XXXII. Etérea

Escribiré estas líneas
a mi corazón exigiendo
vaciar los sentimientos
en un blanco papel.

Porque las ilusiones,
antes oscuras y grises
son hechas antónimos,
tintadas color mandala.

Eres un título perdido
en la definición de mi alma,
entre el sueño de tus ojos,
en la inexistencia de mi ser.

Un concepto prófugo
de las páginas del diccionario.
El momento exacto y preciso
del amanecer en mi ventana.

Un triunfo, una revelación,
un secreto y una promesa.
Inalcanzable, quizás demasiado
como una súplica del cielo.

Una noche perfecta,
frágil pieza de cristal,
ostentosa y regia,
anexada a mis delirios.

Las olas acarician tu piel,
la brisa levita tu cabello.
En una playa salvaje,
en un ambiente de frío.

Si tú estás...
los minutos se detienen,
los perdidos encuentran el camino,
el destino es menos incierto.

La música toma una pausa,
un barco no naufraga,
las violetas son color rosa,
el pintor encuentra tu retrato.

Las mariposas viven,
el día es silencio, paz,
serenidad y locura,
timidez y deseo.

Las estrellas surgen,
el atardecer es eterno,
las lágrimas huyen
y vuelven sólo en la alegría.

Si tú no estás...
es otoño acaecido,
el invierno llega pronto,
las hojas caen a tierra.

Las horas son monótonas,
la soledad asfixia,
la ciencia retrocede,
los libros se infectan.

Nadie ríe o llora,
el silencio es incómodo,
el ciclo aburre y fastidia,
la marea trae memorias.

Los átomos se dividen,
la existencia no tiene fin,
mil razones perecen
ante tristes argumentos.

Mujer, sensible dama
objeto de mis desvelos,
aprendíz del alba,
anhelo, señorita...

Esa tentadora medialuna
trazada por algún ingenioso
y loco dibujante delirante
que no sabía, que no quería...

Arte renacentista conforma
ese punto que absorto
mantiene a mi pensar
en las constantes semanas.

Ante las flameantes hogueras,
tu mirada, mi camino.
Ante la ardiente curva
de tus labios en flor.

Delicada doncella,
embellecida aurora.
No te alejes, no te vayas,
quédate sólo esta vez.

Entre tantos párrafos,
eres aquella frase
perfecta y cautivadora
que ha deleitado a mi ser.

Ignoras mi secreto
no confesado, a solas.
Te basta con aprisionarme
en la fiebre de tus latidos.
Estoy enfermo...

¡Pero que diera yo, mi cielo,
por dibujarte una sonrisa
en un momento impreciso,
en un instante deseado!

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