XXXIV. Tormenta
Ahogame en tus llamas,
hazme cenizas y marea alta.
Combiname con tus latidos
y yo te haré una con los cielos.
Atenta en contra mía
con la fuerza de un huracán,
tú sabes que lo somos:
ese desastre natural impredecible.
Sumerge tu voz en mis sentidos,
escucha a la nada de mi pensar,
así sabrás cuanto te anhelo
y olvidarás cuantos te han perdido.
Como un tesoro fugaz,
como una estrella extraviada,
como los minutos dulces
en manecillas de reloj de miel.
Tal vez serás esa sección
de los libros que jamás leeré,
aquel párrafo o línea
que mis ojos prefieren obviar.
Entonces la obra es perdida,
la escena muere,
los relámpagos despiertan,
el mundo se acaba...
Aférrate en metal a mi alma,
aléjate siempre a mi ser.
Eres como una flor sin pétalos:
jamás podré saber si me quieres...
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