𝟎𝟐𝟒. tenerife
CAPÍTULO VEINTICUATRO
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le gusta a pedri, siramartinezc, pablogavi, rosalia.vt, feeeeeeeeeeeerr y a 2.597.456 personas más
alinaortega happy new years 🪩
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pedri 😍😍
siramartinezc pero que pibón eres por favor 😩🔥
mikkykiemeney looking hot 👀✨
rosalia.vt amigaa, canarias es tu look ✨✨
feeeeeeeeeeerr de nada por la foto
user56 estoy obsesionada contigo, pasa trucos
user12 viviendo la vida de mujer florero, verdad alina?
user67 quien pudiera pasar fin de año en canarias y con pedri 😩😩😩
user55 durarán tres meses máximo
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PEDRI Y ALINA estaban disfrutando de unas pequeñas vacaciones en Tenerife, el hogar de nacimiento del canario.
Después de una victoria en el mundial, los jugadores tenían unos días de descanso antes de retomar los entrenos en sus respectivos equipos. Y la nueva pareja, en el comienzo de su relación, no quería separarse.
Por lo que Pedri invitó a Alina a irse con él y su hermano de vuelta a Tegueste, donde habían pasado los últimos días en compañía de la familia González.
Y qué delicia: desde luego ese carácter tan simpático era algo de canarios, porque tanto como sus padres como el resto de sus familiares, habían tratado a la joven como una más, preguntándole acerca de su familia y su trabajo y haciéndola sentir cómoda todo el tiempo.
Pedri estaba feliz de que la gente a la que más quería había podido conectar de tan buena forma con su novia: era esencial que hubiese una buena relación, porque para el joven su familia era lo más importante.
Así que ahí estaban, ambos disfrutando del sol en las tumbonas de la casa del futbolista, descansando antes de la hora de la cena. Alina, inmersa en su libro, dirigió una leve mirada al canario a su derecha: Pedri estaba dormido boca abajo, su torso expandiéndose al ritmo de su respiración, la boca entreabierta.
La joven sonrió, acercando su mano para apartarle el pelo de la cara, disfrutando del calor que emanaba su piel al roce. Y es que su corazón rebosaba de felicidad: Tenerife la había engatusado con sus playas, la fauna y flora, su gente. En toda la isla se respiraba una armonía de felicidad, de paz.
Y más aún en el jardín del canario, con su piscina infinita y sus vistas hacia la costa. Suspiró, una sonrisa plantada en su rostro desde que llegó a la isla.
Empezó a tararear en bajito la letra de la canción de Quevedo, obviamente, que sonaba desde los altavoces de la casa en bajito. Su mirada centrándose en el libro, los personajes a punto de descubrir quién fue el asesino del protagonista. El sol empezaba a estar bajo, pero la intensidad del calor seguía prevaleciendo, tostando la piel de la joven, cogiendo un color moreno que resaltaba las facciones en su rostro.
El joven a su derecha se movió levemente, sus músculos contrayéndose para volver a relajarse, empezando a salir del sueño que lo había mantenido sereno durante dos horas.
Pedri pestañeó, mirando a su novia con el libro en su regazo. Sonrió, volviendo a cerrar los ojos. Pedri estaba en el paraíso: en su tierra, comiendo su comida favorita al lado de sus padres y su novia. ¿Qué más podía pedir?
— Buenas tardes dormilón. — Dijo Alina, sonriéndole a la vez que acariciaba con su mano las marcas de la tumbona grabadas en la mejilla del canario. Parecía que había dormido bien.
— Hola. — Murmuró Pedri, apoyándose en la palma de ella, deleitándose en cómo su tacto lo relajaba aún más. No recordaba haberse quedado dormido: estaban ambos tumbados después de bañarse en la piscina, su madre diciéndole que se iba al restaurante para ayudar a su padre. Y entre el sol y lo a gusto que estaba, cerró los ojos, dejándose llevar.
Pero eso era lo bueno de Alina: Pedri siempre fue un chaval muy inquieto, teniendo energía de sobra. Y desde que conoció a Alina, pudo encontrar esa tranquilidad, esa seguridad que ella le brindaba para poder dormir calmado, sin miedo a que algo ocurriese.
— Tu hermano vino hace media hora para recordarnos que hoy cenamos en un restaurante cerca de la playa. Que ellos tres ya nos esperaban allí cuando estuviéramos listos. — Dijo la joven, girándose de lado para poder verlo a la cara.
— ¿Qué hora es? — Preguntó el muchacho, sin tener idea de cuánto había dormido. Se desperezó, girándose de lado para poder ver a la joven, besando la palma de su mano repetidamente.
— Son casi las 19:30. Te quedaste dormido sobre las 17, y viendo la carita que ponías, me dio pena despertarte. — Compartió Alina, riendo suavemente mientras sentía la piel del moreno sobre su mano.
— Pues si que he dormido. — Murmuró para si el canario, suspirando a la vez que se quedaba mirando las vistas. Pestañeó, volviéndola a mirar mientras sonreía inconscientemente.
Pedri sentía que estaba en una felicidad constante desde el mundial: no sólo habían conseguido uno de los mayores logros, sino que por fin estaba con la chica que lo volvía loco. Después de semanas y semanas perdido, finalmente la tiene a su lado, escuchándola reír, cabrearse y besarla a todas horas.
Y Alina no era menos: su corazón se sentía lleno, lleno del amor que le tenía a Pedri. Les había costado llegar hasta ese momento, pero la joven supo en el momento en el que sus ojos encontraron los del canario, que estaría perdida para siempre.
Porque la mirada de Pedri, esos ojos café que tanto le gustaban, la hacían sentir vista, que la entendía sin tener que expresárselo con palabras. Su forma de mirar demostraba sus sentimientos por ella, sabiendo que al canario le era difícil expresarse.
Y si, ambos eran jóvenes, muchos les llamarían ingenuos por pensar que eran su alma gemela. Pero para Alina los demás eran los demás. Lo único que ella sabía con certeza es que su amor por Pedri, lo que sentía por él, era más que cualquier cosa que haya experimentado en su vida. Y si el día de mañana sus caminos se separaban, sabía de sobra que el canario de ojos color café siempre tendría una parte de ella, un fragmento le pertenecería para siempre. Porque Pedri se había instalado en lo profundo de ella, y sin importar lo que pueda ocurrir, eso se quedaría así.
— ¿Vamos, amor? — Preguntó el joven.
Alina pestañeó, mirándolo y sonriendo, asintiendo con la cabeza. No serviría de nada pensar en el futuro que está en cambio constante. Estaba ahí, con Pedri. Y mientras él la dejase, disfrutaría de su compañía.
Ambos se levantaron, recogiendo sus cosas para volver al interior de la vivienda para preparase para la cena. Pedri la esperó, dándole la mano con una suave sonrisa, caminando a su lado a la casa, donde risas y besos los persiguieron escaleras arriba.
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— Estás preciosa. — La voz de Pedri hizo levantar su cabeza para mirarlo por el espejo. Alina sonrió, sonrojándose levemente: daba igual que se lo haya dicho a todas horas, las palabras del joven siempre conseguían ponerla nerviosa.
Ambos habían llegado al restaurante, esperando en la entrada a los padres de Pedri a que llegasen, retocando su ropa en el espejo.
Pedri se acercó a ella, abrazándola por detrás, pasando sus manos por su cintura y aprovechando el hueco para colar su cabeza por su hombro, mirándola en el cristal.
— Canarias te sienta muy bien. — Murmuró, admirando el moreno de piel de la joven, haciéndola brillar, sus ojos verdes destacando. El canario estaba embobado.
— ¿No será porque tú me ves con buenos ojos? — Respondió la joven, entrelazando sus manos con las suyas.
— No creo, cielo. Ya sabes que si te ves mal te lo digo sin problema. — Respondió, haciendo que la joven rodara los ojos. Pedri rio levemente, besando su mejilla y mordiéndola suavemente.
— ¡Pedri! — Se quejó Alina, sobándose la mejilla, viendo al canario con una sonrisa burlona. — Me vas a dejar la marca algún día de estos.
— Exagerada, es mi forma de demostrar mi amor, cari. — Se excusó, encogiéndose de hombros. Alina alzó ambas cejas.
— Ya. — Negó con la cabeza, sonriendo cuando las manos del joven la agarraron suavemente por el rostro, sus labios volviéndose a encontrar en el lapsus de los últimos diez minutos.
Y es que Pedri sabía que la tenía ganada: daba igual lo que hiciese o dijese, con una de sus sonrisas o sus miraditas, Alina lo perdonaba sin pensarlo dos veces. El chaval sabía aprovecharse, joder si lo sabía.
Pero antes de que Alina pudiese echárselo en cara, el coche del padre de Pedri aparcó unos metros delante.
— Qué suerte has tenido. — Murmuró en el oído de su novio, el cual sonrió, apretando las manos sobre su cadera.
— Ya me castigarás más tarde. — Murmuró de vuelta, mordiendo levemente su lóbulo, haciéndola saltar en el sitio.
Alina lo miró, negando con una leve sonrisa, recibiendo un guiño por su parte. Este canario iba a acabar con ella.
— ¡Pedri! — La voz de Rosy llamó la atención de la pareja, viendo a los padres y el hermano mayor del canario acercarse hasta ambos.
Se saludaron, Alina abrazando a la mujer, conversando a cerca de su estancia en la isla, el restaurante y obviamente sobre Pedri. El grupo entró en el restaurante, donde al haber reservado, la camarera les llevó hasta su mesa. No sin antes sonreírle de más al menor de los González.
Alina frunció el ceño levemente.
— Dime cariño, ¿qué tal lo estás pasando aquí? — Preguntó Rosy, cogiendo la carta para mirar los platos.
— Encantada, si fuera por mi me quedaría el resto de mi vida en Tenerife. — Respondió la joven, haciéndola reír.
— Bueno cielo, ya sabes que siempre estás invitada, solo envíame un mensaje para tenerte la habitación lista y vente cuando quieras. — Rosy le guiñó un ojo cariñosamente.
— Bueno mamá, tampoco eso eh. Que ya he tenido que compartir las croquetas por suficiente tiempo. — Se quejó Pedri, con una leve sonrisa en el rostro. Alina entrecerró los ojos mirándole, riendo al ver al mayor de los hermanos pegándole una colleja al menor.
— Anda cállate, que a este paso prefiero que venga Alina a que vengas tú a casa, que no hay quien te aguante cabezón. — Se burló Fer, picando a su hermano menor. Pedri rodó los ojos, su rostro suavizándose al escuchar la risa de Alina a su lado.
— ¿Ya tenéis todo listo para mañana Pedri? — Preguntó Fernando a su hijo, el cual asintió.
Y es que desgraciadamente, ambos debían regresar al día siguiente a Barcelona: Pedri empezaba con los entrenamientos y Alina tenía que ponerse al día con las reuniones y sesiones de fotos que le esperaban.
Alina no quería irse, la semana se le había pasado volando, entre comidas, tardes en la piscina y recorrer la isla en compañía de los González, había hecho que todas sus preocupaciones se le olvidasen, una sonrisa plasmada en su rostro.
Sabía que iba a volver, más pronto de lo que pensaba. El clima, la gente, la comida, todo sobre la isla le había encantado. Y sabiendo que siempre tendría una habitación para ella aquí, se podía decir que Alina pasaría a ser un residente más.
Pero disfrutó del presente, cenando con la agradable familia, donde conversaron entre risas, anécdotas y buen ambiente, disfrutando de los mejores platos típicos de la región.
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Al terminar, se dirigieron a los coches, donde para sorpresa de Alina, Rosy y Fernando se despidieron de ellos, deseándoles un buen viaje de vuelta a la península.
La pareja se quedó con el hermano mayor, el cual los miró con una sonrisa burlona. Alina frunció todavía más el ceño.
— Bueno, parejita. Debido a la insistencia de Pepi, yo me despido también. — Empezó Fer, sonriendo aún más al ver a su hermano bufar. — No estaré en casa cuando volváis que quedé con unos amigos, así que tenéis la casita para vosotros solos. — Guiñó un ojo de forma obvia a su hermano, el cual rodó los ojos. — Espero que te lo pases guay Lina, ya me contarás si la resistencia de mi hermano es promedia o nula, que me decantaría por lo segundo si me preguntas. — Finalizó, recibiendo una colleja por el otro González, mientras la joven, sintió sus mejillas sonrojarse. Ay vaya.
— Cállate Fer. Estoy deseando perderte de vista chacho, estoy que no te aguanto. — Reprochó Pedri, empujando a su hermano hacia su coche. Fer rio, negando con la cabeza a la vez que guiñaba el ojo a Alina, entrando en el vehículo.
El coche de Fer se pierde en la distancia, dejando a ambos jóvenes solos en la salida del restaurante, Alina pestañea, sintiendo una leve burbuja de nervios en su sistema: ¿Acaso insinúa que va a pasar?
Pedri se gira, sonriéndole levemente mientras se acerca a ella, una de sus manos subiendo para acariciar su mejilla.
— Ya sabes cómo es Fer, no le hagas ni caso. Su pasatiempo favorito es ponerme en evidencia. — Dice, suspirando mientras niega con la cabeza, haciendo sonreír a la joven. — Pero, antes de volver a casa, me gustaría llevarte a un lugar, si me dejas.
Alina lo mira a los ojos, esos ojos color café tan bonitos. Porque una de las cosas que más le gustan de Pedri es su mirada, el color de sus ojos tan peculiar, un marrón oscuro que parece negro hasta que le da el sol, los orbes aclarándose en un tono que recuerda a el café recién hecho por la mañana, a esa tranquilidad a primera hora cuando recién sales de la cama.
Pedri representa ese lugar seguro, esa sensación de calma y calor que se experimenta recién sales del sueño.
Por lo que Alina asiente, besándole suavemente mientras lo escucha suspirar, sus manos agarrándola de la mandíbula. Al separarse, roza sus narices, sonriendo y entrelazando sus manos, guiándola hasta el coche.
— ¿Me das una pista al menos? — Pregunta la joven, sabiendo la respuesta de sobra.
Pedri sonríe, ocupándose con encender el coche y conectar el móvil, poniendo una de sus playlists compartidas. Los suaves acordes de Pensar en ti de Natalia Lacunza empiezan a sonar por los altavoces del coche a la par que los rayos del sol iluminan el rostro del muchacho.
— No sé para que preguntas si ya sabes la respuesta. — Responde Pedri con una sonrisa burlona, arrancando el coche.
Pero como siempre, Alina se deja llevar, abriendo la ventana y dejando que la brisa canaria la envuelva, disfrutando de los comentarios de Pedri y de las vistas de la isla, bañadas por el sol de la tarde.
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Cuando Pedri aparca el coche después de treinta minutos y muchas preguntas de "¿Cuánto falta?" por parte de Alina, el sol está a punto de ponerse.
Al bajar del coche, los ojos de Alina se topan con un acantilado, la joven acercándose levemente hasta dar con la bajada que da a una playa.
— Quieta hombre, no queremos accidentes justo el último día. — Dice el canario, agarrándola por la cintura con sus brazos.
— ¿Dónde estamos? — Susurra Alina, frunciendo el ceño. No sabe el porqué, pero la zona le resulta muy familiar. ¿Habían estado antes aquí?
— Ven. — Responde Pedri, entrelazando su mano con la suya mientras la guía por un caminito en bajada.
Mientras van bajando, Alina no puede evitar sentir un deja vu, porque de algo le resulta muy familiar: las vistas al océano, la posición de las piedras en forma de una muralla para evitar acercarse demasiado, incluso la fauna y flora que los acompaña según se van acercando al final.
— Vale. — Pronuncia Pedri al llegar al final. — Dame la mano que aquí se vienen curvas. — Comienza, agarrándola de la mano.
Y es que al llegar al final de la cuesta, se encuentran con la entrada de una playa, pero a mano derecha, una enorme pared de roca que parece que no hay entrada.
Pero Alina, sin saber cómo, sabe que detrás hay un camino, que su yo pequeña estuvo detrás de esas rocas años atrás.
— Ven, es por aquí. — Dice Pedri, tirando de su mano, acercándola hasta uno de los lados de las rocas. — Me dirás que estaré loco, pero tú respira-
— Y solo mira adelante, pero cuidado con la segunda roca que muchos ni la ven. — Acabó ella de memoria. Pedri se quedó de piedra, girando su rostro para mirarla con la boca entreabierta.
— ¿Cómo...? — Murmuró el joven estupefacto. — ¿Pero... Alina qué coño? — Acabó, parpadeando en confusión.
— No lo sé. Es como si hubiese estado aquí antes, muchos años antes. — Responde, entrando por la estrecha entrada, su mente trayéndole a su yo pequeña.
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doce años antes
— Alina venga, ¡que te quedas atrás! — la voz del joven hizo reír a la niña, volviendo su cabeza hacia atrás asegurándose de que sus padres no la viesen para seguir al pequeño chico que había conocido hace unas horas atrás.
— ¡Espérame Pepi! — gritó, viendo como el chico moreno la esperaba al lado de las rocas.
— Mira, es por aquí. Lo descubrimos mi hermano y yo el verano pasado. — Señaló el estrecho camino entre las dos grandes rocas que hacían de pared, la oscuridad no dejando ver el final.
Alina tragó saliva. No le gustaba nada la oscuridad.
— Pepi, ¿estás seguro que es por ahí? — susurró, la vista del callejuelo desapareciendo, encontrándose con los ojos achinados del moreno.
— Te prometo que merece la pena. — Dijo con una sonrisa, entrelazando su mano con la de la joven. — Tú solo respira y mira adelante, pero cuidado con la segunda roca que muchos ni la ven. — Finaliza, guiñándole un ojo mientras su mano tira de ella.
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Alina pestañea, sus manos trazando la áspera superficie de la roca, guiándola por el estrecho camino.
Desde luego que parecía más grande.
Puede notar a Pedri justo detrás de ella, su mano apoyada en la zona baja de su espalda para no perderla.
Sus pies actuando de instinto, saltando la pequeña piedra en el camino, sus ojos entrecerrándose al encontrarse con la suave luz que empezaba a aparecer.
Y ahí estaba, la pequeña cala escondida que le recordaba al de un tesoro perdido: las paredes de roca protegiéndola, la flora creciendo por ellas; en la orilla una pequeña playa y varios niveles de rocas donde se podía saltar al agua que se encontraba en el medio bañada por los últimos rayos de sol que aún entraban por la abertura en el techo.
Alina sonrió, sintiendo a Pedri detrás suya mientras sus brazos la arropaban. Se dejó apoyar en su pecho, sus ojos cerrándose al sentir sus labios sobre su cabeza.
— Así que eras tú. — Susurró Pedri contra su pelo. Alina frunció el ceño, dándose la vuelta para mirarle. — La niña de las conchas.
— ¿Quién? — Respondió en un susurro, reteniendo una sonrisa al saber a dónde llevaba esto.
— La niña de las conchas. — Sonrió el joven, apartando el pelo de su cara. — Todos los veranos mi hermano y yo veníamos a esta playa a jugar con el balón ya que no solía haber mucha gente. Y de una de estas, Fer me lo tiró demasiado fuerte, haciendo que saliera disparada hasta chocar con una niña que estaba en la orilla. — Soltó una suave risa, negando con la cabeza. — Recuerdo pedirle perdón, viendo sus ojos empezar a aguarse.
Sabía que si Fer se enteraba, me iba a culpar a mi delante de mamá, así que busqué algún remedio de hacer que no llorase: y di con las conchas que tenía en sus manos. No eran muchas, pero me salvaron de una buena. Le dije que le ayudaba a buscar más si me perdonaba y ahí la vi sonreír: con esos ojos verdes más bonitos que había visto en mi vida, y una risa que me hizo sentir de todo. — El joven pestañeó, volviendo a mirar a Alina, viendo esos mismos ojos años después. — Desde esa tarde volví todos los días a esa playa, esperándola para poder escucharla hablar de todos los tipos de conchas aunque no me interesase lo más mínimo.
— Quien lo diría, mini Pedri enamorado. — Bromeó Alina, sintiendo los brazos de su novio agarrarla por la cintura, pegándola a él. Pedri sonríe, negando suavemente.
— Que chistosa. Pero si, me tenía comiendo de su mano, incluso mi hermano me vacilaba diciendo que me iba a casar con ella de lo enamorado que estaba. — Alina rio, sabiendo lo capullo que el hermano mayor podía ser. — Pero lo importante, es que se lo enseñé, la entrada a este sitio. Solo lo sabíamos mi hermano y yo, ya que si mi madre se enteraba de que andábamos por sitios de este tipo, no nos dejaría salir nunca más de casa. Así que contárselo fue un riesgo, pero estaba demasiado colado por ella, así que la traje aquí, donde desde entonces, pasamos el resto del verano, diciendo que nos veríamos aquí justo después de comer. — La sonrisa del joven decayó, sus ojos fijos en las rocas. — Hasta que un día no estuvo. La esperé toda la tarde hasta que mi hermano vino a por mi. Y así todos los días, esperando que apareciese con nuevas conchas para añadirlas a la colección.
— Pero nunca volvió. — Finalizó la joven, viéndolo asentir.
Pedri la condujo hasta el final de la pequeña cueva, donde se agachó, sus manos agarrando una de las rocas para mostrar una enorme colección de conchas de diferentes tamaños y colores, todas amontonadas en un pequeño agujero.
— Siguen todas aquí. Me aseguré de que Fer no las encontrase porque era lo único que me quedaba de ella. — Relató, una sonrisa cálida postrándose en el rostro de Alina.
Se agachó a su lado, su mano acercándose hasta las conchas, sus ojos brillantes al dar con una en específico: una pequeña caracola rosada, tan pequeña y fina que cabía en su palma.
— Esta era mi favorita: fue la primera que encontré, después de que mi padre me hubiese echado la bronca por coger piedras de la arena. Me fui corriendo, sentándome en una de las rocas que había, hasta que di con esta pequeña cosita. No era gran cosa, pero al ponerla contra mi oreja, pude escuchar el mar. Y con lo mucho que me gustaba este sitio, me la llevé conmigo, así teniendo un recordatorio de mi lugar preferido. — Su sonrisa ampliándose, acariciando la pequeña reliquia entre sus manos. — Hasta que conocí a un niño que me pegó con un balón, pero a cambio me ayudó a buscar muchas más, hasta conseguir tantas que no nos cabían entre los brazos. — Rio levemente. — Pero yo no quería deshacerme de ninguna, pensaba que si las abandonaba se sentirían solas. Así que el niño me enseñó un lugar secreto, donde me prometió que estarían a salvo hasta que yo volviese. — Levantó la mirada, encontrándose con esos ojos que doce años más tarde, aún la miraban como si fuese otra reliquia encontrada. — Y parece ser que lo hizo.
Pedri sonrió, agarrándola por la nuca para besarla, sintiendo sus labios sonreír contra los suyos, sus lenguas entrelazándose mientras disfrutaba de su cercanía, de esa conexión, de ese hilo que parece ser que los trajo de vuelta hasta este lugar, hasta esos niños que se conocieron un verano del 2010.
— La niña de las conchas. — Murmuró el joven, sonriendo contra sus labios. — No me puedo creer que fueras tú.
Alina sonrió, negando con la cabeza rozando sus narices.
— Siempre siendo el niño del balón. — Respondió, acariciando su cara con su mano. — Parece ser que desde pequeña me gustaron los pelmas.
Pedri rio, echando la cabeza hacia atrás. Quien lo diría, dice años más tarde y aquí estaba, con el primer amor de su niñez. ¿Que probabilidades había que eso sucediese?
— Venga tira, niña de las conchas, que aún nos queda media hora de viaje y quiero llegar antes de que se nos haga de noche. — Dijo, levantándose del suelo.
Alina sonrió, su mirada dirigiéndose hacia la pequeña caracola que aún se encontraba en sus mano.
— ¿Te la vas a llevar? — preguntó su novio, apartando su pelo para poder ver su cara.
— Creo que si. — Murmuró ella. — Tuve suerte de que aún estuviese aquí. Pero quien sabe cuándo volveremos o si estará esto intacto. No quiero perderla, es un recuerdo demasiado valioso. — Explicó, colocando la roca de nuevo y levantándose, sintiendo el brazo del joven en su cintura acercándola a él. — Así siempre tendré un recuerdo de este lugar. — Pedri besó su sien, acercándola a su pecho.
— No te preocupes, si esto ha estado así estos últimos años, dudo que alguien lo encuentre. — Dijo, empezando a caminar hacia la salida. — Además, tal vez la próxima vez que vengamos no seremos solo tú yo, ¿eh? — Vaciló, guiñándole un ojo.
Alina solo rio, entrelazando sus manos mientras ambos salían de ese lugar, dejándolo atrás mientras la suave brisa del mar y los susurros de risas los acompañaba de vuelta al coche.
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Son casi medianoche cuando ambos jóvenes llegan a casa, dejando el coche en el garaje y cerrando la puerta de la vivienda.
Alina se quita los tacones al llegar, soltando un suspiro de alivio después de estar horas con los zapatos puestos. Pedri deja las llaves en la entrada, mientras sonríe al ver su cara.
— ¿Tienes hambre? — Le pregunta, dirigiéndose a la nevera en la cocina. — No tenemos gran cosa, algunas sobras si te apetecen.
— No gracias, un vaso de agua y estoy lista. — Responde la joven, apoyándose en la encimera mientras sus ojos siguen los movimientos de su novio.
Menuda espalda dios. Alina ya sabía, de verlo muchas veces entrenando, que Pedri había cogido más músculo, pero gracias a la delicada tela de la camisa que llevaba, podía ver como los músculos se le contraían con el mínimo movimiento, haciéndola suspirar.
Pedri se da la vuelta, entregándole el vaso de agua con una sonrisa. Ambos se quedan ahí, mirándose por encima del cristal con leves sonrisas.
— ¿Estás lista para volver a Barcelona? — Pregunta Pedri, separando el vaso de su boca.
— Bueno, a cachos: no tengo ganas de irme de aquí con lo bien que se está. Pero por otra parte tengo ganas de volver al trabajo, la rutina y volver a ver a mis amigos. — Responde, encogiéndose de hombros. — ¿Y tú? ¿Listo para ver de nuevo a todas tus novias? — Vaciló al joven, viéndolo negar con la cabeza.
— Que yo sepa sólo tengo una novia. — Dijo, dejando el vaso sobre la encimera.
— Ah si. ¿Tiene que ser la bomba para que te aguante, no? — Intentó no reírse, bebiendo el resto del agua, viéndolo acercarse hasta que sus pechos entraron en contacto, haciendo que tuviese que echar ligeramente la cabeza para atrás para mirarlo.
— Si, es un poco pelma algunas veces, muy inquieta y si le dejas, no se calla ni debajo del agua. — Relató, recibiendo un golpe en el pecho, haciéndolo sonreír, su mirada encontrándose con la de ella. — Pero sin ella no sabría que hacer, estoy perdido sin ella.
— Pues esperemos que no la dejes por alguna de tus mayores fans. — Dijo Alina, alzando ambas cejas. Pedri negó con la cabeza, chasqueando la lengua mientras rozaba su nariz con la de ella suavemente.
— Que pena para ellas, porque para mi solo hay una. — Sus labios se rozaron, la respiración de ambos empezando a agitarse. — Solo una.
Alina tragó saliva, sus ojos fijos en los labios de él.
— Que suerte debe de tener ¿no? — Susurró, entreabriendo su boca con el choque de la de su novio, notando sus manos apoyadas en la encimera detrás suya, encerrándola entre sus brazos.
— Le ha tocado la lotería conmigo. — Vaciló el canario, provocando una pequeña risa en su novia, haciéndolo sonreír inmediatamente. Una de las manos de ella acarició su mandíbula.
— Eres imbécil. — Susurró contra sus labios.
— Yo también te quiero, cielo. — Sus labios encontrándose, desatando un frenesí entre los dos, sus manos descontroladas por tocarse, sus respiraciones entrelazándose.
Las manos de Pedri recorrieron su cuerpo entero, colándose por la abertura del vestido, acariciando su espalda para bajar hasta su culo, apretándolo, consiguiendo un gemido de Alina.
Tiró de los mechones cortos de su novio, moviendo sus dedos entre sus mechones, perdiéndose en el sabor de su novio, en sentir sus manos repasar su piel, dejando una marca invisible en ella.
— Joder, me vuelves loco. — Dijo con voz ahogada, agarrándola por las piernas para sentarla en la encimera, teniéndola más a mano, enredando sus dedos en su pelo, su boca atacando la suya de nuevo.
Los labios del canario recorrieron su mejilla, bajando por su mandíbula hasta encontrar cobijo en su clavícula, gimiendo levemente al notar sus dientes morder la delicada piel, dejando su marca en ella.
— Pedri... — La voz de la joven sin aire, anclando su mano en la nuca de su novio, sus piernas situándose en su cadera, acercándola a ella.
Pedri pareció pillar el mensaje, pegándola al borde de la encimera, sus caderas haciendo contacto haciéndolos gemir a ambos.
Alina se mordió el labio, echando su cabeza hacia atrás para proporcionarle más espacio. Pero después de unos segundos, abrió los ojos, extrañada al no notar sus labios sobre su piel.
Joder.
Su mirada, oscurecida; sus mejillas levemente sonrojadas; su pelo alborotado, apuntando en varias direcciones; sus labios entreabiertos, formando una sonrisa ladina.
— ¿Qué pasó? ¿La nena está necesitada? — Ese tono de vacile, acompañado de la voz ronca la puso peor. Se tragó el jadeo que casi le sale, asintiendo levemente con la cabeza. Los dedos del joven acariciaron su labio inferior, separándolo. — ¿Y qué quieres que haga?
Alina tragó saliva, intentando cerrar las piernas para buscar ese alivio que tanto necesitaba. Pero el cuerpo del muchacho se lo impidió, poniendo ambas manos en sus muslos, evitando que los cerrase.
— Quiero oírte, Alina. — Sentenció, rozando sus labios con los de su novia.
Que alguien la llevase al infierno de cabeza.
— Quiero que me toques. — Murmuró, acercándolo hacia ella para besarlo, fundiéndose en la sensación de sentirlo pegado a ella, un pequeño movimiento para aliviar la presión que ambos sentían.
— Dónde. — Su mano se deslizó hasta encontrar sus pecho, agarrando uno de ellos haciéndola retorcerse. — ¿Aquí? — Siguió bajando, sus dedos acariciando ese nervio que le provocaba esas sensaciones tan deliciosas. — ¿O aquí?
— Pedri basta. — Jadeó, sus uñas clavándose en sus hombros a la vez que sus caderas se movían, creando esa fricción que tanto anhelaba.
— Mírala. — Bromeó, pasando la punta de su nariz por su rostro. — ¿Tan necesitada estás que ni hablar sabes? Pídemelo.
Esa voz, ese tono demandante y sus manos haciéndola jadear, podían con ella. En el fondo de su mente aún existían las dudas de si le iba a gustar o si le iba a doler. Pero al abrir los ojos y encontrarse ese orbes color café, sabía que pasase lo que pasase, Pedir iba a estar ahí.
— Quiero que me folles. — Sentenció, mojando sus labios mientras su mano bajaba hasta dar con el bulto en sus pantalones, apretándolo levemente haciendo gruñir al canario. — ¿O necesitas indicaciones para saber dónde meterla?
Alina no sabía el impacto que podían tener sus palabras.
Las manos de Pedri la agarraron por las piernas, sujetándola mientras salían de la cocina, subiendo las escaleras hasta dar con la habitación del canario.
Al llegar y cerrar la puerta, Pedri la dejó sobre la cama, quedándose de pie, su respiración acelerada mientras se sacaba la camiseta.
— No sabes lo que me pone que te pongas vacilona. — Confesó, acercándose hasta ella para besarla, sintiendo sus dedos enredarse en su pelo.
— Créeme, lo puedo notar perfectamente. — Contestó Alina, sus piernas cruzándose sobre la cintura del joven, apretándolo contra ella, sintiendo su dureza contra su intimidad, ambos jadeando ante la sensación.
— ¿Estás segura de esto? — Preguntó Pedri, levantándose ligeramente para mirarla a los ojos. — Nunca hemos hecho nada y tampoco te he preguntado, pero si no quieres seguir no pasa nada.
Alina tragó saliva, su corazón encogiéndose al verlo tan preocupado por ella. Se levantó de la cama, sus manos acunando el rostro de su novio para besarlo ligeramente.
— Si te soy sincera, nunca... — tragó saliva, viendo como le prestaba toda su atención. — Nunca he hecho nada, con nadie. Sé que seguramente tú has tenido alguna que otra cosa. Y si me notas muy nerviosa o tensa es porque tengo miedo de que haga algo mal o que no te guste.
Los labios de Pedri la interrumpieron, atrayéndola hacia él hasta terminar sentada en su regazo.
— No hay nada de ti que no me guste Lina. No tienes que estar nerviosa, ¿Vale? — Besó sus labios, apartando algunos mechones sueltos de la cara. — Si en algún momento quieres parar me lo dices y lo hacemos.
Alina asintió, sonriendo al verlo con una sonrisa, respirando más tranquilamente. Pedri se encarga desabrochar el vestido por detrás, dejándola solo con la parte de abajo puesta. Recorre su cuerpo con sus labios, escuchándola suspirar mientras sus manos agarran las sábanas de la cama. Levanta la mirada a la vez que sus dedos encuentran la fina tela de la ropa interior, deslizándola por sus piernas hasta tirarla en el suelo.
Pedri se levanta levemente de la cama, admirándola por primera vez completamente desnuda. Una sonrisa se cuela en su rostro, sabiendo la suerte que tiene por poder llamarla su novia.
— Estoy enamorado de ti, nunca había conocido a alguien que fuese tan increíble tanto por dentro como por fuera. — Dice, viéndola sonrojarse intentando ocultar una sonrisa.
El joven se acerca al cajón de la mesilla de noche, cogiendo uno de los envoltorios plateados para volver a la cama, quitándose los pantalones apoyando sus rodillas en el colchón.
Levanta ambas cejas en pregunta, viéndola asentir levemente. Se saca los bóxers, viendo como sus ojos lo recorren entero y sus mejilla se sonrojan. Rompe el envoltorio, colocándoselo y acercándose a ella, besándola de nuevo.
— Te quiero Alina. — Susurra contra sus labios, besándola de nuevo.
— Te quiero. — Murmura ella, acariciando su cara con sus manos.
Pedri baja una de sus manos para abrir sus piernas ligeramente, colocándose contra su entrada. Alina aguanta la respiración, mirando hacia el techo. Pero la mano de Pedri entrelazándola con la suya hace que lo vuelva a mirar, sus ojos en ella y una sonrisa tranquilizadora sobre su rostro la hace relajarse, coger aire y saber que está segura, que todo va a ir bien.
Y ahí es cuando lo nota entrar: la presión en su vientre se contrae, sus ojos cerrándose mientras su boca pone una mueca de dolor, apretando la mano del joven. Pero Pedri está ahí para calmarla, sus labios recorriendo su rostro y sus labios, susurrándole palabras de consuelo mientras no se mueve, dejando que se acostumbre.
Y así pasa: después de unos momentos, ese dolor se empieza a transformar en una sensación gustosa, que hace que quiera más. Abre los ojos, encontrándose con esos color café ya mirándola.
— ¿Estás bien? — Pregunta, rozando su nariz con la suya. Alina asiente, pasando una pierna por las caderas del canario, acercándola a ella, haciendo que entre un poco más, ambos gimiendo ante la sensación.
— Más. — Susurra contra su oído, notando los latidos acelerados de su corazón contra su pecho. Pedri la besa, saliendo levemente para volver a entrar, haciéndola jadear contra él.
Ambos se pierden en esa sensación, en el vaivén que producen sus cuerpos, las manos de Alina recorriendo la espalda de Pedri por completo. Las embestidas de su novio aumentando con el tiempo, escuchándolo suspirar contra su oído, sus besos besando perezosamente su cuello.
Alina empieza a notar ese nudo que tanto mencionan en sus libros empezar a formarse, ese deseo, ese placer apoderándose de todo su ser, buscando liberarse. Sus uñas se clavan en la espalda de Pedri, escuchándolo gemir de placer.
— Pedri, Pedri no puedo... — Dice entrecortada, echando su cabeza hacia atrás, el placer que empieza a quemarle por completo haciéndola incapaz de pronunciar dos frase seguidas.
— Lo sé, yo también lo siento. — Dic acelerado, su mano subiendo sus piernas más arriba de su cadera, anclándola a él. — Aguanta un poco más.
Alina se muerde los labios, sus ojos encontrándose con los suyos, sonriéndose el uno al otro. Las manos de Pedri apoyadas a ambos lados de su cabeza le permiten bajar para besarla, sintiendo su interior empezar a apretarle.
Hasta que ambos caen: Alina abre su boca en un gemido silencioso, echando la cabeza hacia atrás mientras nota la cabeza de Pedri contra su cuello, su interior liberándose mientras una de las mejores sensaciones la recorre entera, dejándola sin aire por unos segundos. Puede escuchar al canario gemir levemente, sus caderas aún moviéndose para alargar ese momento de placer hasta que se deja caer encima de ella.
En la habitación solo se escuchan sus respiraciones aceleradas, las caricias de Pedri en su cintura haciéndola saber que es real, que está ahí con él.
Pedri levanta su rostro para mirarla, una suave risa saliendo por sus labios mientras aparta los mechones que se le pegaron a la frente.
— No sé que me has hecho, pero ha sido increíble. — Alina ríe ante su comentario, entrelazando sus brazos por detrás de su cuello, acercándolo hasta besarlo por unos instantes, deleitándose en esa felicidad que empieza a florecer por su cuerpo.
— Te quiero tanto, gracias por ser tú. — Murmura contra su boca. Pedri sonríe aún más si es posible, saliendo suavemente de ella y tirar el condón para acercarse de nuevo a ella y abrazarla, haciéndola reír y besarla hasta que no sienta los labios, sabiendo la suerte que de que Alina haya llegado a su vida.
oh no!
que tal que tallll
os ha gustado? no me ha quedado tan mal como pensaba, aunque he cambiado de persona a la hora de narrar pero en fin JJAJAAJ
no tengo mucho más que decir, espero que me comentéis vuestras reacciones que me frustra ver que no haya casi nada de comentarios :/
igualmente, gracias por el apoyo últimamente, tanto por aquí como por mi otra historia (prometo ponerme prontito con ella) os quiero <3
besitos hasta la próxima
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