𝟏𝟔/𝐎𝐜𝐭𝐮𝐛𝐫𝐞/𝟐𝟎𝟎𝟓
¿Acaso era normal que las manecillas del reloj pasaran tan lentas? ¿o era solo ilusión suya? Había estado alistándose desde el momento que había despertado para que su salida saliera de la mejor manera posible: una ducha, preparar comida para el momento en que su papá llegara a casa y elegir algo de ropa apropiada para pasar el día completo fuera, el día anterior había hecho una buena elección de vestuario; algo cómodo y que no se ensuciase tan fácil, iba a decantarse por algo similar. Eligió cuidadosamente el conjunto mientras dio otro vistazo más al reloj, como si eso fuese a acelerar el paso del tiempo. Recién eran las once de la mañana, y su cita se había acordado nuevamente para la una de la tarde. Sabía que no debía tardarse tanto en alistarse, el día anterior Kazutora había estado puntual y no quería perder minutos valiosos que podía pasar con él. Los papeles se habían invertido el día anterior, no sabía de donde había sacado la valentía para decirle que quería verlo otra vez al día siguiente mientras viajaban a su casa, pero al menos él había aceptado y ese simple hecho la hacía feliz. Él había prometido que ese día la llevaría a un lugar increíble.
Ya en ese momento había terminado de limpiar la casa, preparar algo de comida para su papá, y estaba cepillando su cabello cuidadosamente. Recordó el pequeño cumplido que Kazutora había dado a su despeinado y suelto cabello el día anterior, sonrió al espejo y soltó la goma de cabello que tenía entre los dedos. Su mente comenzó a divagar, recordando el momento en el que sintió su respiración hacerle cosquillas en la mejilla mientras se acercaba a ella y un cosquilleo especial se apoderó de su estómago.
Pudo haberse quedado nadando en sus fantasías, hasta que el sonido del cerrojo abriéndose la sacó de sus pensamientos.
— Estoy en casa.
Dai se sobresaltó, levantándose del tocador y bajando las escaleras rápidamente para encontrar la figura de su padre descansando en el sillón del salón.
— ¿No tenías turno hoy?
— El sargento me dejó venir a descansar unas horas — el hombre castaño levantó una ceja ante el frío recibimiento — ¿Qué pasa? ¿no me extrañaste siquiera?
— Claro que sí — la muchacha caminó hacia el sillón y se inclinó para abrazar a su padre, quien dulcemente depositó un beso en su mejilla.
Kazuma Hayashi era quizá uno de los padres más amorosos de la faz de la tierra, a pesar de que no pasaba demasiado tiempo en su casa, los pocos momentos en los que podía compartir los minutos de su Dia con su hija se esmeraba en hacerla sentir feliz. Al fin y al cabo, después de perder a su esposa, su hija era la causante de que el brillo en su mirada no desapareciera. Dai era su luz, su tesoro, jamás toleraría que algo malo le pasara a su hija.
El hombre rodeó con los brazos la cintura de la muchacha y después ella se sentó a su lado en el sofá, recargando su cabeza sobre el hombro de su padre, quien había tomado el control remoto de la televisión y buscaba por algo que ver. Con la vista fija en la pantalla, Kazuma rompió el silencio.
— Hueles a perfume — Dai sintió un escalofrío y su espalda se tensó. Había olvidado por un momento que iba a ir a una cita. — y vestida así, ¿qué pasa?
— Eh... voy a salir. No, bueno, no esperaba que estuvieras aquí hoy.
— ¿Ibas a salir sin mi permiso? — Dai agachó la mirada ante el rostro severo de su padre, quien intentó relajarla con una voz juguetona — ¿Quién eres, Ryohei? ¿ahora también estás en una pandilla?
La muchacha hizo una mueca y negó con la cabeza.
— ¡No!... ayer también salí sin tu permiso.
Esta vez la voz de Kazuma salió con mayor seriedad — Dai, sabes que aunque no esté en casa debes llamarme si quieres salir de casa, ya sabes, si algo te pasa, yo soy quien va a ir a ayudarte, no me ocultes cosas.
— ...si algo te pasa, yo soy quien va a ir a ayudarte, no me ocultes cosas — repitió la muchacha con el mismo tono — ya lo sé, lo siento. No volverá a pasar.
— Tranquila, lo único que me importa es que estás bien — el despeinó un poco su cabello haciendo un cariño mientras volvía a ver al televisor — ¿A dónde irás? ¿vendrá por ti la madre de Ima o tomarás el metro?
— Ah, sobre eso... — Dai comenzó a sobarse el brazo con nerviosismo — no saldré con ella.
Kazuma apagó el televisor y la muchacha se sobresaltó.
— ¿Entonces con quién saldrás? — el hombre había adoptado una postura mucho más rígida que antes
— Con... — pasó saliva — un muchacho. De mi clase. Te conté que estaba haciendo el proyecto de ciencias con él.
— Supongo que terminarán el proyecto, entonces.
— No. Lo terminamos el viernes, de hecho. Ayer también salimos juntos.
— ¿Tienes novio y no me lo has contado?
— ¡N-no! No te lo ocultaría
— Pero te gusta, ¿verdad? — la muchacha no dijo nada, Kazuma solo vio las mejillas de su hija adoptar un color carmesí — ¿Dai?
— Sí, sí me gusta.
...
— ¿Guardaste todo?
— Sí...
— Ten cuidado de no ir muy a prisa, no sé si los fideos van a derramarse, ¿metiste el mantel que mi mamá te dejó para que coman ahí?
— Que sí, mamá — Baji arqueó una ceja al escuchar la expresión de Kazutora, y le soltó un pequeño golpe sobre la cabeza — hey, ¿eso por qué?
— No me llames mamá, te estoy ayudando con tu cita romántica, sé agradecido.
El pelinegro bajó el asiento de la motocicleta de Kazutora, cerrando el compartimiento en el que habían guardado todo lo que Kazutora necesitaría para pasar el día con la chica que le gusta. Los dos muchachos habían preparado dos paquetes de fideos, bebidas, una tela lista para que la textura del pasto no les lastimara la piel. Baji aun seguía incrédulo por la situación en la que su amigo estaba metido, llegó a pensar que incluso Mitsuya o hasta Pah serían los primeros de sus amigos en conseguir pareja, pero Kazutora les había robado el mérito y ahora estaba ahí, con las manos sudándole y completamente ansioso, más que de costumbre. La idea de ver a su amigo acompañado de la muchacha rubia que vio solo una vez le alegró profundamente, esperaba que quizá la presencia del cariño de alguien más le hiciera desistir de sus ideas macabras, pero por ahora, tenía que seguir adelante acompañándolo, quizá Dai y él conseguirían que él y todos sus viejos amigos tuvieran un futuro más brillante.
— Creo que es todo. Ya son las doce y media, creo que debería irme si quiero estar puntual. ¿Me prestas tu casco de nuevo?
— Ni siquiera me lo devolviste la última vez, míralo — Baji señaló a su casco, posicionado en uno de los manubrios y Kazutora sonrió, nervioso. — Es bonita, por cierto.
El pelinegro señaló a la chaqueta blanca que usaba su amigo, la inscripción team Vallhala, con la imagen de un ángel decapitado justo debajo les daba un aura intimidante a aquellos que la usaban.
— Sí, la verdad está bastante bien... ¿cuándo renunciarás?
— Tengo prohibido ir a las reuniones por ahora.
— ¿Cuándo una prohibición detuvo a Keisuke Baji? — Kazutora le sonrió montándose en la motocicleta — recuerda que aun falta tu iniciación, ¿ya tienes al cebo?
A Baji se le oprimió el pecho y asintió con menos ánimos, pasando saliva con pesadumbre antes de hablar.
— También tengo al testigo, es un protegido de Mikey, está en tu escuela, solo que es un año menor.
— Puedo decirle a Dai que me ayude a contactar con alguien de segundo o...
— No — soltó el pelinegro de forma tajante — lo mejor sería que no la involucres en todo este embrollo, ¿no crees? Si dices que su papá es detective y demás...
— Bueno, veré como me las arreglo. Me voy.
— ¡Suerte en tu besuqueo! — Baji se despidió con la mano y vio como su amigo le mostró el dedo medio desde la distancia.
Cuando llegó a casa de Dai notó un auto aparcado afuera de la casa, no le tomó mayor importancia, pensando que quizá sería algún vecino o algo similar, por lo que hizo sonar el claxon, llamando la atención de Kazuma y Dai, quienes hablaban animadamente en el salón. Al escuchar, Dai se aproximo corriendo hacia la puerta, abriendo y encontrándose con la figura de Kazutora sosteniendo el casco bajo uno de sus brazos y de pie al lado de su motocicleta.
— Hola.
— Hola.
— ¿Quieres irte ya?
— Sí, solo... — la muchacha retrocedió unos metros — Papá
Kazutora sintió un golpe de nervios sobre sí, sintiendo un sudor frío bajarle por la frente.
— ¿E-está tu papá? — la muchacha asintió quizá aun más nerviosa que él.
Una imponente figura se asomó por el marco de la puerta, el hombre no debía ser mucho más alto que él, pero al verse bastante corpulento, vestido con una camisa y una corbata aflojada, la barba a medio crecer y el cabello castaño algo largo, sin duda tenía toda la apariencia de un detective.
La mirada profunda del hombre lo inspeccionó cuidadosamente y sintió como si un lector de rayos equis estuviera tomando una radiografía incluso de sus entrañas, él no les temía a los adultos, ¿por qué este sujeto le causaba tanto repele?
— Soy Hayashi Kazuma. El padre de Dai — Kazuma colocó una de sus manos sobre el hombro de su hija de forma sobreprotectora — ¿tú eres?
— Hanemiya Kazutora, señor — impulsivamente Kazutora hizo una reverencia, generando el tintineo de su cascabel.
El padre de Dai entrecerró los ojos, intentando escarbar entre los archivos de su memoria. — ¿Te conozco de algún lado, muchacho?
— No lo creo, señor.
— Bueno, ya nos vamos, papá, te veré más tarde — Dai se inmiscuyó en la conversación intentando romper la tensión entre ambos, se movió de modo que pudiera quitar la mano de su padre de su hombro y se puso de puntillas sobre sus pies para dejarle un beso corto en la mejilla.
— ¿Tienes un casco extra para mi hija, Hanemiya?
— ¡Si, señor! — el muchacho señaló a la motocicleta.
—... Vayan con cuidado, entonces.
En cuanto Kazuma cerró la puerta, Kazutora dejó escapar un largo suspiro de alivio, pasó una de sus manos por su frente intentando limpiarse el sudor y Dai comenzó a reír.
— ¿Te da miedo mi papá? — Kazutora ignoró la pregunta y se subió a la motocicleta, ofreciéndole la mano a la muchacha para que subiera.
— ¿De donde sacaste el cabello rubio si tu papá es castaño?
— De mi mamá — dijo ella subiendo a la motocicleta y comenzando a ajustarse el casco — ¿tú de donde sacaste ese cabello de banana?
— Muy graciosa. Aceleraría la moto para asustarte, pero tu papá tiene pinta de que acabaría conmigo si te llego a tocar con algo que no sea el pétalo de una flor.
— Quizá lo haría — Dai rodeó el torso de Kazutora con los brazos y dejó que su cabeza cayera en la parte libre del hombro derecho del muchacho. — Estoy lista.
— Vámonos entonces.
...
— Wow... este lugar es increíble. No sabía que había sitios así en la ciudad.
— Son algo difíciles de encontrar, pero en todos los sitios hay uno de estos, te lo aseguro. ¿De verdad nunca habías venido?
— Claro que sí, pero nunca había encontrado una zona aquí que estuviera tan... pacífica.
Estaban en el parque de Shinjuku, en una zona más alejada de los turistas y de las personas que se acercaban a reunirse en grupos grandes. Kazutora había estacionado su motocicleta en un sitio cercano, no sin antes sacar una especie de cesta del compartimiento bajo el asiento, intrigando a Dai al negarse a decirle cualquier cosa. La muchacha, por su parte, llevaba en el bolso la misma cámara digital que habían utilizado para capturar la evidencia de su trabajo de ciencias, pensó que quizá sería buena idea llevarla, y conseguir algunas fotos del muchacho le parecía magnífico.
— ¿Te parece bien aquí? — Llegaron a un sitio desde el cual era posible ver el lago un poco más lejano que en las otras zonas del parque, repleto de césped, pero sobre todo silencioso
— Claro, es muy bonito.
— Bueno, espero que nada de esto se haya derramado — Dai pareció no entender hasta que el muchacho dejó la cesta en el césped y comenzó a sacar todo lo que empacó.
Fideos, unos cuantos dulces entre los cuales estaba el chocolate que ella le ofreció cuando salieron por los fideos que le gustaban, bebidas, y una amplia manta que Kazutora se esforzaba en colocar uniformemente sobre el suelo. Dai estaba atónita, ¿habría preparado todo eso solo con una noche de antelación? O aún más curioso, ¿lo había preparado por ella? La respuesta era afirmativa en sus mejores fantasías.
Esforzándose por calmar sus nervios, el muchacho se tumbó en la manta y cruzó sus manos detrás de su cabeza, soltando un suspiro, para sentir a los pocos segundos la silueta de Dai imitar su gesto y recostarse junto a él.
— ¿De dónde sacaste todo esto?
— Tuve algo de ayuda — él miró hacia otro lado mientras su cascabel sonaba.
— Bueno, agradécele a quien sea de mi parte.
Dai lo miró fijamente, enfocándose en su perfil. Su nariz fina y sus grandes ojos estaban fijos en el cielo, con algunos mechones desordenados del cabello cayendo despreocupadamente sobre sus cejas. Una sonrisa se formó en su rostro mientras se recostaba sobre su costado y acercaba su dedo hacia su pendiente, haciéndolo sonar nuevamente.
— ¿Qué pasa?
— ¿Por qué usas un pendiente de cascabel? Cuéntame
El muchacho sonrió y volvió a quedar tumbado boca arriba.
— Vale, te voy a contar.
Recomendación: reproducir la canción de multimedia o playlist (Kiss me – Sixpence None the Richer)
A medida que el sol se movía progresivamente por el cielo, Kazutora tomó el tiempo necesario para contarle acerca de la aventura inmensa que fue su onceavo cumpleaños, una parte de si se atemorizó ante la idea de que a él y a su mejor amigo les gustaba hacer cosas como quemar coches o golpear gente de manera aleatoria, recordando así el primer día que él visitó su casa cubierto de hollín. Pero no pudo decir nada o reprenderlo, la emoción que habitaba en sus palabras al recordar le parecía demasiado dulce. Ese día, la muchacha aprendió acerca de lo mucho que le gustaba manejar su motocicleta, Rocket, el gusto que tenía por ir a la playa y los videojuegos, e incluso salieron a la luz anécdotas un poco más agridulces como la gran reprimenda que recibió por parte de su padre cuando decidió tatuarse el tigre que habitaba su cuello, aunque en sus propias palabras, había valido la pena, le quedaba increíble y Dai no podía negarle eso. Quizá el tatuaje del tigre era uno de sus mayores atractivos.
Kazutora era un ávido fan de las cartas y la correspondencia, cuando estuvo en el correccional recibía a menudo cartas de Baji acompañadas de fotografías con la intención de que no se sintiera solo nunca. Y responderlas lo hacía sentir aun mejor, era un dato peculiar, pero que quizá le serviría cuando le naciera el romanticismo y pudiera expresarle todo lo que sentía de mejor manera por medio del texto.
Dai también le contó a Kazutora sobre si misma, charló sobre la extraña condición de sus ojos y como en un momento sus padres temían por su vista, le contó sobre la tarde que pasó una vez con su abuela, la cual funcionó como detonante para que explotase su amor por la cocina. Desde ese día, no dejó de preparar mil y un recetas, también le contó sobre como fue la primera vez que intentó hacer un pastel para el cumpleaños de su papá y terminó luciendo como carbón, y aunque lloró mucho esa noche, lo recordaba con más cariño que rabia en ese momento. También en su relato se inmiscuyó el hecho de que sus guantes para el horno estaban demasiado gastados, pero no quería pedirle unos nuevos a su padre ya que los que tenía aun parecían ser útiles. Kazutora pensó en lo mucho que le gustaría regalarle ese par de guantes, quizá así ella lo mantendría cercano a eso que tanto le gustaba.
Conversaron sobre cosas comunes como un par de adolescentes que tonteaban; música, mangas, programas de televisión, películas. Le costaba admitirlo, pero ese día, fue uno de los pocos de su vida en los que se sintió como un chico de su edad, sin mayores presiones o preocupaciones de cosas externas. En ese momento más que nunca supo que Dai siempre le iba a llevar a su vida la paz que tanto necesitaba con los tormentos que se paseaban en su cabeza.
Después de un rato, ambos comenzaron a comer, por sugerencia de Baji habían terminado con Peyong Yakisoba nuevamente, y bebían algo de té negro enlatado.
— Sigo sin saber como es que me gustan tanto — dijo Dai mientras aun tenía la boca medio atascada de fideos.
— Te dije que eran buenísimos, pero sigues sin creerme — dijo esto último con tono de niño pequeño mientras estiraba sus brazos — estoy muerto.
Kazutora se dejó caer en la manta nuevamente y Dai sonrió. La muchacha comía su último bocado. Estaba sentada con las piernas estiradas sobre la manta.
— Comes un montón, normal.
— Ni siquiera puedo recostarme aquí, el suelo es muy incomodo — fingió lloriquear
— Bueno, si quieres puedes recostar tu cabeza en mis piernas, no hay problema.
Kazutora se avergonzó y las mejillas se le colorearon
— Ah, no, bromeaba, tranquila. No hace falta.
— No, es enserio, no tengo problemas — Dai le sonrió tímidamente y el muchacho le tomó la palabra.
Dejo que su cabeza se apoyara sobre ella. La muchacha utilizaba unos shorts en conjunto con unas medias, por lo que era poca la piel que alcanzaba a sentir chocando con su cara.
El perfil de Kazutora visto desde arriba le parecía increíblemente mágico, la calma que se instauraba en su rostro debido al cansancio, con los ojos cerrados y la luz del día era una escena que le parecía digna de conservar.
Con cuidado, Dai tomó la cámara de su bolsillo e intentando no hacer mucho ruido, alcanzó a sacarle una fotografía que sabía iba a conservar por un tiempo inmensurable. Ambos se quedaron ahí un buen rato mientras reposaban la comida. La rubia se tomó la libertad de darle algunas caricias en el rostro y acariciarle el cabello tiernamente mientras él estaba en el limbo entre el sueño y la alerta. Su rostro le parecía increíblemente bonito, ni siquiera Ima pudo negar el atractivo que tenía, y ella tampoco lo haría. Sus cejas, sus ojos, el pequeño lunar, la fina nariz y su mandíbula marcada eran un espectáculo que agradecía ser digna de admirar. Y mientras reposaba sobre sus piernas, Kazutora disfrutaba del dulce tacto de los dedos de Dai sobre su cara; sus manos eran increíblemente suaves y trazaban recorridos irregulares por su propia piel, subiendo de vez en cuando a su cabello, dejando que sus dedos se enredaran en él y haciéndolo sonreír.
Pasado un rato, volvieron a comenzar y juguetear entre sí. Kazutora tomó la cámara de Dai y amenazaba con ver las fotografías que almacenaba, por lo que ella comenzó a corretearlo por todo el lugar con tal de detenerlo, se sorprendió al ver que la muchacha le daba batalla al correr, hasta que recordó la resistencia que había tenido antes en la maquina de baile. El pensamiento lo distrajo y Dai le arrebató la cámara de las manos. Comenzó a reír mientras le sacaba algunas fotografías desprevenido, y ahora era él quien la perseguía para robarle el aparato.
En un momento consiguió agotarla lo más que pudo y tomó la cámara nuevamente, la metió en uno de los bolsillo de su chaqueta y la tomó por las caderas, levantándola como si se tratara de un costal. La muchacha comenzó a patalear y a darle unos golpes leves en la espalda, y Kazutora caminó en dirección al lago, haciendo ademanes de arrojarla al sitio. Dai comenzó a gritar hasta que él la bajó, y rápidamente su foco de atención se fue hacia un par de patos que paseaban alrededor. Un poco más repuestos, los muchachos intentaron caminar hacia ellos, hasta que los animales se percataron de su presencia y comenzaron a ser ellos quienes los perseguían.
— ¡Súbete! — habían conseguido desviarlos un poco.
— ¿Eh?
— ¡Súbete en mi espalda!
El muchacho se agachó ligeramente y Dai rodeó sus hombros con los brazos, pegando un pequeño saltito que le ayudó a que sus piernas se enredaran en su torso. Kazutora la sostuvo por las piernas y comenzó a correr a penas escuchó los graznidos detrás. Lograron hacer que los animales perdieran el interés y volvieron al sitio donde habían abandonado sus cosas.
El muchacho devolvió la cámara y se tumbaron para seguir charlando mientras el sol seguía su curso, la luz del atardecer comenzaba a asomarse por el horizonte. Dai estaba acostada boca arriba, mientras que Kazutora se apoyaba sobre uno de sus brazos. El impulso por sacarle otra fotografía se apoderó de la chica, quien discretamente sacó la cámara del bolso y fue delatada por el sonido del obturador.
— ¿Estás tomándome fotografías otra vez?
— Quizás
— Dame eso, ya.
Dai sonrió, juguetona — No
— Bueno, tú insistes
Kazutora se abalanzó sobre Dai, quien aún tumbada rodó hacia un lado para evitar que el muchacho cayera encima de ella. Kazutora comenzó a tocarle las costillas provocándole cosquillas, la chica pataleaba mientras se esforzaba por no reír y al mismo tiempo mantener la cámara lejos de él, sin mucho éxito en sus intentos de defenderse; él era más grande y alto, y su fuerza física rebasaba su complexión delgada. Cada tanto lo empujaba mientras se retorcía sobre el suelo, pero la risa y el esfuerzo de su estómago, sumado a la actividad que había tenido a lo largo del día terminó por cansarla.
— ¡Ya, ya! ¡Por favor, me duele el estómago!
Kazutora, aun riendo, quitó sus manos del torso de la muchacha en cuanto escuchó su petición, dejándola recobrar el ritmo normal de su respiración. Acostada, Dai estiró una de sus manos para buscar su bolso y poder dejar la cámara de lado, sin embargo, las yemas de sus dedos terminaron rozando la mano del muchacho, quien aprovechó la oportunidad para sostener su mano un momento. Afortunadamente, el sol ocultándose ayudaba a que fuera menos evidente el enrojecimiento en sus mejillas. Con la mano libre, Kazutora le alcanzó el bolso, y sin soltarlo, Dai dejó ahí dentro la cámara, permitiéndose prolongar más tiempo la toma de sus manos, y permitiéndose ella ser quien dejara la vergüenza de lado para entrelazar sus dedos con los suyos.
Ambos estaban tumbados boca arriba, incapaz de mirarse a los ojos, pero disfrutando de su compañía. Al final, Kazutora fue el que decidió romper el silencio.
— Me gusta mucho pasar tiempo contigo, Dai.
La rubia sonrió — A mí también... es muy agradable.
— ¿Puedo decirte algo? — la muchacha se giró sobre si misma con la intención de verlo para después asentir con la cabeza. Él seguía girado boca arriba. — Cuando estoy contigo todo es demasiado diferente, es, bueno, más tranquilo, y me haces sentir que no hay tantos problemas en mi cabeza. Me gusta mucho estar contigo.
Enternecida, la muchacha le dio un pequeño apretón en la mano y se impulsó para sentarse, acercando sus rodillas en dirección a su pecho.
— Cuando yo estoy contigo me haces feliz, Kazutora. Y me alegra ser capaz de transmitirte un porcentaje de la felicidad que me das.
El muchacho soltó un suspiro pesado.
Quizá la única parte negativa de estar con Dai era el peso de la carga sobre su espalda. Si bien cuando estaba frente a ella todo se aligeraba un montón, no se iba por completo, seguía estando ahí, hablándole al oído y recordándole todos sus errores una y otra vez. La propia voz de su cabeza era aquello que muchas veces no le permitía creer al cien porciento todo lo que ella le decía, no sentía que dentro de sí hubiese algo completamente digno de apreciar, mucho menos de la forma en la que Dai parecía hacerlo. Le alegraba ver su rostro contento, pero era incrédulo de ser parte de su felicidad.
— ¿Te seguiría haciendo feliz aun cuando he hecho cosas malas, Dai?
— Por supuesto — la muchacha dirigió su mirada hacia él, viéndolo a los ojos fijamente — la persona que eres en este momento es la que me hace feliz.
— Dai, son cosas muy malas. — La muchacha siguió observándolo con una sonrisa. Kazutora suspiró y aprovechó para sentarse a su lado. — hace dos años fui al correccional porqué...
Al notar que su voz comenzaba a quebrarse, Dai se acercó más a él y le soltó la mano, posicionando su dedo índice sobre la boca de él. Kazutora la miró con cierto asombro mientras los ojos bicolores de la chica no abandonaban ni por un segundo los de él.
— Nada de lo que hayas hecho antes va a dejar de hacerme feliz si estoy contigo, Kazutora, de eso estoy segura. Yo también he hecho cosas malas, y estoy segura de que mi papá también. Ayer te dije que me gusta la persona que eres, y no te mentía.
La mirada ámbar del muchacho se abría progresivamente mientras la escuchaba hablar y la sensación de el agua acumulándose en sus ojos se hizo presente.
— ¿Va a gustarte la persona que soy aunque de verdad sea algo demasiado grande y malo?
— Me gustas tú, Kazutora. No tus secretos, ni quien eras antes. Me gusta quién eres ahora.
El tono determinado en su voz pasó a ser más bajo y avergonzado. Se había terminado confesando sin quererlo. Agachó la mirada, apenada, sintiéndose torpe al haberle dicho lo que sentía accidentalmente. Esperó que con algo de suerte eso pasara desapercibido para él, o que si lo notaba, al menos no reparara en eso.
Kazutora estaba anonadado, ¿de verdad le gustaba a Dai? No podía dejar de mirarla, había un cúmulo de emociones amontonadas dentro de su mente, su pecho e incluso su estómago. Sabía que debía decir, debía hacerle saber que a él también le gustaba, que le encantaba su presencia y escucharla hablar. Lo mucho que disfrutaba de su tacto y mil y un cosas más que no era capaz de expresar por la sorpresa.
— Dai...
La chica lo interrumpió, colocando una de sus manos sobre su mirada — Kazutora... ¿a ti te gusta la persona aun con todo lo que conoces de mí?
Ella permanecía con la cabizbaja debido a la pena y supo que ese era el momento que debía de aprovechar para hablar.
De la parte más profunda de su persona sacó la valentía para tomarle la mano y la hizo sobresaltarse, haciendo que la mirada de ella nuevamente se enfocara sobre sí, y se tomó la libertad de ver hacia el cielo para que la pena no lo consumiera.
— Me gusta quien soy cuando estoy contigo, me haces sentirme tranquilo y olvidar todas las cosas malas que pasan por mi cabeza y en mi vida. Me gusta tu compañía, y me gusta mucho que tus ojos son diferentes a todos los que he visto antes: son puros, y reales, y me hacen sentir que en el mundo aún hay un lugar en el que puedo encontrar paz... me gustan tus berrinches y tu necesidad de ser la mejor alumna de la clase. También me gusta cuando me tomas de la mano sin avisarme, y no hay un momento en el que esté contigo en el que no sienta que soy una mejor persona, Dai. Me haces sentirme más real, menos solo y sobre todo... feliz. No soy capaz de recordar cual fue la última vez en la que me sentí feliz antes de ti, tú provocas todas esas cosas en mí. — Con el corazón a punto de escaparse de su pecho y usando la mano libre, Kazutora miró a los ojos de la chica, de los cuales comenzaban a escaparse pequeñas gotas. Se le inundó el pecho con un sentimiento dulce de calor antes de finalizar su diálogo — Me gustas tú, Dai.
Sus miradas se sostuvieron sobre la del otro, ninguno de los dos sabía muy bien que más decir ahora. Dai estaba atónita, le gustaba. Su ser estaba a punto de estallar consecuencia de la emoción y las mariposas que normalmente habitaban su estómago cuando lo veía parecían haber incrementado su fuerza cinco veces más.
Ambos tenían las mejillas sonrojadas, y la boca de Dai se había quedado entreabierta consecuencia de la sorpresa. Kazutora no pudo evitar dirigir su mirada hacia sus finos labios. Toda la situación parecía la escena de una película cursi. La boca del muchacho tampoco estaba completamente cerrada, alcanzaban a vislumbrarse sus dientes entre sus labios y lentamente dejó que su cuerpo comenzara a acercarse al de ella, quien no hizo ademán de retroceder, por el contrario, comenzó a acercarse lentamente y con algo de torpeza.
Volvían a estar tan cerca que sus alientos ya comenzaban a impactar suavemente sobre la piel del otro, y aun así, la cercanía seguía sintiéndose insuficiente. Siguieron moviéndose hasta el punto en que Kazutora comenzó a sentir la suavidad de los labios de Dai sobre los suyos, y ella, nerviosa, sonrió. No sabía si lo que la hacía actuar era la pena o ese placer existente al sentirlo así de cerca de su rostro. Kazutora la miraba fijamente, grabándose en la memoria la curva de su sonrisa, el color de sus labios, e incluso el escaso tacto que existía entre su boca y la de él parecía dejar huella en su memoria. El momento terminó por dejarle marca cuando se atrevió a cerrar los ojos y las migajas de distancia entre ambos se esfumó.
Los ojos de Dai se cerraron lentamente, dejándose llevar por el movimiento de los labios de Kazutora sobre los suyos. Era una mezcla extraña entre suavidad y aspereza, y ese torpe compás en sus movimientos poco a poco se tornó en uno dulce y pacífico. La mano libre pasó a sostenerle la mejilla, mientras con total torpeza y timidez Dai se atrevía a posar su mano sobre el cuello de él, acariciando con la yema de su pulgar la piel rugosa en donde se encontraba su tatuaje. El tiempo parecía haberse congelado por esos instantes en que su bocas tomaban el ritmo de una danza silenciosa, con el atardecer cayendo detrás de ellos y una sensación de calor consumiendo sus cuerpos.
Poco a poco se hizo presente la falta de aire, que terminó provocando la separación de sus labios paulatinamente. Algo apenado, Kazutora miró hacia otro lado, ¿lo qué había hecho estaba bien? bueno, ella le había dicho que él le gustaba, explícitamente, pero no sabía si realmente había hecho lo correcto, o si al besar a alguien tenía que pedir permiso, o si este quedaba implícito desde el momento de la confesión. Se sentía un niño pequeño, podría ser un buen peleador, un buen conductor o todo lo bueno en lo que se denominara "cosas de calle", pero sus asuntos sentimentales lo hacían sentir inexperto, a tal grado que le costaría admitir frente a Dai que ella era su primer beso.
Mientras él estaba dubitativo ante que decir, Dai tocó sus labios con uno de sus dedos y después sonrió de oreja a oreja. No hubiera podido pedir que las cosas pasarán de mejor manera, sentía que vivía una historia de película. De un momento a otro y llevada de la mano de su propia euforia, se abalanzó sobre el muchacho, dejándolo tirado boca arriba con ella sobre él, para pasar a dejarle besos cortos a lo largo del rostro. La mirada sobresaltada de Kazutora le parecía tierna, y aun algo apenada, se acercó a él para volver a besarlo. Por un momento él permaneció estático, ¿todo estaba sucediendo de verdad? No estaba completamente seguro, pero los dulces labios de Dai sobre los suyos le hacían sentir que así era. El beso de la chica fue correspondido y cuando se separaron pudo notar el rubor en su rostro.
— Tú... ¿no estás molesta por lo que hice?
— ¿Tú crees que si estuviera molesta te hubiera besado de nuevo?
La muchacha le sonrió; Kazutora se había dado cuenta de lo mucho que sus ojos brillaban cuando la felicidad se apoderaba de su cara, sincerándose, podría estarla viendo a los ojos y tolerando que sus largos cabellos rubios le cayeran sobre el rostro por el resto de sus días.
Aun con la luz crepuscular iluminándolos, los besos continuaron, uno detrás de otro, como si fuera inevitable mantenerse separados desde ese momento.
...
El trayecto a casa fue silencioso, pero más próximo a lo que estaban acostumbrados. Como si ese primer beso hubiese roto la única barrera que impedía que su cercanía fuera la necesaria entre ellos. Mientras iban en la motocicleta, Dai abrazaba a Kazutora como de costumbre, solo que esta vez se tomaba la libertad de usar las yemas de sus dedos y sus uñas para trazar pequeños círculos en sus costillas por encima de su chaqueta, y en cada momento en el que los manubrios no requerían su atención, Kazutora tomaba su mano y la acariciaba con ternura. Dai no parecía querer separar su cabeza del espacio entre el cuello y el hombro del muchacho y así permaneció durante todo el viaje.
Cuando llegaron, el carro de su padre no estaba, cosa que el muchacho agradeció, sentía que si era capaz de besar a Dai en la presencia del imponente hombre sus días con ella estarían acabados. Y era bastante obvio que quería besarla otra vez.
La muchacha bajó de la motocicleta y se quitó el casco, imitando él su última acción.
— ¿Irás a la escuela mañana?
— ¿Tengo qué? — Kazutora sonrió divertido
Dai pareció hacer un puchero para después soltar un suspiro — Solo... me gustaría verte mañana.
— Puedes verme siempre que quieras, sabes que la escuela no es lo mío, pero eso no implica que no pueda verte.
Una sonrisita se apoderó de su rostro y Kazutora también sonrió, complacido de verla feliz.
Dai se acercó a él y le rodeó el cuello con los brazos, agarre que fue correspondido por el muchacho, que estancó su rostro en el hueco entre su cuello y su hombro, aspirando su perfume y apretándola con fuerza.
— Gracias por el día de hoy, Kazutora, y gracias por dejar que yo te guste.
Él se separó y colocó una de sus manos sobre su mejilla, acariciándole el rostro con ternura y recorriendo con su mirada cada una de sus facciones, hasta que aprovechando el agarre, acercó su rostro al suyo y unió a ambos en un lento y dulce beso. El vaivén entre sus labios ahora era más tranquilo, y ninguno de los dos parecía tener la intención de separarse, hasta que el oxigeno hizo de las suyas y terminó alejándolos.
Con una sonrisa instaurada en su rostro, Kazutora respondió a la última frase de Dai.
— Gracias por dejar que yo te guste a ti, Dai.
La muchacha se despidió con la mano y Kazutora espero hasta que ella entrara a su casa y cerrara la puerta. Se colocó el casco nuevamente y estuvo a punto de avanzar hasta que su teléfono sonó dentro de su bolsillo. Lo sacó rápidamente y leyó el mensaje en la pantalla.
Baji: Lo hice. Ven a la guarida. Ahora.
Sin pensárselo dos veces, Kazutora arrancó la motocicleta y manejó en la dirección del escondite. Las cosas no podrían marchar mejor.
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