Único


Ella lo veía venir... Todo en su interior estaba a punto de estallar.

Arturo seguía sin notar su agitado estado. Caminaba junto a ella como si nada pasara, soltando algunas palabras de vez en cuando en tono bajo. Los pasillos de Worcestershire eran los únicos testigos de su escapada nocturna, pues estaba prohibido que los estudiantes salieran de sus alcobas después de las 9.

Pero tuvieron la genial idea de subir al techo del edificio principal para ver las estrellas, y ninguno de los dos se opuso a pesar de la posibilidad de recibir un castigo si eran atrapados.

Sin embargo, Ricitos no la pasó del todo bien. Con las manos temblorosas, un corazón palpitante y los nervios a flor de piel, trataba de evadir esa misma emoción que la atormentaba desde varias semanas atrás. No, no iba a admitirlo. Ella no era del tipo de chica que cae rendida ante cualquier idiota, simplemente no podía aceptar que todos esos síntomas se debieran al "rarito" de la clase: Arturo Pendragón.

Apretó los puños mientras hacía una súplica silenciosa. Deseaba que el tonto ese la llevara pronto a su habitación -ya que Arturo insistía en que debía escoltarla hasta su puerta-, cosa que le parecía ridícula, aunque no negaba sus nobles intenciones. Poco sabía el rubio que ella contaba los pasos para estar sola, para fingir que nada de eso le importaba, para olvidar y así salvaguardar el único corazón que tenía para vivir.

Porque si Arturo no se daba la vuelta y desaparecía de su vista, probablemente haría una locura para alargar los minutos a su lado.

Pero... ¿si lo intentaba y todo resultaba en un gran fracaso? Tampoco quería perder al único amigo que tenía en esa escuela infernal.

"Es por eso que no puedo hacerlo. Así de simple" Se decía a sí misma para persuadirse. "Es un riesgo que vale la pena tomar, y lo sabes" contestaba su inconsciente. No podía responder ante tales argumentos sin hacer una pequeña rabieta. Le era imposible salirse con la suya cuando se trataba de ese chico.

⎯⎯ Bien, llegamos ⎯⎯ Espetó el rubio, trayéndola de vuelta a la realidad ⎯⎯ . ¿Tus compañeras de cuarto no se molestarán contigo?

Ricitos observó la puerta de su habitación, dándole la espalda a él ⎯⎯ . Tal vez, pero no me importa lo que digan esas presumidas.

⎯⎯ Qué alivio.

Se quedaron unos segundos sin decir nada, Arturo podía sentir algo de tensión en el aire.

⎯⎯ La pasamos muy bien hoy, ¿no crees? ⎯⎯ Dijo él, pasando una mano por su cuello.

⎯⎯ Sí ⎯⎯ Contestó cortante, sin voltear a mirarlo.

⎯⎯ Deberíamos salir juntos más seguido... es muy divertido ⎯⎯ Prosiguió, en un esfuerzo por mantener a flote la conversación.

"Juntos. Este chico en verdad quiere ponerme a prueba" murmuró Ricitos entre dientes, ruborizada por el efecto que esa sola palabra surtió en ella.

⎯⎯ Ajá ⎯⎯ Soltó Ricitos, sin decir más. Arturo frunció el ceño y dio un par de pasos en su dirección. El cuerpo de la chica, de por sí rígido por los nervios, se estremeció al tiempo que Arturo puso una mano sobre su hombro.

⎯⎯ Oye, ¿te ocurre algo? ⎯⎯ Preguntó, con esa típica voz suave que a ella la traía loca.

"Lo que faltaba".

⎯⎯ No es nada. Vete ⎯⎯ Susurró esto último, aunque arrepintiéndose al instante, ¿en serio quería que él se fuera?

⎯⎯ Escucha, si necesitas algo yo pued-

Ricitos no le permitió terminar porque, con la velocidad de una ráfaga de viento, se volteó y lo estrechó entre sus brazos: había llegado a su límite.

Él, sorprendido, correpondió al gesto, pensando que la chica se sentía afligida por algo, pero grande fue su sorpresa al recibir, sin previo aviso, un beso en la mejilla, rozando en gran medida la comisura de sus labios.

⎯⎯ ¿Qué fue...?

⎯⎯ ¡No te atrevas a decir una palabra sobre esto! ⎯⎯ Amenazó la rubia en voz baja al soltarlo ⎯⎯ . Quejas, reclamos y preguntas serán contestados a partir de mañana.

⎯⎯ Pero... ⎯⎯ Ella lo interrumpió nuevamente, colocando un dedo sobre sus labios para hacerlo callar.

⎯⎯ Déjame imaginar que no me meteré en problemas por esto, ¿quieres? Te veré en clase, Pendragón ⎯⎯ Se despidió, abriendo la puerta.

⎯⎯ Ricitos ⎯⎯ La llamó, ella se volteó instintivamente, recibiendo al instante un beso de la misma índole que el anterior ⎯⎯. Tienes razón, lo hablaremos mejor mañana.

Admiró por una fracción de segundo su rostro rojizo, y luego se fue a toda velocidad. La rubia se llevó una mano a la mejilla y sintió lo caliente que estaba. Sonrió.

Demasiado tarde, oficialmente el corazón de Ricitos de Oro pertenecía a Arturo Pendragón.

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Los quiero, ¡hasta la próxima!

𝑺𝑫𝑲

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