26| Muerte...
La noticia de la muerte de los príncipes resonó como un trágico eco en todo el imperio. El destino de Aslan, Mehmed y Murad pesaba sobre las paredes del palacio otomano, llevando consigo el lamento de un imperio dividido por las traiciones y la sed de venganza.
En medio de este lúgubre escenario, Rabia, decidida a seguir con su plan de deshacerse de aquellos que consideraba amenazas para sus hijos, centró su atención en Orhan, el hijo menor de Kosem. En su mente, la equidad se traducía como hijo por hijo, y Orhan no escaparía de su implacable estrategia.
Mientras Kosem, saliendo de la habitación de Mehmed, recibía la noticia con una mezcla de dolor y resignación, Rabia tejía sus hilos en las sombras del palacio. La Valide se preguntaba en silencio sobre el verdadero propósito de esta espiral de violencia y venganza. ¿Qué ganaba el imperio con cada pérdida, con cada vida segada en nombre de un poder efímero?
Las lágrimas de Kosem, caídas en privado, eran un testimonio silencioso de la tragedia que se cernía sobre su familia y su imperio. En su dolor, Kosem contemplaba un futuro incierto, un horizonte oscurecido por las nubes de la traición y la desesperanza. A medida que el imperio enfrentaba la realidad desgarradora de sus propias divisiones internas, Kosem se veía obligada a reflexionar sobre el precio que pagaba por el poder y la ambición desmedida.
En ese momento de introspección, Kosem se preguntó si alguna vez encontraría la paz, si el sacrificio de sus hijos y las intrigas interminables valían la pena. Mientras el destino del imperio pendía en un delicado equilibrio, Kosem buscaba respuestas en las profundidades de su corazón, anhelando una luz en medio de la oscuridad que amenazaba con consumirlo todo.
En medio del pesar y la tristeza que envolvía al palacio otomano, Rafat, la hija de Kosem, se acercó a su madre con una mirada llena de vulnerabilidad. En ese momento, la fachada de la fortaleza que Kosem había mantenido durante tanto tiempo comenzó a resquebrajarse, y Rafat pidió un abrazo como una niña chiquita. Kosem, sintiendo la necesidad de consolar a su hija en medio de la oscuridad que los rodeaba, la abrazó con ternura.
Mientras sostenía a Rafat en sus brazos, Kosem reflexionaba sobre la crueldad del destino y las pérdidas que había sufrido. Dos de sus hijos ya habían caído víctimas de la intriga y la violencia, y el peso de la incertidumbre pendía sobre el futuro de sus hijos restantes.
En ese instante de fragilidad, un guardia salió apresuradamente de los aposentos de Mehmed, llevando consigo una noticia que heló el corazón de todos los presentes. El sultán había fallecido. La consternación se apoderó de los presentes, y Rabia, quien se dirigía hacia su esposo, sintió su cuerpo desfallecer ante la impactante noticia.
Kosem, aún sosteniendo a Rafat en un abrazo reconfortante, reaccionó instintivamente. Cuando Rabia parecía estar a punto de desplomarse, Kosem extendió su mano rápidamente, agarrando a Rabia antes de que cayera al suelo y se golpeara la cabeza. En ese momento, las diferencias y rivalidades quedaron temporalmente suspendidas ante la cruda realidad de la muerte de Mehmed, y Kosem, ignorando todo el rencor y odio hacia ella, se encontraba en la posición inesperada de brindar apoyo a la mujer que había compartido su destino y su dolor durante tanto tiempo.
Rabia abrió lentamente los ojos, su conciencia regresando poco a poco después del desmayo causado por la impactante noticia de la muerte de Mehmed. La habitación estaba iluminada por una tenue luz, y sus ojos se enfocaron en la figura familiar de Kosem, que estaba a su lado.
Kosem, con una expresión que reflejaba la gravedad de la situación, notó el despertar de Rabia y se inclinó hacia ella con preocupación.
—Rabia, ¿Cómo te sientes? —preguntó Kosem, mostrando una preocupación genuina en sus ojos.
Rabia parpadeó un par de veces mientras su mente se aclaraba. La noticia de la muerte de Mehmed resonaba en su ser, y la realidad se filtraba lentamente en su conciencia. Sintió un nudo en la garganta y, al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que estaba recostada en una cama, con Kosem a su lado.
—¿Qué... qué ha pasado? —preguntó Rabia con voz temblorosa, mientras trataba de recordar los eventos que la llevaron hasta ese momento.
Kosem suspiró con pesar antes de explicar con calma:
—Desmayaste al enterarte de la muerte de Mehmed. Por suerte, pude atraparte antes de que te lastimaras.
La compasión en las palabras de Kosem sorprendió a Rabia. Durante años, habían compartido una relación compleja y llena de conflictos, pero en ese momento de pérdida compartida, Kosem se mostraba como una aliada inesperada.
Rabia, aún procesando la noticia, miró a Kosem con una mezcla de dolor y confusión. La muerte de Mehmed había trastornado todo lo que conocían, y la presencia de Kosem a su lado era un recordatorio de la fragilidad de la vida y la inevitabilidad de la muerte.
La sala resonaba con la tensión acumulada mientras Rabia y Kosem se enfrentaban en una conversación cargada de emociones y verdades incómodas.
Rabia, con la mirada clavada en Kosem, soltó las primeras palabras de la confrontación.
—No necesito tu falsa compasión, Kosem. ¿Cómo puedes pretender que sientes algo por la muerte de Mehmed?
Kosem, manteniendo la compostura, respondió con serenidad.
—Rabia, no estoy fingiendo nada. La muerte de Mehmed nos afecta a todas, independientemente de nuestras diferencias.
Rabia, sin querer ceder terreno, contraatacó con amargura.
—¿Y quién podría creer eso de la asesina de mis hijos? —espetó Rabia, sus ojos reflejando la intensidad de su dolor.
Kosem, mirándola directamente, respondió con voz firme pero tranquila.
—¿Y tú acaso no mataste a los míos?
Ambas mujeres guardaron silencio ante esa revelación incómoda. La verdad desnuda colgaba en el aire, pesada y amarga. Aunque sus acciones habían dejado cicatrices profundas en ambas familias, reconocer la realidad de que ninguna de ellas era inocente marcó un momento de honestidad en la confrontación.
La sala estaba llena de la pesadez de las palabras no dichas, pero ambas mujeres entendían que la tragedia compartida había abierto una grieta en la fachada de desconfianza que las separaba.
—No puedo cambiar el pasado, Rabia, al igual que tú no puedes. Pero ahora, enfrentamos un futuro incierto. Podemos elegir aferrarnos al odio o encontrar alguna forma de colaborar en estos momentos difíciles —dijo Kosem, rompiendo el silencio con una propuesta de paz frágil.
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