06 de noviembre, 2019.

Creí que habíamos llegado a formar una relación medianamente especial, pero Ángel seguía viéndome como una escoria, un monstruo. Y, sí, realmente quería ver a uno, lo dejaría verlo. Después de todo, esta relación no tuvo un comienzo, pero sí un desgraciado final. 

—Tú fuiste quien creó al monstruo —susurré, caminando hacia él.

—No s-serías capaz —tartamudeó Ángel al visualizar lo que se avecinaba. Él soportaría muchas cosas, pero lo que estaba por hacerle, era algo que lo marcaría de por vida.

—Cállate, Rogers, no me hagas enfadar más —ordené, quitándome la ropa—. Abre las piernas, no quiero quejas —agregué, trepándome a la cama. No estaba pensando claramente, solo sentía frustración por las emociones que avivaba Ángel en mí.

—No, no lo voy a hacer —negó Rogers, haciéndose una bolita en la cama de aquel motel barato al que lo arrastré.

—¿No? Bueno, tú decidiste que esto fuera por las malas —gruñí, tirando de la pierna del rubio, haciéndolo caer bruscamente en la cama. Tomé sus pantalones y los quité rápidamente a pesar de los forcejeos. Proseguí con la ropa interior y me posicioné entre las piernas del chico que me suplicaba que se detuviera. Odiaba esto, pero más odiaba mi poco autocontrol.

—¡Es suficiente, Rey! —gritó el rubio, empujándome con todas sus fuerzas, pero únicamente recibió un golpe que lo mareó. Se recuperó cuando sintió un dolor todavía peor en su parte baja y se horrorizó al ver que estaba empujando mi pene dentro de él, obligándolo a abrirse de una manera alarmante. Quería hacerlo, claro que quería, pero no de este modo. Y, tuve miedo al ver sangre, aunque, ese miedo terminó convirtiéndose en ira.

A pesar de escuchar las quejas y los gritos de dolor del pequeño rubio, no me detuve y me hundí en el delicado cuerpo. Claramente, escuché que se rompió, pero poco me importó y descargué mi ira y calentura en el cuerpo de Ángel.

Nota: Aquel día, fue la primera vez que tuve que lavar manchas de sangre y ocultar un crimen. Ojalá me hubiera detenido al escuchar su lamento.