𝟐𝟓/𝐍𝐨𝐯𝐢𝐞𝐦𝐛𝐫𝐞/𝟐𝟎𝟎𝟓

El frío invierno por fin había arribado hacía no muchos días atrás, llevándose consigo el amargo otoño de ese año. Las ventiscas así como los amagos de los copos de nieve por invadir la ciudad daban a entender que el último episodio de su vida estaba cerrado, aun con todas las pérdidas, las risas y tristezas, era momento de seguir adelante, de dar un nuevo paso al frente.

Sin embargo, aun con los ventarrones y el clima helado que comenzaba a calar cruelmente sobre la piel de todos, la cárcel parecía ser un sitio completamente apartado al resto de Tokyo, pues se sentía como un verdadero infierno.

En un principio creía estar listo para volver, no habían pasado muchos meses de su partida, pero no podía errar más en su creencia. Las personas, el ambiente y todo lo que se albergaba ahí adentro era sumamente tan hostil como despiadado. Esta vez no había vuelto al sitio donde colocaban a los infractores menores, no, lo habían arrojado a una celda en un correccional distinto, uno para los jóvenes peligrosos, donde todo aquel que pisara sus puertas era una persona desalmada, algo que él no era.

El ambiente se resumía en ser una terrible disputa de poder en la que la fuerza era la mejor arma para sobreponerse ante los demás, para evitar sufrir un ataque, un robo o cualquier cosa mucho peor. Si eras débil, te volvías una presa fácil, un muñeco de trapo al cual mangonear. Y si eras fuerte las cosas no eran más sencillas, tenías que demostrar la dureza de la que los demás alardeaban por ti, no debías mostrar ni un ápice de fragilidad, solamente valentía; rogar por no ser enfrentado por alguien más grande y fuerte que tú que te tumbara del puesto que garantizaba seguridad al menos por una semana, porque parecía ser que cada día que pasaba todo comenzaba de cero, un ciclo interminable, la lucha del más fuerte.

Sus primeros días estando ahí fueron quizás los más complicados. Con los ánimos rondando los suelos, las fuerzas perdidas y la tristeza consumiéndolo, no tenía la más mínima intención de defenderse de los otros. Estaba dispuesto a aceptar las golpizas, sobre todo cada vez que los chicos murmuraban por los pasillos que aquel que señalaban era el asesino del Halloween sangriento. El ser reconocido de esa manera solamente provocaba que el vacío en su pecho se ampliara cada día más, haciéndolo más hondo, más lúgubre. Pero no le quedaba nada más que aguantar e intentar pasar desapercibido. Lo logró, pero no por mucho tiempo.

El primer enfrentamiento que tuvo fue con un sujeto que, día con día, lo picaba a la hora del almuerzo, comida y cena, e insistía con ser capaz de derrotarlo usando solo una de sus manos. Sus palabras en las que alardeaba poder tumbar a un enclenque como lo era él, delgado, casi capaz de volar ante cualquier ráfaga de aire amenazaban con colmarle la paciencia más temprano que tarde, pero se esforzaba por respirar, manteniendo la calma. Pero la gota que había derramado el vaso habían sido las palabras del sujeto, que insistía que "un debilucho como él jamás pudo haber eliminado del mapa a Baji, o si lo había hecho, era quizás porque el famoso Baji no era nada más que basura".

El intento que había tenido por manchar la memoria de su amigo terminó enfureciéndolo como nunca, y cuando menos se había dado cuenta, estaba encima del sujeto, con los nudillos manchados de sangre ajena. Para antes de que los guardias llegaran a detenerlo, Kazutora ya le había roto la nariz, tumbó un par de sus dientes y lo dejó ciego de un ojo. La ira siempre terminaba llevándolo a sitios de los que no sabía cómo regresar, aunque en aquel momento no lo lamentó en lo más mínimo.

Al final, el altercado provocó que lo llevaran a confinamiento solitario. Se sintió aliviado en un primer momento, hasta que la soledad comenzó a jugarle en contra a su mente. No sabía nada sobre el paso del tiempo, de los días, si el sol recién se ponía o si era la luna la que se alzaba en lo alto del cielo. Sentía que el aire estaba a punto de agotarse, que las paredes se encogían progresivamente y que lo harían hasta terminar aplastándolo entre ellas. Ataques de pánico cada media hora, rasgar con sus uñas la pared hasta que estas terminaban llenas de sangre, lacerarse los brazos o las piernas, fuera con sus propias manos o con los cubiertos que dejaban en su bandeja de comida tres veces al día. Era incapaz de dormir, arrancaba mechones de su cabello a puños, lloraba, jadeaba, corría en su pequeña habitación intentando agotarse para poder conciliar el sueño aunque fuera quince minutos.

Su mente se trastornaba cada vez más, deseaba desaparecer, que el aire se esfumara para al fin poder ahogarse, que la tierra se lo tragara, atragantarse con su lengua o pincharse el brazo las suficientes veces con los tenedores de plástico como para que sus venas drenaran toda su sangre. Sentía los insectos que caminaban sobre las paredes introducirse bajo su piel, quemándole. Sus cuerdas vocales se habían hartado de gritar, sangraban dolorosamente hasta el punto en el que fue incapaz de hablar por lo que él creyó fueron dos días.

Kazutora no quería, pero necesitaba morir. Necesitaba dejar de sentir la pesadez del aislamiento, que las voces en su cabeza por fin dejaran de atormentarlo.

Pasó en esa habitación oscura dos semanas, y finalmente pudo volver a lo que era su nueva normalidad, que sí, seguía siendo un infierno, pero al menos parecía no quemar tanto. Los ataques de pánico se volvieron menos constantes, pero los pensamientos tormentosos rondando su mente seguían presentes a diario, junto a esa terrible necesidad de hacerse daño. Duchas heladas, la celda fría, la cama de concreto dura, y sabanas que ni siquiera eran capaces de protegerlo del gélido clima de las noches solamente lo hacían desear desaparecer, despedirse de ese sitio lo más pronto posible, hasta que una nueva conclusión le cambió el pensamiento, destruyendo sus esperanzas.

¿Realmente salir de ese sitio valdría la pena?

Después de todo, ¿qué sería de él al salir? ¿A dónde iría? ¿realmente tendría un lugar al que volver? ¿una casa? ¿alguien que realmente añorara su regreso? Sería solamente un cero a la izquierda en la vida de todos. Sin amigos, ni familia, ni un hogar. Había vuelto a sus hombros el peso de la soledad, de la tristeza que lo consumía abruptamente conforme el paso de los días. Necesitaba que su suplicio terminara tarde o temprano.

Al fin y al cabo, la mejor solución para mantener la paz de los que amaba era mantenerse lejos de todo el mundo, dejar de ser un problema con el cual los demás tuvieran que lidiar, una carga. No quería volver a hacer presencia en la vida de nadie, no quería volver a arruinarlo todo, entonces... ¿Qué más daba si desaparecía? Después de todo se había dado cuenta de que no era importante para nadie, y mientras estuviera entre rejas, el dolor físico tanto emocional estaba asegurado para él.

¿Vivir es realmente importante si no eres nadie en el mundo?

Sabía que le había prometido a Baji y a su memoria seguir adelante, por ambos, por lo que alguna vez habían sido juntos. Pero ahora que estaba ahí dentro, enfrentando el mundo real en el cual se había sumergido ante las consecuencias de sus acciones, se dio cuenta de que mantener su juramento era extremadamente complicado. Quería desistir, y la batalla interna de su agotamiento contra su determinación parecía tener un ganador definitivo.

Quizás por eso se había detenido de actuar en el momento donde un guardia se asomó a su celda para decirle que tenía visitas. Porque la pequeña parte de su ser que aun albergaba algo de esperanzas creía que podía ser una señal, una que le diera las fuerzas suficientes para aguantar un poco más.

Le esposaron las muñecas al frente de su cuerpo y fue tomado por el brazo mientras un guardia lo guiaba hasta el ala de visitantes. Concreto teñido de gris, ambiente casi hermético y una pared de cristal transparente con una abertura al medio, simulando una bocina. No pudo ocultar su sorpresa al ver a aquella mujer del otro lado, con el cabello azabache teñido a medias con canas sujeto por una coleta, ojos de color arena, tupidas pestañas que adornaban su mirada nerviosa.

Se acercó a su asiento, asustado, mientras escuchaba al guardia cerrando la puerta tras de sí. Ninguno de los dos se atrevía a romper el silencio, evadiendo la mirada del otro con temor, hasta que su madre acercó hacia una pequeña ventanilla un sobre medio abierto.

— Encontré esto en tu habitación, imaginé que te gustaría tenerlo

— No puedo abrirlo — se encogió de hombros — ¿puedes enseñarme que es?

Su madre suspiró, arrastrando el papel de vuelta a ella y desatando el cordón que sujetaba el contenido.

— No sabía que tenías una novia... — soltó, desviando la mirada hacia otro sitio y pegando las instantáneas al cristal. La tira de la cabina fotográfica en donde aparecían él y Dai sonriendo con ternura, así como las individuales estaban de nuevo al alcance de sus ojos. Lágrimas inundaron sus pupilas mientras lamentaba tener las manos atadas.

— ¿Dónde las...?

— En tu habitación. Estaba buscando mantas y cosas que pudieran servirte aquí dentro.

— ¿Por qué estás preocupada por mí? — estaba a la defensiva — la última vez que me encerraron tú...

— La última vez era diferente, Kazutora. Seguía teniendo miedo de tu padre, de lo que pudiera hacer conmigo, o lo que pudiera pensar de mí si mi posición era distinta a la suya.

— ¿Él sabe que estoy aquí?

La mujer asintió — Dijo que no iba a pasarse por aquí, que...

— Soy una decepción y ni siquiera merezco ser llamado su hijo, nada nuevo — espetó interrumpiéndola — entonces solo estás aquí porque él ya no puede prohibírtelo, ¿cierto?

— No, Kazutora. Estoy aquí porque... — tragó saliva, nerviosa — porque lo siento.

Arqueó una ceja, no entendiendo sus palabras — ¿Lo sientes?

Ella agachó la cabeza con pena — Sí, yo... lamento no haberte prestado más atención. Desde el divorcio el trabajo terminó consumiéndome más de la cuenta, sé que si hubiera sido un poco más atenta tú nunca hubieras terminado aquí.

— Lo hubiera hecho tarde o temprano — murmuró desanimado — soy una escoria, al final papá terminó teniendo razón

— Eso es mentira — contradijo su madre, haciéndolo abrir los ojos de par en par aun con la mirada agachada — no eres nada de lo que tu padre creía, Kazutora.

— Pero...

— Siento muchísimo jamás haberte defendido — llevó las manos a su frente, recargándose en estas — estaba muy asustada por él, por lo que pudiera hacernos a ambos, yo de verdad me arrepiento por todo esto, Kazutora, pero no tengo ninguna justificación a todo el daño que te hice y que dejé que los demás te hicieran. Daría lo que fuera porque las cosas cambiaran.

Las mejillas de la mujer frente así goteaban sin cesar a la par que la escuchaba sorbiendo por la nariz. Él estaba atónito, jamás imaginó que en un escenario así, las emociones de su madre serían otras distintas a la furia y la vergüenza, pero algo en ella parecía haber cambiado, algo había aflorado sus emociones más humanas, permitiéndole sentir pena y arrepentimiento.

— Mamá... ¿por qué no estás enojada conmigo?

— Lo estoy, no lo malinterpretes — se talló los ojos haciendo que algo de maquillaje manchara el contorno de su mirada — pero estoy más molesta y decepcionada conmigo. ¿Recuerdas cuando eras un niño y te dije que ni tu padre ni yo éramos una buena opción? Creo que todo esto lo deja más en claro, nada de esto es culpa tuya, sino mía. Si me hubiera comportado de otra manera cuando saliste de aquí, si yo realmente hubiera actuado como tu madre pude...

Hizo el intento por tocarla, alzando sus muñecas amarradas e introduciendo por el mismo hueco donde ella le había pasado el sobre una de sus manos, que acarició su dorso, haciéndola levantar la mirada.

— Acepté mis culpas ante todo esto desde el día que pasó todo, mamá... no puedo dejar toda la carga sobre mis acciones en ti, ya no soy un niño, tengo que tomar responsabilidad por lo que hice. Seguir dejando la carga de mis actos sobre los demás solamente me llevaría a cometer los mismos errores.

— Pero, Kazutora, si en el pasado yo hubiera...

— El pasado es algo que no podemos solucionar ahora, y... significa mucho para mí que aceptes las cosas que hiciste mal, así como yo lo hago. — sorbió por la nariz, comenzó a llorar cuando menos se dio cuenta — ¿sabes? Siempre que veía familias felices por la calle, desde que era niño, soñaba con tener algo así, alguien que estuviera para mí, que me consolara, me quisiera... siempre quise un hogar, mamá. Pero creo que con saber que estás aquí es suficiente.

La mujer apretó con dulzura la mano de su hijo, dejando que lágrimas oscuras empaparan sus mejillas.

— Sé que es tarde, pero... te prometo que cuando estés fuera de aquí voy a darte el hogar que deseas, cariño.

Sonrió conmovido ante la idea de finalmente tener lo que alguna vez soñó estando cerca del final de sus día. Aun con sus fuerzas terminadas, dispuesto a terminar con todo el dolor de una vez por todas, agradecía que si aquella era la última vez en que veía a su madre, aun cuando eso no era una despedida, servía como un medio para sanar las heridas del pequeño y herido Kazutora de hacía tantos años atrás.

Sí, aún seguía en disposición de marcharse sin dejar rastro para que así todos los que alguna vez había lastimado siguieran su camino sin él interfiriendo en este, y hasta ese momento se percató de que los dolores del pasado no solamente le habían dejado marca a él. En aquel momento, creyó que quizá si desaparecía por completo, su madre podría dejar el infierno que alguna vez fue su vida detrás y comenzar de cero, sin nadie que le recordara todo el dolor de antes.

Charlaron un rato más, y ella le entregó, además de las fotografías, unas cuantas sábanas, mudas de ropa limpia, cosas para aseo personal y pertenencias que esperaba pudieran servirle, para después darle paso a la despedida.

...

Había estado rogando por que el día llegara durante casi un mes completo, pero ahora que al fin lo tenía al alcance de sus manos, quería regresar el tiempo atrás, impedir su paso por esa puerta, atar sus manos y sus piernas al asiento del coche sobre el cual iba en compañía de su padre para no volver a ver ese par de ojos tristes encarando a los suyos. Temía romperse o no saber que decir, pero en el fondo de sus entrañas sabía que no necesitaba nada más que eso para por fin poder cerrar ese episodio en su vida, uno que le había otorgado alegrías a la par de tristezas, aquel en el que había conocido el amor y el dolor de la decepción, de las mentiras, del engaño, y sobre todo de la soledad.

Recordó aquella vez en la que, en la sala de su casa, un joven herido a punto de desfallecer le inquirió como es que era capaz de lidiar con la soledad, una pregunta a la cual no tuvo respuesta alguna más que el aprender a vivir con ella. Pero las cosas habían cambiado tanto, tomando un giro distinto que terminó alterando su respuesta.

Quizá Dai nunca había convivido realmente con la soledad, pues durante todas esas tardes encerrada en las cuatro paredes de su hogar nunca habían tenido un peso realmente significativo sobre sus hombros. Sí, extrañaba los gritos y las reprimendas de su madre, los altercados, las maldiciones y las huidas, puesto que habían sido durante mucho tiempo la única compañía que conoció realmente. Pero después de que él pasara por su vida, entregándole tanto amor de forma sincera, creciente y pura, entendió que la verdadera melancolía era esa que comenzó a sentir ante su ausencia, ante la pérdida de sus brazos, de su aliento, de sus besos y su piel.

Lamentaba diariamente haberlo perdido, haber dejado que su presencia se escapara de entre sus dedos como la arena de la playa, dejándole solamente el calor que indicada haber estado ahí alguna vez pero ni un rastro más de su existencia. Su partida pesaba en sus hombros, en su pecho, en todo su ser; no la dejaba entender como es que vivía sin ver a diario aquel par de ojos dorados que resplandecían ante el sol, pero se negaba a estancarse nuevamente en el dolor y la infelicidad, sabía que, por el bien de los dos, tenía que seguir adelante sin él, pero siempre con su recuerdo atado al cuello como un amuleto.

Después de todo, Kazutora había pasado por su vida con más fuerza que el mayor de los tifones; despiadado, arrasador y doloroso, provocándole en las entrañas un desastre mayor que cualquier catástrofe. Pero nunca sería capaz de lamentarlo. Después de todo, sin él jamás hubiera sido capaz de aprender tanto de sí misma y de su capacidad de amar; sería una falacia decir que se arrepentía de todo lo que alguna vez él le dio, jamás se retractaría de haberlo conocido, haber pasado con él las tardes donde no hacía nada más que estar sola, pues después de tener su compañía, los colores se habían vuelto más vivaces, los sentimientos se habían vuelto más intensos, y todo había cambiado.

Kazutora había sido el desastre más maravilloso que alguna vez había vivido, y es por eso qué debía decirle adiós.

— Llegamos

La voz de Kazuma se hizo presente seguido del ruido de la puerta del coche abriéndose. Dai lo vio bajar y caminar hacia el sitio del copiloto para abrir su puerta. Una vez abajo, vio el imponente edificio alzándose ante sus ojos. Antes nunca se imaginó tener que estar en una situación en la que visitara el correccional juvenil de Tokyo, pero postergarlo más no era una opción. Si hubiese estado en sus manos, aun con el temor, hubiera estado ahí mucho antes de esa fecha, pero las movidas en la cárcel eran demasiado cripticas, tanto así que no terminaba de entender porque su padre había aplazado la visita hasta ese día, pero lo importante es que había llegado de una vez por todas.

Caminó, de su mano, para adentrarse al lugar. Una buena parte de los oficiales reconocían a su padre, saludándole con la mano desde lejos esperando no interrumpir el momento. Sentía que sus piernas temblaban, las manos le sudaban al mismo tiempo que la frente, y sus ojos paseaban de un lado a otro esperando verlo en cualquier momento.

Kazuma habló con un hombre que fungía como una especie de recepcionista, dándole la indicación de donde debían ir. Fueron guiados a través de unos cuantos pasillos, doblando a la izquierda, a la derecha, para finalmente llegar a un corredor en el cual se colocaban un par de sillas frente a una puerta, la sala de visitas.

Estaba tan cerca que la urgencia de correr incrementaba, el aire amenazaba con escapar de sus pulmones según el paso de las manecillas del reloj. El pestillo de la puerta tenía una pestaña de color rojo, que indicaba que la sala se encontraba en uso, por lo cual tenía que resignarse a esperar. Su padre le tomaba la mano, permitiéndole apretar e incluso rasguñarle ligeramente con las largas uñas que aun no había cortado. Su pie tamborileaba al mismo ritmo que sus dedos, hasta que una mano se posó en su hombro, haciéndola girar en su dirección.

— Dai — su padre la miró con preocupación — ¿estás segura de que puedes hacer esto?

Negó, dejando escapar una risa nerviosa — no, pero debo hacerlo... es solo que estoy asustada.

— Estarás bien, habrá un guardia vigilando

— No es por lo que pueda hacerme, es por lo que podemos llegar a decir. Ambos. — La mirada teñida en desconcierto y compasión de su padre se clavó en ella — tú sabes, decir adiós nunca es fácil, pero tengo que dejarlo ir.

Lagrimas comenzaron a brotar de sus ojos, y su padre la rodeó por el hombro, atrayéndola hacia sí mismo para después dejar un beso sobre su frente.

— Lo sé, Dai.

...

— No huiré más, tengo que hacer frente a esto. Él me enseñó eso, por ello quiero tener una rehabilitación adecuada esta vez. — espetó a las dos figuras frente a sus ojos, mintiendo.

Lo cierto era que el agotamiento pesaba en sus hombros tanto que dolía, era tan grande la sensación que, a penas terminaran las visitas, se dejaría ir, antes de que el día hubiese finalizado.

Draken y Takemichi habían ido a verle también. Inmediatamente después de que su madre partió teniendo que volver al trabajo, estando a punto de levantarse de su asiento, el guardia le dijo que tenía más visitas pendientes, dándole entrada al par, con el cual no había mucho de que hablar, ellos estaban ahí solamente para conocer cual era su estado actual, cuanto tiempo pasaría encerrado.

El más alto había clavado su mirada sobre él, leyéndolo desde dentro hacia afuera. Draken siempre había tenido esa habilidad, como un don dado por el cielo en el que era capaz de reconocer los verdaderos sentimientos de los demás con un simple vistazo. Guardó silencio mientras lo examinaba, eligiendo cuidadosamente las palabras que diría a continuación, todo mientras Takemichi guardaba silencio, esperando que el rubio tomara la batuta.

— ... No mueras, Kazutora.

Sus palabras lo tomaron por sorpresa, haciéndolo abrir los ojos de par en par. Conocía la capacidad que tenía Draken de conocer los sentimientos de los demás, así como de tener siempre las palabras necesarias a los oídos ajenos, pero nunca espero que fuera capaz de llegar tan al fondo de sus pensamientos con una simple mirada y el intercambio de un par de oraciones. Su interior completo dio un vuelco.

— ¿Eh? — soltó, incrédulo — ¿por qué?

— Sé perfectamente lo que estás pensando. Más te vale que no intentes compensar esto con tu muerte, ¿entendido?

Cada una de sus palabras encajaba como un dardo al centro de una diana. Guardó silencio. Su visión del mundo había sido revolucionada en un par de segundos, sin él darse cuenta. La desesperación ante la idea de vivir comenzó a invadirle el pecho, una sensación dolorosa que consumía todo su interior.

— ... Pero ¿qué se supone que haga? Simplemente no lo sé — terminó escupiéndole verdades que no imaginó a Draken.

El otro soltó un suspiro antes de hablar — Aquí está un mensaje de Mikey... "Ahora y siempre, Kazutora forma parte de la Toman"

Su mirada se iluminó por una luz que jamás creyó poder ser capaz de vislumbrar. Un rayo de esperanza nació en su interior, y la sensación de soledad en su corazón se disipó, tal como la neblina ante la luz del sol. Perdón, perdón que le regalaba una inmensa paz, que le permitía sacarse de los hombros la cruz que llevaba, que le daba nuevamente la capacidad de respirar. Esa pequeña pizca de fe guardada en lo más profundo de su ser comenzaba a crecer mientras las ganas de esfumarse del mundo eran opacadas por el brillo.

Ya no era un cero a la izquierda, una tabla a la deriva en medio del mar. Tenía a su madre, y volvía a tener a sus amigos, a una familiar que parecía preocuparse por él, por su bienestar, por su corazón. Después de quince años la penumbra parecía haberlo desatado, y ahora al fin era capaz de ver el panorama delante suyo sin ser cubierto por las sombras; había toda una vida por delante, una luz que seguir. Tenía los años suficientes como para poder crecer, labrar sus sueños y sus metas, ser alguien cuyos sentimientos no solamente se escudarán en el odio y la amargura. Al fin podría ser capaz de sentir amor, tristeza, miedo.

Era como si el ala rota con la cual había estado batallando tantos años, al fin hubiera sanado, y nuevamente pudiera volar en busca de un nido, uno que lo acogería con dulzura y le permitiría vivir en él.

Había perdido tanto, pero había ganado mucho a cambio, y no podía agradecérselo a nadie más que a él. Si antes de todo Baji hubiera soltado su mano antes de todo, jamás hubiera podido tomar la decisión de continuar, de arriesgarse a esperar el futuro, por más que eso implicara.

Lágrimas inundaron su rostro y sus mejillas, mientras que dentro de sí, el brillo comenzaba a crecer. El brillo que había quedado después de la oscuridad.

...

El seguro de la puerta sonó, y dos chicos salieron de la sala. Kazuma le dio un apretón en la mano y ella se levantó, no sin antes ver al alto muchacho rubio echándole una mirada encima. Ambos se reconocieron al instante, pero no dijeron palabra alguna.

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Tomó una bocanada de aire y entró a la habitación, cerrando la puerta detrás suyo. Aun de lejos fue capaz de reconocer su figura, ese cabello tan característico que la había dejado boquiabierta desde el primer día, ojos cristalinos, una cabeza de tigre asomándosele en el cuello por el borde de la camisa gris que ahora usaba. Al verla entrar no pudo ocultar la sorpresa, e hizo el amago de levantarse, como si de alguna manera pudiese atravesar el cristal y correr de nuevo a sus brazos. Dai lo miró con una sonrisa melancólica en los labios, dejando que el llanto se comenzara a acumular en sus ojos dispares.

Caminó con lentitud hacia el sitio frente a él, tomando asiento y dejando que una de sus manos tocara el cristal, como si el gesto de alguna forma le permitiera volver a acariciarlo. Él entendió la señal, y en un movimiento colocó sus manos atadas por los grilletes en la ventanilla, para inmediatamente sentir el tacto de sus dedos acariciándole las manos lastimadas, el solo roce de su piel fungía en su alma como un calmante ante cualquier dolor.

Dai volvía a mirarlo con la misma ternura de hacía tiempo atrás, y solo en ese momento se dio cuenta de lo mucho que añoró que esa singular mirada lo envolviera otra vez. Una sonrisa se posó en sus labios, dejando que una risa nerviosa se escapara de entre ellos, contagiándosela a la muchacha.

No necesitaban mucho más que la mirada del otro, estas eran capaces de transportarlos a un lugar completamente fuera del mundo, un sitio solamente hecho para ellos dos, uno donde no importaba nada más que el amor que se tenían. Donde el dolor no existía, y eran capaces de andar tomados de las manos, besándose sin cesar. La magnitud de su amor era tal, que aun en un sitio tan triste y gris como en el que estaban metidos, sus emociones lo sobrepasaban, haciéndolos olvidar aunque fuese por un momento la amargura. Las ansias por tomarlo entre sus brazos y volver a tocarlo incrementaban a cada segundo, y agradeció que al menos su voz volviera a poner entre sus labios su nombre, por una última vez.

— Dai...

— Hola — dijo con la mirada hacia abajo — tengo que hablar contigo sobre algo importante para mí, ¿podrías escucharme?

— Sabes que si se trata de ti escucharía lo que fuera.

Suspiró mientras volvía a sonreír — No quiero preguntarte porque hiciste lo que sea que hayas hecho, dejémoslo fuera de la mesa — el muchacho agachó la mirada y la rubia notó su tristeza ante la mención de aquel suceso, cambiando el tema — ... ¿sabes? Cuando te conocí jamás imaginé que estaríamos en este sitio, me asustaste cuando te vi por primera vez en el salón de clases.

— Sí — rio — creo que asusté a la mayoría

— Probablemente — ocultó un mechón de cabello detrás de su oreja — y es muy curioso, porque terminaste siendo la persona más importante para mí.

La antigua luz que solía ver siempre en sus ojos volvió a aparecer.

— ¿Lo soy? — preguntó aun incrédulo, siendo que hasta ese punto de su vida creía haber perdido ese lugar.

La chica asintió — Kazu, yo no podría poner en palabras lo mucho que te quiero. Cambiaste todo mi mundo en menos tiempo del que me di cuenta, antes de ti yo era otra y ahora... mírame. No queda nada de la Dai que alguna vez hubo, y eso es algo que jamás voy a dejar de agradecerte. Aprendí tanto de ti, de mí... sé que con nadie más hubiera sido capaz de sentir todo lo que siento por ti — se tomó un respiro para limpiar las lagrimas de sus mejillas — eres mi primer amor, mi Kazu.

— Y tú el mío, Dai — sonrió, intentando entrelazar sus dedos con los de ella — sé que si no hubieras estado en mi vida hubiera terminado hundiéndome más rápido de lo que lo hice. Contigo descubrí todo lo que es el cariño, como se siente, y como se ve... estoy enamorado de ti, Dai. Sé que te lo he dicho antes, pero...

— Lo sé — sonrió, sumergida en aflicción — por eso estoy aquí ahora.

La chispa de esperanza dentro de su ser comenzó a aumentar con creces — Dai, yo te prometo que esta vez las cosas...

— No.

Soltó de tajo a la par que suspiraba, alejando su mano de la de él. Su mirada desconcertada acompañada de la falta de su toque la hizo sentir como el mundo se derrumbaba de nuevo.

La sonrisa en el rostro de él se apagó lentamente — ¿Qué quieres decir?

— Yo... no quiero manchar el recuerdo de lo que fuimos alguna vez. — gotas cristalinas comenzaban a amedrentar su mirada — Quiero que seas mi primer y único amor por siempre, aun con todo lo que haya pasado, con todo lo que vivimos.

El muchacho se tornó cabizbajo, lúgubre, todo a la par que comenzaba a entender el rumbo de la conversación y el verdadero motivo de su visita. Su mirada afligida era imposible de disimular, intentando cruzarse de brazos. Su pecho acelerado por la emoción ahora le lastimaba, agitándose, exaltado. Dai tomó la palabra nuevamente al notar que él no daba respuesta.

— Kazu, te quiero con todas mis fuerzas, pero... — su voz se rompía de la misma manera que un cristal — también sé que te hice mucho daño. Aun cuando prometí que no lo haría, y quiero dejar de hacerlo antes de que sea muy tarde. Sé que con lo que estoy haciéndote ahora también lo hago, pero te prometo que será la última vez.

La desesperación en su cuerpo crecía mientras el final se acercaba. No podía, no quería dejarla ir, tenía que retenerla a toda costa, ¿qué sería de él si le faltaba algo de lo más importante? Recién recuperaba a su madre, a sus amigos, no quería que el costo por tenerlos a ellos de nuevo fuera perderla.

— Dai, yo... no puedo hacer esto sin ti — intentó extender sus manos hacia ella, siendo detenido por las esposas en sus muñecas — te necesito más que nunca, necesito saber que estarás ahí, que me quieres, que soy alguien en tu vida... por favor.

— ¿No lo entiendes? — bramó con cierta molestia — no es que no te quiera, Kazu, es que — sus palabras colgaban del hilo de su voz, uno tan tenso que estaba a punto de romperse — yo tampoco puedo seguir adelante sin ti.

Soltó, siendo incapaz de aguantar más los sollozos encerrados en su pecho, cubriéndose el rostro con ambas manos. Se dio permiso de llorar frente a él una última vez, mientras que las heridas remendadas en su corazón se abrían nuevamente. Pensar en que debía dejarlo le lastimaba no solo el corazón, sino el centro de su alma.

¿Cómo te desprendes de un trozo de tu ser sin sentir nada? Es imposible, el dolor se extiende por tu cuerpo como si una parte de tu cuerpo fuese arrancada en carne viva, como si la persona muriera, cuando en realidad lo que pierde vida es lo que queda dentro de ti. No hay manera de tolerar la pena y el sufrimiento, no eres capaz de hacer nada más que llorar hasta que tus pulmones se quedan sin aire y tus ojos drenan toda la tristeza, siempre insuficiente. Sentir que la vida se te escapa ante la simple acción de soltar una mano quema, lastima, hiere, aun más que el peor de los castigos. La pena crece sin medida alguna, y la vida pierde el color, dejando que todo se vuelva gris.

Ríos de tristeza brotaban de sus ojos, hipeaba y jadeaba, empapando su rostro sin cesar. No quería tener que dejarlo ir, quería seguir de su mano por el resto de sus vidas, creando de a poco esa imagen idílica que soñaba a diario, en donde ambos crecían, venciendo al tiempo, a las adversidades, juntos. Pero ya no era posible, el daño estaba hecho, y curar los trozos de su corazón ya era demasiado difícil.

Kazutora también comenzó a lagrimear, su cabeza dolía y sorbía por la nariz. No era capaz de entender por que ella hacía eso, porque ahora que había decidido volver a brillar se alejaba de la luz que tanto tiempo le costó emanar, necesitaba una razón, un verdadero motivo. Algo que realmente le permitiera soltarla sin miedo a perder más. Una palabra, un gesto, una señal, cualquier cosa que garantizara su amor.

— Tienes que seguir adelante sin mí — musitó en voz baja, limpiándose las lágrimas — y yo tengo que hacerlo sin ti. No quiero hacerte más daño.

— Dai, tú nunca me has hecho daño, no sé porque...

— Kazutora — volvió a tomar su mano mientras agachaba la mirada — no te mientas de esa manera, sabes que es cierto... ¿acaso no lo recuerdas?

Sus palabras no terminaban de encajar dentro de su mente. Respiró, intentando saber a lo que se refería, ¿cómo un ser tan puro como Dai iba a terminar lastimándolo? Si realmente lo único que alguna vez ella le había obsequiado era amor, cariño, cuidado y comprensión. Nadie nunca le había mostrado con tanto ímpetu lo que significaba el amor, lo que era capaz de transmitir una caricia, la ternura de la cual podía teñirse la vida.

Pero la realidad terminó atestándole el pecho más temprano que tarde; recordó aquellos momentos en los que se sumergía en su propia miseria ante su abandono, como la había maldecido por haberlo dejado solo la primera vez, e incluso en el fatídico día de Halloween no pudo no incluir su nombre entre los que alguna vez la habían abandonado. Los sollozos, los golpes a la pared, las heridas en su corazón de las que ella también eran responsable también se habían encargado de lacerar su corazón.

Tenía razón. No podía quererla aun sabiendo que debía seguir un camino, uno que le ayudaría a sanar, a dejar ir todo el resentimiento que aún se almacenaban en su pecho, porque si seguía manteniéndolos, solamente volverían de nuevo a ese ciclo terrible de daño que provocarían el mayor de sus temores: que Dai no lo quisiera más.

Suspiró, resignado. Intentando que sus manos dejaran de tocarla, por más que costara, aun cuando alejarse de su piel ardía, lastimaba, su ausencia quemaba con creces sobre su palma vacía.

— Hay muchas cosas en mí que debo resolver — la rubia tomó la palabra nuevamente — las secuelas de todo lo que quedó después de esto, y tú también debes hacerlo. Quiero quererte como lo hice antes de todo; sin miedos, sin rencores. Y tú también tienes un camino que recorrer.

Sus ojos tintados de rojo desahogaban su tristeza con un río desbordante — Lo sé... yo también quiero hacerlo. Sé que para ti yo no tengo brillo, Dai, pero... — levantó la mirada, encontrándose con los iris café y verde, empapados — sé que puedo encontrarlo. Y espero poder verte de nuevo cuando lo haya hecho.

Sonrió, aliviada — Entonces... no es una despedida. Será un hasta luego, te lo prometo.

Una mueca similar a una sonrisa se formó en el rostro de Kazutora — Eso espero.

La rubia extendió su mano por aquel pequeño huequecillo en la ventana, y sintió su piel áspera acariciando su piel por una última vez. Suspiro, sabiendo que soltarle dolería como nunca nada lo había hecho; tocó sus dedos con ternura mientras dejaba salir restos de desconsuelo de sus ojos.

— Voy a quererte siempre, mi Kazu.

— Y yo a ti, Dai.

Pasaron minutos más flotando en su propio silencio, rogando que aquel tic tac del rejos pudiese convertirse en días, en meses e incluso hasta en años. Se impregnaron en la piel la mano del otro, tatuando en la mente dicho recuerdo y sensación a fuego lento, esperando que el sentimiento no fuera capaz de desaparecer según el paso de los años. Y miraron a los ojos del contrario una vez más; mirada color arena chocaba con la dispar teñida de verde y café, ambas sumidas en la melancolía. Incapaces de dar un adiós con palabras, dejando que el llanto de ambos fuera el medio por el cual el adiós se hacía dueño de la habitación.

Un par de toques a la puerta fueron los verdugos del momento, y de un momento a otro, su historia hubo concluido. Dai miró al guardia entrando a la habitación, tomando del brazo a Kazutora, quien miró hacia atrás, grabando en sus recuerdos la última imagen que tendría en mucho tiempo de la persona que había cambiado su vida, sus emociones y todo su cuerpo, la que había sido capaz de transformarlo con un solo toque, curando sus viejas heridas, dejando un par nuevas que sabría podría sanar. Ojos impares, cabello rubio despeinado, piel pálida con enrojecidas mejillas, y una mano que se agitaba en el aire, diciéndole adiós.

El cuerpo al que tanto se había aferrado por tanto tiempo se alejaba de sí, llevándose consigo a la versión de la que alguna vez había sido, dejando detrás de si una persona nueva, una que había aprendido del mundo más allá de su realidad, de la bondad, del dolor y la fortaleza. Aquellos ojos dorados que brillaban llamando la atención finalmente le dedicaban un adiós mientras la miraban de soslayo. Se despidió de su alma, de su nuevo corazón, su fuerza y su razón para seguir creyendo que la bondad era capaz de existir hasta en los más profundos rincones, con la esperanza de que el cielo finalmente pudiera escucharla ante la petición de poder verlo otra vez, cuando sus piernas dejaran de flaquear y su pecho dejara de doler.

Porque ambos estaban seguros de que una historia como la suya sería incapaz de tener ahí un punto final.

Hola, lamento mucho haber durado tanto para publicar este capítulo, fue bastante difícil de escribir ya que realmente quería que transmitiera todo lo que buscaba, pero al final lo logré tanto que terminé echa un llanto yo misma jajajaja.

Solamente paso por aquí para disculparme por la tardanza, y para aclarar que este no es el final de la historia, aun falta por ver, así que paciencia.

Gracias por tanto apoyo, lxs quiero mucho.

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