𝑨𝒏𝒈𝒆𝒍
Un pequeño Jimin de doce años caminaba emocionado por el bosque que se encontraba cerca de su casa y el cual sus padres le dejaban ir solo pues la zona no era tan grande y el niño se sabía muy bien los diferentes caminos.
Con una mochila a su espalda donde solo guardaba una botella de agua, un pequeño botiquín y un walkie talkie para comunicarse con su madre, ya que había salido antes de la hora de la comida, paseaba entre los grandes árboles de aquel bosque lleno de flores, pequeños animales y preciosas mariposas de diferentes colores que volaban de un lado al otro. Lo único que se escuchaba en aquel lugar era sus pasos al caminar y su tarareo que armonizaba con el canto de algunas pequeñas aves postradas en las ramas de los árboles. El cielo estaba totalmente despejado, y aunque el sol brillaba con fuerza, la temperatura no era sofocante porque todavía era primavera y hacía algo de viento. Todo se notaba tranquilo, hasta que escuchó unos pasos detrás suyo. Paró en seco al no ser un sonido habitual y se giró hacia atrás sin encontrarse a nadie. Con el ceño fruncido y un pequeño puchero en sus labios, dedujo que seguramente se trataba de algún conejito o alguna ardilla que se habría escondido ante su reacción tan espontánea, así que siguió caminando como si nada.
Unos minutos después llegó a un gran descampado lleno de flores moradas cuyos pétalos se movían al compás del viento y Jimin sonrió en grande al estar de nuevo en su lugar favorito. Corrió emocionado entre las flores y se sentó justo en medio del campo, donde agarró una flor en sus pequeñas manos sin arrancarla y la observó fascinado, convencido de lo preciosa que era la naturaleza.
Cerró los ojos disfrutando del sonido de las hojas moverse y los pájaros cantando alegremente. De repente, sintió como el viento a su alrededor se movía con más fuerza y escuchó el aleteo de unas alas a su espalda, pero no quiso girarse pues estaba seguro que simplemente era una maquinación de su creativa y alocada imaginación.
—Hace un buen día, ¿no lo crees?
Jimin abrió los ojos y miró hacia atrás, encontrándose a un hombre de unos veinticinco años, vestido con prendas blancas, piel algo pálida, melena castaña y con una dulce sonrisa en los labios. Los rayos de sol lo iluminaban haciendo que su piel y su hebras brillaran, como si estuviera adornado de diminutos diamantes. El desconocido lo miraba alegre, como si este conociera al menor de toda la vida.
El pequeño quedó totalmente boquiabierto de tan solo verlo, su aura transmitía calma y tranquilidad mientras el dulce sonido de su voz sonaba como el coro de los mismísimos ángeles en el cielo que brindaban paz en el mundo. Si, Jimin llegó a la conclusión en aquel momento que se había encontrado con un ángel, aunque el hombre no tuviera alas.
—Soy Min Yoongi.—El desconocido se agachó a la altura de Jimin, quien permanecía sentado, y extendió su mano hacia él, quien después de pensárselo hizo lo mismo para darle un apretón de manos.
—¡Yo me llamo Park Jimin!— El pequeño exclamó presentándose con una sonrisa que hizo sacarle una pequeña risita al hombre.
—Sí, ya lo sé.— Contestó con suma tranquilidad, Jimin rápidamente cambió su expresión a una de confusión.
—¿Ya lo sabía?
—Digo, vives por aquí cerca y ya sabes, la vecindad es pequeña. Supongo que casi todos nos conocemos.— Yoongi se sentó a su lado mientras Jimin lo observaba detenidamente.
—Pues yo nunca lo había visto a usted por la vecindad.— Jimin inclinó su cabeza todavía más confuso al no recordar verlo en el barrio, pero a la misma vez, su rostro le sonaba de algo y eso no hacía más que desconcertarlo.
—¿No serás tú un poco despistado?— Yoongi le habló divertido mientras desordenaba su pelo, Jimin soltó una carcajada.
—Sí, un poco.— Los dos se rieron aún más ante la confesión del menor. Parecía que fueran amigos de toda la vida.
En ese momento no llegó a entender porque hablaba tan tranquilamente con aquel desconocido cuando su madre le había advertido de que evitara establecer cualquier conversación con extraños, y el mismo habría huido rápidamente, pero por alguna razón sentía que Yoongi no era malo y se sentía protegido a su lado, aunque no lo conociera de nada.
—¿Jiminie? Cariño, vuelve a casa ya, la comida está lista.— La suave voz de su madre se hizo escuchar a través del walkie talkie guardado en su mochila y lo agarró rápidamente para contestarle.
—¡Vale mamá, estaré ahí en un momentooo!— Su madre rió a través del aparato y así hizo Yoongi también, intentando que la mujer no le escuchara.
—Yoongi hyung, tengo que irme, me espera una deliciosa comida en casa.— Jimin palmeó su estómago hambriento haciendo reír a Yoongi de nuevo y se levantó del suelo. El mayor lo imitó.
—Vamos, te acompaño.
Los dos caminaron de vuelta por el bosque, mientras Jimin le contaba las fantásticas aventuras que creaba en su cabeza, sus anécdotas divertidas en el colegio y le cantaba mientras Yoongi lo escuchaba atento con una sonrisa. También impidió que el menor se cayera al suelo un par de veces por ir saltando y que se desviara por el camino equivocado a su casa. Solo tardaron unos minutos hasta salir del bosque, la casa de Jimin estaba justo a unos pocos metros en frente, así que Yoongi le dejaría ir solo.
—Gracias por acompañarme hyung, usted es genial.— Yoongi sonrió en grande al escuchar tal cumplido.
—No es nada pequeñín.— El mayor acarició su cabellera azabache.— Ten cuidado de no caerte.— Le avisó con su dedo índice bromeando.
—Si señor.— Jimin hizo un saludo militar y ambos rieron.
—Ves antes de que tu madre se preocupe.— El menor asintió con la cabeza.
—¿Nos volveremos a ver, hyung?
—Probablemente, ya sabes donde encontrarme.— Yoongi le guiñó un ojo.— Cuídate Jimin.
—Sip, y usted también.—El mayor asintió con la cabeza.— ¡Adiós!— Jimin caminó hacia su hogar y después de unos metros se giró para mirar a Yoongi, quien seguía ahí mientras movía su mano despidiéndose. El menor sonrío y siguió su camino.
Claro que se volverían a ver, bueno, al menos Yoongi lo veía a él cada día aunque Jimin no se diera cuenta, porque su misión desde que el menor nació fue protegerle.
Dos grandes y blancas alas aparecieron en su espalda.
Puede que se lleve un buen regaño por parte de los ángeles superiores por haberse presentado en frente de Jimin directamente y hablar con él, pero realmente no le importaba pues le tenía tanto aprecio que necesitaba comunicarse con él y hacerle saber de que no estaba solo en este mundo cruel.
Seguiría cuidando de Jimin, no solo porque fuera su trabajo, si no porque realmente lo adoraba.
Suspiró y echó a volar a casa del menor, donde se asomó por la ventana mientras miraba como Jimin comía con su madre mientras tenían una charla animada, sin que ninguno de los dos pudieran verle.
The end.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top