HABITACIÓN LLENA

CAPÍTULO CINCUENTA

Habitación llena,

Kyomi se sintió sumamente avergonzada al ver a los varios hombres vestidos de negro llevando sus bolsas de compras hacia la habitación del hermano menor.

— Lo siento. — La castaña rio nerviosa. — No me medí.

— No te disculpes. — Rindo se inclinó dejando un corto beso en la nuca de la mujer, caminando después juntos hasta la sala de estar en donde un hombre de cabellos rosados les esperaba.

— ¿No podías durar más? — Ironizó el peli-rosa dejando su móvil a un lado. — Kyomi, ven aquí.

La menor caminó hasta el hombre de las cicatrices, sentándose sobre su regazo antes de sentir como el contrario elevaba su camisa y soltaba su sostén.

— Espera. — Watanabe sintió sus mejillas pintarse de un suave rosado. — Los hombres de Rindo andan por toda la casa.

Sanzu giró su rostro, efectivamente varios de ellos venían bajando las escaleras.
El hombre no dudó en bajar la camisa de su mujer nuevamente, tomándola de la mano y arrastrándola hacia las habitaciones.

— Tomaré tu habitación prestada, Rindo. — El hermano menor se interpuso en su camino, Haruchiyo le observó con su ceño fruncido. — ¿Qué diablos haces?

— ¿Realmente tienes el valor de venir a mi casa, tomar a mi mujer y pedir mi habitación? — El hombre de hebras moradas miró a Kyomi. — Ella solo entrará a ese cuarto si es conmigo y para mí.

— Entonces iré a la de tu hermano.

— No irás a ningún lado.

— Ya basta. — Watanabe se soltó del agarre de ambos. — No tendré sexo contigo ni contigo. — Señaló la fémina, dándose la vuelta.

Su caminar se detuvo al sentir como sus muñecas eran tomadas por las manos de los mayores.

— Nos vamos a casa.

— Ella se queda. — Kyomi soltó un largo suspiro de cansancio, girándose y notando a ambos hombres mirarse con molestia entre sí.

— ¿No se supone que son grandes criminales? ¿Pueden usar su inteligencia y buscar una solución para esto? — La castaña frunció el ceño. — Rindo ¿Puedo ir a ordenar mi ropa?

El hermano menor asintió, ambos hombres observaron a la mujer subir las escaleras en dirección a la habitación de Rindo.

— No puedes continuar así.

— No, ustedes no pueden continuar así. — Haruchiyo golpeó la cabeza del contrario con su dedo índice. — Yo la encontré primero, no ustedes, me pertenece.

— La tratas como si fuera un maldito objeto. — Rindo rio con ironía. — ¿Ese es el amor que le tienes? Ella quiso esto, no tú, no nosotros. Ella lo eligió.

— Cierra la puta boca, Haitani.

— O ¿Qué? ¿Me asesinarás frente a ella? — Rindo se giró, caminando hacia su habitación. — Grábate esto en la cabeza: No la tendrás solo para ti, ríndete.

Sanzu apretó la mandíbula mirando al contrario desaparecer por las escaleras.
Detestaba la idea de aceptar que la castaña no sería para él y sólo para él, pero aun así Haruchiyo estaba dispuesto a lo que fuera con tal de tener a la mujer entre sus brazos, incluso continuar con esa relación y permitir que sus sueños se destruyeran.

Una risa sin emoción escapó de los labios del peli-rosa, en un comienzo creyó que sería él quien tendría poder sobre su mujer, que podría hacerla arrodillarse ante él y obedecer a cada petición suya.

Qué desagradable pensar de su parte.

Lo último que pudo haber pasado por su mente fue terminar siendo él quien se arrodillaría ante la castaña y haría lo que fuera por estar con ella.

— Joder, como la amo... — Susurró Sanzu.

El hombre subió rápidamente las escaleras, y sin importarle las quejas de Rindo, entró a la habitación del hombre, cerrando la puerta con su pie.

— Kyomi. — La castaña giró su rostro, mirándole con curiosidad. — Desnúdate.

— ¿Qué? ¿Aquí? — Haruchiyo sonrió, Watanabe apretó sus labios con pena antes de hacer lo que él hombre pidió, deshaciéndose de sus prendas de vestir bajo la penetrante mirada de los dos hombres presentes.

— Rindo. — El hermano menor no debió escuchar nada más para sonreír, acercándose a la mujer y tomándole delicadamente de la cintura.

— Por mi parte intentaré ser cuidadoso. — Kyomi tembló al comenzar a entender lo que sucedía.

La mujer se sentó sobre la cama, notando al hombre de hebras violeta quitarse el cinturón y desabrochar sus pantalones acercándose a ella momentos después.
Watanabe estiró sus manos, sacando de entre los pantalones del mayor su falo, notando la creciente erección en él.

— Chúpalo. — Ordenó Rindo, Kyomi obedeció.

Desde su sitio, Sanzu frunció el ceño, sentándose en un sillón en la esquina de la habitación y observando como su mujer lamía y succionaba de aquella manera la extensión ajena.
No pudo evitar chasquear la lengua al sentir como su longitud también comenzaba a endurecerse a causa de la emoción por tomar a la mujer pronto.

Sus manos se deshicieron de su cinturón y pantalones fácilmente, y tomando su erección, el peli-rosa comenzó a autocomplacerse, suspirando y gimiendo por lo bajo mientras sus ojos continuaban sobre su mujer quien ahora era embestida por el otro hombre presente.

Watanabe sintió sus ojos humedecerse, pero aun así no dejó de mirar a Rindo quien parecía estar cerca de culminar. Un gemido de parte del contrario resonó por toda la habitación, y pocas embestidas después el mayor finalmente terminó en su boca, llenándole con su semilla.

Kyomi se alejó de golpe, tosiendo e intentando recuperar el aliento tras haber sido tomada de aquella manera por el hermano menor.

Rindo sonrió satisfecho.

— Kyomi. — La menor miró a Sanzu quien continuaba con su acción inicial. — Ven y encárgate de lo que provocaste.

Una sonrisa se estiró en el rostro de la mujer, colocándose de pie se dirigió hasta el peli-rosa, arrodillándose y llevando la erección a su boca también.
Haruchiyo no se guardó nada y gimió tirando su cabeza hacia atrás al sentir la calidez de la boca ajena sobre su falo.

Sus orbes azules subieron hasta llegar a Rindo, quien les observaba frunciendo ligeramente su ceño. Una sonrisa burlona se estiró en el rostro de Sanzu mientras tomaba de los cabellos de la mujer y movía su cabeza a su placer.

Sería todo un reto que aquellos dos hombres se pusieran de acuerdo, Kyomi lo sabía, después de todo Rindo y Sanzu eran los más celosos y posesivos de los tres mayores, lo había visto a lo largo de las tantas semanas que vivió y disfrutó con ellos.

No le sorprendería si de repente alguno cayera al suelo con un tiro en la cabeza.

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Provecho.

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