𝟑𝟏/𝐎𝐜𝐭𝐮𝐛𝐫𝐞/𝟐𝟎𝟎𝟓

Despertó a primera hora de la mañana. Las instrucciones para el día eran claras y concisas: atacar hasta matar. Vencer. Aplastar a la Toman, a como diera lugar. El lugar se había acordado, la hora se había pactado. El clima otoñal comenzaba a mezclarse con el cortante frio del invierno, punzante y doloroso, perfecto para pelear, para expulsar todo aquel odio que había estado almacenando por tanto tiempo, que al fin sería capaz de salir a la luz.

Kazutora estaba de pie frente al espejo del baño, mirando su propio reflejo, resistiendo las ganas de golpear el cristal mientras más contemplaba su rostro en dicha superficie. Tenía los ojos hinchados, su boca formaba una línea recta única y ojeras amoratadas adornaban el contorno de sus ojos. El brillo que relucía en su mirada se había extinguido horas atrás, mucho antes de que su cabeza comenzara a doler a causa del desgarrador llanto que había estado soltando durante toda la noche, la garganta le dolía como consecuencia de sus constantes sollozos, y aún estaba sorprendido por que su madre no había terminado parada fuera de su habitación pidiéndole que callara sus gritos. Pasó la noche a oscuras, entre sus sabanas mojadas, con un dolor de pecho que le lastimaba todo el cuerpo. El mismo dolor que, imaginaba, era el que se sentía después de que te arrancaran el corazón

Kazutora ya no era capaz de sentir nada que no fuera odio, dolor, pena.

El poco corazón que sentía que le quedaba había sido pisoteado, asesinado a sangre fría, y el victimario era aquel sujeto en el espejo. Tenía al asesino justo frente a sí, y no era capaz de hacer nada contra él, porque lo sabía, sabía que lo merecía. Que nunca había sido bueno para ella. Por más que su piel, sus labios y toda su persona anhelaran tenerla devuelta, dentro de sí sabía que no lo merecía, que lo único a lo que debía aspirar en la vida era miseria pura y cruda. La alegría se le había escapado de las manos como si se tratara de un suspiro; corto y fugaz.

Y lo peor de todo aquello era que una vez que se deshiciera de todos los sentimientos amargos que lo embargaban, no quedaría nada dentro de él. Se volvería un cascaron sin vida, indiferente a todo, a la felicidad y a la tristeza. Un ser sin nada que dar, ni nada que recibir. De su mente desaparecería la tormenta que diariamente inundaba sus pensamientos, su corazón y su ser, pero esta vez no quedaría ninguna luz después de esta. Cuando los tifones se extinguieran y en su alma dejara de llover, no habría ni siquiera un desierto con flores muertas, simplemente no habría nada.

Se dio un último vistazo, deteniéndose en la singular marca bajo su ojo, deseando arrancarla. Le había prometido bajo la copa de aquel árbol que siempre estaría ahí, con él, aun a pesar de todo, pero había perdido el derecho de hacerlo. Había vuelto a herirla, engañarla, la había roto a ella de la misma manera que terminó rompiendo todo lo que alguna vez había amado. Y si algo era capaz de acompañar la rabia estancada en su corazón durante aquel momento, era sin duda el sentirse un miserable.

Las gotas de su cabello húmedo escurrían sobre su rostro, asemejándose a las lágrimas que ahora era incapaz de derramar. El semblante inamovible finalmente desapareció del espejo, iniciando así el recorrido de vuelta a la habitación. Una vez ahí, desamarró la toalla atada en su cintura y comenzó a secar su cuerpo, un estornudo se le escapó mientras tallaba descuidadamente su cabello. Probablemente había pescado alguna gripe después de haber pasado tantas horas bajo la lluvia la noche anterior antes de volver a casa.

Siempre a casa. Nunca más a un hogar.

Buscó una muda de ropa limpia y se la colocó sin mayor problema. Se tumbó en la cama unos cuantos minutos, aun agotado por su falta de sueño, buscando poder conciliarlo, pero no logró nada. Rodó sobre la cama, cambió el lado de la almohada, pensó en bajar del colchón y colocar sobre el piso su viejo futón, pero nada era capaz de funcionar. Así, hasta que recordó que, en la mesita de noche de al lado, había algo que quizá sería capaz de ayudarlo a dormir.

De vez en cuando, solía tomar del dispensario de su madre una que otra pastilla, solamente para cuando no podía conciliar el sueño. Sin embargo, había olvidado que en el mismo cajón, se encontraba un sobre amarillento, firmado con la caligrafía más bonita que había visto nunca. Lo reconoció de inmediato, y no pudo evitar abrirlo y tomar el contenido de ahí dentro.

Tres fotografías: una de él en solitario, una de ella, y finalmente la tira de fotografías en el centro comercial. Su primera cita, la primera vez que le tomó la mano, aun consumido por la pena.

"Me gusta la persona que eres, Kazutora. Con todo lo que eso implica".

Su sonrisa, sus ojos brillantes, su piel teñida de rojo por culpa del sol, sus labios rozándose por primera vez. Sus ojos escocían y apretaba los labios en un intento desesperado por retener el llanto. Giró la fotografía, encontrándose con aquella nota que le había dejado.

"Te quiero, Kazutora"

Su cabello rubio desordenado, su voz, su sonrisa, sus ojos impares. El café en contraste con el verde. El lunar bajo su rostro. La piel pálida. Sus brazos abrazando su cintura y acariciándole el estómago. Sus manos entrelazadas, sus uñas acariciándole la piel. Su baja estatura por la cual solía tener que inclinarse siempre que necesitaba el contacto de sus labios contra los propios.

Su primer beso.

Su primer palabra de amor. Su primer momento de felicidad en años. La primera vez que sus ojos volvieron a brillar, que sintió que su corazón volvía a latir, como si por tanto tiempo hubiese muerto y volviese milagrosamente a la vida.

Todo aquello pasaba por su mente mientras con las yemas de sus dedos acariciaba dulcemente el papel de fotografía, como si eso le permitiera volver a tocarla, a tenerla de frente por una última vez. Como si todo lo que había perdido en unas horas pudiese volver de nuevo a sus brazos con solo ver aquella imagen en la que ambos aun irradiaban felicidad.

Fue incapaz de aguantar más.

Dejó un rio de agua salada brotar de sus tristes ojos color arena, silenciosamente. No tenía las fuerzas como para seguir bramando al cielo, pidiéndole una explicación sobre porqué jamás podía retener la felicidad. De Kazutora desaparecieron todas las ganas de luchar.

Sostenía las fotografías entre sus dedos mientras miraba fijamente a la chaqueta blanca colgada en una percha pegada a la puerta. Para los nórdicos, el Vallhala era una especie de cielo al que solo algunos eran capaces de entrar. Sin embargo, si él era un miembro del paraíso... ¿por qué saberlo ahora se sentía como el mismo infierno?

...

Baji estaba confundido.

Tumbado sobre el futón, con la ventana abierta para dejar a los gatitos pasar por algo de comer, mientras el mismo se esforzaba en alimentarse. El apetito se le había esfumado la noche anterior al leer aquel mensaje, al igual que las esperanzas por ver el futuro brillando para él y los demás. Su semblante resplandeciente parecía estar apagado, y sobre todo asustado.

¿Tenía un plan? Sí.

¿Saldría bien?

No había respuesta aun para algunas cosas.

En su mundo ideal, las cosas hubieran pasado de diferente manera. Si alguien no hubiese interferido, si hubieran dejado a Kazutora lidiar con su rabia y a Mikey con su dolor, ahora todo sería distinto. Si Pah no hubiese actuado de esa manera, si todos hubieran pensado en las consecuencias... Si Kisaki no se hubiera inmiscuido, robando un lugar que no le pertenecía. Si no hubiera estado en el momento y en el lugar adecuados para escuchar. Si alguien hubiera alcanzado a verlo detrás de la puerta.

Si no hubiera golpeado a Chifuyu. O a Takemichi.

Si hubiera dejado de pensar a tiempo como para no cargar sobre su espalda el peso de las acciones de todos los demás. Si su conciencia no lo torturara a diario, diciéndole que era necesario hacer algo más, que podía hacer algo más. Si por una vez en su vida dejara de abrazar su propia soledad, y si se hubiera reconciliado con el pecado que había cometido años atrás.

Las cosas hubieran cambiado por completo. Y todo serían felices, en la ignorancia o en la indiferencia. Por separado o juntos. Pero Keisuke Baji era demasiado obstinado como para dejar de pelear, sobre todo ante la promesa que realizó a sí mismo y a los tesoros que conformaban su corazón tantos años atrás.

"Uno para todos y todos para uno, esa es la clase de pandilla que quiero"

Y sabía que la conseguiría, de alguna manera.

— ¡Keisuke! — la voz de su madre lo sacó del trance.

Salió de la habitación apresuradamente. Ella estaba de pie en la entrada, lista para salir. Vestía el uniforme del trabajo, por lo que asumió que tenía el horario del día.

— ¿Sí?

— Ya tengo que irme, por favor no llegues tarde hoy, ¿sí? — Baji caminó hacia la mujer, casi de su misma altura, pelinegra, con sus mismos ojos y nariz. Dejó un beso sobre la frente del muchacho — ¿quieres que cenemos algo en especial?

Lo único capaz de iluminar los días de Baji era sin duda alguna su madre. Asintió contento.

— ¿Yakisoba? ¿podemos?

Ella sonrió con dulzura — dalo por hecho. Te veo en un rato, cuídate. Te amo.

— Yo también te amo, mamá, ten un buen día. — la abrazó unos segundos y después la dejó ir.

...

El plan de estrategia de Vallhala era simple: pelear hasta matar. Así lo había dictaminado Hanma Shuji, el líder provisional, quien en aquel momento se escondía en el lugar de reuniones de Vallhala, por el que sin duda era el cómplice en todos sus planes: Kisaki Tetta.

El más alto fumaba un cigarrillo, sentado sobre el trono, el cual era en realidad un viejo sillón de una maquina arcade. Kisaki, de pie, lo miraba sin mucho más que decir.

— Convencerlo de volver no fue realmente difícil. — pronunció mientras se ajustaba las gafas sobre el puente de la nariz y estiraba su espalda hacia atrás — Ese chico está loco, cualquier impulso que le des sin duda iba a terminar haciéndolo pelear de alguna u otra manera. Hasta tu podrías haberlo conseguido.

— Yo creí que ibas a amenazarlo con su noviecita — Hanma dio una calada al cigarrillo — la tenías en bandeja de plata.

— No, sería demasiado arriesgado. Es un loco, pero también está enamorado, por más descabellado que suene. Si le hacía daño a ella, él terminaría haciéndome daño a mí. Tenía que usar otros métodos, a ella me la voy a reservar para si la necesito en un futuro.

Hanma sonrió — Me encantas, Kisaki. Eres un genio.

El chico de gafas rodó los ojos — que marica eres, ¿no te cansas? — el más alto negó — me das asco.

Ignoró lo último — En ese caso, todo sigue de acuerdo con cómo lo planeamos.

— ¿También Baji? ¿Sigue en pie, no es así?

— Sí, él sospecha de ti. Vamos a jugar esa carta para conseguir que Kazutora lo ataqué, le pedí que llegara tarde a la pelea para levantar sospechas y alterarlo un poco más.

— ¿Y antes de eso?

— Kazutora está inestable — tiró la bachicha abajo y la pisoteó, haciendo que el humo cesara — probablemente ataque a Mikey como un loco, pero Manjiro también es demasiado fuerte, tenemos que conseguir sacarlos de sus cabales a ambos. Cuando estén lo suficientemente heridos, los míos van a tirársele encima a tu capitán.

— Choji va a liderarlos. Ahí entro yo para defender a Manjiro.

— Perfecto, ah... — sacó otro cigarrillo del empaque guardado celosamente en el bolsillo — eres tan divertido.

...

Dai recién llegaba a casa. Después de una noche completa llorando en brazos de Ima, su pecho, lejos de sentirse más aliviado, parecía tener encima una presión terrible, como si una piedra se hubiera posado justo encima de sus costillas y le impidiera respirar de manera adecuada. Su rostro hinchado, en compañía del contorno oscuro alrededor de sus ojos le indicó a Kazuma que algo no iba bien desde el momento en el que la vio cruzar el umbral.

— Ya estoy en casa — musitó en voz baja, intentando huir a su habitación.

— ¿Estás bien? — el hombre estaba recargado sobre el marco de la entrada a la cocina — ¿estás enferma?

— No, solo no dormimos mucho. No pasa nada.

— Ven acá — tomó a Dai por el brazo, acercándola en su propia dirección para después poner la mano sobre su frente. Ardía. — tienes fiebre, ¿te mojaste durante la lluvia de ayer?

El recuerdo hizo que le pesara el corazón una vez más. La discusión, sus gritos de dolor y las súplicas por quedarse no habían dejado de reproducirse en su cabeza, una detrás de otra. El último toque que dio a su rostro, empapado por la tormenta y la tristeza. Si tiempo atrás le hubiesen dicho que aquella sería la última vez que lo vería, en una situación tan frívola y deprimente, preferiría jamás haberlo conocido, y así evitaría toda la aflicción que sentía.

Kazuma aun la miraba, esperando por una respuesta. Su mirada dulce e intrigada le desvanecía progresivamente la capa de dureza que pudiese aparentar.

Asintió como pudo. Su boca se tornó en un puchero, mientras sus ojos se empañaban de gotas de agua salada que colmaban su mirada, descendiendo lentamente por sus mejillas, en un caudal de dolor. Fue incapaz de seguir aguantando, tirándose así a los brazos de su padre, en un intento de buscar consuelo o cualquier cosa que la hiciese sentir menos rota, menos miserable. Necesitaba algo que aminorara el dolor, cualquier placebo que pudiera ayudar a su mente o a su corazón a creer que las cosas mejorarían, o que la pena iba a desaparecer en cualquier momento. Un nudo se formaba en su estómago mientras que de su garganta salían lloriqueos inaudibles, intentaba buscar las palabras adecuadas para expresar lo que sentía, pero no creía que hubiese escrita ninguna frase u oración capaces de mostrar por completo su tristeza.

Hipeaba, el pecho le ardía, como si algo ahí dentro estuviese consumiéndose. Como si las partes de sí misma que ya no le pertenecían a ella sino a él estuviesen ardiendo en un incendio. ¿Qué quedaría de ella cuando todo se consumiera entre las llamas, si ya todo lo que era ella él se lo había apropiado? No había rincón de su mente o de su cuerpo de la que él no se hubiese adueñado. ¿Acaso desaparecería? ¿se volvería otra?

Las preguntas sin respuestas le atormentaban la mente mientras los lamentos que emitía lastimaban su garganta raspada. Kazuma no entendía nada.

Apretó la tela de su camisa con las uñas, y sintió la gran mano de él acariciar dulcemente su cabello, sin la menor idea de lo que le sucedía. Las palabras indicadas no cruzaban por la mente del mayor, quien jamás había sido bueno con ellas o con los consuelos. Verla así lo hacía sentir igual de roto como ella y la peor parte de todo es que, por más que lo intentara, nada de lo que dijera, hiciera, o pensara iba a ayudarle. Un dilema cruzó por su mente, ¿debería interrogarla? ¿esperar a que ella hablara?

La respuesta llegó más rápido de lo que esperaba, cuando de un momento a otro la sintió intentando relajar su respiración, hablando bajo, como si el aire en sus pulmones no alcanzara para más.

— Lo siento mucho.

Enigmática, pero concisa. Con dicha frase comprendió todo: las ausencias, los nervios, e incluso aquella charla pendiente del día anterior. Se aclararon en su mente las dudas sobre la ausencia de su tristeza en sus días y la repentina apariencia con la que había aparecido en casa durante esa mañana.

Kazuma no dijo nada. Aun cuando el coraje se acumulaba dentro de su cuerpo, deseando desaparecer de la tierra a ese infeliz que parecía hacerle más daño del que nunca nadie le había hecho. Abrazó a Dai con todas sus fuerzas mientras ella aun sollozaba a corazón abierto, dolorosa.

...

Recomendación: escuchar la canción de multimedia (Two slow dancers – Mitski)

El sol se colocaba sobre el cielo en su punto más alto, produciendo una mezcla de extrañas sensaciones sobre su piel; un ardor que se conjuntaba dolorosamente con el cortante viento. Su cabello, así como el pendiente sobre su oreja, se meneaban al mismo ritmo que las ráfagas de aire que recorrían aquel lugar.

Se sentó sobre el risco de aquella azotea, el sitio que los había visto en tantas ocasiones, llorando o riendo, compartiendo sonrisas, dudando, discutiendo. El suplicio que implicaba para Kazutora abandonar todos los momentos que pasó en su compañía, teniendo que volver a entregarse a la soledad una vez más asemejaba al dolor que su cuerpo posiblemente hubiera padecido si en aquel momento decidía saltar sin más. Era como extinguir completamente una parte de su alma, la única que alguna vez le había permitido sentir algo más allá de la ira, la única que alguna vez lo hizo verdaderamente feliz.

Tomó una larga bocanada de aire, y pasó una mano a través de su cabello, cerrando los ojos y dejando que sus palabras salieran de su boca.

— La última vez que estuve aquí fui yo quien estaba del otro lado de la puerta... no pude decirte nada, simplemente volví a acobardarme, como durante toda mi vida. — una mueca similar a una sonrisa se formó en su cara — solo pude escucharte llorar. Ahí fue donde me di cuenta de todo el daño que te hice. No sabes cuando lo lamento.

Las lágrimas ya no eran capaces de salir de sus ojos, parecían haberse agotado. El muchacho hablaba al viento, como si de alguna manera este pudiera transportar sus palabras, llevarlas hacia sus oídos para que ella de alguna manera pudiese volverlo a escuchar.

— Yo... lamento mucho haber hecho que me quisieras. Si hubieses seguido odiándome como aquel primer día de clase quizá no estarías sufriendo justo ahora, y serías mucho más feliz lejos de mí, ¿no lo crees? Nunca quise hacerte daño, pero sigo siendo un imbécil...

Agachó la mirada, apreciando que tan diminuta lucía toda la ciudad sobre aquel sitio. Así, al menos, sentía que las cosas no lo sobrepasaban tanto como aquellos días en ellos que reducía su propio tamaño al de una hormiga. Además de haberle brindado un hogar, ella también le había regalado un sitio en el cual podía abandonar su inferioridad y ser el mismo, al menos en su propia soledad.

— Estoy asustado. Quiero vengarme, quiero aplastarlo y que él por fin desaparezca de mi vida, pero después de eso no sé que voy a hacer, porque mi único futuro antes eras tú, y ahora que no estás volví a perder todo. — suspiró, las lágrimas que creía ya extintas se asomaron tímidamente por sus ojos, dejándolas salir sin rechistar — Y sé que si aun en este momento decidirá cambiar de opinión no valdría de nada, porque tarde o temprano terminaría intentando vengarme otra vez, y porque te he hecho ya suficiente daño como para volver a pedirte que me aceptes... mereces algo mucho mejor que yo.

Su teléfono vibro dentro de su bolsillo, él lo ignoró.

— Siento haberte hecho creer que dentro de mí había algo de luz, algo capaz de rescatar — miró de soslayo hacia el cielo, cegándose unos segundos debido al resplandeciente sol — creo que ya te demostré que no es así... siempre he sido oscuridad, y tú eras brillo puro, eras tan radiante antes de mí, y sé que ese es un daño que nunca voy a poder reparar... lo que me dijiste ayer. El afterglow, no creo ser parecido a eso, ¿sabías? Porque la única luz que quizá existió antes de la oscuridad si se trata de mí, eras tú. Y ahora que te has ido, no queda nada más.

Las lágrimas de Kazutora recorrían silenciosamente sus mejillas, mientras dejaba que el frio viento envolviera su cuerpo, como si aquello fuera capaz de arrastrar la pena lejos de su cuerpo. Su corazón dio un vuelco en el mismo momento en el que hizo el amago por ponerse de pie, no quería alejarse de aquel sitio, era lo único que le quedaba de ella, pero tenía que hacerlo. Tenía que pelear, dejar salir la ira y el dolor en la batalla, para que de alguna manera pudiera sentirse vivo otra vez.

— Cuando todo esto termine — dijo, en el marco de la puerta — espero que vuelvas a brillar, lejos de mí, como lo mereces. Y espero no terminar consumido en el vacío.

Abrió la puerta con cuidado y bajó por las escaleras, tallando con sus manos sus mejillas, removiendo las lágrimas de ahí. Tomó el teléfono entre sus manos, abriéndolo.

Baji:

Llegaré tarde. Tengo un pendiente fuera que resolver.

Arqueó una ceja mientras sentía su estomago revolverse. ¿Qué era más importante que estar ahí? Era una promesa de los dos que no podía fallar, tenía que estar ahí para contarle, para al menos fingir que no estaba tan solo como lo parecía. Lo único que le quedaba en aquel momento era Baji, y si él también se alejaba terminaría perdiendo la cordura. La angustia se instaló en su pecho mientras su mente daba vueltas en pensar que era más importante.

...

Kazuma la dejó reposando sobre el sillón, con un trapo húmedo con agua helada sobre la frente, intentando que aquello disminuyera un poco su fiebre como el malestar. Treinta y ocho grados eran los que marcaba el termómetro de mercurio, y por más que él insistía en ir a un doctor, entendió que no quisiera levantarse de aquel sofá en lo que quedaba de día, por lo que terminó partiendo el solo hacia una farmacia en busca de algunas medicinas. Dai tenía los ojos entrecerrados, la televisión pasaba algún programa al cual no le prestaba atención, y miraba de soslayo de vez en cuando.

No era ni siquiera capaz de pensar en nada que no fuera en él, sabía que tenía que intentar dejar de hacerlo, por su propio bien, pero era demasiado difícil, ¿cómo consuelas un dolor que no puedes tocar? Lo sientes, te embarga el cuerpo y el alma, pero no hay ninguna cura, ningún remedio tangible como una píldora o jarabe, ninguna receta médica pudo haberla hecho sentir mejor, aun cuando su corazón pedía a gritos que por favor detuviera el dolor.

Intentó dormir un rato, pero su padre prefirió que se mantuviera despierta al menos hasta que la temperatura le hubiera disminuido un poco, por lo que no hacía nada más que aguantar su pesar, mirando fijamente hacia el techo de la habitación.

Escuchó un motor rugir fuera de la casa. No prestó mayor atención, creyendo que la fiebre comenzaba a hacerla alucinar, hasta que el ruido cesó y fue seguido casi de inmediato por unos toques sobre la madera de la puerta. Dai arqueó una ceja y se levantó pesadamente del sofá, con una manta envolviéndole los hombros. Ni siquiera se asomó por la mirilla, solamente abrió, encontrándose una sorpresa que le provocó abrir los ojos de par en par.

Baji estaba de pie frente a su casa, con las manos en los bolsillos de la chaqueta. El muchacho hizo una mueca de preocupación al verla en dicho estado.

— ¿Estás bien, Hayashi?

— ¿Qué haces aquí? ¿Él te envió?

— No... me gustaría hablar contigo.

— No me siento bien ahora, ¿puede ser en otro momento? Mi papá va a aparecer por aquí en poco y si ve que me levanté del sofá va a regañarme.

El pelinegro negó, soltando un suspiro — será rápido, tengo que irme dentro de poco.

— La pelea, ¿cierto? — agachó la cabeza — ¿vas a estar ahí?

Asintió — No quisiera, pero tengo que, se lo prometí a Tora — Dai abrió la boca, como intentando decir algo, pero terminó callándose — ¿puedo contarte una historia, Hayashi?

Meditó la respuesta, no estaba segura de querer averiguar otras cosas, temía lastimarse todavía más de lo que ya lo había hecho. Pero Baji la miraba con los ojos de un cachorro perdido, rogándole ser escuchado. No pudo decirle que no.

— ... claro.

— Tora es mi mejor amigo. Desde que era un niño, aun con todo lo que hemos pasado juntos, sé que él nunca me traicionaría ni me dejaría solo, como yo a él, pero... la pelea de hoy es algo demasiado complicado, pero no creo que quieras saber mucho más — la muchacha asintió, desviando la mirada y abrazando la manta que la cubría — Lo conoces tanto como yo, sabes que ha sufrido demasiado, y que eso lo ha llevado a actuar de maneras que nadie puede terminar de entender. Él... no es una mala persona, ¿también lo crees, cierto?

Agachó la mirada, incapaz de negar o afirmar su propia opinión.

Lo cierto era que, por más que se esforzara en pensar si lo era o no, sus sentidos iban en discordia. La lógica apuntaba a que no, que todo lo que había hecho con y por ella era alguna clase de entretenimiento, una distracción para impedirse a sí mismo afrontar su propia oscuridad, pero era ese mismo hecho en el que su corazón seguía respaldándose para defenderlo de la razón, si realmente era tan cruel, tan despiadado, ¿por qué seguía temiendo a la oscuridad como si fuera un niño pequeño?

Desde aquel día en que Kazutora apareció fuera de su casa, cubierto de raspones y hematomas, no pudo evitar dejar de verlo como un pájaro recién caído del nido, herido de un ala e incapaz de volar. Mentiría si dijera que no deseaba ayudarlo, pero temía que al intentar reparar el daño, la herida aumentara su magnitud. Y al final eso había pasado.

— Hayashi, Kazutora te quiere, estoy completamente seguro. También sé que tú lo quieres a él, aunque las cosas hayan empeorado. Te lo dije una vez hace bastante tiempo, nunca te pediría que te quedes con él a la fuerza, tienes derecho a tomar tus propias decisiones y seguir adelante sin él. Solo me gustaría pedirte algo.

— ¿Qué cosa?

— No dejes de creer en su luz. Sé que está ahí, al fondo quizás, pero lo está. Yo creo en ella, con mi vida. Y... si algo grave llegara a suceder en la pelea de hoy, cualquier cosa, cree en él. No importa que haya sido.

Dai lo miró, desconcertada, sus palabras parecían una especie de acertijo que se sentía incapaz de resolver.

— Lo haré.

— Gracias. Eso era todo lo que quería decir. — el muchacho dio media vuelta, listo para irse, hasta que fue interrumpido por una voz.

— Hubiese deseado quererlo mejor, tanto como tú... — se detuvo en seco al escucharla — al final mi cariño terminó haciéndole daño, pero contigo es diferente. Te admiro mucho, Baji.

— Te minimizas. Nunca he visto a Tora tan feliz desde el día que te conoció, incluso cuando se quejaba de ti, fue la primera vez en mucho tiempo que lo vi sintiendo algo más que la ira, y es algo que te agradezco mucho. Además... — Giró la cabeza en dirección a la muchacha y sonrió, dejando el par de colmillos asomándose — Yo también te admiro a ti, Hayashi. Sé que lo quieres igual o mucho más que yo, confío en que... — pasó saliva con dificultad — si por alguna razón, yo ya no estuviera, aun habría una persona en el mundo queriéndole.

— No digas tonterías. — la muchacha le sonrió y se le escapó un estornudo — debería irme ya, y creo que tú también.

El pelinegro se acercó a ella, y despeinó un poco su cabello con diversión, volviendo a sonreír.

— Nos vemos pronto, Hayashi. Espero que la próxima vez que te vea sea de la mano de Tora otra vez.

El corazón se le oprimió. Dai esperó en el portal a que Baji subiera a la motocicleta. El chico le hizo una última seña como despedida y lo dejó partir.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top