𝑪𝒂𝒑í𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟘𝟚
«Miércoles, 18 de febrero, 20.00 horas»
____ pulsó con rabia el botón del ascensor. Otra vez salía tarde de la oficina.
- Vete a casa y descansa, ¡y una mierda! -murmuró para sí. John quería que estuviera en perfectas condiciones al día siguiente, pero también quería que echase un vistazo rápido a un caso. Y, como cada tarde, entre una cosa y otra era la última en marcharse, después incluso de que lo hiciera John. Cuando vio que las bombillas del pasillo que conectaba la oficina con los ascensores del aparcamiento estaban fundidas, su cara fue de exasperación. Echó mano al dictáfono que llevaba en el bolsillo.
- Nota para mantenimiento -musitó al aparato-. Hay dos bombillas fundidas frente a la puerta del ascensor.
Con suerte, Lois transcribiría aquella nota y las otras veinte que había grabado durante las últimas tres horas. No era que la secretaria se negara a cumplir con su tarea, el problema era conseguir que la atendiera. Todos los fiscales se enfrentaban a una cantidad de casos pasmosa y cualquier petición procedente de la unidad de investigación especial era siempre cuestión de vida o muerte. Por desgracia, las cuestiones que engrosaban la lista de casos de ____ estaban casi siempre relacionadas con la muerte, y acababan por dejarla sin vida propia, y no es que tuviese mucha vida personal. Allí estaba ahora, esperando el ascensor para bajar al aparcamiento, sola y sin apenas fuerzas para que aquello le preocupara.
Dejó caer la cabeza hacia delante para estirar los músculos agarrotados de tanto escudriñar en los archivadores y, de pronto, notó que se le erizaba el vello de la nuca y detectó un cambio casi imperceptible en el olor a cerrado del pasillo. Cansada, sí, pero no sola. Hay alguien más aquí. El instinto, la experiencia y el recuerdo de vídeos antiguos la impulsaron a echar mano del espray de polvos picapica que llevaba en el bolso mientras el pulso se le aceleraba y su cerebro luchaba por recordar dónde se encontraba la salida más próxima. Muy lentamente, empezó a darse la vuelta, con el peso bien distribuido en la planta de los pies y el espray aferrado en la mano. Estaba preparada para salir corriendo pero también para defenderse.
En una fracción de segundo procesó la imagen de un hombre del tamaño de una montaña apostado detrás de ella; tenía los brazos cruzados sobre el ancho pecho y la mirada clavada en la pantalla digital situada sobre las puertas de los ascensores. De pronto, con una de sus enormes manos sujetó fuertemente el puño de ____ y fijó sus penetrantes ojos en los de ella.
Tenía los ojos azules, brillantes como una llama y al mismo tiempo fríos como el hielo. Atraían la mirada de ____ de forma inexplicable. Estaba temblando y, aun así, mantenía la vista fija en él, era incapaz de apartarla. Algo en aquellos ojos le resultaba familiar. Pero, aparte de ese detalle, el hombre le era completamente desconocido. Ocupaba todo el pasillo y sus anchas espaldas tapaban la poca luz que había; las sombras cubrían su rostro. Rebuscó en la memoria en un intento por recordar dónde lo había visto. No podía ser fácil olvidar a un hombre de una estatura y un empaque semejantes. Su rostro anguloso, incluso envuelto en la penumbra, expresaba una desolación inequívoca; el perfil de la mandíbula denotaba una entereza absoluta. ____ trataba a diario con personas sumidas en el dolor y el sufrimiento e intuía que a aquel hombre le había tocado experimentar ambos sentimientos en abundancia.
Transcurrió un instante antes de que percibiera que el hombre respiraba con tanta agitación como ella. Él, renegando entre dientes, le arrebató el espray y rompió el hechizo. Luego le soltó la muñeca y ella se la frotó de inmediato mientras su corazón recobraba el ritmo normal. No la había tratado de forma ruda, solo había actuado con firmeza. Aun así, la presión de los dedos había dejado marcas en la piel incluso a través del grueso abrigo de invierno.
- ¿Está loca, señorita? -le espetó en tono suave; su voz grave retumbaba en su pecho.
____ tuvo un arrebato de genio.
- ¿Y usted? ¿Cómo se le ocurre acercarse a hurtadillas a una mujer en un pasillo a oscuras? Podría haberle hecho daño.
El hombre arqueó una de sus cejas oscuras, parecía divertido.
- Si piensa eso es que de verdad está loca. De haber tenido intenciones de agredirla, usted no habría podido hacer nada para impedírmelo.
____ sintió que palidecía mientras procesaba las palabras del hombre y las imágenes de antiguas cintas de vídeo desfilaban por su mente. Tenía razón. Se habría encontrado indefensa, a su merced.
El hombre entrecerró los ojos.
- No vaya a desmayarse, señorita.
____ notó que su genio se renovaba y acudía en su ayuda. Se irguió de golpe.
- Yo no me desmayo nunca -dijo, lo cual era verdad. Tendió la mano con la palma hacia arriba-. Devuélvame el espray, si no le importa.
- Sí me importa -gruñó él. No obstante, depositó el espray en su mano-. Se lo digo en serio, señorita, el espray solo habría servido para enfurecerme más, sobre todo si no hubiese acertado a la primera. Incluso podría haberlo utilizado en su contra.
____ frunció el entrecejo. Saber que tenía razón la sacaba de quicio.
- ¿Y qué esperaba que hiciese? -le espetó; el agotamiento hacía que se comportara con rudeza-. ¿Quedarme quieta dispuesta a ser su víctima?
- Yo no he dicho eso. -Se encogió de hombros-. Apúntese a un curso de defensa personal.
- Ya lo he hecho.
El timbre que anunciaba la llegada del ascensor sonó y ambos se volvieron de repente para ver qué puerta se abría antes. Lo hizo la de la izquierda y el hombre la invitó a entrar con un ademán exagerado.
Ella lo escrutó con la perspicacia adquirida a fuerza de pasarse horas y horas tratando con criminales que habían cometido las más horribles fechorías. Aquel hombre no era peligroso, por fin lo veía claro. Aun así, ____ Ruzek era una mujer prudente.
- Esperaré al siguiente.
Los azules ojos del hombre emitieron un destello. Apretó la mandíbula angulosa y uno de los músculos de la mejilla empezó a temblarle. Lo había ofendido; se había pasado de la raya.
- No me dedico a agredir a mujeres inocentes -dijo con sequedad mientras aguantaba la puerta del ascensor para evitar que se cerrara. Poco a poco, su figura robusta se fue sosegando y ____ tuvo la impresión de que se encontraba tan cansado como ella-. Vamos, señorita. No quiero pasarme así toda la noche, y no pienso dejarla aquí sola.
Ella miró con inquietud a ambos lados del pasillo desierto. No tenía ningunas ganas de permanecer allí más tiempo del imprescindible, así que entró en el ascensor. Se sentía enfadada, como siempre que topaba con la cruda realidad; a pesar de llevar diez años mentalizándose y de haber leído más de cincuenta libros de autoayuda, encontrarse sola en un pasillo lóbrego seguía atemorizándola.
- No me llame señorita -le espetó.
Él la siguió y la puerta se deslizó hasta cerrarse. Se la quedó mirando; ahora la expresión de sus ojos resultaba severa.
- Muy bien, señora. ¿Qué es lo primero que le enseñaron en esas clases de defensa personal?
Su tono condescendiente la sacaba de quicio.
- A tomar conciencia de cuanto me rodea. -Él arqueó una ceja con gesto arrogante y a ____ empezó a hervirle la sangre-. Y, de hecho, me he dado cuenta de que usted estaba ahí, ¿no es así? A pesar de que se me ha acercado a hurtadillas. -Era cierto, el hombre se había aproximado con sigilo. ____ podía jurar que no estaba allí un momento antes de que ella se apercibiera de su presencia y, al acercarse, no había hecho ningún ruido. Sin embargo, él resopló.
- Hacía más de dos minutos que estaba allí plantado. ____ entrecerró los ojos.
- No le creo.
El hombre se apoyó en la pared del ascensor y se cruzó de brazos.
- Nota para mantenimiento -la imitó-. Y lo que más me ha gustado: Vete a casa y descansa, ¡y una mierda!.
____ notó que el rubor afloraba en sus mejillas.
- ¿Por qué no nos movemos? -preguntó, y enseguida alzó los ojos, exasperada. No habían apretado ningún botón. Con gesto rápido, pulsó el del segundo piso y el ascensor empezó a moverse.
- Ahora ya sé dónde ha aparcado el coche -anunció él mientras asentía satisfecho.
Estaba en lo cierto. ____ había pasado por alto todo cuanto había aprendido para velar por su propia seguridad. Se frotó las sienes, palpitantes.
- Usted tenía razón, y yo estaba equivocada. ¿Está ahora contento el señor?
Los labios del hombre se curvaron en una sonrisa y su expresión dejó a ____ sin respiración. Una simple sonrisa había transformado aquel semblante tremendo en uno... de tremendo atractivo. Su pobre y maltrecho corazón omitió un latido; ____ tuvo el suficiente sentido común como para sorprenderse. No solía reaccionar ante los hombres, y menos de aquella manera. No era que no le gustaran, no se fijara en ellos o no supiera apreciar a un buen ejemplar cuando se cruzaba con él. Y aquel lo era, sin duda. Alto, ancho de espaldas y guapo como un actor de cine. Claro que se había fijado en él, no era de piedra; solo se sentía un poco herida. ¿Un poco? Lo pensó mejor y rectificó. Se sentía muy herida.
- No, señora -dijo él-. Para serle sincero, no tenía intenciones de acercarme a usted con tanto sigilo, pero parecía tan ensimismada en la conversación que mantenía consigo misma que no he querido importunarla.
A ____ se le volvieron a encender las mejillas.
- ¿Usted nunca habla solo?
De pronto, la sonrisa se desvaneció y una mirada de desolación asomó a los ojos del hombre. ____ se sintió culpable por el mero hecho de haber formulado aquella pregunta.
- A veces -masculló.
El timbre del ascensor volvió a sonar y la puerta se abrió a un espacio oscuro repleto de automóviles y a un penetrante olor a combustible y gases.
Esta vez el ademán con el que la invitaba a salir primero fue mucho más sutil y dejó a ____ sin saber cómo poner fin a la conversación.
- Mire, siento haber estado a punto de rociarlo con polvos picapica. Tiene razón, debería tener más cuidado.- Él la observó con detenimiento.
- Está cansada. Todos bajamos la guardia cuando estamos cansados. ____ esbozó una sonrisa irónica.
- ¿Tanto se me nota? Él asintió.
- Sí. Y para quedarme más tranquilo, permítame que la acompañe hasta el auto.
____ entrecerró los ojos.
- ¿Quién es usted?
- Me extrañaba que no me lo preguntase. ¿Es siempre tan confiada como para mantener conversaciones con extraños en edificios desiertos?
No; no era nada confiada. Y tenía todo el derecho a no serlo.
- No, normalmente utilizo primero el espray y luego pregunto - respondió.
Él sonrió, esta vez con un triste gesto de aprobación.
- Entonces supongo que estoy de suerte -dijo-. Soy Chris Evans. ____ frunció el entrecejo.
- Nos conocemos. Sé que nos conocemos. Él meneó su cabeza.
- No. Me acordaría de usted.
- ¿Por qué?
- Porque nunca me olvido de una cara.
La frialdad de su tono anulaba toda posibilidad de galanteo. Y a ____ le molestó sentirse decepcionada.
- Tengo que marcharme a casa. -Se dio media vuelta e hizo asomar la llave entre dos dedos, tal como le habían enseñado. Con la cabeza muy erguida, aguzó la vista y el oído mientras avanzaba, pero solo oyó los pasos del hombre tras ella. Al llegar junto al viejo Toyota se detuvo y él hizo lo propio. Volvió a mirar su rostro, de nuevo oculto por la penumbra-. Gracias. Ya puede irse.
- Me parece que no... señora. Se estaba pasando de la raya.
- ¿Cómo dice?
Él señaló la rueda.
- Mírelo usted misma.
____ bajó la vista y de pronto sintió náuseas. Justo lo que faltaba, un pinchazo.
- Maldita sea.
- No se preocupe. Yo la cambiaré.
Cualquier otro día se habría negado, era perfectamente capaz de cambiar una rueda por sí sola. Sin embargo, dadas las circunstancias, decidió permitir que fuese él quien hiciera el trabajo.
- Gracias, es muy amable, señor Evans.
Él se quitó el abrigo y lo dejó sobre el capó.
- Mis amigos me llaman Chris.
Ella vaciló un instante antes de encogerse de hombros. Si tuviese intención de cometer alguna fechoría, ya lo habría hecho.
- Yo soy ____ .
- Pues abra el maletero, ____ , y podrá irse a casa.
Mientras lo hacía, trataba de recordar cuándo lo había abierto por última vez y rezaba porque contuviese una rueda de recambio; ya se imaginaba el comentario mordaz del señor Sabelotodo en el caso contrario.
Pero al ver el interior del maletero, que creía haber dejado limpio y vacío, se detuvo en seco.
Decir que no estaba tal como ella lo había dejado sería quedarse corto. Extendió una mano para palpar el contenido pero la retiró rápido. No toques nada, se dijo. Observaba el interior del maletero con la intención de adivinar qué eran aquellos tres grandes bultos que antes no se encontraban allí. A medida que sus ojos se acostumbraban a la tenue luz que proporcionaba la bombilla del maletero, su cerebro empezó a procesar lo que su vista captaba. Y el mensaje resultante le revolvió el estómago. Había creído que, después de la falta de unanimidad entre el jurado de Conti, el día no podría irle peor.
Sin embargo, estaba equivocada, muy equivocada.
La voz de Evans atravesó aquella neblina mental.
- Solo me llevará unos minutos.
- Mmm, no lo creo.
Un momento después Evans estaba detrás de ella y observaba el maletero por encima de su hombro. Lo oyó renegar entre dientes.
- Mierda.
O Chris tenía mejor vista que ella o el cansancio ralentizaba sus facultades mentales. Él no tardó más que una fracción de segundo en comprender lo que a ella le había llevado varios segundos, hasta sentirse completa y verdaderamente horrorizada.
- Tengo que llamar a la policía. -La voz le temblaba, pero no le importó. No violaban su espacio personal todos los días. Y, por descontado, no todos los días se encontraba presente en la mismísima escena del crimen. Además, esta podía calificarse de excepcional.
Tres cajas de plástico, de las que suelen utilizarse para transportar leche, se hallaban dispuestas una al lado de la otra. Cada una contenía un montón de ropa coronado por un sobre de papel manila. Cada sobre mostraba una foto de Polaroid fijada justo en el centro con cinta adhesiva. Desde donde se encontraba, era capaz de distinguir que el sujeto que aparecía en cada una de las fotografías estaba muerto y bien muerto.
- Tengo que llamar a la policía -repitió, contenta de que el sonido de su voz recobrara la normalidad.
- Acaba de hacerlo -respondió Chris con voz grave. ____ se dio la vuelta.
- ¿Es usted policía?
Chris extrajo un par de guantes de látex de uno de sus bolsillos.
- Detective Chris Evans, de homicidios, para servirla. -Se enfundó los guantes con un chasquido quirúrgico que hizo eco en el silencio del garaje-. Tal vez esta sea una buena oportunidad para completar las presentaciones, ____ .
Ella lo observó mientras cogía el sobre de la caja más alejada.
- Soy ____ Ruzek.
Él se volvió de repente, con expresión sorprendida.
- ¿La fiscal? Vaya, vaya -añadió al ver que ella asentía. La observó con atención-. Es el pelo -dijo, y volvió a centrarse en el sobre que sostenía en la mano.
- ¿Qué le ocurre a mi pelo?
- Lo llevaba recogido. -Acercó el sobre a la bombilla del maletero-.
Ojalá tuviese una linterna.
- Llevo una en la guantera.
Él negó con la cabeza mientras mantenía la mirada fija en la fotografía.
- No se moleste. Pediré que remolquen su coche y lo cubran con talco para descubrir las huellas, así que no toque nada. Este hombre ha muerto de un disparo.
- ¿Cómo lo ha adivinado? Déjeme pensar, ¿tal vez por el agujero de bala que tiene en la cabeza? -preguntó ____ con ironía y Chris la obsequió con una sonrisa breve pero igualmente burlona.
- Vamos a ver... ¿Qué puedo decir? -A continuación se puso serio y reanudó su examen-: Varón, caucásico, alrededor de los treinta años. Las manos atadas por delante... -Aguzó la vista-. Maravilloso -dijo en tono inexpresivo.
____ se estiró por encima del brazo de él para mirar.
- ¿Qué?
- Si no me equivoco, alguien ha cosido a este hombre de pies a cabeza.
____ lo aferró por el brazo e inclinó la fotografía hacia la luz del maletero. Podía observarse con bastante claridad una línea que partía del esternón y se prolongaba por el torso.
- ¡Dios santo! -masculló. Horrorizada ante la idea que había acudido a su mente, dirigió la mirada a las cajas de leche y luego a los ojos de Evans-. No creerá... -Dejó la frase a medias al observar que este torcía el gesto.
- ¿Qué? ¿Que sus órganos se encuentran en esas cajas? Bueno, abogada, me parece que ya hemos averiguado bastante. ¿Reconoce a este hombre?
Ella aguzó la vista y negó con la cabeza.
- Está demasiado oscuro. Tal vez con más luz. -Levantó la cabeza para mirarlo; se sentía estúpida e impotente, y odiaba ambas sensaciones-. Lo siento.
- No se preocupe, ____ . Resolveremos el caso. -Abrió el teléfono móvil y pulsó algunas teclas-. Soy Evans -anunció-. Tengo...
- Un caso -apuntó ____ mientras en lo más profundo de su ser se gestaba una risa histérica que consiguió mantener a raya. Alguien había cometido un asesinato y había ocultado las pruebas en el maletero de su auto. Podía haber corazones, bazos y Dios sabe qué más. Y ella había estado conduciendo, feliz en la ignorancia de que el maletero de su uto contenía el resultado completo de un crimen. Respiró hondo y sintió cierto alivio al percibir el olor a combustible y gases en lugar de la hediondez de los órganos putrefactos.
- Un caso -repitió Chris-. Estoy con ____ Ruzek. Alguien ha cometido lo que parece un homicidio múltiple y ha dejado las pruebas en el maletero de su auto... Estamos en la segunda planta del aparcamiento del juzgado. Precinten las salidas, por si aún estuviera por aquí. -Se mantuvo a la escucha y luego la miró; un interés vehemente avivó aquellos ojos que ella había considerado fríos. Los posó en las manos de ____ , quien en aquel momento se percató de que seguía aferrada a su brazo como si de una cuerda de salvamento se tratase. De forma apresurada, retrocedió, apartó la mirada y dejó caer los brazos justo cuando él decía-: Se lo diré. Sí, esperaré.
-Cerró el teléfono y lo guardó en el bolsillo-. ¿Se encuentra bien? - preguntó.
Ella asintió; albergaba la esperanza de que su rostro mostrase el tono rosado propio de una peonía y no el rojo rubí que tanto desentonaba con el color de su pelo. Se esforzó por recuperar la dignidad y le preguntó:
- ¿Qué tiene que decirme? -Luego levantó la vista y la expresión de despreocupación que hasta cierto punto había conseguido labrar en su rostro se esfumó al instante.
Él mantenía la mirada penetrante y la mandíbula tensa. ____ notó un estremecimiento que le brotaba del pecho y se expandía hasta las extremidades provocando su temblor; se avergonzó de tener que entrelazar las manos para evitar volver a aferrarse a él.
- Spinnelli me ha pedido que le diga que no es necesario que se busque tantos problemas para ser el centro de atención del departamento -anunció con voz grave y ronca-; un ramo de flores y unos dulces habrían bastado. -
El sonido de su voz surtía en ella el mismo efecto que un suave masaje en la nuca. De repente se preguntó cómo se sentiría si de verdad le diera un masaje. Pero en ese momento él apartó la mirada y la posó en las otras dos cajas del maletero; y, al hacerlo, rompió el vínculo casi palpable que los unía. ____ volvió a estremecerse-. Va a enviar a una unidad de la policía científica. Puede que aún tarde un rato.
«Miércoles, 18 de febrero, 21.00 horas»
Por fin. Se sentó en su auto y se sintió a salvo del trajín de profesionales uniformados que tenía lugar en el aparcamiento. Se veían luces de linternas y cinta amarilla por todas partes. Una de dos: o habían asesinado a algún dignatario político o ____ Ruzek había abierto el maletero de su auto. Y estaba bastante seguro de poder descartar la primera opción.
Durante las semanas precedentes había estado muy ocupado. Ya habían caído seis. Sin embargo, aún le quedaban muchos.
Había matado al primero con discreción, sin provocarle dolor y sin hacer ruido.
Pero descubrió que con eso no tenía suficiente. No bastaba con haber hecho un bien al mundo, a las víctimas, a su Leah. No bastaba con que él lo supiera y lo celebrase en solitario.
Por eso cambió súbitamente de planes y, tras cometer el crimen, le resultó fácil decidir quién debía saber lo que había hecho. Quién más lo merecía.
____ Ruzek.
Llevaba un tiempo vigilándola. Sabía con cuánto esmero trabajaba para que se hiciese justicia con cada una de las víctimas que se cruzaban en su camino, y lo decepcionada que se sentía cuando fracasaba. Aquel había sido un mal día. Habían juzgado a Angelo Conti, un indeseable depravado e insensible.
Aferró el volante con las manos. Conti había asesinado a una mujer embarazada sin sentir el menor remordimiento; y aquella noche se encontraba en casa, durmiendo a pierna suelta. Al día siguiente se levantaría y seguiría viviendo tranquilo.
Esbozó una sonrisa. Al día siguiente él también se levantaría y añadiría el nombre de aquel malhechor a la pecera llena de papelitos recortados y doblados con absoluta precisión. Cada uno de ellos contenía un nombre mecanografiado que encarnaba la perversidad personificada. Todos se llevarían su merecido, cada uno a su tiempo. Y tarde o temprano le tocaría a Conti. Como todos los demás, pagaría por lo que había hecho.
Ya habían caído seis. Sin embargo, aún le quedaban muchos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top