthew giró la cabeza y vio a Jude apoyado contra la pared de la funeraria, con los brazos cruzados y una sonrisa traviesa en el rostro.
—Mira quién habla —respondió Matthew, exhalando el humo—. ¿No eres tú el que come caramelos a cada rato? Seguro morirás antes que yo de diabetes.
Jude rodó los ojos y se acercó un poco más.
—Así que trabajas con nosotros ahora, ¿eh? ¿Cómo te sientes sabiendo que tu primer empleo es en una funeraria?
—Siento que mi vida ha tocado fondo, pero al menos ahora no tengo que correr cuando veo a un policía.
Jude rió.
—Eso es un avance.
Hubo un breve silencio antes de que Jude lo mirara con atención, como si estuviera analizando algo.
—A ver, Matthew… quiero hacerte una pregunta.
—Dispara.
—¿Te gusta mi hermana?
Matthew tosió, casi atragantándose con su propio humo.
—¿Qué? ¡No! —soltó rápidamente—. O sea… es guapa, pero… no, no, nada de eso.
Jude arqueó una ceja.
—Sí, claro. Por eso la miras como si fuera un maldito unicornio cada vez que pasa cerca de ti.
—¡No la miro así!
—Hermano, hasta mamá se dio cuenta.
Matthew se pasó una mano por la cara, frustrado.
—¿Y qué? Si me gusta… ¿qué?
Jude sonrió, como si estuviera esperando esa respuesta.
—Pues, mira, te tengo una propuesta.
—Si es algo ilegal, no quiero.
—No es ilegal, idiota.
Matthew suspiró.
—¿Entonces qué?
Jude se cruzó de brazos, disfrutando de la situación.
—Te voy a ayudar con Clara.
Matthew entrecerró los ojos.
—¿Por qué harías eso?
—Porque esto es muy divertido —respondió Jude con una sonrisa burlona—. Y porque Clara es demasiado terca como para aceptar que te soporta.
Matthew bufó.
—Bueno, gracias por el cumplido.
Jude ignoró su sarcasmo y continuó.
—Voy a decirte cosas que le gustan a mi hermana. Pero si le dices que yo te ayudé, juro que pondré bichos en tu cama.
Matthew rió.
—Suena justo.
—Bien. Empecemos.
Jude se aclaró la garganta, adoptando una pose dramática.
—Clara adora los gatos. Punto a tu favor, porque tú tienes esa bola de pelos en tu casa.
—Chato es más rudo que adorable, y es un perro, genio...pero bien. Anotado....
—Le encantan las películas de Audrey Hepburn. Si mencionas Desayuno en Tiffany’s y finges que sabes de qué trata, te ganas un punto extra.
—Ah, sí, la de la tipa con el cigarro y la perla en la cabeza.
—No te atrevas a llamarla ‘la tipa con el cigarro y la perla en la cabeza’ delante de Clara.
—Entendido.
Jude sonrió, disfrutando su papel de mentor.
—Le gusta la música, pero no cualquier cosa. Prefiere el rock británico, algo de new wave y odia la música disco.
Matthew hizo una mueca.
—Eso duele, hombre.
—Si quieres impresionarla, aprende un poco sobre The Smiths o The Cure.
—¿No puedo simplemente hacerme el interesante y misterioso?
—No, porque eres tú, y de misterioso no tienes nada.
Matthew rodó los ojos, pero no pudo evitar reírse.
Jude lo miró con una sonrisa cómplice.
—Mira, no te voy a mentir. No me agradas del todo.
—Qué alentador.
—Pero —continuó Jude— te has quedado más tiempo del que esperaba. Eso significa que, o eres realmente terco y estúpido, o realmente te importa algo más que solo molestar a mi hermana.
Matthew sintió un pequeño peso en el pecho. No estaba acostumbrado a que lo tomaran en serio.
—¿Y qué pasa si me interesa en serio?
Jude lo miró fijamente por un momento, como evaluándolo. Luego sonrió.
—Entonces, buena suerte, cuñado.
Matthew casi se atraganta otra vez.
—¡No me llames así!
Pero Jude ya se estaba alejando, riéndose mientras entraba de nuevo a la funeraria.
Matthew se quedó en el lugar, sacudiendo la cabeza con incredulidad.
Definitivamente, trabajar con los Rosenberg iba a ser más entretenido de lo que pensaba.
ˑ ִ ֗ 𓏲 💿 𓄹 ࣪ ˖ 𓂃
El cielo se teñía de tonos naranjas y violetas cuando Matthew salió de la funeraria, con las manos en los bolsillos y una melodía de Los Prisioneros todavía sonando en su cabeza. Caminaba con su típico aire despreocupado, dando pequeños saltos sobre las líneas de las baldosas del pavimento como si fuera un juego infantil.
El día no había estado tan mal, especialmente después de su conversación con Jude. El mocoso había sido un fastidio, sí, pero al menos ya no lo veía como una plaga indeseable. Que le ofreciera consejos para acercarse a Clara era una señal de progreso.
—"¿Futuro cuñado?" —se repitió con una sonrisa divertida, sacudiendo la cabeza—. Ese niño tiene demasiada confianza en mí.
Pero justo cuando dobló la esquina de una calle poco transitada, una mano fuerte lo agarró del brazo, jalándolo con brusquedad hacia un callejón angosto entre dos edificios.
Antes de poder reaccionar, su espalda chocó contra la fría pared de ladrillos.
—¿Qué mier…?
Una silueta se interpuso entre él y la salida del callejón.
Elijah Abbott
El chico de la academia de policía. El tipo que se creía una especie de sheriff en entrenamiento, con su uniforme de ayudante desaliñado y el ceño fruncido. Matthew no lo conocía bien, pero sabía dos cosas de él: que se tomaba demasiado en serio su trabajo y que tenía debilidad por una cierta rubia.
—¿Sabes lo que pasa cuando un insecto intenta acercarse demasiado a algo que no le pertenece? —dijo Elijah con voz grave y peligrosa.
Matthew parpadeó.
—¿Es un acertijo? Porque si lo es, me vendría bien una pista.
No terminó la frase cuando sintió un puño impactar directamente en su estómago.
El aire se le escapó de los pulmones, y se inclinó ligeramente, tratando de recuperarse.
—¡Mierda! —tosió—. No sé qué me dolió más, el golpe o la falta de originalidad en tu frase de villano barato.
Elijah no se rio. En cambio, lo empujó otra vez contra la pared, esta vez sujetándolo del cuello de la chaqueta.
—Escúchame bien, Tucker —gruñó—. Sé que andas rondando a Clara.
Matthew, a pesar del dolor, sonrió de lado.
—¿Y qué si lo hago? ¿Eso te pone nervioso?
Elijah apretó la mandíbula.
—Clara no es para tipos como tú.
Matthew arqueó una ceja.
—¿"Tipos como yo"? ¿Te refieres a increíblemente guapos y con un impecable sentido del humor? No es mi culpa ser jodidamente encantador
El golpe en la mejilla le dejó un zumbido en la cabeza.
—Mierda… —gruñó, sintiendo el sabor metálico de la sangre en su boca—. ¿Sabes? Realmente deberías canalizar esta agresividad en algo más productivo. Boxeo, quizás.
Elijah lo ignoró y lo miró con puro desprecio.
—Clara merece alguien que no arrastre problemas. Alguien que no sea un delincuente en potencia.
Matthew se mordió el interior de la mejilla, pero su sonrisa no desapareció del todo.
—¿Y tú crees que eres esa opción perfecta para ella?
Elijah no respondió, pero la forma en la que apretó los dientes decía más que mil palabras.
—Tú no entiendes, ¿verdad? —dijo con voz grave—. Ella es luz, Tucker. No tiene por qué ensuciarse con alguien como tú.
El comentario le caló más de lo que esperaba.
Por un instante, un fugaz pero real instante, Matthew dudó.
Porque, en el fondo, Elijah no estaba completamente equivocado.
Clara era ordenada, correcta, el tipo de persona que hacía las cosas bien. Su mundo era meticuloso y estructurado, mientras que el de él era… un maldito desastre.
Pero justo cuando esos pensamientos empezaban a asentarse en su cabeza, Matthew levantó la vista y sonrió, con la sangre aún fresca en los labios.
—Lamento decirte que no puedo prometer que me alejaré.
Elijah frunció el ceño.
—¿Qué dijiste?
Matthew se encogió de hombros.
—Que no puedo prometerlo —repitió con total naturalidad—. Porque, a diferencia de ti, al menos yo tengo los cojones de intentarlo.
El puñetazo que le cayó esta vez fue lo suficientemente fuerte como para hacerlo tambalear. Elijah lo dejó caer al suelo con un empujón y lo miró con desprecio.
—Mantente lejos de ella —ordenó.
Matthew se quedó en el suelo, riéndose entre dientes a pesar del dolor.
—No prometo nada, oficial.
Elijah resopló, limpiándose las manos como si hubiera tocado algo sucio, y se alejó del callejón.
Matthew se quedó allí un rato, sentado con una mano sobre la mejilla golpeada.
—Genial —murmuró—. Esto va a dejar marca.
Pero mientras se ponía de pie, cojeando ligeramente, su mente se llenó de preguntas que no podía ignorar.
¿Y si Elijah tenía razón?
¿Y si, después de todo, él solo iba a terminar arrastrando a Clara a algo que no merecía?
Sacudió la cabeza y escupió un poco de sangre al suelo.
—No.
Porque, mierda, no era solo él el que insistía en esto.
Clara lo miraba de una forma que le decía que también estaba confundida, que también sentía algo.
Y mientras existiera esa posibilidad, él no iba a alejarse.
No importaban los golpes. No importaban las advertencias.
Él seguiría intentándolo.
Matthew caminaba con paso lento por las calles del barrio, sintiendo cada golpe en su cuerpo como si fueran pequeñas llamas ardientes que se encendían con cada movimiento. Su mejilla estaba hinchada, el labio partido y el estómago le dolía con cada respiro. Pero, a pesar del dolor físico, lo que realmente lo atormentaba era lo que Elijah había dicho.
"Clara no es para tipos como tú."
Esas palabras se habían quedado incrustadas en su cabeza como una espina imposible de arrancar.
Cuando finalmente llegó a la puerta de su casa, tomó aire antes de girar la perilla y entrar.
El sonido de la televisión encendida y el aroma de la comida caliente fueron lo primero que lo recibió. Su madre, Yolanda, estaba sentada en el sofá, con un cigarro entre los dedos y la mirada perdida en un programa que seguramente no estaba viendo con atención.
Pero en cuanto vio a su hijo entrar, su expresión cambió por completo.
—¡Dios Santo, Matthew! —exclamó, saltando del sofá al ver su rostro golpeado—. ¡Pero qué demonios te pasó!
Él cerró la puerta con calma, evitando su mirada.
—No es para tanto, mamá.
—¿No es para tanto? ¡Parece que te pasó un maldito camión por encima! —se acercó rápidamente, tocando su mejilla con manos temblorosas—. ¿Quién te hizo esto?
Matthew se encogió de hombros y se dejó caer en una de las sillas de la cocina.
—Un idiota con problemas de ego.
—No me salgas con tonterías, Matthew. —La voz de Yolanda cambió a ese tono peligroso, ese que anunciaba que estaba perdiendo la paciencia—. Dime la verdad, ¿fue por negocios turbios? ¿Te metiste en problemas otra vez?
Él suspiró, frotándose el rostro con frustración.
—No, mamá.
—No te creo.
—¡Pues deberías! —Matthew alzó la voz, golpeando la mesa con el puño.
El silencio cayó sobre ellos como un peso insoportable. Yolanda lo miraba con una mezcla de enojo y miedo.
—¿Entonces qué pasó? —preguntó con menos furia y más preocupación.
Matthew desvió la mirada.
—Fue por Clara.
Yolanda frunció el ceño.
—¿Clara? ¿La chica de la funeraria?
Él asintió, soltando una risa amarga.
—Sí, parece que hay gente a la que no le gusta la idea de que me acerque a ella.
Yolanda cruzó los brazos.
—¿Quién?
—Un aprendiz de policía que cree que tiene derecho a decidir con quién puede estar ella.
Yolanda exhaló un suspiro largo, sentándose en la silla frente a él.
—Dios, hijo…
Hubo un momento de silencio en el que solo se escuchaba el ruido de la televisión en el fondo.
Luego, Matthew se pasó una mano por el cabello y murmuró:
—Mamá, creo que Elijah tenía razón.
Yolanda parpadeó.
—¿Qué?
—Que no soy lo suficientemente bueno para ella. —Su voz se quebró un poco, y apretó los puños sobre sus rodillas—. No importa cuánto lo intente, no importa si ahora tengo un trabajo "decente"… sigo siendo yo.
El nudo en su garganta se hizo insoportable.
—Soy un desastre, mamá. —susurró—. Siempre lo he sido. No tengo nada que ofrecerle. Y ella… ella es jodidamente perfecta.
Yolanda sintió su corazón romperse al ver a su hijo así.
Había visto a Matthew enojado, frustrado, desafiante… pero nunca tan vulnerable. Nunca con los ojos llenos de lágrimas que se negaban a caer.
Con cuidado, se acercó y tomó sus manos.
—Escúchame bien, Matthew. —Su voz fue firme, pero cálida—. Tú no eres basura. Y nadie, ni siquiera un idiota con placa, tiene derecho a hacerte sentir así.
Él negó con la cabeza, pero ella lo sujetó con más fuerza.
—¿Sabes por qué Clara se sigue acercando a ti?
Matthew no respondió.
—Porque ella ve algo en ti que tú mismo no ves.
El silencio se alargó.
Yolanda soltó un suspiro, acariciándole el cabello con ternura.
—¿Sabes qué veo yo?
Matthew la miró con ojos enrojecidos.
—Veo a un chico que ha tenido que luchar más de lo que le tocaba. Veo a mi hijo, que ha cometido errores, sí, pero que tiene un corazón enorme. Y veo a alguien que, a pesar de lo que piensa, es más que suficiente.
Él apretó los labios y miró hacia el techo, tratando de contener las lágrimas.
Pero cuando su madre lo abrazó, ya no pudo detenerlas.
Lloró en silencio, con el rostro enterrado en su hombro, dejando salir todo lo que había estado reprimiendo.
Yolanda lo sostuvo con fuerza, acariciándole la espalda como cuando era niño.
—No dejes que nadie decida tu valor, Matthew. —susurró—. Ni siquiera tú mismo.
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Clara estaba recostada en su cama, jugando distraídamente con el cable del teléfono mientras la lluvia golpeaba suavemente la ventana de su habitación. La luz tenue de su lámpara de escritorio iluminaba la pila de libros y revistas que había dejado esparcidas tras una tarde de estudio, pero su mente estaba en otro lado.
Sostuvo el auricular entre las manos y miró el número anotado en un pequeño papel. No era tarde, pero tampoco quería parecer ansiosa. Apretó los labios, sintiendo un ligero nudo en el estómago, pero decidió ignorarlo y marcar.
El tono sonó una, dos, tres veces…
—¿Casa de los Tucker?
La voz femenina al otro lado de la línea la tomó por sorpresa.
—Oh… eh… ¿Hola? ¿Podría hablar con Matthew?
Hubo un breve silencio y luego una risita cálida.
—Ah, tú debes ser Clara.
Clara parpadeó, confundida.
—Sí…
—Soy Yolanda, la madre de Matthew.
¡Oh, no! ¿Qué debía decir en este caso?
—Oh… eh, mucho gusto, señora Tucker.
—Llámame Yolanda, querida. —respondió la mujer con amabilidad—. Déjame decirte que no sabes cuánto te agradezco por darle ese trabajo en la funeraria.
—Bueno, en realidad no fui—
—No, en serio. —Yolanda la interrumpió con suavidad—. Ese chico ha estado perdido por mucho tiempo, y ahora… ahora parece más enfocado. Y sé que tienes mucho que ver con eso.
Clara sintió sus mejillas calentarse.
—Yo solo…
—Solo le diste un propósito, Clara. —dijo Yolanda con cariño—. Y créeme, eso significa mucho para mí.
Antes de que Clara pudiera responder algo más, Yolanda gritó en el fondo:
—¡MATTHEW! ¡Deja de hacerte el muerto y contesta el teléfono!
Se escucharon ruidos, un golpe y un murmullo de protesta, seguido de unos pasos pesados. Finalmente, otra voz tomó la línea.
—Bambolotta.
Clara se tensó de inmediato.
—Deja de llamarme así.
—¿Entonces para qué llamas a esta hora? ¿No puedes dormir sin escuchar mi voz?
Clara rodó los ojos con fuerza, aunque una pequeña sonrisa amenazó con asomarse en sus labios.
—No seas ridículo.
Matthew rió, y Clara casi pudo imaginar su sonrisa arrogante al otro lado de la línea.
—Entonces dime, ¿a qué debo el honor de esta llamada nocturna?
—Solo quería saber si todavía quieres ir a la tienda de discos mañana.
—¿Bromeas? Claro que sí.
—Bien, entonces nos encontramos al mediodía.
Matthew hizo un sonido de aprobación.
—No puedo esperar para ver qué clase de música pretendes hacerme escuchar. Seguro que algo súper refinado y aburrido.
—No toda la música puede ser sobre robar autos y romper corazones, Matthew.
—Si no es así, ¿entonces qué sentido tiene?
Clara negó con la cabeza, divertida.
—Solo… no llegues tarde.
—Por ti, Bambolotta, hasta llego temprano.
Clara se detuvo un momento, sintiendo un ligero escalofrío.
—Oye…
—¿Mmm?
—¿Qué significa Bambolotta?
Hubo un silencio breve.
—Eh…
—¿No sabes qué significa?
—Bueno… —Matthew sonaba un poco incómodo, algo inusual en él—. Digamos que lo escuché alguna vez y… me pareció que te quedaba bien.
Clara entrecerró los ojos.
—Así que me llamas así y ni siquiera sabes qué significa.
—Exactamente. —dijo sin vergüenza alguna.
Clara suspiró.
—Eres un caso perdido.
—Oye, oye, tranquila. —respondió con su tono encantador—. Prometo averiguarlo solo por ti. Daré mi vida si es necesario.
—Eso no será necesario, gracias.
—Pero lo haré de todos modos.
Clara sintió que su pecho se apretaba un poco.
—Hasta mañana, Matthew.
—Duerme bien, Bambolotta.
Colgó antes de que su estómago hiciera alguna tontería, como llenarse de mariposas.
Clara dejó el teléfono en su mesita y cruzó los brazos. ¿Por qué Matthew la llamaba así? ¿Por qué sonaba tan natural en su boca?
Frunció el ceño y se levantó de la cama. En la esquina de su cuarto, una vieja estantería de madera sostenía libros de su madre, enciclopedias y diccionarios en varios idiomas.
Se acercó, pasó los dedos por los lomos de los libros hasta encontrar uno de italiano. Lo sacó, se sentó en su cama y comenzó a buscar.
Sus ojos recorrieron las palabras hasta que finalmente lo encontró.
Bambolotta: (sust.) Muñequita.
Clara sintió su rostro arder.
Cerró el libro de golpe y lo dejó a un lado.
—Maldito Matthew…
Se hundió bajo las mantas, con el corazón latiéndole con fuerza, mientras una sonrisa involuntaria se dibujaba en su rostro.
Hola gente del público, que puto coraje traigo atorado por los grammys, por eso no publique nada ayer, tenía un maratón y la pinché Beyoncé me lo arruinó.
Gracias Beyoncé por....
Btw primero que nada gracias a los que comentan esta novela que hago con amor y por no ser lectores fantasmas ctm como odio esa wea.
En fin
▬▬▬▬PEQUEÑO GRAFICO DEL CAPITULO
Si, si pepita se que no es un manip pero miren es un moodboard de mis hijos 😭👍🏻
⋆ ❱ DEDICATORIAS 𐙚
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Pura gente guapa aquí wn
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