XIX. Meraki
Que lo que nos une sea eterno,
ese instante de luz en mi cuaderno,
destellos de estrellas en el infierno,
amor y los síntomas de un enfermo.
¿Que dirías? ¿Nos vamos?
Pronto es, todavía.
La noche acaece y bailamos
al compás de una melodía.
Tiempo es relativo, fugaz
cual recuerdo de días grises
solo cuando tú estás
las heridas son cicatrices.
Un nuevo final, un viejo inicio,
gélida llama, respuesta de indicio.
Puesta de sol, momentos de luna,
única dama, que es todo y ninguna.
Transcurso de insomnios,
letras inconclusas...
injurias y encomios,
melancolía difusa.
Sensación cálida, frío de dos,
inerte amiga, creación atroz.
Cariño infinito, nostalgia vacía,
crimen y delito, inspiración mía.
Danza de cielos, óleo brillante,
un lienzo de anhelo, tan deslumbrante.
Gotas de lluvia, lágrimas de alegría
ayer por la tarde mientras ella reía.
(Aquel sonido dulce y suave,
que es el olvido cuál llave
para aliviar los grises claves
del cuadro que mi día agrave.)
Esa inquietud volátil cuando vienes,
pierdo el guión y los papeles
de la obra expectante que anheles;
la pintura y los pinceles,
mi sueño para que lo veles...
aún así no, no lo canceles.
Después de un largo periodo
así me he decidido:
sí la muerte no lo es todo
que sea la vida lo definido.
Que lleves esta blanca frágil
vela en tus cálidas manos.
Que el verano sea ágil,
el invierno un poco versátil,
que el otoño nos vuelva cercanos,
mostrar la primavera que irradiamos.
Deja que tus ojos color café
sean mi creer, mi imperdible fe,
mi meditación y lo que mi alma clama.
Todo lo que sé es que te veré,
estas líneas te citaré,
encendiendo en mi corazón tu llama.
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