En tí
Bucky llegó con retraso a Sokovia cuando ya casi eran las 11:20 de la mañana. Quería avisar que llegaría tarde pero realmente no tuvo oportunidad; había tenido el día más angustiante y ajetreado el día de ayer pero hoy, al menos, tenía la tranquilidad de que Morgan ya estaba mucho mejor de salud y que, además, podría llevar a Helmut con él a casa porque había averiguado que su cirugía podía realizarse en Estados Unidos.
Detuvo el auto a un kilómetro aproximadamente del lugar donde se hallaba el Castillo Zemo; conocía el lugar muy bien, de hecho ya estaba en sus territorios pero desde allí sólo había un estrecho sendero que debía seguir a pie hasta llegar al portón del Castillo. Se cargó su equipaje al hombro y siguió el sendero a paso tranquilo pero firme.
Mientras caminaba, con la mirada gacha, pensaba y trataba de poner en orden todas sus ideas. La humedad del verano sokoviano se impregnaba en su piel y el trino de los pájaros sosegaba su alma.
Llegó hasta el portón del castillo e ingresó sin dificultad, lo que le pareció extraño, ya que no había seguridad; pero, supuso que, por las cámaras, ya se habían percatado de su presencia; esas puertas abiertas eran para él. Cruzó el jardín y llegó hasta la entrada del Castillo, ahí, para su sopresa, Oeznik ya lo esperaba, de pie con esa pose de leal mayordomo, en la escalinata.
— Hola —saludó Bucky con una sonrisa agotada—, buenos días, siento haber llegado tarde, tuve algunos contratiempos ¿Cómo está Helmut?
— Buenos días, señor James.
Bucky, percibiendo un tono extraño en la voz de Oeznik, se paró a una cierta distancia de él. Respirando agitado por su caminata, dejó caer su equipaje al suelo que brillaba por la humedad y volvió a replantear su introducción:
— Oeznik… —casi rió— Buenos días. ¿Y Helmut?
Oeznik tomó aire antes de responder, aunque no pudo evitar bajar su mirada.
— El Señor Zemo no se encuentra.
— ¿Dónde está entonces? —cuestionó Bucky con extrañeza y una preocupación ascendiendo desde su interior.
— Él… —Oeznik tuvo, como tantas veces en su vida, ser fuerte una vez más y enfrentar la situación— Él viajó por la madrugada…
— Espera, por qué, a dónde —lo interrumpió Bucky ya completamente preocupado.
— Él… Él viajó a Bélgica.
— Pe-pero por qué… ¿Por qué hizo eso? —cuestionó Bucky con el ceño fruncido— Él dijo… él prometió que me esperaría… Él… —y ya sentía que algo no andaba bien.
— Él dejó esto para usted.
Eso fue toda la respuesta de Oeznik y ya le había tendido a Bucky un pequeño sobre con mano firme y resuelta.
Bucky, desconcertado, tomó por instinto el sobre pero siguió insistiendo.
— No-no no entiendo. ¿Por qué fue a Bélgica?
— Ahí se lo explica todo —le dijo Oeznik señalando el sobre.
Bucky miró de reojo el bendito sobre y sintió una desesperación crecer en su interior. ¿Qué demonios era todo esto? ¿Qué había sucedido? ¿Era su culpa?… ¿Había llegado muy tarde o… Qué?
— Espera, no estoy entendiendo, sólo quiero saber qué sucedió. Dime por qué viajó —le exigió a Oeznik—, dímelo, qué pasó. ¡Dime algo!
— Señor —dijo Oeznik tratando de que no se le quebrara la voz—, él me pidió que le diera esa carta, yo no puedo decirle… Por favor, sólo lea la carta…
— ¡No quiero hacerlo! —exclamó Bucky con los ojos húmedos y una expresión angustiante— ¡No quiero leer esto…!
— Señor…
— ¡No lo voy a hacer! —rompió a llorar Bucky— Sólo quiero que me digas por qué se fue… —suplicó entre lágrimas, se llevó la mano al rostro con nerviosismo.
El corazón de Oeznik se oprimió en su pecho al ver esa mirada lastimera y suplicante en los ojos azules y llorosos de Bucky. Sintió que su fuerza flaqueaba y que no podría sostenerse en pie por mucho más tiempo.
— Oeznik, por favor…dime —le siguió implorando Bucky— Dime que pasó con él… A qué fue a Bélgica…
— Él… —Oeznik tomó aire sin entender por qué le era tan difícil decirlo— Él solicitó la eutanasia.
Y eso fue lo único que pudo decir el mayordomo, siendo conciente entonces de lo doloroso que había sido.
Un hueco. Bucky se quedó petrificado ante ese abismo, caía… Caía muy hondo, hondo… Todo se hundía dolorosamente por dentro. Su mirada dilata sólo miraba a Oeznik sin mirarlo realmente porque todo estaba vacío ahora, tan sólo un par de dolorosas lágrimas se delizaban incontenibles desde sus ojos una tras otra.
Oeznik sólo pudo bajar la mirada con pesar y, dejando escapar un par de lágrimas, se sostuvo contra la baranda de la escalinata dejando caer la cabeza contra su pecho.
Bucky se encontró haciendo gestos de negación mientras retrocedía apenas, no sentía las piernas ni nada suyo, nada… Y estrujaba el sobre en su mano hasta temblar.
— Por qué hizo eso —musitó Bucky entonces, en un quejido doloroso—, por qué… No pudo… Él no pudo hacerlo ¡No! —exclamó de repente— ¡No, él no pudo hacerlo! ¡Él me prometió que…! —y comenzó a sollozar dolorosamente— Él me… Me lo prometió… Él… Él… No… No es cierto… No…
— Él lo decidió… —apenas pudo decir Oeznik.
— ¡No! —exclamó Bucky interrumpiendolo— Él no puede hacer eso. No lo dejaré —se limpió las lágrimas del rostro con afán determinado—. Él se fue en la madrugada, aún debe estar allí, aún… Debo detenerlo —se cercioró de que tenía todas sus cosas importantes en los bolsillos y se dió la vuelta dispuesto a echarse a correr en dirección a su auto.
— ¡Señor James! ¡Espere!
— No intervengas —retuvo su paso James apenas mirando al mayordomo—. No hay tiempo, debo llegar…
— ¡No podrá hacerlo! —dijo Oeznik tratando de llegar a él— Ya no…
— ¿De qué hablas? —le dió la espalda Bucky sin dejar de caminar apresurado— Él está comentiendo un gran error, sólo llegué un poco tarde pero iré por él… ¡No dejaré que haga esa estupidez! Lo llevaré conmigo, lo llevaré conmigo y nunca nos separaremos… —sus piernas flaqueaban y las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas —Nunca… Nunca…
— ¡Señor James! —le llamó Oeznik a la distancia— Ya sucedió. Recibí una llamada de confir…
— ¡¡¡No!!! —le gritó James con rabia y negación girandose a él— ¡No! ¡Él vendrá conmigo! —hizo ademanes desesperados, como si se hubiera vuelto completamente loco— ¡Porque él y yo nacimos para vivir y morir juntos! ¡En cualquier maldita realidad, espacio o tiempo! ¡¿Entiendes?! —alzó la mirada al cielo y exclamó a voz en cuello— ¡¡¿Lo entienden?!! Nada nos puede separar ¡¡¡Nada!!! —y estalló en un llanto desgarrador dejándose caer sentado contra la fría y húmeda hierba. Allí, hundió su rostro en entre sus piernas y lloró inconsolablemente sintiendo que el dolor en su pecho lo mataría allí mismo…y hasta deseo que así fuera.
Oeznik llegó hasta él, acongojado, trató de tranquilizarlo pero Bucky lo rechazó. Se levantó del suelo y, revelando un rostro desecho en lágrimas, se alejó de él echándose a correr por el sendero; haciendo oídos sordos a todo las palabras ajenas, a todo a su alrededor, corrió todo ese kilómetro sin ser conciente de ellos hasta llegar a su auto. Se metió dentro y encendió el motor echando a andar al vehículo. Dió un giro brusco y condució por instinto hasta la carretera.
Seguía llorando con desesperación, todo su cuerpo temblaba en espasmos incontrolables y sólo conducía en línea recta… "Tengo que llegar" era el único pensamiento que estaba en su mente "Tengo que llegar" "Tengo que ir por él" "Ya, debo llegar…" De pronto, con impotencia y rabia golpeó el tablero del auto con ambos puños una y otra vez emitiendo quejidos desgarradores.
Un automóvil en sentido contrario pasó cerca en la curva próxima y casi embistió al auto de James, éste sólo pudo hacer maniobras torpes con el volante y se detuvo en seco con brusquedad en medio de la carretera mientras el sonido agudo de la bocina del automóvil que había pasado por su lado lo reprochaba ya a la distancia.
Ahí, en medio de esa carretera solitaria, James se dió cuenta de la realidad.
Sí, con los ojos abiertos e inundados en lágrimas y las manos petrificadas sobre el volante, aceptó esa dolorosa realidad.
Todo había terminado.
Y esta vez, definitivamente, él ya no podía hacer absolutamente nada.
-----------------------------
Casi media hora había pasado. Ahora James conduce por la carretera principal que conecta Sokovia con su circunvalación. Lloverá, eso han dicho en los pronósticos de tiempo.
Las lágrimas ya se han secado en el rostro inexpresivo de James; ha acudido al uso de su inteligencia emocional y ahora conduce con precaución y podría hasta incluso tratar de responder a una pregunta si se la hicieran en medio del camino. Aunque en su interior ya no exista nada.
No va a ningún lado en particular, ni tiene planeado hacerlo, sólo sigue y sigue por la ruta… Sigue y sigue. Hasta que llega a la circunvalación y divisa el Lago Drité al otro extremo. Se acerca más y más, hasta que es recibido por la majestuosidad del mismo; es uno de los lagos más extensos del mundo. Si no fuera que Sokovia es un estado sin salida al mar, cualquiera podría decir que ese era su mar; porque el horizonte era la línea entre el agua y el cielo allá…muy lejos. Un mar sin grandes olas, sin barcos ni exuberantes playas…eso era el Lago Drité.
James, contemplando ese asombroso cuerpo de agua, se detuvo finalmente en uno de los miradores que aparecieron en la carretera, allí volvió a mirar el paisaje a su alrededor sintiéndose completamente vacío…
Entonces su vista se encontró con un pedazo de papel arrugado en el piso del auto y se dió cuenta, al levantarlo, que era el sobre con la carta que Helmut había dejado para él. Otra vez ese dolor punzante le atormentó el interior y tomó aire. De alguna forma, había hecho llegar ese sobre a su auto, en medio de su desesperada partida.
Volvió a mirar el lago y entonces, con el sobre en la mano, decidió salir.
Caminó en dirección a la rocosa playa del lago hasta llegar a un sitio donde pudiera sentarse. Encontró uno en una roca que se le ofrecía como un inusual cómodo asiento ante el espectáculo de las ligeras olas arribando a la playa una tras otra…con esa melodía tranquila y cómplice, como si pudieran guardar secretos y descifrar incógnitas.
James repasó el paisaje con su mirada agotada de tristeza un par de veces antes de finalmente animarse a dirigir su mirada al arrugado sobre en su mano. Tomó aire y lustró la planta de sus zapatos contra la arena fina de la playa y, sintiendo ese ambiente solitario y abandonado, abrió el sobre como si abriera el alma de aquél que ahora ya no estaba; así que fue doloroso y tembló mucho… No quería hacerlo, no quería leer; pero era lo único que tenía ahora, ya no tenía nada más… Lo habían abandonado y ese condenado papel era lo único que le quedaba en esa edificación que tanto sentimiento le había costado construir y que ahora se iba desmoronando… lentamente.
Desdobló el papel percatandose que, nuevas y tibias lágrimas volvían a caer desde sus ojos, manchando sus manos y manchando esos trazos de caligrafía adorada y muy conocida que tenía ahora al frente suyo. No quiso sentir lo que estaba sintiendo, se limpió las mejillas y, aún temblando con la vista nublada por su sollozo silencioso, leyó lo que Helmut le había escrito.
.
.
11 de diciembre, 2019
Novi Grand, Sokovia
James:
Antes que nada, lo siento.
Sé que esta disculpa no cambia nada, porque cuando leas esto ya todo estará hecho. Tal vez me odies, o algo así, lo entiendo, no te culpo, tienes razón para ello. Aún así, lo siento. Lo siento mucho, por favor, James; si tan sólo algún día pudieras comprenderlo, ojalá puedas entonces perdonarme porque no hay otra ruta para mí, ha sucedido mi llamado final.
Sabes que ya nada puede cambiar esto.
Desde que me diagnosticaron cáncer, hemos estado sumidos en este agobiante camino. Sé que lo hiciste porque eres una persona maravillosa, y porque me amas, me amas de verdad, siempre lo has hecho, lo sé. Yo también te amo, te amo con todo mi corazón, y te agradezco tanto por haber estado conmigo en los momentos más difíciles, tormentosos y hasta vergonzosos de mi vida. Desde que tomé conciencia de este mundo, todo a mi alrededor fue siempre un cambio continuo, hasta que llegaste tú; en mi mundo caótico fuiste mi constante. Podría llenar páginas y páginas con todas las razones por las que eres tan importante para mí, y por las que te amo profundamente.
Pero no puedo condenarte a esto. Sabes que desde la última consulta médica asumí mi condición de paciente terminal. Incluso con la cirugía sólo me quedarían un par de meses y en el mejor de los casos un par de años. Y me cuestionarás el por qué entonces no me quedé contigo a pasar mis últimos días de vida; la respuesta es que no me pareció lo correcto, no después de todas las dificultades que tuviste que atravesar estos agobiantes días por mi causa. Sólo imaginalo, sería una desgracia: cada vez sería más difícil tratar conmigo y mi estado desahuciado, perdería la memoria y el uso adecuado de mis funciones cerebrales y motoras; sí, sería un desastre. No hubiera querido que me vieras así, y mucho menos que tuvieras que cargar con eso —conmigo— durante ese tiempo insulso de dolor y angustia. No, si me preguntas, tú no te mereces algo así; respecto a mí, ha sido mi decisión, yo decidí esto porque se trata de mi inservible y maldito lastre corporal.
Aún así lo siento. Porque sé que ahora estás sufriendo. ¿Pero sabes qué? Pasará. Sé que suena insulso, ahora no lo crees, lo sé. Pero en el fondo de tu corazón, muy en el fondo, sabes que esto no es para siempre. Y no quiero que te sientas agobiado por las cosas que hubieras querido decir o hacer, no; porque te conozco, y sé todas esas cosas. Las sé. Sé muchos sobre ti, sé todo sobre ti. Y amo todo eso:
Amo que te guste escuchar una sola canción una y otra vez por meses, amo que tomes mates fríos, amo tu decorosa carencia de osadía, amo cuando te emborrachas y dices-haces cosas que no dirías-harías de sobrio, amo que tengas tantas habilidades y vayas a un sinnúmero exagerado de cursos de toda índole, amo que te gusten los atardeceres con galletas integrales y café, amo cuando dejas la escoba en un sitio inapropiado después de ducharte y lavar el baño, amo que no sepas ordenar tu ropa debidamente, amo que tengas un corazón tan grande que muchas veces no sepas cómo acomodarlo dentro tuyo, amo esa rutina boba anti-pánico que tienes antes de salir a actuar en el teatro, amo todas las formas de tus acogedores abrazos, amo que te guste echarte y sentarte a comer en el suelo, amo que tengas problemas para escribir la "g" —creo que nadie lo ha notado, yo sí—, amo que cantes cuando estás nostálgico, amo que ames la pizza, amo que seas tan perezoso los domingos, amo tantas otras cosas, amo todo de ti.
Hay una cita de mi autor favorito —ya lo sabes, no lo digas, Henry Miller— en la que estuve pensando en estos días. En uno de sus libros, él estaba escribiendo sobre un momento problemático de su vida, y decía que estaba: "No del todo equivocado, pero profundamente errado". Bueno, después de hacer algunos cambios en mi vida, realmente resonó como una conmemoración: me equivoqué y lastimé a otras personas y esas cosas son permanentes. Puedes hacer las paces y redimirte; pero lo que hiciste, eso sucedió. Ya sé que debo dejar de decir que soy un pésimo ser humano, pero he cometido errores.
Una vez dijiste que no intentarías nunca cambiarme, y no lo hiciste, gracias; pero, también dijiste que esperarías a qué yo intentara ser una mejor versión de mí mismo por mi propia cuenta y conciencia. Lo he intentado. Realmente hubieron momentos en mi vida en los que aparecía una luz brillando en medio de la penumbra de mis días más oscuros en los que creía que realmente podría lograrlo. Navegar por los océanos que rodean América y Europa con ese club de nevegantes me trajeron a la mente cuestiones de existencia y ética, no quise volver a cometer los mismos errores desde entonces. Sin embargo, no podía cambiar el pasado, todo lo hecho estaba hecho; no podía traer las cosas buenas de vuelta, las personas buenas también se marchan algún día. En sí, no todo está bajo nuestro control, pero las cosas que sí lo están son un verdadero privilegio. Entonces te elegí a ti, de nuevo, lo hice y no me arrepiento. ¿No fueron esos nuestros mejores días? Pero verás, mira nuestro castillo se terminó derrumbando de todas formas ¿A quién puedes culpar? No vale la pena, las cosas suceden. Dirán que es el destino o la mala suerte, o que al final "sucedió por algo", no lo sé. Pero es y fue. Ya pasó. Está hecho. Ha terminado.
Tal vez algún día te despiertes y te extrañe no encontrarme a tu lado, te darás cuenta entonces. No llores de nuevo. Porque estaré contigo, en ti. Desde que te entregué mi corazón, decidí entregarte cada vez una parte mía. Entonces vivo en ti, siempre habrá algo mío viviendo mientras tú vivas. Estaré ahí, contigo. En todas tus pequeñas partes, en cada pensamiento vago, en cada sabor, en tus hermosas sonrisas, en los días tristes en los que no sepas qué hacer, en cada atardecer, o en esas noches en vela —siempre hubo un "Buenas noches, James" para ti en mi vida, incluso en los días más difíciles, incluso cuando nos separaban miles de kilómetros y miles de situaciones—. Así que no llores de nuevo, tranquilo, estaré siempre contigo. Siempre.
Y sé que muchos dicen que nada es para siempre —yo también lo dije en algún momento, lo sabes—, puede que tengan razón; pero preferí finalmente atenerme a la Ley de Lomonósov-Lavoisier, la que nos dice que nada se crea ni se destruye. Somos eternos en el universo, de alguna forma, en alguna forma y en alguna parte. Nada desaparece, materialmente. Emocionalmente, mi ser, o aquello que llaman alma, está en los recuerdos de los que me han conocido y apreciado —y hasta rechazado—, por ello está también y especialmente en tí.
Así que, gracias por hacerme parte de tí, James. He sido feliz contigo.
¿Alguna vez te dije que tenías vocación de enfermero? Creo que sí. Qué extraña ironía, finalmente terminaste cuidando de mí como si fueras uno. Sabía cuán especial eras cuando abrías las cortinas para mí y dejabas entrar la luz, era como un símbolo: tú eras y eres eso en mi vida, eres la luz de primavera en los días grises.
Estuve tratando de recordar dónde creamos esa frase particular nuestra. Algo de enamorados ¿Lo recuerdas? ¿Sabes a lo que me refiero? Sé que sí. Sé que ya lo estás recitando. Ya lo recordé, sí, fue esa noche. Esa noche que nos aceptamos y nos entregamos mutuamente por primera vez. Mientras estábamos en la cama de tu modesta habitación de estudiante solitario, lo dijimos: Tú y yo podemos hacer y ser lo que queramos, porque nacimos para vivir y morir juntos; en cualquier realidad, espacio o tiempo; siempre.
Nunca te lo dije, pero esa noche escuché cuando susurraste por primera vez que me amabas; creías que estaba dormido pero siempre lo supe. Fue por eso que me quedé el día siguiente, y el siguiente, y el siguiente… Te dije que si entraba allí era probable que nunca fuera a salir. Era por ello que tenía tanto temor, porque sabía, desde el momento que ví el fondo azul a través de tus ojos que jamás podría dejarte. En la vida, sabes cuando algo o alguien es "para siempre", sabes que nada será igual después, sabes incluso que va a doler; pero, cuando es el tiempo, es el tiempo; y cuando llega, debes tomarlo porque sólo uno de cada cien lo logra. Lo hice, lo tomé.
Te rechacé el día que me dijiste de frente que me amabas, en esa terraza de Nueva York, porque en ese preciso momento no podía amarme a mí mismo y me sentía frustrado. Pero entonces, asumí que simplemente no podía dejarlo, no podía dejarte, porque ya no había vuelta atrás; simplemente quise hacerlo, decidí hacerlo, tomé todo mi coraje he hice mi apuesta. Lo hice, lo tomé, porque...sólo uno de cada cien lo logra.
No me arrepiento de haber elegido estar contigo. Definitivamente no. Sólo me arrepiento de las cosas que hice que te hicieron daño, todas las cosas que te hicieron llorar y sentirte mal. Lo lamento tanto, no puedo cambiarlo, pero lo siento mucho, por favor perdóname; no supe valorar nada en mi vida en ese entonces e hice todo mal. Ya no puedo deshacerlo, quisiera pero simplemente no puedo; y mis disculpas no sirven. Además, nunca fuí bueno para cumplir promesas, todas las que te hice las rompí, la verdad es que soy un gran cobarde y también un tanto idiota. Perdona. Especialmente porque ahora estoy rompiendo la última promesa. Ya sabes, dije que te esperaría, tal vez de alguna forma lo haga —como te lo dije ayer por la mañana, te esperaré en mi lugar—, pero ya no será como tú lo habías pensado.
Así que lo siento, James. Espero algún día puedas perdonarme.
Mientras tanto, sólo me queda esto. Gracias, otra vez, por haberme acompañado, por haberme amado y por ser quien eres —porque amo quien eres y quiero que sigas siéndolo—. Sin duda alguna, eres lo mejor que me pudo haber sucedido en mi caótica vida. Cielos, daría todo por estar allí, contigo, ahora. Oh, sí, claro, ya lo sé… Allí estaré, en ti, contigo.
Te amo James, con cada palabra, porque eras y serás siempre moja duše: alma mía.
Contigo, Helmut.
.
.
**************
¿Cuánto tiempo había pasado desde que James leyó y repasó la carta de Helmut? Tal vez unos cuantos minutos. Que importaba ya.
Había llorado. Sí; la imágen suya y de Helmut en aquel paraje tranquilo, echados sobre la hierba, con un cielo limpio y una montaña elevándose al frente suyo, mientras veía el brillo hermoso de los ojos de su amado y sintiendo ese roce cariñoso en el dorso de su mano, vino a su mente; y lloró, lloró con todo el dolor de su corazón.
Ahora sólo tenía la mirada cansada y vaga fija en ese horizonte extraño e incierto del Lago Drité. Cuando el sonido de las olas se hizo más persistente, supo que estaba a punto de contemplar un nuevo atardecer. El atardecer más desolador y frustrante que pudiera presenciar en su vida, sí, y no tenía ninguna taza de café con galletas integrales para su consuelo.
Fue así que se levantó, aunando sus fuerzas de reserva de alguna parte de su ser, y regresó a su auto para conducir en sentido contrario.
James retornó al Castillo Zemo a eso de las seis de la tarde. Oeznik no esperaba verlo de regreso con esa calma resignada; había mandado a buscar por él, preocupado porque le ocurriera algún incidente grave, pero no había tenido noticias satisfactorias. Ahora lo veía acercarsele, con ese caminar cansado y con la mirada gacha.
Cuando James estuvo frente a Oeznik ahí, de nuevo en la escalinata, cruzó la distancia que antes los separaba y, ante los ojos húmedos y espectantes del leal mayordomo, dejó caer la cabeza en su hombro y recibió ese abrazo necesitado, tal como lo hubiera hecho Helmut en sus días difíciles. Allí, en medio del húmedo y gris verano de Sokovia, ambos hombres se abrazaron y lloraron en silencio.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top