Se complementaban bastante bien, porque mientras Hinata emitía luz a donde quiera que fuese, Kageyama desprendía una oscuridad igual de fuerte. Eran una pareja bastante peculiar, pero todos estaban satisfechos con los resultados de la misma.

No era referente a un romance empalagoso, tampoco era que no existiera amor, pero sabían demostrarlo en cosas pequeñas, tan pequeñas como los besos. Y luchaban por ser quién guiaba la relación, aunque a fin de cuentas los dos mantenían su barco a flote, cada uno a su modo, sin hundir al otro.

Así lograron aceptar sus sentimientos y amarse con todo lo que podían, se habían convertido en el lugar seguro del otro, como debió ser desde el principio.

Hinata resplandecía como nunca, opacando al mismo sol con una sonrisa, su felicidad se metía entre todos los rincones, en cada uno de los lugares que pisaba.

Kageyama sabía que era realmente afortunado por eso, por ser fuente de esa ferviente alegría, de ese inmenso sentimiento y, ahora, solo debía preocuparse por proteger a esa alma de cristal.

Nunca más se volvería a romper.