REUNIÓN

CAPÍTULO TREINTA

Reunión,

— Creí que debería de usar un vestido hoy también. — Rio Kyomi mientras tomaba aquellos pantalones blancos y la camisa azul marino.

— No permitiré que unos cualesquiera vean tu cuerpo en un vestido. — Haruchiyo soltó una fuerte nalgada en el trasero descubierto de la mujer, quien se quejó por lo bajo. — Eres solo mía.

— Lo has dejado en claro bastantes veces. — Watanabe se giró, enrollando sus brazos alrededor del cuello del mayor. — Está bien para mí usar pantalón.

Sus labios se unieron en un suave beso que, con el paso de los segundos, comenzó a volverse deseoso y desesperado.
Ambos cayeron sobre la cama, el peli-rosa sobre la castaña quien enrolló sus piernas en la cintura del contrario.

— No podemos tener sexo ahora. — Susurró Sanzu, gruñendo con molestia. — Maldita sea con la reunión.

— Podemos hacerlo después. — Kyomi dejó un suave beso en la mandíbula del hombre. — No te molestes por eso.

— Bien... — Haruchiyo miró a la mujer a los ojos. — Más te vale no irte con alguno de los hermanos.

— ¿Y qué tal si me voy con otro? — Sanzu frunció el ceño. — Kokonoi es guapo.

— Que ni se te ocurra acercarte a ese imbécil.

Watanabe rio asintiendo. Tras ponerse ambos de pie, la castaña se vistió con lo traído por el mayor, Sanzu le esperaba en la sala de estar en donde también estaban Kakucho y Takeomi.
Un par de retoques y la mujer bajó al living, llamando la atención de su hombre quien se puso en pie, acercándose a ella.

— ¿Lista? — Watanabe asintió. — Nos vamos.

— ¿Llevas todo? — Cuestionó Kakucho.

— Sí.

Los cuatro subieron a una bonita limusina negra, Kyomi iba entre Sanzu y Kakucho quien le miraba de vez en cuando, la mujer notó esto, por supuesto. Una sonrisa malvada se estiró en su rostro.

— Dime, Kakucho... Eres el tercero de esta extraña organización ¿No es así? — El mencionado le miró.

— Lo soy. — Confirmó el pelinegro.

— Ya veo. — Los ojos de la castaña fueron hacia Haruchiyo, quien miraba algo en su teléfono. — Y Haru es el número dos ¿Correcto?

— ¿Haru? — El ceño de Kakucho se frunció por unos segundos, después asintió. — Sí, podría decirse que es la mano derecha de Mikey.

— Mikey es el jefe, y los demás son ejecutivos. — Kyomi asintió. — Ahora comprendo todo, gracias por aclarármelo.

— No es nada.

— Eres un buen hombre ¿Lo sabías? — Un suave tono rosa se instaló en las mejillas del hombre de gran cicatriz. — Estoy segura de que, si algún día te llegas a casar, la persona a tu lado será muy afortunada.

— Te lo agradezco.

— ¿Por qué le estás diciendo eso? — Interrumpió Sanzu, llamando la atención de ambos. — ¿Qué intentas?

— ¿Qué intento? Absolutamente nada, solo digo la verdad. — Una sonrisa inocente se estiró en el rostro de la mujer. — Creo que ser tu esposa sería una maravilla, Kaku.

— ¿Kaku? — Pronunciaron Kakucho y Haruchiyo a la vez.

Takeomi, quien estaba de espectador sólo pudo reír por lo bajo, estaban más que claras las intenciones de aquella mujer entre medio de ambos hombres.

— Ya cállate. — Ordenó Sanzu. Watanabe frunció su ceño.

— ¿Por qué de repente me tratas tan mal, Haru? — Kyomi suspiró fingiendo tristeza. — Bien.

Haruchiyo le observó por unos segundos, después elevó la mirada notando los ojos del tercero de Bonten sobre su mujer, observándola muy entretenido.

— Kyomi. — La castaña le miró. La sorpresa de ambos se dio a ver cuándo el peli-rosa unió sus labios con los de la mujer en un desesperado beso húmedo, Kakucho apartó la mirada cuando se unieron los lengüetazos y rastros de saliva entre ambos, era incómodo.

El vehículo se detuvo una vez llegaron a su destino, Kyomi pudo observar a través de la ventanilla del automóvil un viejo edificio abandonado que parecía estar a punto de venirse abajo. Los cuatro descendieron del vehículo.

— Kyomi. — La castaña posó sus ojos sobre Haruchiyo una vez más, notando cómo este le apartaba un poco de los otros dos hombres. — Presta atención.

— ¿A qué?

— A esto. — Sanzu le mostró un arma. — Esto es lo que debes de hacer. — Señaló, preparando el arma para disparar. — Después apunta y tira del gatillo.

— ¿Por qué me enseñas esto? — Kyomi sintió al hombre girarle, colocando el arma a un costado bajo el cinturón que sostenía su pantalón, cubriéndola después con su camisa.

— Nunca se sabe con qué clase de imbécil trataremos, mantente alerta siempre ¿Entendido? Kakucho se mantendrá a tu lado en todo momento.

— Está bien. — Sanzu le giró nuevamente, uniendo sus labios en un corto beso.

— Andando.

Juntos se unieron a Kakucho y Takeomi y los cuatro finalmente entraron al edificio. Kyomi pudo notar las muchas escaleras que subieron hasta llegar al piso más alto de aquel edificio, en el sitio ya había varias personas. En la entrada estaban los hermanos vigilando quienes entraban al sitio y en el centro Mikey se encontraba sentado sobre una silla, sus ojos cerrados mientras sostenía un arma entre sus manos.

— Mikey. — El mencionado abrió sus ojos al escuchar la voz de Sanzu, sus orbes rápidamente se posaron en la mujer al lado de su subordinado. — Ella no estorbará.

Manjiro no respondió, solamente miró a los dos hermanos quienes salieron del sitio acompañados por Mochizuki y Takeomi, ellos cuatro se encargarían de cuidar los alrededores.

— ¿Cuándo vendrán? — Cuestionó Kakucho, mirando el sitio detenidamente.

— No tardarán en llegar. — Sanzu tomó la muñeca de Kyomi, llevándola hasta una esquina de la sala, sentándola sobre unas cajas viejas. — No te muevas de aquí. Kakucho, por ninguna razón apartes tus ojos de ella en ningún momento.

— No debes preocuparte por eso.

Sanzu volvió al lado de Manjiro, Watanabe pudo notar como el hombre de rosados cabellos era fiel a su jefe, la posición firme detrás del líder le era curiosa, en especial aquella mirada en sus ojos, dispuesto a hacer cualquier cosa por el hombre frente a él.

Unas pisadas en el sitio resonaron desde lejos, y pronto dos hombres entraron siendo escoltados por Ran, quien tras una rápida mirada al sitio se retiró nuevamente.

— Mikey. — Saludó uno de ellos, el otro se encargó de ver cuántas personas había en el sitio, una sonrisa se estiró en su rostro al notar a la mujer en la esquina, y a su lado Kakucho, quien le cuidaba atentamente.

— Ve al grano. — Ordenó Haruchiyo. — Mikey no pierde el tiempo.

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Kyomi hará algo considerablemente grave.

Solo eso diré.

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