𝟐𝟒/𝐃𝐢𝐜/𝟐𝟎𝟎𝟓
El gélido invierno ya se había apoderado de la gigantesca Tokyo. Copos de nieve invadían las calles; chaquetas, gorros y bufandas se asomaban por cada sitio sin excepción. Cielo azulado pero invernal cubría toda la ciudad, embargado en la calidez que propinaban las familias entre sí en conjunto con los calefactores de cada hogar. Cenas eran preparadas con sumo cuidado y aderezadas con amor, añoranza y ternura. Aquella sin duda era una fecha capaz de derretir los fríos corazones incluso de la persona más dura, y el centro correccional juvenil era una clara muestra de ello.
Cada año, se le daba la oportunidad a los padres de cada muchacho de realizar una visita especial en la cual pasarían la nochebuena; al fin y al cabo, delincuentes o no, los jóvenes internados en ese lugar aun eran personas, partes de una familia que lamentaba sus ausencias, así que tener la oportunidad de abrazarse al menos una vez al año para compensar la necesidad de cariño de los otros trescientos sesenta y cuatro días les hacía feliz.
Pero lamentablemente aquel no era el caso de Kazutora.
Su madre había estado visitándolo semanalmente, llevándole pequeños obsequios que le permitían tener dentro de su celda compartida, en su pequeño rincón. Hablaban sobre sus días, e incluso había recibido una reprimenda por uno de los altercados que llego a tener con otro reo; lejos de molestarse, agradecía que, aun en aquel lugar, al fin compartía esa relación madre – hijo que había estado deseando toda la vida. Antes de eso, no tenía memoria alguna sobre reír junto a ella, bromear, o mostrarse cariño sincero. Aun cuando la barrera transparente les impedía abrazarse para finalmente dejar ocultos entre ellos todos los años perdidos de antes, sus pequeños apretones de manos fungían como algo similar, y, sincerándose, no sentía que hiciera falta nada más.
Sin embargo, su trabajo aun consumía demasiado de su tiempo. Y en el mundo de los adultos nada se perdona; la mujer tenía que salir de la ciudad a solucionar un asunto delicado con un cliente, y aun cuando había insistido repetidas veces en reagendar la fecha para poder pasar la navidad junto a su hijo, la petición fue negada, por lo que el muchacho gozaría de su compañía nuevamente hasta año nuevo.
Así que se había resignado, tumbado sobre el frígido y duro trozo de concreto que hacía la misma función que una cama, vestido con su traje anaranjado, leyendo una de las revistas que su madre había llevado para él con anterioridad. El muchacho que compartía celda con él había sido llamado hacía unas cuantas horas atrás, compartiendo parte de su entusiasmo con él, quien solamente había colocado sobre su rostro una sonrisa fingida, como quien no sentía cierta pena ante la soledad en la fecha. El silencio era dueño de los pasillos, pues la mayoría se encontraba en el ala que había sido adecuada para recibir a todas las familias, así que al menos podría dormir con tranquilidad en unas horas más cuando el sueño lo invadiera, quizás solo acompañado por el espíritu de Baji en la lejanía.
— Once cero siete
Escuchó una voz por el pasillo que le creó una mueca en el rostro. Ese era su número, pero no entendía completamente el porque del llamado. Aun no era la hora de dormir y la cena ya había llamado, ¿se habría metido en algún problema sin saberlo?
Asomó la cabeza por entre los barrotes — ¿Sí, señor?
El guardia insertó la llave en el candado de su puerta — Tienes visita, anda.
Arqueó una ceja. No entendía nada de lo que estaba sucediendo, ¿era acaso una jugarreta por parte de los guardias? ¿o habrían preparado algo especial para aquellos que pasarían la noche en soledad? Si no había nadie que pudiera ir a visitarlo fuera de su madre ¿de quién se trataba? Signos de interrogación rondaban su mente incrédula mientras el guardia le esposaba las muñecas para después guiarlo por los largos y solitarios pasillos del lugar.
Intentó recapitular sus posibles opciones para no encontrar ninguna en su abanico; no tenía familia, no tenía amigos, y si la misma prisión hubiese organizado algo entonces la hora de la cena hubiese sido diferente a la rutinaria. Dejó de prestar atención al camino, y cuando menos se hubo dado cuenta, estaba de pie frente a una puerta metálica que fue inmediatamente abierta ante él.
— Mesa seis — pronunció el oficial sacándolo de sus pensamientos mientras soltaba los grilletes — feliz navidad.
El ruido de un portazo lo hizo pegar un saltito, y comenzó a buscar con la mirada cualquier silueta que le pareciera mínimamente familiar. Contó las mesas frente a sí, una, dos, tres, cuatro...
Cabellos lilas, un dragón negro, ojos azules, y otro traje idéntico al de él. Muchachos de distintas alturas y tamaños miradas impregnadas en nostalgia se habían adherido a su cuerpo, y las sonrisas en conjunto iluminaron su mundo en menos tiempo del que él sol salía por el horizonte cada mañana. Fue hacia ellos, anonadado, aun incrédulo de verlos en ese lugar. Su presencia había sido capaz de iluminar las paredes grisáceas con una luz dorada irradiando felicidad, esperanza.
Mitsuya, Draken, Pahchin, Pehyan y Chifuyu compartían la mesa que había sido destinada para él. El primero con una venda sucia rodeando su cabeza, el más alto aun parecía tener manchones de sangre sobre el rostro; tenerlos a todos juntos en un mismo sitio era sin duda una imagen pintoresca. Kazutora era incapaz de hablar, sentía que había perdido toda capacidad de emitir palabra debido a la inmensidad de los sentimientos acumulados en su pecho. Angustia, felicidad, sorpresa, miedo, nostalgia, amor.
La grave voz del más bajito de todos sus amigos fue la encargada de regresarlo a la realidad.
— Feliz navidad, Tora.
Un puchero se creo en su rostro, dejando así que las lágrimas se escaparan de su mirada sin ningún precedente. Llevó ambas manos a su rostro para evitar que el resto notara su llanto, pero no pudo evitar comenzar a hipear mientras sorbía por la nariz.
— Vamos, no seas marica — dijo Draken rodeándolo por los hombros y estrujándolo, los sollozos del muchacho se ahogaron en su chaqueta — ya, ya — le dio unas palmaditas en la espalda — siéntate
Obedeció tallándose el rostro, recuperando el aliento perdido para poder emitir aunque sea una palabra
— Pero... ¿cómo?
— Ah, ah, ah — interrumpió Mitsuya — es un secreto que Draken tiene bien guardado.
Él mencionado solo sonrió, provocando que Kazutora solamente quedara con aun más dudas. Una buena parte de ellas siendo el estado de ese par.
— ¿Y a ustedes que les pasó?
El pelimorado se sonrió — ¿recuerdas a los black dragons?
Kazutora abrió los ojos en grande, y escuchó el relato de sus dos amigos sobre cómo, sin quererlo, habían terminado involucrándose en una pelea dentro de una iglesia. Draken, y sobre todo Mitsuya contaron con emoción cómo otra vez le habían dado una paliza a los Black dragons tal como lo habían hecho todos juntos años atrás. Éste último era el más orgulloso de todo el asunto, pues repetía que le había dado una gran lección a alguien como regalo de navidad.
Después del altercado, habían tenido que pasarse por un hospital para que curarán las heridas de los dos, en especial las de Mitsuya, que recibió un golpe en la cabeza, que, en sus palabras, no había sido lo suficientemente fuerte como para derribado por completo. Tal como cualquiera se lo hubiera esperado, el par ignoró la advertencia de los doctores y las enfermeras sobre pasar la noche en el hospital, y terminaron huyendo para ir a visitar a su amigo.
— Vaya — soltó Kazutora, con una mezcla de alegría y sorpresa — pareciera que el espíritu de Baji se metió en los dos y provocó que se metieran en problemas.
— Baji estaría muy orgulloso de ver la paliza que le dieron a Taiju — dijo Chifuyu con timidez — es la clase de cosa que él hubiera hecho.
El rubio le sonrió.
— Estoy seguro de que sí — dijo, devolviéndole la sonrisa.
Pasaron un rato más charlando de cosas banales. Su día a día, motocicletas, anécdotas de la escuela. Hasta que el tema sobre el cual todo el mundo estaba curioso se hizo presente sobre la mesa.
— Tora — pronunció Pah — no sabía que tenías contactos con la policía
— ¿Eh? — pronunció sin entender del todo — no tengo contactos ni esas mierdas, estás delirando, imbécil
— ¡Claro que sí! Un tipo llegó a mi celda diciéndome que tenía suerte, que alguien había conseguido que me dejaran salir de ahí un rato y me traerían acá
Se encogió de hombros, comenzando a tener una noción de lo que ocurría — No tengo idea
...
Conseguir que todo saliera a la perfección no había sido tarea fácil. Cuando las fechas comenzaron a acercarse, su primer pensamiento fue sobre la soledad que recaería sobre sus hombros al estar encerrado en aquella celda. Sabía de antemano que al ser un día especial las visitas estaban permitidas, y con un control mucho menos riguroso que durante todo el resto del año. Y quería hacer algo especial para él, algo que le ayudará a no sentirse tan vacío en una fecha tan especial, una en donde creía desde que era una niña, que todas las personas tenían que estar acompañadas. Recordó entonces la silueta de aquel muchacho: alto, rubio, cabello largo y con ese vistoso tatuaje sobre su cabeza. Creyó que al verlo salir de la sala de visitas, podría tratarse de alguien importante para él, y si no era el caso, quizá podría acercarlo a alguien que si lo fuera. Alguien que pudiera estar con él durante la noche.
Pero dar con su paradero no había sido tarea fácil. Acudió a su papá para verificar si existía algún antecedente por más mínimo que éste fuera. Una pista, cualquier cosa pequeña que le pudiera ayudar a encontrarlo, pero parecía imposible, por lo que terminó dándose por vencida.
Sus intenciones se habían ahogado en lo profundo del mar, hasta que en una de esas cenas ofrecidas por algún comandante para las familias de los miembros del cuerpo policial, se había reencontrado con Hinata, la hija del señor Tachibana. La chica de cabello rosado no podía parar de hablar de su novio. Sobre lo increíble que este era y la cantidad de veces que se había portado como un héroe ante todos los demás. No le tomó mayor importancia a la conversación hasta que ella mencionó que, en alguna ocasión, Takemichi, el chico del cual estaba enamorada había salvado la vida de un tal Draken.
El nombre resonó en sus oído, haciendo que la rubia escarbara dentro de los archivos de su memoria en busca del rostro etiquetado con ese nombre. Sabía que lo había escuchado antes, pero la situación en la que lo había hecho era tan triste y abrumadora que tardó unos cuantos minutos en percatarse que Draken era el nombre del mismo muchacho al cual había visto hablando con Kazutora la noche en la que todo se había desmoronado. El mismo chico que la había encontrado espiándolos por detrás del puente.
Tomó a la muchachas por los hombros, pidiéndole más información al respecto de ese sujeto: su rostro, su apariencia y, si acaso tenía alguna seña en particular. En el momento en el que ella mencionó el dragón tatuado sobre el costado de su cabeza supo que había dado en el blanco. Era la persona a la que había estado buscando.
Y al contrario de lo que parecía, Draken era realmente un sujeto muy amable. Cuando Dai le contó sobre los planes que se habían formado en su cabeza para que él no pasara una noche gris, el otro aceptó de inmediato, todo bajo la condición de que él no revelara quien había sido la mente maestra detrás.
La petición no era nada descomunal, solamente quería que Kazutora pasara una noche en compañía de alguien; aun no se sentía lista para ir y verlo nuevamente sin sentir que su corazón se partía en dos, así que aquello fue lo más adecuado que pudo ingeniarse. Draken terminó bromeando sobre su desconocimiento respecto a que Kazutora tuviera una novia, cosa que la hizo enrojecerse por sobremanera y lastimó su corazón. Pero al fin estaba hecho.
Aunque pasar una navidad solamente entre 2 personas podría parecer algo aburrido, para Dai y su padre era todo lo contrario. Aquella era una noche que siempre salían, disfrutar, dedicándose a charlar, ver una que otra película, comer por montones, y sobre todo, compartir el tiempo juntos que no podían tener debido al duro trabajo de él. Una fecha que ambos se habían encargado de colmar de todo el amor disponible, entregándoselo mutuamente.
El mayor estaba en la puerta, cerrándola tras de sí después de haberle entregado algunas cosas a un oficial. Regresó a la sala en donde su hija estaba tumbada sobre uno de los sofás, jugueteando impacientemente con sus manos y con la mirada fija en el suelo.
— Listo — dijo el castaño sentándose a su lado — me avisaran cuando lo hayan entregado
— ¿Crees que haya estado bien?
— Claro que sí — dejó un beso en su frente — lo lograste. Me alegra que ese muchacho vaya a pasar una buena navidad.
— Sí... a mí también — pronunció por lo bajo dándose permiso de sonreír para después levantarse del sofá. — iré afuera unos minutos, si quieres puedes comenzar a poner la mesa.
— Está bien.
Kazuma permaneció sentado en el sofá mientras la rubia tomaba una manta cercana y se la colocaba alrededor de los hombros. Abrió la puerta y se quedó parada de pie en el umbral mientras observaba directo a la luna. La fresca brisa del invierno envolvía su cuerpo, provocando que sus mejillas pálidas tomarán un color rosado ante el frío. Una triste sonrisa se formó en su rostro mientras sentía gotitas acumularse en su mirada.
— Feliz navidad, mi Kazu. Te quiero.
Pasó unos minutos más fuera, mirando el manto estrellado con melancolía. Limpió una lagrima de su mejilla y volvió al interior de su hogar.
...
Quizá su mesa era la más ruidosa de todas, o al menos eso parecía, pues los ojos de los demás estuvieron puestos sobre ellos durante toda la noche.
Se dedicaron a contar historias de todo lo que no habían sido capaz de vivir en conjunto con los demás, soltaban bromas al por mayor, y sus miradas parecían volver a iluminarse al unísono después de tantos años que habían estado separados. Pero la pieza clave aún faltaba, aunque no por mucho tiempo.
La puerta metálica se abrió dejando entrever la silueta de un muchacho bajito, cabello rubio atado, piel blanca y ojos azabache reconocibles en cualquier lugar. Una bufanda adornaba su cuello, y una sonrisa su cara. Kazutora esperaba lo peor, no sabía cómo reaccionaría el muchacho después de no haberlo visto por tanto tiempo, sobre todo con lo que había sucedido la última vez. Gotas de sudor frío recorrieron su frente y sus manos comenzaron a temblar. Su corazón se aceleró, y su mirada nerviosa lo esquivó en cuanto escuchó su voz.
— Perdón por la demora, tuve que hacer una parada antes — todos en la mesa permanecían expectantes ante la reacción que él tendría después de ver al muchacho del traje anaranjado. El muchacho se quitó el abrigo, dejándolo en la mesa y girándose hacia él.
Kazutora pasó saliva cuando sintió la mirada de Mikey posarse sobre sí.
— Kazutora... me alegra verte — dijo seguido de una risita, para después despeinar su peculiar cabello con la mano en señal de cariño.
El muchacho de ojos dorados una ráfaga de paz inundaba su pecho. Como si aquel simple gesto fuera capaz de cerrar el capítulo más oscuro que había vivido en toda su vida. La palabra perdón había significado mucho para él, pero ahora tenerla de frente con un significado tan tranquilo y simple como lo era esa acción lo hacía sumamente feliz.
— A mí también me alegra verte, Mikey.
Se sonrieron mutuamente. El rubio permaneció de pie, dejando que su apacible mirada se tornara de la nada en un ceño fruncido.
— Kenchin, dijiste que esto era una cena de navidad, ¿dónde está la cena?
Como si el cielo hubiese escuchado su pregunta, la puerta volvió a abrirse, dándole entrada a un guardia que sostenía una gran bandeja.
— ¿Once cero siete?
Kazutora se puso de pie — ¿sí?
— Esto es para ti.
El muchacho caminó rápidamente hacia la entrada recibiendo la patena cubierta. Un olor delicioso comenzó a colarse por sus fosas nasales e inmediatamente adivinó el contenido. Llegó a la mesa con sus amigos y la dejó sobre esta. Mikey, impaciente, la destapó, dejando ver lo que había dentro. Platillos variados de ingredientes distintos estaban acomodados cuidadosamente, emanando un placentero aroma a comida recién hecha. En el centro permanecía un recipiente sellado, con una nota cuya caligrafía le parecía sumamente familiar.
Sin mayor demora los muchachos comenzaron a devorar la comida, mientras él tomaba con cuidado el envase de plástico, abriéndolo. La dulce esencia del chocolate provocó que una ola de calor inundara sus adentros, siendo incapaz de tomar ninguno. En la parte de la tapa, tal como la última vez, se adjuntaba una carta, la cual no tardó en abrir.
"Kazu:
Lamento no poder decir tanto como quisiera, pero espero al menos haber ayudado a que pases una linda noche. Me hubiera encantado estar contigo y darte un beso debajo del muérdago, como en las películas, pero sigue siendo muy difícil. Aun así, sabes que te quiero con todos los pedazos de mi corazón.
Feliz navidad, muchacho de ojos tristes.
Te quiere por siempre, Dai."
Ríos comenzaron a descender de sus mejillas, limpiándose rápidamente para que los demás no lo notaran, para acto seguido, tomar un bocado de los brownies hechos especialmente para él.
— ¿Saben? — habló Pehyan con algo de comida dentro de la boca — es increíble que cinco de los seis fundadores estén aquí.
Los aludidos se miraron entre sí con cariño, y Chifuyu tomó la palabra.
— Lo están — todos lo miraron extrañado mientras buscaba algo dentro de su mochila — pasé por eso mientras Draken y Mitsuya estaban en el hospital... ahora los seis están juntos de nuevo.
El rubio dejó sobre la mesa una fotografía enmarcada en la cual la sonrisa y los ojos de Baji relucían con toda la luz que alguna vez el muchacho había emanado a los demás, su largo cabello negro se colaba sobre sus hombros, dejando ver a penas las letras del uniforme de la Toman. Los ojos de todos se llenaron de lágrimas mientras comenzaban a acercarse para unirse en un abrazo.
— Feliz navidad, chicos.
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH voy a llorar.
En fin, no tengo mucho más que decirles, un pequeño regalo de mi para ustedes, espero que lo disfruten mucho y que no lloren como yo lo hice mientras escribía al final muchas gracias por seguirme leyendo.
A pesar de todo, espero que tengan felices fiestas junto a sus seres queridos y lo pasen muy muy bonito. Feliz Navidad. <3
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