002➽❛𝑷𝒓𝒐𝒃𝒍𝒆𝒎𝒔 𝒕𝒐 𝒇𝒂𝒄𝒆❜

❛❛Problemas que Enfrentar❜❜

━━━TUVE QUE VOLVER A LA SALA COMÚN CUANDO MI PREFECTA SE ENTERÓ QUE SNAPE ME QUITÓ PUNTOS.

Las chicas se habían marchado a la biblioteca a buscar un libro para un trabajo que Snape nos había encargado. Estaba por entrar a la sala cuando un chico se me acercó, cortándome el paso.

—¿Eres Aries Leerstrom? —preguntó con nervios.

—¿Uhm…? Sí, ¿quién eres? 

—Ben Copper, también soy un Gryffindor de primer año —respondió mirando para todos lados—. Solo quería darte las gracias por enfrentar a Mérula Snyde.

Fruncí el ceño.

—En realidad, esa fue Avalon…

—Las estaba observando desde el final del pasillo —admitió algo avergonzado—. La he estado siguiendo para que no pueda sorprenderme. Si me ve, al menos tendré tiempo para salir corriendo. Me atormentó durante todo el recorrido del Expreso de Hogwarts. Me amenazaba y me llamaba “sangre sucia”.

Claramente, Mérula Snyde era una de esas personas que disfrutaban haciendo daño a los demás.

¿Cómo podía alguien ser tan cruel desde el primer día en Hogwarts? Sentí un nudo en el estómago al imaginar lo que Ben había pasado.

—Lo siento mucho, Ben —dije finalmente, buscando las palabras adecuadas—. Nadie debería tratarte de esa manera.

Ben bajó la mirada, visiblemente incómodo.

—A Mérula le obsesiona ser la mejor bruja de nuestro año y cree que tiene que atosigarnos para probarlo. —Me miró con algo de esperanza—. Me alegra que haya alguien que la enfrente. Yo no lo soy. Fue una broma que me hayan puesto en Gryffindor.

—Fue Avalon quien la enfrentó —repetí y él asintió levemente—. De todas maneras, Ben, no deberías guiarte tanto por lo que se cree de cada casa, son creencias tontas. Mi madre era una Slytherin y no por eso es mala, ella siempre dice que la casa no te define, sino las elecciones que tomas en los momentos correctos. Si el sombrero decidió que debes estar en Gryffindor, es por algo. Además, todos le temen a algo.

Ben ladeó la cabeza, como negando. No estaba convencido de mis palabras.

—Es una lástima que yo le tema a todo —se lamentó—. Vengo de una familia muggle, así que todo esto es nuevo y aterrador.

Vi la tristeza en los ojos de Ben y sentí una punzada de compasión. Era difícil imaginar cómo se sentiría al ser arrojado de repente a un mundo completamente desconocido, lleno de magia y criaturas increíbles, sobre todo con gente desagradable como Mérula. 

—Entiendo que todo esto pueda ser abrumador para ti, Ben —le dije con sinceridad, poniendo una mano reconfortante en su hombro—. Te ayudaré en lo que pueda, y estoy segura que Avalon y Rowan piensan igual.

Eso pareció animarlo, porque por primera vez en todo el tiempo que llevábamos hablando, sonrió.

—Gracias, Aries. No eres como decían los rumores —dijo alejándose—. Nos vemos en la cena. 

Fruncí el ceño. Genial, apenas un día y la gente no paraba de hablar de mí.

Entré en la Sala Común y lo primero que vi fue la expresión ceñuda de mi prefecta, Angelica Cole.

—¡¿Le costaste 10 puntos a Gryffindor?! —dijo molesta—. Ahora estamos en cuarto lugar. ¿Qué ocurrió?

—Fue un accidente —me defendí.

Ella negó con la cabeza.

—El trabajo de los prefectos es mantener el orden en su casa y ayudar a los de primer año con sus problemas, pero considerando lo que tu hermano le hizo a la reputación de Gryffindor, debí haberte mantenido más vigilada.

—¡¿Disculpa?! Técnicamente, perdí en Pociones los 10 puntos que yo conseguí en Encantamientos —respondí empezando a molestarme—. Mi caldero explotó mientras hacía por primera vez una cura para forúnculos, creo que es algo que a cualquiera de primer año le puede pasar, si eso es ser problemática imagino que debes tener a todos los de primero vigilados.

Angelica levantó las cejas, asombrada por mi arrebato e intentó decir algo más, pero la interrumpí. Ya estaba harta de que siempre me compararan con Jacob.

—Y ya lo dije mil veces desde ayer, pero que mi  hermano fuera expulsado no significa que yo sea igual, apenas llevo un día aquí y ya todos han decidido que soy problemática. ¡Lo que Jacob hizo no solo daño a Gryffindor, también a mi familia!

Me miró con sorpresa ante mi arrebato, claramente no esperaba que le respondiera de esa manera.

—Lo siento, Aries —dijo con sinceridad—. No debería haber asumido que tú serías como tu hermano. Estoy aquí para ayudarte, no para juzgarte injustamente.

Me sentí un poco avergonzada por haber estallado de esa manera.

—En todo caso, el profesor Snape ya te envió una carta a la Sala Común —dijo mostrándome el sobre.

—¿Por qué no me la envió directamente?

—Quizá porque te odia. —Arqueé las cejas, anonadada por la sinceridad brutal con la que lo dijo—. Pero no lo tomes personal, Snape odia a todo el mundo. Aunque si yo fuera tú, leería la carta de inmediato.

Tomé la carta y la abrí:

“Leerstrom, descubrí evidencia de que alguien pudo haber alterado tu poción. Si bien no prueba tu inocencia, me hace pensar que no eres completamente incompetente. Tráeme una jarra de babosas en escabeche del armario de pociones y considerare regresar tus puntos.

Snape.”


Noté que las instrucciones para llegar al armario de pociones estaban al final de la carta.

Angélica sonrió emocionada.

—¡Ofrece regresar los puntos que perdiste! —exclamó—. ¡Corre al armario antes de que cambie de opinión!

Me di la vuelta y salí apresuradamente de la Sala Común, decidida a recuperar los puntos perdidos lo antes posible. Mientras corría me crucé con Rowan y Avalon, que venían con al menos tres libros cada una.

—¡Aries! —exclamó Rowan al verme—. ¿A dónde vas tan deprisa?

—El profesor Snape me envió a buscar una jarra de babosas en escabeche para recuperar los puntos que perdí en Pociones —respondí, mostrándoles la carta.

Avalon frunció el ceño al leer el contenido.

—Es obvio que fue culpa de Mérula.

—No tenemos pruebas de eso, Avalon —dije rodando los ojos—. Y no quiero darle a Snape ninguna excusa para seguir castigando a Gryffindor.

—¿Quieres que vayamos contigo? 

—Eso no se pregunta, Rowan —dijo Avalon cruzándose de brazos—. Vamos las tres, Snape te debe una disculpa por cómo te trató.

—Sí, no creo que Snape me de una disculpa —respondí haciendo una mueca—, me conformo con que me devuelva los puntos.

—Según las instrucciones de Snape, este es el armario —dije revisando la nota.

—Siempre pensé que estaba en el pasillo tapizado —comentó Avalon frunciendo el ceño.

—Supongo que debe haber más de uno —agregó Rowan, quitándole importancia. 

Abrimos la puerta del armario, pero en cuanto entramos nos dimos cuenta de que estaba completamente a oscuras. El aire era denso y cargado, un horrible olor a humedad y encierro que me asqueó. 

Me mordí el labio inferior, dudando sobre qué hacer a continuación.

—No veo nada…

—¿Por qué cerraste la puerta, Rowan?

—No lo hice. Se cerró cuando entré —Escuché el sonido del picaporte moverse—…y creo que está bajo llave.

—Lanza el encantamiento iluminador para que podamos ver.

Saqué mi varita y realicé el encantamiento tal como lo había hecho esa mañana.

Lumus.

La débil luz del hechizo apenas alcanzaba a disipar la oscuridad que nos rodeaba, pero fue suficiente para un enredo retorcido de hojas oscuras y tallos enormes que se extendían frente a nosotras.

Las hojas, de un verde intenso y lustroso, parecían vibrar sutilmente, como si estuvieran dotadas de vida propia. Los tallos serpenteaban enredándose entre sí, formando una maraña intrincada que se retorcía en formas caprichosas y desconcertantes. 

—¿Qué es eso? —preguntó Avalon, su voz apenas un susurro en la quietud opresiva del armario.

Hubo una risita del otro lado de la puerta y luego la voz de Mérula dijo:

—Una planta mortal llamada Lazo del Diablo. Unos Slytherin de cuarto año me la mostraron cuando llegué. —Las tres nos miramos entre nosotras, acercándonos a la madera para escuchar mejor a Mérula—. Es sensible a la luz, si eres la mejor con el encantamiento iluminador, no te será difícil escapar —agregó con tono burlón. 

Nos quedamos petrificadas por un momento.

—¿Mérula? ¿Tú nos encerrarte aquí? —mi voz temblorosa con el miedo y la ira que crecían dentro de mí.

Mérula volvió a reír.

—Además de enviarte una falsa carta de Snape —respondió arrogante—. Te dije que las cosas se pondrían peor, Leerstrom.

Avalon apretó los puños con furia y dio un fuerte golpe en la puerta 

—¡Eres una arpía despreciable!

—No debiste culparme por lo que pasó en pociones, Willows.

—Estás loca —espeté. 

—Alguien tiene que evitar que destruyas Hogwarts —agregó con tono inocente—. Qué importa si es el Lazo del Diablo. Buena suerte intentando escapar de él —dijo mientras se alejaba riéndose. 

Rowan se aferraba a mi brazo con fuerza, sus ojos llenos de temor mientras miraba a su alrededor, buscando una salida.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó, su voz temblorosa y débil.

Tragué saliva, tratando de mantener la calma a pesar del creciente pánico que amenazaba con apoderarse de mí. Tenía que encontrar una solución, una forma de salir de esta situación antes de que fuera demasiado tarde.

—Tranquilas, vamos a encontrar una manera de salir de aquí —dije, intentando sonar segura de mí misma

No podíamos quedarnos allí esperando a que nos devorara la planta.

La habitación se llenó de un silencio tenso, solo interrumpido por el suave murmullo de las hojas del Lazo del Diablo moviéndose lentamente. Mis músculos se tensaron cuando una sensación fría y húmeda comenzó a envolver mi pierna, como si una mano invisible me estuviera sujetando con fuerza.

—¡Avalon, cuidado! 

Avalon gritó de dolor cuando la planta mágica la sujetó con fuerza por el torso.

—¡No puedo soltarme! —gritó ella, su voz llena de pánico, mientras luchaba por liberarse del agarre.

—¡No hagan movimientos bruscos o va a extrangularlas más rápido!  —exclamó Rowan pegada a la puerta intentando contener el pánico en su voz.

—¡Oh eso es perfecto, gracias Rowan, necesitaba escuchar eso! —espetó Avalon con sarcasmo, sin parar de moverse por el miedo. 

—Mérula tiene razón, Aries. El Lazo del Diablo es sensible a la luz, usa el Lumus para mantenerlo a raya, mientras intento abrir la puerta —ordenó. 

El corazón me latía con fuerza mientras trataba de mantener la calma. Enfoqué toda mi concentración en mantener el hechizo apuntado hacia Avalon.  Los tallos del Lazo del Diablo parecían retroceder ligeramente ante la luz.

Rowan se apresuró a aporrear la puerta, desesperada, llamando a gritos por ayuda.

—¡Por favor, Aries, apúrate! —suplicó Avalon, su voz ahogada por el miedo y la dificultad para respirar.

—Me ayudarías si dejaras de moverte —siseé entre dientes.

Me concentré en mi tarea, ignorando la sensación de pánico que amenazaba con abrumarme. Cada vez que conseguía liberarla un poco, los tentáculos se retorcían con más fuerza, como si estuvieran decididos a mantener su presa a toda costa.

—¡Aguanten, chicas! Creo que escucho a alguien —exclamó Rowan—. ¡Ayuda, por favor! ¡Ayudennos!

—¡¿Qué está pasando ahí?! —bramó una voz ronca y gruesa que sacudió levemente la puerta—. ¡Quítense del medio!

No nos dio mucho tiempo para alejarnos de la puerta, y con un estruendo ensordecedor, la puerta se abrió de golpe, revelando la enorme figura de un hombre con una larga melena de pelo negro enmarañado y una barba hirsuta que cubría la mayor parte de su rostro. 

—¡Gárgolas, Gryffindor! —exclamó mirando a Avalon—. Aléjate del Lazo del Diablo, lo estás asustando.

—¡¿Qué yo lo estoy asustando?! —chilló Avalon.

—¡Esa cosa está extrangulándola! —gritamos Rowan y yo.

—Déjenme sacarlas de aquí. ¡Lumos Solem! —gritó, levantando un paraguas rosa y lanzando un fuerte chorro de luz hacia la planta. El Lazo del Diablo pareció retroceder ante la luz, soltando su agarre sobre Avalon y permitiendo que ella se tambaleara hacia atrás, jadeando por aire—. ¡Rápido, chicas, salgan de ahí! —instó, extendiendo sus enormes brazos para ayudarnos a salir del armario.

Nos tambaleamos fuera del armario, y me apoyé contra la pared del pasillo, tratando de recuperar el aliento después de esa experiencia aterradora. El hombre que nos rescató nos observaba con una mirada analítica, mientras Avalon y Rowan se apoyaban mutuamente para mantenerse en pie. Todavía sentía la tensión en mis músculos y el miedo palpitando en mi pecho, pero al menos estábamos a salvo.

—Gracias... gracias por salvarnos —murmuré, todavía sintiendo el temblor en mi voz.

—Sí, gracias…señor…

—Rubeus Hagrid, a tu servicio —se presentó extendiendo una de sus enormes manos hacia Avalon, quien se sacudió bruscamente cuando la estrechó. Tenía la piel clara y ojos oscuros que brillaban como escarabajos negros, y nos dedicó una sonrisa amable—. Soy el Guardián de las llaves y terrenos de Hogwarts. Es un gusto conocerlas.

Las tres nos miramos entre nosotras y luego nos presentamos. Hagrid se me quedó mirando fijamente cuando escuchó mi nombre. 

—Oh, todos están hablando de tí —masculló frunciendo el ceño—. Tal vez los problemas son un mal de familia. ¿Cómo acabaron ahí?

Avalon me detuvo de responder, sabiendo que ya estaba harta del tema de mi familia.

—No fue nuestra culpa —dijo ella—, una Slytherin de primer año, Mérula Snyde, nos encerró aquí.

Hagrid elevó las cejas, sorprendido por las palabras de Avalon. 

—Vaya, ¿y qué piensan hacer?

—Le diremos al profesor Dumbledore y me aseguraré de que la castiguen —dije con firmeza. A mi lado, Rowan asintió de acuerdo.

—¿Tienes pruebas? —preguntó Hagrid.

Respiré hondo, intentando mantener la calma mientras organizaba mis pensamientos. 

—Tengo una carta falsa de Snape, pero no puedo probar que Mérula la escribió.

Hagrid soltó un suspiro.

—Al profesor Dumbledore le gustaría ayudarlas pero, si no tienes pruebas, no podrá hacer nada.

—¡Pero ella admitió hacerlo! —exclamó Avalon. 

—Y somos 2 testigos —agregó Rowan.

—Me temo que no será suficiente —dijo Hagrid negando con la cabeza.

Avalon dio un pisotón en el suelo, enojada.

—Entonces haré que pague por intentar matarnos.

—No puedo culparte por sentirte así, pero la venganza no es buena para nadie. Piénsalo bien. Es fácil tomar una decisión, pero debes estar segura de poder vivir con ella.

—Bien. —Avalon puso cara de estar pensándolo—. Listo, voy a  vengarme.

Entendía la molestia de Avalon. Lo que Hagrid decía podía ser razonable, pero ¿Cómo podía pediremos no hacer nada y solo dejar que Mérula se saliera con la suya después de lo que hizo? 

No podía simplemente quedarme de brazos cruzados y dejar que nos tratara así impunemente

Hagrid volvió a suspirar y asintió.

—Tal vez quieras cambiarte la túnica. El Lazo del Diablo te ensució mucho.

—Gracias por salvarnos —repetí—. Espero verte pronto.

—Seguro que sí, Aries. Por ahora, regresen a su Sala Común.

Solté un gemido hastiado.

—Mi prefecta espera que le regrese esos 10 puntos de las casas a Gryffindor. Tengo que pensar en ello…

Hagrid hizo una mueca de compasión.

—Mientras tú haces eso, yo pensaré en algo para darte ánimos. ¡Te enviaré un mensaje cuando la sorpresa esté lista!

Hagrid se alejó por el pasillo, dejándonos solas. Caminamos en silencio por los pasillos de regreso a nuestra Sala Común.

Y como claramente no tengo buena detrás, Angélica nos abordó en cuanto entramos.

—¿Snape te regresó los puntos?

—Hola a tí también, es un gusto verte, Angélica —dijo Avalon cruzándose de brazos.

La prefecta clavó sus ojos en ella con sorpresa. 

—¡Demonios! ¿Qué le pasó a tu túnica?

Avalon tenía la túnica llena de tierra y desgarrada por todas partes. 

—Nos atrapó un Lazo del Diablo.

—¡¿Lazo del Diablo?! ¿Cómo? ¿Qué sucedió con el profesor Snape?

—Fue un engaño —respondí—. Mérula Snyde falsificó la nota y nos encerró con el Lazo del Diablo.

Angélica respiró profundo y negó con la cabeza. 

—¿Cuál es tu problema con ella?

—Se siente amenazada por Aries —dijo Rowan.

—¿Imagino que esta vez tampoco tienes pruebas?

—Obvio no —emitió Avalon rodando los ojos—. Si así fuera ya la habríamos lanzado ante Dumbledore. 

Angelica soltó un suspiro resignado. 

—No puedes andar vestida así por todo el castillo. La profesora McGonagall se molestará.

—Agh…sí, sí —dijo ella subiendo las escaleras.

La primera clase de vuelo fue a la mañana siguiente y con los Slytherin. 

—Bienvenidos a su primera clase de vuelo —dijo la profesora con voz firme—. Soy su instructora, la señora Hooch. Comenzarán observando antes de llamar a sus escobas en la próxima clase. Bueno, ¿qué esperan? Todo el mundo parece al lado de su escoba.

—Esta clase me ha tenido muerto de miedo todo el verano —murmuró Ben.

—¿Le temes a las alturas? —preguntó Avalon y él negó con la cabeza.

—A caerme más bien. Vengo de una familia muggle y la idea de volar en escoba me aterra.

—No pasa nada por temer, Ben —dije dándole una sonrisa tranquilizadora—. También es mi primera vez volando, mi mamá nunca nos dejó volar.

Ben pareció pensarlo un poco y volvió a negar, aterrado de solo considerar la idea.

—No podré hacerlo.

—¡Claro que sí! Solo concéntrate en la escoba y nada más.

—Sí, no pienses para nada en estar a tres metros sobre el suelo y que te vas a caer y quebrarte un brazo —añadió Merula con tono burlón.

—Esa arpía —masculló Avalon apretando tan fuerte el mango de su escoba, no me quedaba dudas de que se imaginaba dándole un escobazo.

—Ignórala, es tonta —dije a Ben rodando los ojos.

—¿Prometes que si me caigo, me atraparás? —me preguntó.

—Prometo intentarlo.

Ben soltó un suspiro resignado.

—No me tranquiliza, pero supongo que tarde o temprano tendré que intentarlo.

—No tienes nada de qué preocuparte, Copper, hoy solo observarán —dijo la señora Hooch—. Ahora, vamos, les enseñaré las técnicas básicas para montar en escoba.

La clase avanzó rapidísimo, la señora Hooch tenía mucha paciencia, y explicó uno por uno como agarrar mejor la escoba, como no hacerlo, corrigió posturas y nos dio consejos.

Al final de la clase Ben ya no parecía a punto de vomitar o desmayarse.

—Bueno, no ha sido tan malo como pensé, aunque ojalá todas las clases fueran así.

Me reí suavemente.

—Ya verás que  podrás hacerlo, solo necesitas más confianza y acostumbrarte a la idea de volar.  Rowan tiene algunos libros de vuelo, seguro que puedes leer más técnicas y consejos.

—Me gusta leer, hay un riesgo muy bajo de morir mientras uno lee.

Sonreí para esconder mi incomodidad.

—Claro.

Volvimos a la Sala Común, Rowan y Avalon se sentaron a jugar gobstones mientras yo escribía una carta a mis padres. Mi mamá quería una carta a la semana o me vendría a buscar para llevarme a casa. 

Cuando acabé, salí por el hueco del retrato, subí por la escalera del castillo, que estaba sumida en el silencio y finalmente llegué a la lechucería, que estaba situada en la parte superior de la torre oeste.

Era un habitáculo circular con muros de piedra, bastante frío y con muchas corrientes de aire, puesto que ninguna de las ventanas tenía cristales. El suelo estaba completamente cubierto de paja, excrementos de lechuza y huesos regurgitados de ratones y campañoles. Sobre las perchas, fijadas a largos palos que llegaban hasta el techo de la torre, descansaban cientos y cientos de lechuzas de todas las razas imaginables, casi todas dormidas, aunque podía distinguir aquí y allá algún ojo ambarino fijo en mí. Vi a Lucero, la lechuza que mi familia había enviado esa mañana en el desayuno con una carta, estaba acurrucada entre una lechuza común y un cárabo.

Lucero levantó la pata para que le atara la carta, luego de rascarle la cabeza un rato. Me pellizcó el dedo suavemente, extendió las alas y salió hacia el norte. La contemplé mientras se perdía de vista.

Caminé hacia la puerta para volver a la Sala Común cuando me encontré cara a cara con un chico que venía entrando. Nos detuvimos en seco, a centímetros de chocar, y tuve que contener un grito por la sorpresa.

—¡Vaya, lo siento! No te vi allí —exclamó Charlie.

—No te preocupes, fue mi culpa, estaba distraída.

Él me dio una sonrisa gentil, y noté cómo algunas pecas en su rostro se movían ligeramente al hacerlo.

—¿Escribiendo cartas a casa?

—Sí. Mi mamá insiste en que le escriba una vez a la semana —confesé con una risa nerviosa.

Charlie rió suavemente, pareciendo entender la situación.

—Entiendo cómo se siente. Mis padres también son así. 

—Sí, supongo que muchos padres son así.

Intenté desviar mi atención hacia cualquier cosa que no fueran sus ojos que parecían escudriñar mi alma en busca de respuestas.

Nos quedamos sin saber qué más decir, en un silencio que no estaba segura si era o no cómodo, el aire entre nosotros se sentía como cargado de una extraña tensión que no lograba entender. 

Traté de mantener la compostura, pero mis manos se sentían sudorosas y mi corazón latía con fuerza, como si estuviera a punto de salir disparado de mi pecho.

—¿Y... y tú? ¿Eh... estás escribiendo también una carta? —Fue lo único que se me ocurrió. 

«¿Cómo que “estás escribiendo una carta”? Es obvio, estúpida, sino no estaría en la lechucería».

Quería que el suelo se abriera y me tragara entera.

¿Y por qué estaba tan nerviosa de repente? Después de todo, era solo otro estudiante de Hogwarts, ¿verdad?

Charlie inclinó ligeramente la cabeza.

—Algo así, mi madre me ha dicho que mis dos hermanos pequeños, Ginny y Ron se están quejando mucho porque no los mencioné en mi primera carta, así que enviaré una solo para ellos.

—Ah, entiendo. Supongo que tus hermanos deben extrañarte mucho.

Él asintió con una sonrisa suave.

—Sí, seguro que sí. Son un par de enanos que me siguen a todas partes, mucho más tranquilos que los gemelos, pero los extraño bastante.

No pude evitar sonreír al escucharlo hablar con tanto amor de sus hermanos.

—¿Cuántos hermanos tienes?

—Seis.

Mis ojos se abrieron con sorpresa.

—¡Wow, seis hermanos! Eso sí que es una familia grande —exclamé, incapaz de ocultar mi asombro.

Charlie asintió con una risa suave, como si estuviera acostumbrado a la reacción de asombro de la gente ante el tamaño de su familia.

—Sí, es un poco caótico en casa, pero no lo cambiaría por nada en el mundo.

—Debe ser genial tener tantos hermanos.

Charlie movió la cabeza haciendo una mueca.

—Sí y no, los amo, aunque a veces las peleas pueden volverse un poco intensas.

—Lo imagino.

—¿Y tú? ¿Tienes hermanos?

Lo miré, confundida por su pregunta. 

Todo el mundo se la pasaba hablando de mi hermano, en clases lo mencionaban siempre y ambos compartíamos todas las clases. Charlie debía saber qué tenía un hermano.

No es que me quejara, era solo que se me hacía extraño después de una semana entera escuchando críticas y opiniones sobre Jacob, y él era el primero que no actuaba como si tuviera algo para decir sobre el tema.

Me pregunté por un momento si Charlie realmente no sabía sobre mi hermano, o si simplemente estaba tratando de ser amable. Decidí no profundizar en ello.

—He…sí, uno. Es mayor que yo, así que ya no está en Hogwarts —respondí, tratando de sonar casual.

—Imagino que también debes extrañarlo.

Casi se me llenaron los ojos de lágrimas. Tragué saliva, intentando que no se me notara el nudo que tenía en la garganta y asentí. 

—Sí, bastante. 

Algo en su mirada me hizo comprender qué él sí sabía todo el chisme, solo estaba siendo amable.

—Lo siento —dijo suavemente—. Debe ser difícil estar separada de él. Espero que puedas verlo pronto —agregó con una sonrisa reconfortante.

—Ojalá —murmuré, deseando con todo mi corazón que fuera posible, aunque lo dudaba—. Bueno, supongo que debería irme —dije, rompiendo el breve silencio que se había formado entre nosotros y señalando hacia la salida.

Charlie asintió con una sonrisa y se apartó para dejarme pasar.

—Nos vemos en la cena —dijo, guiñándome un ojo, solo respondí moviendo la cabeza.

Salí de la lechucería con un nudo en el estómago, sintiendo la mirada de Charlie quemando mi espalda mientras caminaba por el pasillo. 

—¿Qué está pasando conmigo? —me pregunté en voz baja mientras subía las escaleras hacia la Sala Común de Gryffindor.

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