𝟐𝐎/𝐎𝐜𝐭𝐮𝐛𝐫𝐞/𝟐𝟎𝟎𝟓
Ese día asistió a la escuela con más pesar que gusto como solía hacerlo. Había estado llorando durante toda la madrugada, y en los ratos en que le paraban las lágrimas, su cabeza se llenaba de las imágenes que vio horas atrás en el maldito informe policiaco, por lo que continuamente se levantaba a vomitar y después volvía a su habitación, volviéndose un ciclo que tuvo que tolerar toda la noche. No había conseguido pegar ojo.
Tenía los ojos hinchados y enrojecidos, la cara pálida y la mirada perdida. Ni siquiera se había cepillado el cabello y cuando estuvo en clase se percató de que había olvidado alistar uno de los libros que correspondían al día. No era ella misma en ese estado, se sentía completamente perdida, como si su mente aun no terminara de procesar completamente lo que había pasado la tarde anterior.
Pudo haberse quedado en casa fácilmente, pero lo que menos necesitaba en ese preciso momento era estar sola, le aterraba la idea y le recordaba por sobremanera a la sensación de abandono y pesadumbre de los días que su madre solía pasar en el hospital. Al menos los constantes interrogatorios de Ima sobre su estado la mantenían escuchando una voz que no fuera la de sus propios pensamientos.
La castaña estaba con los nervios de punta, había visto e incluso cuidado a Dai en los días que solía enfermarse cuando eran más chicas pero no existía un punto de comparación ante lo mal que se veía en aquellos momentos al presente. Sin embargo, no conseguía hacerla decir nada. Estuvo muda la mayor parte del día y lo único que podía hacer en ese momento era permanecer a su lado en caso de que necesitara llorar o desahogarse.
Acompañó a Dai hacia casa una vez que las clases finalizaron, intentando ejecutar un último intento porque ella soltara la lengua sobre lo que le sucedía, pero no hubo respuesta, por lo que decidió ceder y esperar porque tuviera mejor cara al día siguiente; al fin y al cabo no podría hacerla hablar por la fuerza y estaba consciente de ello.
La rubia solamente se despidió mientras entraba a casa. Aguantó las ganas de pedirle que se quedara y no se marchara cuando cruzaba el umbral. En cuanto se sintió encerrada por las cuatro paredes de la casa soltó un suspiro y sintió como le estrujaban el pecho. No pudo hacer más que echarse a llorar en el sofá del salón mientras esperaba que las lagrimas se le agotaran tal como la noche anterior mientras esperaba la hora que había fijado para verlo.
Tomó el teléfono del bolsillo y leyó el mensaje de confirmación una vez más.
Kazutora<3:
"Estaré ahí justo a las cuatro! Te extraño y te quiero, novia. <3"
Soltó un sollozo ahogado cuando terminó y arrojó el teléfono al suelo. ¿Cómo alguien iba a ser capaz de dejar ir la luz que había estado ayudándole a brillar más que nunca? No quería alejarse de él, quería mantenerlo cercano y estar para él tal como en sus mayores fantasías de adolescente enamorada. Solo rogaba al cielo por que las cosas no fueran como pensaba, porque todo fuera distinto a lo que creía. El verdadero Kazutora, como lo llamaría Baji, no era un asesino.
¿Verdad?
...
En cuanto el ruido del motor de la motocicleta sonó fuera, Dai abrió y salió sin siquiera darle tiempo de bajar para tocar. Las temperaturas comenzaban a bajar por el clima de otoño o por su estado anímico, en ese preciso momento no podía haber sido capaz de notar la diferencia. El cielo soleado disonaba sobre manera con lo lúgubre de su mirada y su apariencia gris.
Cuando Kazutora la vio, sonrió al igual que siempre, aun un poco sorprendido por la rapidez de ella al abrir, pero feliz de verla nuevamente, con una mano en el aire en señal de saludo. Era la primera vez que en lugar de provocarle mariposas las náuseas eran las que se apoderaban de su interior. Respiró hondo como si eso le fuese a entregar un poco más de fortaleza. La apariencia desanimada de la muchacha y los ojos cristalinos le hicieron saber a Kazutora que algo no iba bien, pero no tenía idea de qué estaba pasando.
— ¿Dai? ¿Está todo bien? — La muchacha se limitó a asentir — ¿quieres que hablemos en otro sitio? Hay un parque aquí cerca.
La muchacha carraspeó — No. — musitó cortante y apenas audible — quiero ir a la azotea.
— ¿La de la plaza? — de nuevo no hubo respuesta, solo movió la cabeza en señal de aceptación — está bien, vamos allá.
Como acostumbraba, Kazutora le ofreció la mano para ayudarla a subir, pero esta vez Dai ni siquiera se acercó, solo subió a la motocicleta, ¿había hecho o dicho algo malo? ¿por qué estaba rechazándolo de forma tan cruda después de haberle dicho que lo quería el día anterior? Horas atrás el día parecía brillar y la actitud tan indiferente de ella lo hacía sentir confundida.
Sin querer decir más, esperó a que la muchacha se acomodara el casco. Le rodeó el torso con los brazos, aunque el agarre no se sentía como siempre, ¿de verdad pasaba algo o era solo su mente? Esperaba que fuera lo último y que quizá en el sitio al que le había pedido ir todo se aclarara. La moto arrancó a menor velocidad de lo que usualmente hacía, temía que la muchacha estuviera enferma o algo similar, no quería arriesgarse a nada.
"Cómo si actuar así me ayudara a sentir menos", pensó la rubia para sus adentros mientras se aferraba al torso de Kazutora y se esforzaba por no mancharle la ropa con sus lágrimas.
El trayecto a la plaza no era nada comparado a sus otros viajes juntos, todo estaba callado, tenso e incómodo. Cuando estuvieron dentro, Kazutora tomó la mano de Dai, quien, si bien no rechazaba su contacto, ni siquiera se esforzaba en mirarlo o corresponder con la misma dulzura con la que lo hacía siempre. En silencio, el muchacho se dejó guiar rumbo al sitio, subieron por el elevador para después tomar las escaleras y abrir la puerta metálica que daba a la azotea. La última vez que estuvieron ahí, Dai había caminado directamente hasta el borde, pero las pocas fuerzas que tenía la hicieron sentarse en el suelo justo al lado de la puerta, Kazutora se confundió un poco, pero le siguió la corriente posicionándose a su lado.
— ¿Dai? ¿Estás enferma? — no hubo respuesta — dime algo, anda — colocó una de sus palmas sobre la frente de la chica, quien no se movió — no pareciera que tengas fiebre o algo así, ¿qué sucede?
— ¿No hay nada que tengas que decirme, Kazutora?
— ¿Eh? — parecía genuinamente desconcertado ante la pregunta hasta que creyó haber encontrado la razón de su actitud — ¡Ah! Los brownies estaban increíbles, creo que no te lo agradecí lo suficiente.
Con una sonrisa en el rostro el se acercó a los labios de la muchacha intentando besarla, cosa que ella rechazó moviendo la cabeza hacia un lado.
Las cosas no iban bien y no entendía por qué, ¿la había cagado en algo? ¿dijo algo mal? ¿sería que la derrota del trabajo de ciencias le estaba pasando factura recién?
— Hey, de verdad no estoy entendiendo nada, Dai. ¿Qué pasa?
Hubo un largo silencio en el que él permaneció viéndola mientras la rubia dejaba que su mirada se perdiera en algún punto del cielo. No era capaz de mirarlo a la cara, sabía que si lo hacía iba a terminar derrumbándose otra vez y si algún vestigio de fortaleza le quedaba en el cuerpo tenía que usarlo en ese momento.
— Voy a intentar ponerlo en otras palabras...
— Bueno, te escucho.
— 13 de agosto de 2003.
Kazutora sintió como si le hubieren tirado un cubo de agua helada sobre la espalda. El nombramiento de la fecha lo hizo reaccionar rápidamente, tensando su espalda y arqueando una ceja.
— ¿Por qué nombras esa fecha?
— Sano Shinichiro.
— Dai, tú no...
— ¿Por qué estuviste en el correccional, Kazutora?
El tono de voz de Dai era duro, alejado de la comprensión que había manifestado la última vez que tocaron ese tema.
— ¿Cómo sabes todo esto? ¿quién te lo dijo?
— ¿Por qué estuviste en el correccional?
Su postura se tornó defensiva, sacando el pecho y alejándose unos metros de ella.
— ¿Ya lo sabes, cierto? — la muchacha no respondió y él levantó la voz — ¡¿Cierto?!
Kazutora hundió la cabeza entre sus rodillas a causa de la desesperación.
Todo se estaba derrumbando. Otra vez.
¿Quién le había dicho la verdad? ¿sería aquel infeliz? ¿por qué habían ido con ella? Se supone que no tendría nada que ver en la pelea, ¿por qué habían tenido que ir a arruinar su felicidad de nuevo? ¿por qué él era el único que tenía que salir herido ante aquellas situaciones?
La rabia acumulada en su pecho terminó ocasionándole un dolor de cabeza que parecía propagarse en todo su cuerpo, y en su mente se repetían una y otra vez imágenes de él y Dai antes de que todo se fuese al caño. La situación dolía como el mismo infierno. Se sentía abrazante e hirviente, como algo que se adhería a su ser y se negaba a dejarlo escapar. Su pecho se contraía incesantemente y tenía unas ganas tremendas de soltarle un golpe al desgraciado que había provocado toda esta situación. El aire se le escapaba de los pulmones con facilidad y sabía que faltaba poquísimo para comenzar a hiperventilar. Se sentía atado, amarrado de pies y brazos ante una amenaza contra la cual no podría defenderse.
Cuando descubrió que Dai le gustaba, recordaba la sensación como si caer de un precipicio sin el riesgo de daño asegurado se tratase, y ahora parecía ser ella quien lo había empujado al abismo sin ninguna protección. La sensación de abandono comenzó a crecerle dentro del pecho y se apoderaba con fuerza de todos sus pensamientos.
Inminentemente, la realidad le había vuelto a caer sobre los hombros y aun cuando se negaba a aceptarlo, dentro de sí sabía que era algo que iba a terminar sucediendo.
Iba a estar solo otra vez, y aun con lo acostumbrado que estaba a la soledad era algo que no quería volver a vivir. Justo en el momento en el que aquella fea sensación con la que había estado cargando toda su vida comenzaba a esfumarse, un golpe de verdad le estaba atestando en la cara, gritándole que era imposible que la felicidad perdurase en su vida.
Tenía la mente perdida en sus propios pensamientos hasta que un sollozo lo hizo volver a la realidad.
A su lado, Dai lloraba desconsoladamente. Sus ojos se habían vuelto más pequeños producto de la hinchazón que le ocasionaba el llanto, tenía las mejillas enrojecidas y la mayor parte de su cara brillaba producto de las lágrimas que se habían estado deslizando sobre su cara durante esos minutos en los que él pareció no reaccionar.
Quiso abrazarla, pero no pudo. Pasó una de sus manos a través de su cabello, completamente exasperado. No podía hacer más que escucharla llorar pus sabía que ella iba a rechazarlo de igual.
La fría corriente de aire otoñal que azotaba en lo alto de aquel edificio comenzó a calarles en los huesos a ambos mientras permanecían separados. El cielo brillante comenzaba a tomar su característico tono anaranjado, el cual pasó de ser el preludio de sus mayores muestras de romanticismo a un antecesor del desastre.
— Quiero saber porqué lo hiciste — pronunció Dai con la voz entrecortada — ¿por qué mataste a Sano Shinichiro, Kazutora?
Su mirada usualmente brillante se había teñido de rojo y de una impronta de inquisición inundaba sus ojos. Hasta ese momento pudo notar que todo el cuerpo de ella temblaba, y que quizá la palidez en su piel se debía a choque de la noticia.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo en segundos. Recordar aquel episodio nunca le era grato, pero con todo lo que estaba sucediendo sentía que era lo menos que podía hacer en aquel momento.
Tomó una bocanada de aire como si de valor se tratase y abrió la boca para poder hablar.
— Yo... nunca quise hacerle daño a nadie.
...
Recomendación: reproducir la canción de multimedia o playlist (Chamber of reflection – Mac Demarco)
La muchacha escuchó con atención todo el relato, desde cómo se le había ocurrido la idea de robar la motocicleta hasta el momento en el que vio al hermano de su amigo caer al suelo, con la cabeza abierta y la sangre brotándole.
Durante todo el discurso su mirada parecía estar ausente, hablaba como si se tratara de una cinta grabada o alguien externo, lucía igual de perdido y asustado que en aquella fotografía del informe que vio el día anterior, o como aquel día en el que encontraron una familia comiendo frente a ellos; sin emociones de por medio. Y aunque al final del día terminaban siendo los mismos hechos relatados en aquel montón de papeles, había un detalle discordante.
— ... tú, ¿no querías matarlo, cierto?
— No. — soltó en secó — nunca fue mi intención.
El alivio le invadió el pecho y comenzó a ver un ápice de luz en la oscuridad que los envolvía aquel momento.
— Pero... — soltó él nuevamente — alguien tiene que pagar por esto.
La muchacha lo miró con confusión — No lo entiendo.
— Claro que sí, Dai... nadie puede entenderme más que tú.
La muchacha arqueó una ceja — pero... ¿por qué yo?
— Tú sabes que hay gente que solo sirve para hacer daño, ¿no es así? Él es una de esas personas.
Su mirada vacía se compensaba con el tono tétrico que sentía a través de su voz.
— Pero... él testificó en tu favor, Kazu, no creo que...
— ¿No crees qué? — el muchacho la miró, sus ojos se sentían como cuchillas que intentaban perforarle un órgano — dilo.
— No creo que él quiera hacerte daño, Kazutora... quizá si lo hablaran...
— No. —comenzaba a perder la paciencia - no lo insinúes. Él y yo no somos iguales, y tú tampoco eres igual que él, no te pongas de su lado. De el de todos ellos.
¿Por qué ella tenía que comenzar a atacarlo de esa forma? Él le había causado todo el daño de esos días, ¿Quién era ella o Baji como para creer que las cosas podían terminarse de una forma tan patética? Tenía que cortar todo eso de tajo, sin pensarlo y solamente era él el único capaz de acabar con todo y darle un final a eso para conseguir enterrar su pasado y seguir adelante.
— ¿De quienes?
Dai se sentía asustada, ni siquiera en los peores momentos que habían tenido como aquellos primeros días de clases lo había visto de esta forma, tan lleno de ira y frívolo. Tenía la necesidad de salir corriendo del lugar a causa del temor, pero intentó mantener el temple lo más que podía.
— ¡Ellos! — pronunció levantándole la voz — Manjiro, La Toman, mis padres... incluso tu madre. Son personas que intentan mantenernos encerrados en el pasado, ¿no te das cuenta? Son personas que solamente están en nuestras vidas con la intención de lastimarnos y hacernos sentir inferiores a ellos, no son nadie, no merecen nada de compasión, Dai.
— No metas a mi mamá en esto, Kazutora — pronunció con molestia — ella... causó mucho daño, pero eso no la hace una mala persona.
Kazutora pareció relajarse un poco al escuchar que el tono de la voz de Dai cambiaba a uno más agresivo. Se levantó del suelo y caminó directamente hacia el borde del edificio, parándose justo en el risco. Instintivamente ella también se levantó y caminó apresuradamente hacia él.
— Solo hay dos lados aquí, Dai. Él está en mi contra, todo lo que lo rodee lo está. Y si quiero que las cosas malas desaparezcan de mi vida yo necesito...
La sangre se le heló por un momento y lo interrumpió antes de terminar la sentencia — ¿Necesitas qué...? —
Kazutora no respondió. El atardecer estaba comenzando a ponerse. Una parte de sí misma quería salir corriendo, su nueva actitud le parecía terrorífica, y aun cuando intentaba entenderlo le parecía imposible. Ahora tenía bien en claro que aquel niño de doce años no podía decirse culpable al cien por ciento por lo que había sucedido tantos años atrás, sabía que dentro de sí bastaba el hecho de que aquel acto no era el asesinato a sangre fría que su padre intentaba hacerle creer, lo que le preocupaba en ese momento era el rostro que comenzaba a asomar... su mirada perdía el brillo y parecía ni siquiera mirarla. Sabía que ese no era él, pero...
— Dai — la muchacha lo miró, saliendo de sus pensamientos — ¿de qué lado estarás?
Se sentía acorralada. Sabía que cualquier cosa que dijera podía estar bien o estar mal. Las palabras de Baji volvieron a resonar en sus oídos y mirando al cielo en busca de las palabras adecuadas soltó un corto suspiro.
Si algo había aprendido en ese corto tiempo que habían estado juntos, era el deshacerse de aquella visión tan rígida e inamovible con la que había lidiado toda su vida. Aprendió, a duras penas, que todo en la vida tenía matices de bondad y de maldad, y la situación en la que se encontraba en ese momento terminaba de confirmárselo. Personas con las que antes pudo temer relacionarse y llegó a juzgar como de la peor calaña también tenían cosas buenas, y viceversa. Dentro pudo considerar a mucha gente; un pandillero como Baji, que lucía escalofriante a primera vista pero que parecía ser una persona noble y bondadosa, una estudiante de excelencia como Ima, que parecía el rostro de una persona ejemplar pero que también solía contar con arranques de prepotencia, e incluso su madre, que si bien sabía la cantidad de daño que había ejercido contra su persona, dentro de sí estaba consciente de que nunca la odió, y así como continuamente se repetían en su mente escenas de ella haciéndole daño, también se cruzaban algunas otras donde solía curarle las heridas por haber corrido y tropezar y leyéndole historias antes de dormir.
Y sobre todas las cosas... Kazutora. Frívolo, duro y atemorizante, a la vez que dulce, dañado y frágil.
Se acercó a él y lo tomó por la mano, haciéndolo bajar y atrayéndolo hacia sí. Él parecía desconcertado ante el tacto. Dai entrelazó sus dedos y se acercó hacia él, abrazándolo y permitiéndose soltar un par de lágrimas sobre su chaqueta. Sin mucha claridad, Kazutora, acarició su cabello y se inclinó en su dirección, dejándole un beso en la frente.
— Hey, tranquila... — el tono de su voz cambió a uno más tranquilo — una vez que todo esto acabe estaremos bien, ¿sí? Sé que estarás conmigo y...
— No. — dijo ella con la voz temblorosa — no estaré contigo mientras esto ocurra... sé que conozco al verdadero Kazutora, pero el que hablaba conmigo hace unos segundos no es él. — el muchacho lucía desconcertado — yo... de verdad te quiero, Kazu. Pero... yo.
— No, calma, Dai, yo...
— Hace nada me estabas pidiendo elegir un lado en una pelea que ni siquiera es mía, y que ni siquiera debería ser una pelea... la vida no se trata de lados a o b, o blanco y negro. Y aprendí eso contigo, pero si el muchacho que me enseñó eso se va y llega otro que solo pensará en... yo...
— ¿Tú? ¿Tú que, Dai? ¿Vas a abandonarme también?
Sus palabras cubiertas de desesperación se clavaron dentro de sí como un puñal. No quería hacerle daño, era ella quien solía pedirle al cielo que lo protegieran de cualquier mal que pudiese acecharlo, y el mal se había transformado en si misma. Ahora lo tenía de frente, con la mirada cristalina y un rostro de terror.
Sin pensarlo mucho más, se colocó de puntillas y le dejó un beso rápido en los labios mientras comenzaba a retroceder.
— Lo siento.
Se dio la vuelta y salió corriendo, bajando las escaleras a prisa mientras sentía la mirada nublarse a causa del llanto que se aproximaba.
Kazutora se quedó ahí de pie. Solo.
Otra vez.
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