20|Lepra.
Mehmed se encontraba sentado en su lujoso palacio, disfrutando de un apetitoso almuerzo junto a su amada esposa, Rabia. La mesa estaba adornada con exquisitos manjares y la atmósfera estaba impregnada de serenidad. Sin embargo, en un instante, la tranquilidad se vio interrumpida por un acontecimiento inesperado.
De repente, Mehmed dejó de comer y su rostro palideció. Sus ojos perdieron brillo y, lentamente, se desplomó hacia adelante, cayendo sin fuerzas sobre la mesa. Rabia, alarmada, soltó un grito y corrió hacia él.
—¡Guardia! ¡Guardia! ¡Trae un médico inmediatamente! ¡El sultán se ha desmayado! —exclamó Rabia con desesperación, su voz resonando por los pasillos del palacio.
Un guardia, alertado por el grito angustiado de Rabia, se apresuró a cumplir sus órdenes y corrió en busca de ayuda médica. En pocos minutos, un médico experto fue conducido apresuradamente hasta la escena. Con profesionalismo, el médico comenzó a examinar a Mehmed, intentando determinar la causa de su desmayo repentino.
Después de un tiempo que pareció interminable, el médico se apartó de Mehmed con una expresión sombría y preocupada en su rostro. Rabia, temblando, se acercó al médico y le preguntó con ansias:
—¿Qué le sucede a mi esposo? ¿Está bien?
El médico, con mirada compasiva, reveló la desgarradora noticia.
—Lamentablemente, su majestad ha sido afectado por la lepra. Es una enfermedad grave y debemos tomar precauciones inmediatas.
Rabia se llevó una mano a la boca, incapaz de contener su asombro y horror. La noticia la golpeó con fuerza, y el miedo se reflejó en sus ojos. La vida tranquila y lujosa que compartían de repente se desmoronaba ante sus ojos, y el futuro se volvía incierto.
Hande, la astuta hija del sultán Mehmed, había comprado la lealtad de uno de los guardias de la puerta para mantenerse informada sobre los asuntos de su padre. A medida que las noticias se esparcían rápidamente por el palacio, el guardia, cumpliendo su acuerdo con Hande, se acercó sigilosamente a ella y le susurró la noticia con cautela.
—Mi señora, tengo información sobre el sultán. Es algo delicado, pero creo que debéis saberlo —expresó el guardia en voz baja, consciente de la gravedad de la situación.
Hande, con expresión seria, asintió y le instó a continuar. El guardia, con la mirada nerviosa, compartió la impactante noticia de la lepra que afectaba al sultán Mehmed. Hande se sorprendió ante la revelación, pero su mente ágil comenzó a procesar la información rápidamente. Agradeció al guardia por la información y le entregó unas monedas como muestra de su gratitud antes de dirigirse hacia los aposentos reales.
En los aposentos, encontró a su madre, la Sultana Kosem, absorta en su labor de bordado. Con delicadeza, Hande se acercó y esperó un momento oportuno para compartir la noticia. Finalmente, decidió romper el silencio.
—Madre, he recibido noticias alarmantes sobre padre. Parece ser que está enfermo, y la situación es grave —anunció Hande, manteniendo la compostura aunque sus ojos revelaban la preocupación que sentía.
La Sultana Kosem dejó caer su labor de bordado al escuchar las palabras de su hija. Sus ojos se encontraron con los de Hande, buscando respuestas en su expresión.
—¿Enfermo? ¿Qué sucede? —preguntó Kosem con voz temblorosa.
Después de compartir la impactante noticia con la Sultana Kosem, Hande sintió la necesidad de infundir un rayo de esperanza en medio de la oscuridad que se cernía sobre la familia real. Con voz decidida, le dijo a su madre:
—Madre, aunque estas son circunstancias difíciles, también representan una oportunidad para nuestra familia. Si Alah lo permite, Murad podría convertirse en el próximo sultán del Imperio Otomano. Podríamos finalmente tener la estabilidad y la felicidad que siempre hemos deseado. Nuestro futuro podría ser brillante.
La Sultana Kosem, aunque inicialmente sorprendida por la audacia de la sugerencia de Hande, no pudo evitar sentir un destello de esperanza en sus ojos. La idea de que su hijo Murad pudiera ascender al trono otomano le ofrecía una perspectiva de tranquilidad y seguridad que había anhelado durante mucho tiempo.
La sonrisa que se formó en el rostro de Kosem, aunque breve, reflejaba una mezcla de emociones. Si bien había resentimiento hacia su esposo, la idea de una muerte tan desagradable no le proporcionaba consuelo. Hande, con su perspicacia, había señalado una oportunidad para el cambio y la estabilidad, y Kosem comenzó a considerar las posibilidades que el futuro les deparaba.
—Quizás, de alguna manera, esto podría ser una bendición disfrazada. Si Alah así lo quiere, Murad podría liderar nuestro imperio hacia un tiempo de paz y prosperidad —comentó Kosem con un dejo de resignación y esperanza en su tono.
Madre e hija compartieron un momento de complicidad, enfrentando juntas las complejidades de la vida en el palacio y las oportunidades que se presentaban en medio de la adversidad.
Mehmed despertó en sus aposentos, confundido y débil. La noticia de su enfermedad le pesaba como una losa en el corazón. Rabia, al verlo consciente, se apresuró a su lado con ojos preocupados.
—Mi amor, has estado inconsciente por un tiempo. Debes saber que el médico ha diagnosticado lepra. —Rabia le dijo con la voz temblorosa, sus ojos revelando el temor que albergaba en su interior.
Mehmed guardó silencio por un momento, procesando la información. Finalmente, miró a Rabia con seriedad.
—La lepra es una aflicción seria, Rabia. Pero no podemos permitir que debilite nuestra posición en el palacio. Deberás estar alerta, especialmente ahora que Kosem podría intentar aprovecharse de nuestra situación.
Rabia asintió, comprendiendo la gravedad de la situación. Sin embargo, la tensión en el aire llevó a un momento de silencio incómodo. Fue entonces cuando Rabia, en un susurro apenas audible, formuló una sugerencia que heló el corazón de Mehmed.
—Mi señor, ¿y si eliminamos la amenaza antes de que ella nos alcance? Murad es el hijo mayor de Kosem, eliminarlo podría prevenir futuros problemas.
Mehmed, sorprendido por la propuesta de su esposa, frunció el ceño y la miró con incredulidad.
—¡Rabia, eso es impensable! No podemos recurrir al asesinato, incluso en estas circunstancias. Debemos ser cautos, pero nunca perder nuestra humanidad.
A pesar de la negativa de Mehmed, Rabia persistió en su sugerencia, argumentando la necesidad de proteger a la familia y el imperio. La tensión en la habitación aumentaba con cada palabra pronunciada, y Mehmed se encontraba enfrentando no solo la batalla contra la lepra, sino también las sombras que según él amenazaban con oscurecer el futuro de su reinado.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top