25|Kosem y Mehmed.


En medio del caos y la conmoción que envolvían el palacio otomano, un guardia irrumpió anunciando que Mehmed deseaba ver a la Sultana Kosem. La noticia resonó como un eco sombrío en los pasillos, añadiendo un nuevo giro al complicado entramado de conflictos familiares.

Kosem, mientras se dirigía hacia la audiencia con Mehmed, se encontraba sumida en un mar de pensamientos y especulaciones. La incertidumbre se apoderaba de ella, sin saber qué podía esperar de ese encuentro en medio de la guerra interna que se desataba en su propia familia.

En los pasillos, murmullos de intriga acompañaban el camino de Kosem hacia la sala donde Mehmed la aguardaba. Las tensiones y los resentimientos que bullían en el palacio amenazaban con desbordarse aún más con cada paso que daba la Sultana.

Al adentrarse en la presencia de Mehmed, Kosem se preparó para enfrentar las consecuencias de las decisiones tomadas por su familia. La incertidumbre sobre el futuro del imperio y la unidad de la familia otomana pesaba sobre sus hombros, mientras se preguntaba qué giros más tomaría esta historia marcada por el poder, la traición y la venganza.

Al entrar en la presencia de Mehmed, Kosem se vio sorprendida por la imagen que tenía frente a ella. La visión del sultán, que siempre había imaginado fuerte y resuelto, la impactó profundamente. Mehmed parecía mucho más anciano y agotado de lo que jamás habría esperado. La sorpresa la invadió, ya que siempre había imaginado que su reinado sería largo, que gozarían de paz y felicidad juntos, como lo había planeado con su padre.

Sin embargo, la realidad ante ella era cruel. La pregunta de Mehmed sobre su estado de salud resonó en el aire, y Kosem no pudo contener una risa sarcástica. La risa llevaba consigo el peso de años de dolor y desplazamiento, de cómo había sido relegada y olvidada por él a lo largo de los años.

—¿Cómo estoy, Mehmed? ¿Cómo crees que estoy después de todos estos años? —respondió Kosem con un tono amargo.

La mirada de Mehmed se encontró con la de Kosem, y en ese instante, ella volvió a sentir toda la angustia acumulada a lo largo de los años. Las emociones encontradas de amor, traición y pérdida se reflejaron en sus ojos mientras la realidad de su situación se imponía con fuerza. Mehmed, visiblemente afectado por la enfermedad que lo consumía, y Kosem, con el peso de los años de desdén, se encontraron en ese momento, sumidos en un diálogo silencioso de experiencias compartidas y heridas profundas que el tiempo no había logrado sanar.

En la tenue penumbra de la estancia, Mehmed, afectado por la debilidad que lo consumía, se dirigió a Kosem con una sinceridad que sorprendió incluso a la mujer que había sido relegada y olvidada. Su voz, cargada de arrepentimiento y nostalgia, rompió el silencio que los envolvía.

—Kosem, no me queda mucho tiempo. Lo siento.

La sorpresa titiló en los ojos de Kosem ante las disculpas inesperadas. A medida que Mehmed continuaba expresando su pesar, lamentando la ejecución de Murad y deseando un pasado más fácil y tranquilo, Kosem lo observaba con una mezcla de incredulidad y resignación. La carga del pasado pesaba sobre ellos como un oscuro telón que no podían ignorar.

—Lo siento, Kosem. Lo lamento más de lo que las palabras pueden expresar.

Kosem, secándose las lágrimas, lo miró con una expresión mezcla de tristeza y asombro. Las palabras de perdón eran como un bálsamo para una herida que había permanecido abierta durante demasiado tiempo. La vulnerabilidad de Mehmed frente a la proximidad de la muerte llevó a una pausa en la conversación, un silencio lleno de emociones no dichas.

—Siempre me has mirado de distintas formas —comentó Mehmed con una débil sonrisa—. ¿Cómo me miras ahora?

Kosem, con una tristeza profunda en sus ojos, respondió con sinceridad:

—Como una madre mira al asesino de su hijo.

Un silencio pesado se instaló entre ellos, un eco de las decisiones y acciones del pasado que habían marcado su historia conjunta. Sin embargo, Mehmed, en un intento de rememorar momentos más ligeros, recordó el pasado.

—La chica de los jazmines... Recuerdo cuando te conocí, bailando alrededor de los jazmines.

Kosem, con una sonrisa melancólica, le respondió:

—Era inocente en aquel entonces.

Mehmed la miró con una débil sonrisa y añadió:

—A mis ojos, sigues siendo esa misma chica alegre que adoraba los jazmines.

En un destello de nostalgia y deseo frustrado, Kosem, con lágrimas en los ojos, preguntó con una voz temblorosa:

—Si nos hubiéramos casado, si lo hubiéramos intentado más, ¿no crees que solo un abrazo bastaría para arreglarlo todo?

Mehmed, con una débil sonrisa, asintió con tristeza:

—Sí, Kosem. Solo un abrazo podría haber cambiado todo.

El eco del pasado resonaba en la habitación, donde Mehmed y Kosem compartían un momento de honestidad y reflexión. La tensión se mezclaba con la tristeza y la nostalgia mientras enfrentaban las consecuencias de las decisiones que habían marcado sus vidas.

Mehmed, con un gesto débil, extendió su mano hacia Kosem, invitándola a acercarse. Con cautela, Kosem se aproximó, y Mehmed la rodeó con brazos que aún conservaban cierta debilidad, pero que buscaban la conexión y la redención.

El abrazo era un susurro de lo que pudo haber sido y nunca fue. En ese instante, el tiempo parecía detenerse, y ambos se sumergían en un mundo donde las adversidades y las tragedias eran solo un mal sueño. Kosem sintió la fragilidad de Mehmed, una fragilidad que le recordaba su propia vulnerabilidad y la de aquellos que amaba.

—Siempre creí que podríamos superarlo todo juntos —murmuró Mehmed, con una tristeza profunda en sus ojos—. Pero las decisiones que tomamos nos han llevado por caminos distintos.

Kosem asintió, con lágrimas que resbalaban por sus mejillas.

—A veces me pregunto cómo hubiera sido si hubiéramos tenido la oportunidad de intentarlo.

Mehmed, con un suspiro, respondió:

—Quizás en otro tiempo, en otra vida, las cosas podrían haber sido diferentes.

La fragilidad del momento los envolvía, y la realidad de sus vidas se imponía nuevamente. Mehmed rompió el abrazo, mirando a Kosem con una mezcla de gratitud y pesar.

—Gracias por estar aquí, Kosem. Aunque nuestro tiempo juntos fue complicado, valoro cada recuerdo.

Kosem, con una sonrisa triste, respondió:

—Yo también valoro lo que tuvimos, a pesar de todo. La vida nos llevó por caminos distintos, pero siempre llevaremos parte el uno del otro.

El silencio se instaló nuevamente en la habitación, lleno de palabras no pronunciadas y sentimientos no resueltos. Mehmed y Kosem, unidos por un pasado compartido pero separados por el peso del tiempo y las decisiones, se enfrentaban al inevitable desenlace que se cernía sobre ellos y sobre el imperio otomano.

El momento de despedida se acercaba inexorablemente, como el último capítulo de una historia que había abarcado amores, desafíos y tragedias. Mehmed, sintiendo la fragilidad de su propio ser, miró a Kosem con una súplica silenciosa en sus ojos.

—Kosem, ¿podrías darme un último beso por todo lo que tuvimos?

Kosem, con una leve sonrisa que mezclaba la melancolía y la gratitud, se acercó a él. Sus labios se encontraron en un beso que llevaba consigo la carga de los recuerdos compartidos, de los sueños que nunca se materializaron y de los caminos que tomaron por separado. Fue un adiós silencioso a lo que pudo haber sido y nunca fue.

Cuando se separaron, Kosem hizo algo inesperado. Hizo una reverencia hacia Mehmed, un gesto que denotaba respeto y reconocimiento. Sus ojos se encontraron brevemente, y ella pronunció con suavidad:

—Mi sultán.

Mehmed, asintiendo ligeramente, observó cómo Kosem se alejaba. La puerta se cerró tras ella, dejando a Mehmed solo en su despedida inminente. La habitación se llenó con la pesadez del silencio roto solo por el sonido de los sollozos de Mehmed, lágrimas amargas que caían como testigos silenciosos de las complejidades de un reinado y un amor que llegaban a su fin. En ese momento de soledad, Mehmed lloró, liberando las emociones reprimidas que habían permanecido ocultas detrás de la máscara de la realeza. El imperio otomano, al igual que su historia compartida con Kosem, llegaba a un punto de quiebre, y Mehmed enfrentaba su destino con el peso de las decisiones pasadas y las inevitables consecuencias que se avecinaban.

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